Al día siguiente, a las diez, el Gobernador vino otra vez
y después de saludarnos nos dijo familiarmente que venía a
visitarnos; pidió una silla y se sentó, y nosotros, queéramos unos diez (los demás eran subalternos, y otros
habían salido), nos sentamos con él; cuando estuvimos
todos acomodados empezó así:
"Los habitantes de esta isla
de Bensalem (así la llaman en su lengua) nos encontramos
en la situación siguiente: debido a nuestra soledad y a la
ley del secreto que mantenemos para nuestros viajeros, y a
causa de la poco frecuente admisión de extranjeros,
conocemos bien el mundo habitado y a nosotros no se nos
conoce. Por esto, como lo corriente es que interrogue el
que sabe menos, me parece más razonable que, para
distraernos, que ustedes me pregunten en lugar de preguntarles yo a ustedes."
Respondimos que le agradecíamos humildemente que
nos diera permiso para hacerlo así, y que pensábamos, a
juzgar por lo que ya sabíamos, que en todo el universo no
había cosa más merecedora de conocerse que el estado de
esta tierra feliz. Pero sobre todo -dijimos- puesto que nos
habíamos encontrado procedentes de tan diferentes
confines del mundo, y con seguridad esperábamos que
volveríamos a encontrarnos un día en el reino de los cielos
(ya que todos éramos cristianos)., deseábamos saber
(teniendo en cuenta que esta tierra está tan remota y
separada por vastos y desconocidos océanos de la tierra
donde vivió nuestro Salvador) quién fue el apóstol de esta
nación, y cómo se convirtió a la fe. Nuestra pregunta hizo
brillar la satisfacción en su rostro. Respondió:
"Al hacerme
esta pregunta en primer lugar, mi corazón se siente más
ligado al vuestro, ya que muestra que buscáis ante todo el
reino de los cielos; con gusto, y brevemente, contestaré a vuestra demanda.
Unos veinte años después de la ascensión de nuestro
Salvador, los habitantes de Renfusa (ciudad de la costa
oriental de nuestra isla) vieron a la distancia de unas millas
(la noche era nubosa y tranquila) un gran pilar de luz en el
mar; tenía la forma de una columna o cilindro y ascendía
del mar hacia el cielo; en lo alto se veía una gran cruz
luminosa, más brillante y resplandeciente que el fuste del
pilar. Ante tan extraño espectáculo las gentes de la ciudad
se concentraron rápidamente en la playa para admirarlo;
luego se embarcaron en cierto número de pequeños botes
con objeto de aproximarse más a aquella maravillosa vista. Pero cuando estaban a unas sesenta yardas del pilar se
encontraron con que no podían avanzar, aunque podían
moverse en otras direcciones; las personas permanecieron
en los botes en una actitud contemplativa, corno en un
teatro, mirando aquella luz, que era como un signo
celestial. Sucedió que en uno de los botes se hallaba uno de
nuestros hombres más sabios, de la Sociedad "La Casa de
Salomón", casa o colegio, mis queridos hermanos, que
constituye el alma de este reino; habiendo mirado y
contemplado atenta y devotamente durante un rato el pilar
y la cruz, este sabio cayó sobre su rostro, y luego,
irguiéndose y elevando sus manos al cielo, oró de esta
manera:
"Señor, Dios del cielo y de la tierra, por tu gracia nos
has permitido conocer la creación, tu obra, y sus secretos;
y discernir (en cuanto le es posible al hombre) entre los
milagros divinos, las obras de la naturaleza, las artísticas, y
las impostoras e ilusiones de todas clases. Doy fe ante este
pueblo que en lo que estamos contemplando en estos
momentos se halla tu dedo, y es un verdadero milagro. Y
como, según hemos aprendido en nuestros libros, realizas
milagros con vistas a un fin excelente y divino (pues las
leyes de la naturaleza son tus propias leyes, y tú no las
varías a no ser por un gran motivo), te suplicamos
humildemente que nos sea posible interpretar este gran
signo; lo cual parece que lo prometes, al enviárnoslo".
