Zarpamos del Perú (donde habíamos permanecido
durante todo un año) hacia China y Japón, por el mar del
Sur, llevando provisiones para doce meses; tuvimos vientos
favorables del Este, si bien suaves y débiles, por espacio de
algo más de cinco meses. No obstante, luego el viento vino
del Oeste durante muchos días, de tal modo que apenas
podíamos avanzar, y a veces, incluso, pensamos en
regresar. Pero más adelante se levantaron grandes y
fuertes vientos del Sur, con la ligera tendencia hacia el
Este, que nos llevaron hacia el Norte; por este tiempo las
provisiones nos faltaron, aunque habíamos hecho buen
acopio de ellas.
Al encontrarnos sin provisiones, en medio
de la mayor inmensidad de agua del mundo, nos
consideramos perdidos y nos preparamos para morir. Sin
embargo, elevamos nuestros corazones y voces a Dios, al
Dios que "mostró sus milagros en lo profundo", suplicando
de su merced que así como en el principio del mundo
descubrió la faz de las profundidades y creó la Tierra,
descubriera ahora también la Tierra para nosotros, que no
queríamos perecer.
Y sucedió que al día siguiente por la tarde vimos ante
nosotros, hacia el Norte, a poca distancia, una especie de
espesas nubes que nos hicieron concebir la esperanza de
encontrar tierra; sabíamos que aquella parte del mar del
Sur era totalmente desconocida, y que podría haber en ella
islas o continentes que todavía no se hubieran descubierto.
Por consiguiente, viramos hacia el lugar donde veíamos
señales de tierra, y navegamos en aquella dirección
durante toda la noche; al amanecer del día siguiente
pudimos comprobar con claridad que era tierra, en efecto,
llana y cubierta de bosque; y esto la hacía aparecer más
obscura. Después de hora y media de navegación
penetramos en un buen fondeadero, que era el puerto de
una bella ciudad; no era grande, ciertamente, pero estaba
bien edificada y ofrecía una agradable perspectiva desde el
mar. Y figurándose los largos los minutos hasta que
estuviéramos en tierra firme, llegamos junto a la costa.
Pero inmediatamente vimos a muchas personas, con una
especie de duelas en las manos, que parecían prohibirnos
desembarcar; no obstante, sin exclamaciones ni signos de
fiereza, sino sólo como avisándonos mediante signos de
que nos alejáramos. Entonces, bastante desconcertados,
nos consultamos unos a otros acerca de lo que deberíamos
hacer.
Durante este tiempo nos enviaron un pequeño bote con
unas ocho personas a bordo, de las cuales una llevaba en la
mano un bastón de caña, amarillo, pintado de azul en
ambos extremos; subió el hombre a nuestro barco sin la
menor muestra de desconfianza, Y cuando vio que uno de
nosotros se hallaba ligeramente destacado de los demás,
sacó un pequeño rollo de pergamino (un poco más amarillo
que el nuestro, y brillante como las hojas de las tablillas de
escribir, pero suave y flexible), y se lo entregó a nuestro
capitán. En este rollo estaban escritas en hebreo y griego
antiguos, en buen latín escolástico y en español las
siguientes frases:
"No desembarque ninguno de ustedes y
procuren marcharse de esta costa dentro de un plazo de
dieciséis días, excepto si se les concede más tiempo.
Mientras tanto, si desean agua fresca, provisiones o
asistencia para sus enfermos, o bien alguna reparación en
su barco, anoten sus deseos y tendrán lo que es humano
darles."
El texto se hallaba firmado con un sello que
representaba las alas de un querubín, no extendidas sino
colgando y junto a ellas una cruz. Después de entregarlo, el
funcionario se marchó dejando sólo a un criado con
nosotros para hacerse cargo de nuestra respuesta.
Consultando esto entre nosotros nos encontrábamos
muy perplejos. La negativa a desembarcar, y el rápido
aviso de que nos alejáramos, nos molestó mucho; por otra
parte, el saber que aquellas personas dominaban algunos idiomas, y poseían tanta humanidad, nos confortaba no
poco. Y, sobre todo, el signo de la cruz en aquel documento
nos causaba una gran alegría, como si constituyera un
presagio cierto de buena fortuna. Dimos nuestra respuesta
en español:
"Que nuestro barco estaba bien, ya que nos
habíamos encontrado mucho más con vientos suaves y
contrarios que con tempestad alguna. Que respecto a
nuestros enfermos, había muchos, y en muy mal estado;
de modo que si no se les permitía desembarcar, sus vidas
corrían peligro."
