Un día, dos de los nuestros fueron invitados a una
Fiesta de la Familia, según ellos la llaman; es una
costumbre muy sencilla, piadosa y sagrada, que muestra
que aquella nación se compone de todos los bienes.
Consiste en lo siguiente. A cualquier hombre que alcance a
ver vivos a treinta de sus descendientes, mayores de tres
años, se le concede celebrar una fiesta a costa del Estado.
El padre de la familia, a quien llaman el Tirsán, dos días
antes de la fiesta lleva con él a tres amigos que guste
elegir, siendo acompañado también por el Gobernador de la
ciudad o lugar donde la fiesta se celebre; se citan también
para que concurran a todas las personas de la familia de
ambos sexos. Dos días antes el Tirsán celebra consulta
sobre el buen estado de la familia. En ella se resuelven las
discordias o litigios que hayan podido surgir entre los
miembros. Si alguno de la familia se halla en mala
situación, se procura ayudarle o ponerle remedio. Se
censura y reprueba al que ha adoptado una mala vida. Se
dan normas respecto a los matrimonios y al porvenir de los
familiares, junto con otros avisos y órdenes. Asiste al final
el Gobernador para ejecutar, mediante su autoridad
pública, los decretos y órdenes del Tirsán, por si fueran
desobedecidos; aunque, como reverencian y obedecen
tanto las leyes de la naturaleza, raras veces se necesita
esta medida. El Tirsán elige uno de sus hijos para que viva
con él en la casa; se le conoce desde entonces con el
nombre de Hijo de la Vid. La razón de ello aparecerá luego.
El día de la fiesta, el padre o Tirsán, después del
servicio divino, penetra en el gran cuarto donde se celebra;
esta habitación tiene una plataforma en el extremo, junto a
la pared, en medio de la plataforma, hay un sillón para él,
con una alfombra y una mesa delante. Encima del sillón se
encuentra un dosel redondo u ovalado hecho de hiedra,
hiedra algo más blanca que la nuestra, como las hojas de
los álamos blancos pero más brillante; se conserva verde
durante todo el invierno. El dosel está curiosamente
adornado con plata y seda de diversos colores, colgadas y
mezcladas en la hiedra; es una obra realizada por alguna
de las hijas de la familia; se halla cubierta en la parte
superior por una bella red de seda y plata. No obstante, el
armazón está hecho de auténtica hiedra; una vez que se desmonta, los amigos de la familia desean conservar una
ramita o una hoja.
Aparece el Tirsán con toda su generación o linaje, los
varones precediéndole, y las hembras siguiéndole; si vive la
madre de la que descienden todos, entonces, a la derecha
del sillón, en un piso superior, hay un apartamento con una
puerta privada y una ventana de cristal tallado, emplomada
en oro y azul, donde se sienta, oculta a todas las miradas. Cuando el Tirsán entra se sienta en el sillón; todos sus
descendientes se colocan junto a la pared, tanto a su
espalda como a los lados de la plataforma, y permanecen
de pie, por orden de edades, sea cualquiera el sexo que
tengan. Una vez que se ha sentado, con la habitación llena
de personas pero sin desorden alguno, luego de una pausa
penetra por el otro extremo del aposento un Taratán (que
es tanto como decir un heraldo) con un muchacho a cada
lado, uno de los cuales lleva un rollo de pergamino amarillo
brillante y el otro un racimo con el tallo y las uvas de oro.
El heraldo y los niños visten mantos de satén verde agua;
el del heraldo tiene franjas doradas y lleva cola.
Luego el heraldo, haciendo tres reverencias o
inclinadotes, se acerca a la plataforma y allí, en primer
lugar, toma en sus manos el rollo. Este rollo es la carta de
privilegio real que contiene donaciones de renta y muchos
privilegios, franquicias y títulos honoríficos concedidos al
padre de la familia. Siempre va dedicada y dirigida: "A
fulano de tal, nuestro amado amigo y acreedor", título
adecuado sólo para este caso, pues dicen que el rey no es
deudor nunca de ningún hombre a no ser por la
propagación de sus súbditos. El sello impreso en la carta
real representa la imagen del rey, en relieve o moldeado en
oro; aunque tales cartas se conceden como un derecho, sin
embargo se varían a discreción según el número y dignidad
de la familia. El heraldo lee en voz alta la carta, y mientras
la lee, el padre o Tirsán permanece de pie, apoyado en dos
de sus hijos elegidos, previamente por él.