"Cuando acabó su oración notó que el bote podía
moverse sin impedimento, mientras que los demás
permanecían quietos; y considerando que ello significaba
permiso para aproximarse, hizo que, remando
silenciosamente, el bote se acercara al pilar. Pero cuando
llegó cerca de él, el pilar y la cruz luminosa -se esfumaron,
rompiéndose, por así decirlo, en un firmamento de
estrellas, que también se desvaneció poco después; y nada
más se vio a no ser un pequeño cofre o caja de cedro, seco,
y no húmedo aunque flotaba en el agua. En su parte
anterior, la que estaba más cerca de él, crecía una pequeña
rama verde de palma; cuando el sabio tomó el cofre en sus
manos, con toda reverencia lo abrió y se encontraron
dentro un libro y una carta, escritos ambos en fino
pergamino y enrollados en trozos de tela. El libro contenía
todos los libros canónicos del Viejo y del Nuevo
Testamento, tal como los tienen ustedes (pues sabemos
que su Iglesia los recibió), y el Apocalipsis; también había
otros libros del Nuevo Testamento, aunque en aquel tiempo
aún no habían sido escritos. La carta contenía estas
palabras:
"Yo, Bartolomé, siervo del Altísimo y apóstol de
Jesucristo, fui avisado por un ángel que se me apareció en
una gloriosa visión para que depositara este cofre sobre las
olas del mar. Por consiguiente, declaro y doy fe de que el
pueblo al que llegue este cofre, por voluntad de Dos, el día
mismo de su llegada obtendrá la salvación, la paz y la
bienaventuranza tanto del Padre como de Nuestro Señor
Jesucristo."
"Con estos escritos, tanto con el libro como con la
carta, ocurrió un gran milagro parecido al de los apóstoles:
el del primitivo don de lenguas. Viviendo ei aquel tiempo,
en esta tierra, hebreos, persas e indios, además de los
nativos del país, todos ellos pudieron leer el libro y la carta
como si estuvieran escritos en su propia lengua. De este
modo, y por el arca o cofre, se salvó esta tierra de la
infidelidad (como parte del mundo antiguo se salvó del
diluvio) mediante la milagrosa y apostólica evangelización
de San Bartolomé."
Hizo una pausa, llegó en este instante un mensajero y
se marchó. Esto fue cuanto sucedió durante la reunión.
Al día siguiente vino otra vez el mismo Gobernador,
inmediatamente después de comer, y se excusó diciendo
que el día anterior se separó de nosotros con cierta
brusquedad, pero que ahora quería recompensarnos y
pasar algún tiempo con nosotros si su compañía y
conversación nos agradaba. Le respondimos que nos
gustaba y agradaba tanto que dábamos por bien empleados
los peligros pasados y futuros sólo por haberle oído hablar;
y que creíamos que una hora pasada con él valía más que
años enteros de nuestra antigua vida. Se inclinó
ligeramente, y tras habernos sentado exclamó:
"Bien, ahora les corresponde a ustedes preguntar."
Después de una corta pausa, uno de nosotros dijo que
había algo que teníamos tanto deseo de saber como miedo
de preguntar, por temor a ser indiscretos. Pero que
animados por su singular amabilidad hacia nosotros (de tal
modo que siendo sus fieles y sinceros servidores apenas si
nos considerábamos extranjeros) nos atrevíamos a
proponerle la cuestión; le rogábamos humildemente que si
creía que la pregunta no era pertinente nos perdonara,
aunque la rechazara. Le dijimos que habíamos tenido muy
en cuenta las palabras que pronunció anteriormente acerca
de que esta isla en la que nos encontrábamos era conocida
de muy pocos, y que, sin embargo, ellos conocían a la
mayoría de las naciones del mundo; que sabíamos que esto
era cierto, puesto que conocían los idiomas de Europa y
estaban bastante enterados de su organización y asuntos;
y que, no obstante, nosotros en Europa (a pesar de todos
los descubrimientos de tierras remotas y de todas las
navegaciones realizadas en los últimos tiempos) nunca
tuvimos el menor indicio de la existencia de esta isla.
Hallábamos esto asombrosamente extraño ya que todas las
naciones se conocían entre sí, por viajes realizados a los
diversos países; y aunque el viajero que visita un país
extraño aprende mucho más mediante la vista que el que
permanece en la patria y escucha el relato de aquél, sin
embargo, ambos métodos son suficientes para alcanzar un
conocimiento mutuo, en cierto grado, por ambas partes.
Pero respecto a esta isla, jamás se nos dijo que ningún
barco procedente de ella hubiera sido visto arribar a las
costas de Europa; tampoco a las costas de las Indias
orientales u occidentales, ni que ningún barco de cualquier
parte del mundo hubiera vuelto de esta isla. Y sin embargo,
lo maravilloso no es esto, ya que la situación de la isla
(como dijo su señoría) en la secreta inmensidad de tan
vasto océano debe ser la causa de ello. Pero el hecho de
que conocieran los idiomas, libros y asuntos de países tan
distantes, nos hacía no saber qué pensar, ya que nos
parecía condición y propiedad de potestades divinas y de
seres que permanecen escondidos e invisibles para los
demás y a quienes, sin embargo, todas las cosas se les
revelan abiertamente.
