"Hace aproximadamente mil novecientos años reinaba
en esta isla un soberano cuya memoria, entre todos los
reyes, adoramos en mayor grado; no lo hacemos de un
modo supersticioso sino considerándolo como un
instrumento divino, aunque era un hombre mortal; se
llamaba Salomona, y lo reputábamos como el legislador de
nuestra nación.
Este rey tenía un gran corazón, un
inextinguible amor al bien y una inclinación fervorosa por
hacer felices a su reino y a su pueblo. Considerando él que
esta tierra era lo suficientemente autárquico para
mantenerse sin ayuda extranjera, pues tenía 5,600 millas
de diámetro y era de una rara fertilidad en su mayor parte;
y hallando también que podría activarse mucho la
navegación mediante la pesca y la navegación de cabotaje,
e igualmente por el transporte hacia algunas islas pequeñas
que no se hallan lejos de nosotros, y que se encuentran
bajo la corona y leyes de este Estado; teniendo en cuenta
el feliz y floreciente estado en que la isla se hallaba
entonces, y que en todo caso podría empeorar pero
difícilmente mejorar, aunque personalmente nada deseaba,
dadas sus nobles y heroicas intenciones, quiso perpetuar la
situación que tan firmemente había establecido en su
tiempo. Por consiguiente, entre otras leyes fundamentales
que promulgó se hallan las que prohíben la entrada de
extranjeros, entrada que en aquellos tiempos (aunque fue
después de la calamidad de América) era frecuente; lo hizo
por temor a las novedades y a la mezcolanza de
costumbres. Es cierto que una ley parecida contra la
admisión de extranjeros sin autorización es una ley antigua
en el reino de China, que - aún continúa en vigor. Pero allí
es algo lamentable, ya que ha convertido a China en una
curiosa nación, ignorante, temerosa y necia. Nuestro
legislador dio otro carácter a su ley. Ante todo, tuvo buen
cuidado de que se mostrara el mayor humanitarismo hacia
los extranjeros afligidos por la desgracia, como ustedes han podido comprobar."
Al escuchar estas palabras todos nos levantamos,
como era lógico, inclinándonos. Continuó él:
"Queriendo también aquel rey unir la humanidad y la
prudencia, y pensando que era una falta de lesa humanidad
detener aquí contra su propia voluntad a los extranjeros, y
de prudencia el que volvieran y revelaran su
descubrimiento de este Estado, adoptó las medidas
siguientes: ordenó que todos aquellos extranjeros a los que
se les hubiera permitido desembarcar podían partir cuando
quisieran; y que los que desearan permanecer tuvieran
buenas condiciones de vida y se les dotara de medios para
vivir a costa del Estado. Previó en tan gran medida el
futuro, que en tantos años como han transcurrido desde la
prohibición no recordamos que retornara ningún barco,
excepto trece personas, en épocas diferentes, que
prefirieron volver. Ignoro qué es lo que contarían los que
volvieron. Hay que creer que lo que relataran en cualquier
parte que llegaran fuera considerado un mero sueño.
Respecto a los viajes que nosotros pudiéramos realizar
desde aquí al extranjero, nuestro legislador creyó
conveniente limitarlos. No ocurre así en China, ya que los
chinos navegan adonde quieren o adonde pueden; esto
demuestra que su ley prohibiendo entrar a los extranjeros
es producto de la pusilanimidad y del miedo. Esta
restricción nuestra tiene sólo una excepción, la cual es
admirable: aprovechar el bien que resulta de la
comunicación con los extranjeros y evitar el daño. Y ahora
se lo mostraré a ustedes; pero aquí voy a hacer una
pequeña digresión que pronto encontrarán pertinente.
"Sabrán, queridos amigos, que entre todos los
excelentes actos de aquel rey uno de ellos tuvo la
preeminencia. Fue la fundación e institución de una orden o
sociedad, a la que llamamos Casa de Salomón; fue la
fundación más noble que jamás se hizo sobre la Tierra, y el
faro de este reino. Está dedicada al estudio de las obras y
de las criaturas de Dios.
