La nueva Atlántida pertenece a las grandes utopías
clásicas de la historia del pensamiento. La obra de Bacon
posee un gran interés dentro del género, debido a que,
además de sus valores intrínsecos, su autor es un filósofo
eminente y un clásico literario de la lengua inglesa.
A diferencia de Tomás Moro, cuya fama radica precisamente
en su Utopía, Bacon escribió La nueva Atlántida como por
añadidura de su profunda obra filosófica. Todo el
Pensamiento de Moro se halla en su Utopía; parte del
pensamiento de Bacon se encuentra en su libro La nueva
Atlántida. Esto no desmerece, naturalmente, la valía de la
obra que va a conocer el lector. Al contrario, para quien se
halle familiarizado con las doctrinas de Bacon ofrece
redoblado interés saber qué pensaba el gran empirista
inglés sobre la organización social y el porvenir de la ciencia
y de la técnica.
En un sentido La nueva Atlántida sigue la línea de las
utopías clásicas: la ficción de un Estado ideal en el cual son
felices los ciudadanos debido a la perfecta organización
social reinante; al menos, los males sociales se han
reducido al límite mínimo. El título mismo, como habrá
comprendido el avisado lector, remite a Platón, creador de
otra utopía, y que en una de sus obras habla de un antiguo
continente hundido en el océano.
Pero, por otra parte, esta utopía es diferente de las
demás. En efecto, no se ocupa primordialmente de la
organización de la economía y de la sociedad; esto es
secundario y resulta más bien como una consecuencia de la
dirección ejercida por una institución minoritaria y selecta.
Bacon, preocupado con el porvenir de la ciencia y sus
posibilidades futuras, orienta su interés hacia la conquista
de la naturaleza por el hombre. Son geniales las
predicciones contenidas en La nueva Atlántida: el
submarino, el avión, el micrófono, el crecimiento artificial
de los frutos, etc., etc. Aunque sin decirlo explícitamente,
Bacon sugiere una idea interesante, a saber: que la
armonía entre los hombres puede alcanzarse mediante un
control de la naturaleza que les facilite los medios precisos
para su vida. Esto que parece tan sencillo no ha sido
logrado jamás en la historia de la humanidad, ya que el
dominio sobre la naturaleza ha sido limitado, insuficiente
para que los hombres logren el dorado sueño de vivir sobre
la Tierra sin miedo al hambre de una parte de la población,
por mínima que sea.
La idea de suponer un Estado ideal donde los hombres
vivan felices ha tentado siempre a los filósofos. En este
sueño late la creencia, no demostrada, desde luego de que
lo que es posible es realizable. El concepto de utopía no
debe admitirse sólo como algo puramente imaginario sino
como susceptible de ser llevado a la práctica.
Las utopías son, en cierto sentido, programas de
acción. Al decir esto no nos referimos al conjunto de
detalles que a veces, en efecto, son imposibles de realizar;
sino más bien a que la utopía posee, la implícita creencia en
la Perfectibilidad y en el progreso del género humano. El
pensamiento utópico se halla lejos de todo
conservadurismo, considerado en su más pura esencia. El
conservadurismo aspira a mantener como eterno lo que de
hecho es así y por el solo hecho de serlo. Cuando el curso
de los acontecimientos exige una evolución conveniente, el
pensamiento conservador se aferra al empirismo absurdo
del mantenimiento del pasado, apoyándose para ello en el
concepto, mal entendido, de tradición. Frente a esta
doctrina los creadores de utopías fijan su mirada en el
porvenir, entreviendo la posibilidad de un Estado, reino o
república ideal, donde las imperfecciones que aquejan a la
humanidad y consideradas hasta entonces como
inevitables, quedan abolidas. Pero ¿cómo quedan abolidas?
Precisamente por la errónea manera de lograrlo la
palabra utopía ha dado origen a un adjetivo, utópico, que
sirve para designar aquello que, de una u otra manera, se
halla alejado de la realidad. Las imperfecciones son
resueltas a priori debido a la perfección del sistema
imperante en el Estado. Existe una diferencia fundamental
entre el pensamiento de la utopía clásica y el pensamiento
político científico (Marx, aplicándolo a su doctrina, lo explicó
con precisión al hablar de "socialismo utópico" y "socialismo
científico"). Para el pensamiento de las utopías clásicas las
soluciones no son proporcionadas por la realidad misma, o
basándose en ella, sino resueltas de antemano; en una
palabra, las dificultades no existen. Si en Platón, la
abolición de la propiedad privada, dentro del ámbito de una
clase social, impide el egoísmo y la lucha entre los
hombres. En Bacon, la existencia de una sociedad perfecta, "La casa de Salomón", conduce de tal modo la vida que la
felicidad y el progreso se derivan de su actuación como
corolario ineludible y necesario.
La utopía posee un carácter racional extremado, ya
que frente a lo que de hecho es, opone lo que, según el
pensamiento más estricto, debe ser. Históricamente el
enfrentamiento con la realidad circundante no ha sido a
veces fácil, e incluso la mayoría de ellas imposible, es
natural que el pensamiento haya huido a otros ámbitos
buscando un Estado ideal en ninguna parte (Utopía) creado
con arreglo a ideas racionales. Y un mundo construido por
la razón debe ser perfecto.
Además de anticipaciones del futuro, las utopías son
críticas del presente. Todos aquellos problemas que no han
sido resueltos adecuadamente en la vida diaria de los
Estados contemporáneos del autor, obtienen brillantes
soluciones en su creación filosófico-poética. La utopía es la
contrapartida del Estado existente hic et nunc.
Bacon presenta en La nueva Atlántida su visión de una
utopía. Como hombre de ciencia se hallaba más preocupado
con la resolución de problemas científicos y técnicos que
sociales. De ahí que su mirada se dirija por otros caminos.
Anticipa inventos que han tardado en ser realizados
muchísimos años. La "Casa de Salomón", sociedad que
figura en este libro, y cuya misión es la de dirigir la vida del
país, sirvió de modelo para crear la Royal Society inglesa,
que tan alto papel ha desempeñado en la Gran Bretaña.
Y, ahora, dejemos que hable Bacon.