Al oír este discurso el Gobernador sonrió con
benevolencia y dijo que hacíamos bien en pedir perdón, por
nuestra pregunta, debido a lo que ella implicaba, ya que
parecía como si pensáramos que ésta tierra era una tierra
de encantadores, que enviaba espíritus por todas partes
para que regresaran con noticias e información de otros
países. Con la mayor humildad posible, pero con expresión
de que comprendíamos, contestamos que sabíamos que él
hablaba en broma; que pensábamos que existía algo
sobrenatural en esta isla, pero algo más bien angélico que
mágico. Con objeto de que su señoría supiera realmente
qué era lo que nos hacía temerosos y dudosos en hacer
esta pregunta, teníamos que decir que no se trataba de tal
fantasía, sino porque recordábamos que en las primeras
palabras que le oímos aludió a que esta tierra tenía leyes
secretas respecto a los extranjeros.
A esto respondió:
"Su recuerdo es acertado, por esto en lo que voy a
decirles, he de reservarme algunos detalles, que no es legal
que revele, pero con lo que les diga tendrán ustedes
bastante para su satisfacción.
"Sabrán ustedes (y quizá les parecerá increíble) que
hace unos tres mil años, o algo más, la navegación mundial
(especialmente respecto a los viajes largos) era mucho
mayor que en la actualidad. No piensen ustedes que yo
ignoro el aumento que ha experimentado dentro de losúltimos ciento veinte años; lo sé bien, y sin embargo afirmo
que era mayor entonces que ahora; puede ser que el
ejemplo del arca, que salvó a los pocos hombres que
quedaban del Diluvio Universal, diera confianza a los
hombres para aventurarse sobre las aguas; el caso es que ésta es la verdad. Los fenicios, y en especial los tirios,
poseyeron grandes flotas; los cartagineses fundaron una
colonia más hacia Occidente. Hacia el Este, la navegación
por las aguas de Egipto y Palestina era, igualmente,
intensa. También China y la Gran Atlántida (que ustedes
llaman América), que ahora sólo cuentan con juncos y
canoas, abundaba en grandes embarcaciones. Esta isla
(según consta en documentos fidedignos de aquellos
tiempos) contaba entonces con mil quinientos grandes barcos de gran tonelaje. Ustedes apenas si conservan
recuerdo de esto, pero nosotros sabemos bastante.
"En aquel tiempo esta tierra era conocida y frecuentada
por los barcos y navíos de todas las naciones que he citado
anteriormente. Y, como suele ocurrir, venían a veces con
ellos hombres de otros países que no eran marinos; persas,
caldeos, árabes, hombres de casi todas las naciones
potentes y famosas se reunían aquí; actualmente existen
entre nosotros pequeños grupos y familias que descienden
de ellos. Y respecto a nuestros barcos, hicieron varios
viajes tanto al estrecho que ustedes llaman las Columnas
de Hércules, como a otras partes del Océano Atlántico y del
mar Mediterráneo; fueron a Pekín (ciudad a la que nosotros
llamamos Cambaline) y a Quinzy, en los mares de Oriente,
y llegaron hasta los confines de la Tartaria oriental.
"Al mismo tiempo, y después de algo más de una
generación, prosperaron los habitantes de la Gran
Atlántida. Pues aunque la narración y descripción que hizo
uno de vuestros grandes hombres (Platón en el Critias)
acerca de que en ella se establecieron los descendientes de
Neptuno, de la magnificencia del templo, del palacio, la
ciudad y la colina; de los múltiples y grandes ríos
navegables (que como cadenas rodeaban al lugar y al
templo); las diversas escalinatas por las que los hombres
ascendían a él, como si fuera una Scala coeli; aunque todo
esto sea poético y fabuloso, sin embargo, gran parte es
cierto ya que el susodicho país, la Atlántida, así como el
Perú, que entonces se llamaba Coya, y Méjico, llamado
entonces Tyrambel, fueron poderosos y soberbios reinos
por sus armas, barcos y riquezas: tan poderosos que una
vez (o por lo menos en el espacio de diez años) realizaron
dos grandes expediciones los hombres de Tyrambel al mar
Mediterráneo a través del Atlántico; y los de Coya a nuestra
isla por el Mar del Sur; de la expedición que fue a Europa,
según parece, ese mismo autor tuvo alguna noticia por un
sacerdote egipcio, a quien cita. Pues con seguridad esto fue un hecho. No puedo decir si la gloria de resistir y rechazar a
aquellas fuerzas correspondió a los primitivos atenienses,
pero lo cierto es que de aquel viaje no regresó ningún
hombre ni ningún barco. Tampoco hubiera tenido mejor
fortuna el viaje que los hombres de Coya realizaron contra nosotros de no haber tropezado con enemigos de mayor
clemencia. El rey de esta isla, llamado Altabin, hombre sabio y gran guerrero, conociendo bien su propia fuerza y la
de sus enemigos maniobró de forma que, con fuerzas
inferiores, separó a las tropas de desembarco de sus
navíos, apoderándose de éstos y del campamento y
obligándoles a rendirse sin necesidad de combatir; cuando
estuvieron a su merced se contentó con su juramento de
que no volverían a empuñar las armas contra él y los puso
en libertad.