Sube el heraldo a
la plataforma y le entrega la carta, todos los que se hallan
presentes prorrumpen entonces en una aclamación en su
lengua, que viene a decir: "Felices las personas de
Bensalem."
A continuación el heraldo toma en sus manos, del otro
muchacho, el racimo de uvas de oro. Se encuentran éstas
bellamente esmaltadas; si se hallasen mayoría el número
de varones de la familia, las uvas están esmaltadas de
púrpura, con un pequeño sol engastado en la parte
superior; si la mayoría la constituyen las hembras,
entonces están esmaltadas de un amarillo verdoso, con una
media luna en lo alto. Hay tantas uvas como descendientes
de la familia. El heraldo entrega también al Tirsán este
racimo dorado, quien lo da a su vez al hijo que ha elegí
para que lo acompañe en la casa; éste lo sostiene ante su
padre cuando aparece en público poco después; de aquí
que se le llame el Hijo de la Vid.
Una vez acabada la ceremonia se retira el padre o
Tirsán, y poco después regresa para comer, sentándose
solo bajo el dosel, lo mismo que antes; ninguno de sus
descendientes se sienta con él, sea cualquiera su dignidad o
grado, excepto si es miembro de la Casa de Salomón. Es
servido por sus propios hijos varones, que se arrodillan
ante él, en tanto que las mujeres se hallan de pie a su lado,
recostadas en la pared. A los lados del dosel hay mesas
para los invitados, a quienes se sirve con gran gentileza;
después de comer (en las fiestas más importantes la
comida nunca dura más de hora y media) se canta un
himno, que se diferencia de los demás según la inventiva
del que lo compuso (pues tienen excelentes poetas); el
tema del himno es siempre un elogio de Adán, Noé y
Abraham; se debe esto a que los dos primeros poblaron al
mundo y el tercero fue el padre de la fidelidad misma; al
final, siempre se dan gracias por la natividad de nuestro
Salvador, con cuyo nacimiento se santificaron los
nacimientos de todos los hombres.
Levantados los manteles, el Tirsán se retira de nuevo;
y habiéndole hecho a un lugar donde reza unas oraciones
privadas, vuelve por tercera vez para dar la bendición a
todos sus descendientes que lo rodean como al principio.
Después los va llamando uno a uno, por su nombre y según
le parece, invirtiendo a veces el orden de edad. La persona
llamada (la mesa se ha quitado de en medio) se arrodilla
delante del sillón, el padre apoya su mano sobre la cabeza
de él o de ella, y le da su bendición con estas palabras:
"Hijo de Bensalem (o hija de Bensalem), tu padre te dice
que el hombre por el que tú vives y respiras habla la
palabra de la salvación; la bendición del Padre Eterno, del
Príncipe de la Paz, del Espíritu Santo, descienda sobre ti, y
haga que sean muchos y felices los días de tu peregrinación en la Tierra."
Tal es lo que les dice a cada uno de ellos; y
acabado esto, si algunos de sus hijos tienen especial mérito
y virtud (no suelen ser más de dos) los llama otra vez, y
poniendo su mano sobre sus espaldas, mientras ellos
permanecen de pie, les dice:
"Hijos míos, dad gracias a
Dios porque habéis nacido, y perseverad en el bien hasta el fin."
Y entrega, además, a ambos una joya que representa
una espiga de trigo, que en adelante ellos llevan en la parte
delantera de su turbante o sombrero. Acabada esta
ceremonia, durante el resto del día hay música, baile y
otras diversiones típicas. Tal es el orden completo de la
fiesta. |