Expresamos en particular nuestras otras
necesidades añadiendo.
"que teníamos un pequeño
cargamento de mercancías, de modo que si querían
comerciar con nosotros podríamos así remediar nuestras
necesidades sin constituir una carga para ellos."
Ofrecimos
como recompensa algunos doblones al criado y una pieza
de terciopelo carmesí para que se la llevara al funcionario;
pero el criado no las aceptó; apenas las miró; así, pues,
nos dejó, regresando en otro pequeño bote que había
acudido por él.
Unas tres horas después de haber enviado nuestra
contestación vino hacia nosotros una persona que, al
parecer, poseía autoridad. Vestía una toga de amplias
mangas, hecha de una especie de piel de cabra, de un
magnífico color azul celeste y mucho más llamativa que las
nuestras; la ropa qué llevaba deba o era verde, lo mismo
que el sombrero; tenía éste la forma de un turbante,
estaba muy bien hecho, y no era tan grande como los
turbantes turcos; los rizos de su pelo sobresalían por los
bordes. Era un hombre de aspecto venerable. Venía en un
bote, dorado en algunas partes, acompañado sólo de cuatro
personas; lo seguía otro bote con unas veinte. Cuando
estuvo a un tiro de flecha de nuestro barco, nos hicieron
indicaciones de que enviáramos a algunos de los nuestros a
su encuentro en el agua, cosa que hicimos mandando al
segundo de abordo y acompañándolo cuatro de nosotros.
Cuando estuvimos a seis yardas de su bote, nos
ordenaron detenernos, y así lo hicimos. Y entonces el hombre a quien he descrito antes se levantó y en alta voz
preguntó en español:
"¿Son ustedes cristianos?".
Respondimos afirmativamente, sin miedo a que pudiera
sernos perjudicial, a causa de la cruz que habíamos visto en
el manuscrito. Al oír esta respuesta, la mencionada persona
levantó su mano derecha hacia el cielo, la bajó suavemente
hasta su boca (que es la señal que ellos hacen cuando dan
gracias a Dios), y después dijo:
"Si todos ustedes juran,
por los méritos del Salvador, que no son piratas ni han
derramado sangre, legal o ilegalmente, en los cuarenta últimos días, tendrán permiso para desembarcar".
Contestamos que estábamos dispuestos a prestar
juramento. Entonces uno de sus acompañantes que, según
parecía, era notario legalizó el hecho mediante acta.
Realizado esto, otro de los acompañantes del personaje,
que se encontraba con él en el mismo bote, y después de
escuchar las palabras que su señor le murmuró, dijo en voz
alta:
"Mi señor quiere hacerles saber que no se debe a
orgullo o dignidad el hecho de que no haya subido al barco;
sino porque en su respuesta ustedes declararon que tenían
muchos enfermos, por cuyo motivo el Director de Sanidad
de la ciudad le advirtió que mantuviera cierta distancia".
Le
hicimos una reverencia, respondiendo que nos
consideráramos sus humildes servidores, y que
estimáramos como un gran honor y una singular muestra
de humanitarismo lo que ya había hecho por nosotros; no
obstante, esperábamos que no fuera infecciosa la
enfermedad que padecían nuestros hombres. Se volvió él y
poco después subió a bordo de nuestro barco el notario,
llevando en la mano un fruto del país, parecido a una
naranja, pero de un color entre morado y escarlata, y que
desprendía un perfume excelente. Lo empleaba, según
parecía, para preservarse de una posible infección. Nos
tomó juramento "en nombre y por los méritos de Jesús",
diciéndonos a continuación que hacia las seis de la mañana
del día siguiente se nos llevaría a la Casa de los Extranjeros
(así la llamó él), donde se nos acomodaría a todos, a los
sanos y a los enfermos. Cuando se iba a marchar le
ofrecimos algunos doblones, pero sonriendo dijo que no se le debía pagar dos veces por un solo trabajo; quería decir
con esto (según me pareció comprender) que le bastaba
con lo que el Estado le pagaba por sus servicios, según
supe más adelante, al funcionario que acepta
gratificaciones le llaman "Pagado dos veces".