"Poco después de estas arrogantes expediciones cayó
sobre ellos la venganza divina. En menos de un siglo la
Gran Atlántida quedó destruida; no por un gran terremoto,
como dice vuestro escritor (puesto que la región era poco
propensa a terremotos), sino por un diluvio extraordinario
con inundación, ya que en aquellos tiempos esos países
tenían las aguas procedentes de ríos mucho más grandes y
montañas mucho más elevadas, que cualquier parte del
Viejo Mundo.
Lo cierto es que la inundación no fue
profunda, pues no llegó a más de cuarenta pies de altura
sobre la tierra, de forma que aunque destruyó en general a
los hombres y a los animales, sin embargo algunos
hombres salvajes de los bosques consiguieron escapar.
También se salvaron los pájaros volando a las ramas altas
de los árboles Respecto a los hombres, aunque en muchos
sitios tenían viviendas más elevadas que la altura del agua,
sin embargo, la inundación, aunque superficial, se prolongó
mucho tiempo por cuyo motivo los habitantes de los valles
que no habían muerto ahogados perecieron por falta de
alimentos y de otras cosas necesarias.
"Así pues, no se maravillen de la escasa población de
América, ni de la rudeza e ignorancia de sus habitantes,
pues hay que considerarlos como a un pueblo joven, mil
años menor que el resto del mundo, pues tanto tiempo
transcurrió entre el Diluvio Universal y esta extraordinaria
inundación. Los pobres supervivientes del género humano
que quedaron en las montañas repoblaron de nuevo el país
lentamente, poco a poco, y como eran personas sencillas y
salvajes (distintas a Noé y sus hijos, que constituían la
familia principal de la Tierra) fueron incapaces de dejar a su
posteridad alfabeto, arte o civilización; y estando
habituados, igualmente, a vestirse en sus montañas (a
causa del riguroso frío de aquellas regiones) con pieles de
tigres, osos y cabras de largo pelo que tenían en aquellas
tierras, cuando descendieron a los valles y se encontraron
con el intolerable calor que allí reinaba, y no sabiendo cómo
hacerse vestidos más ligeros, forzosamente se
acostumbraron a ir desnudos, y así continúan hoy. Únicamente eran aficionados a las plumas de las aves,
hábito heredado de sus antepasados de las montañas,
quienes se sintieron seducidos por ellas debido al vuelo de
las infinitas aves que ascendían a las tierras altas mientras
las aguas iban ocupando los terrenos bajos. Como ven, a,
causa de este gran accidente, perdimos nuestra relación
con los americanos, con quienes teníamos más que con
otros, un comercio más intenso debido a nuestra mayor
proximidad.
"En las demás partes del mundo es evidente que en los
tiempos que siguieron (bien fuera debido a las guerras, o
por la evolución natural del tiempo) la navegación decayó
grandemente en todos los sitios: especialmente los viajes
largos (en parte, a causa del empleo de galeras y barcos
que apenas podían resistir la furia del mar) dejaron de
realizarse. De este modo, la comunicación que podían tener
con nosotros otras naciones cesó desde hace largo tiempo,
a no ser que ocurriera algún accidente extraño como el de
ustedes. Respecto a la comunicación que podíamos
nosotros tener con los otros países, debo decirles la causa
de que no haya ocurrido así. Puedo confesar, hablando con
franqueza, que nuestras embarcaciones, potencia,
marinería y pilotos, así como todo cuanto pertenece al arte
de navegar, son tan grandes como lo fueron siempre; por
lo tanto, voy a contarles por qué hemos permanecido en
nuestro país, con lo que, para su satisfacción personal, se
hallarán más cerca de su pregunta principal.
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