Creen algunos que lleva el
nombre, algo corrompido, de su fundador, como si debiera
ser Casa de Salomona. Pero los documentos lo citan tal
como se pronuncia hoy. Lleva el nombre del rey de los
hebreos, que es bastante famoso entre ustedes;
conservamos parte de sus obras, que ustedes no poseen; a
saber, la Historia Natural, en la que habla de todas las
plantas, desde los cedros del Líbano hasta el musgo que
crece en las paredes; y lo mismo de todo cuanto tiene vida
y movimiento. Esto me hace pensar que nuestro rey
hallándose de acuerdo en muchas cosas con aquel rey de
los hebreos (que vivió muchos años antes que él lo honró
con el nombre de esta fundación. Y me induce bastante a
ser de esta opinión el hecho de que en los documentos
antiguos esta orden o sociedad es llamada unas veces Casa
de Salomón, y otras Colegio de la Obra de los Seis Días; por lo que deduzco que nuestro excelente rey aprendió de
los hebreos que Dios creó el mundo y todo cuanto encierra
en seis días, y que, por lo tanto, al fundar esta casa para la
investigación de la verdadera naturaleza de todas las cosas
(por lo cual Dios tendría la mayor gloria, como hacedor de
ellas, y los hombres mayor fruto en su uso) le dic también
este segundo nombre.
"Pero volvamos a nuestro asunto. Cuando el rey
prohibió a su pueblo que navegara fuera de sus aguas
jurisdiccionales, hizo, no obstante, esta salvedad: que cada
doce años salieran del reino dos barcos con objeto de
realizar varios viajes, y que en ellos fuera una comisión
compuesta de tres miembros o hermanos de la Casa de
Salomón para que pudieran dar a conocer el estado de los
asuntos de los países que visitaban; especialmente las
ciencias, artes, manufacturas e invenciones de todo el
mundo; además, traernos libros, instrumentos y modelos
de toda clase de cosas; dispuso que los barcos volvieran
después de haber desembarcado a los hermanos, y queéstos permanecieran en el extranjero hasta la llegada de la
nueva misión. Estos barcos se hallaban cargados de
avituallamientos y llevaban también bastante oro para que
la comisión pudiera comprar cosas necesarias y
recompensar a las personas que, a su juicio, lo merecieran.
Ahora bien, no puedo decirles a ustedes cómo evitamos que
se descubra el desembarco de los marineros, de qué modo
residen en tierra durante cierto tiempo bajo el disfraz de
otra nacionalidad, qué lugares fueron los elegidos para
realizar estos viajes, y en qué países se proyectan las citas
de las nuevas misiones, y las circunstancias que rodean a
todo esto; no puedo decirlo, por mucho que lo deseen.
Como ustedes pueden observar mantenemos comercio, no
de oro, plata o joyas, ni tampoco de sedas, especias o
mercancías parecidas, sino de la primera creación de Dios,
que fue la luz: deseamos tener luz, por así decirlo, de los
descubrimientos realizados en todos los lugares del
mundo."
Cuando acabó permaneció silencioso, y así estuvimos
todos; nos hallábamos asombrados de haber escuchado tan
sorprendentes nuevas. Observando él que deseábamos
decir algo, pero que aún no sabíamos qué, cambió de
conversación cortésmente y nos hizo diversas preguntas
acerca de nuestro viaje y destino, concluyendo finalmente
por aconsejarnos que deberíamos pensar en nosotros
mismos, cuánto tiempo de estancia pensábamos solicitar
del Estado, y que no nos limitáramos en nuestra solicitud,
ya que él procuraría que se nos concediera tanto tiempo
como deseáramos. A continuación nos levantamos todos, y
nosotros intentamos besar los bordes de su capa, pero él lo
impidió y se marchó. Mas cuando nuestros hombres
supieron que el Estado acostumbraba ofrecer condiciones a
los extranjeros que decidieran permanecer en la isla,
tuvimos bastante trabajo en conseguir que algunos de ellos
cuidaran del barco, e impedirles presentarse
inmediatamente al Gobernador para solicitar las
condiciones; lo evitamos con mucho trabajo, hasta que
pudiéramos estar de acuerdo acerca de qué partido
adoptar.
Nos consideramos libres viendo que no había peligro de
perdición extrema, y desde entonces vivimos con más
alegría, saliendo a la calle y viendo todo cuanto era digno
de visitarse en la ciudad y lugares cercanos, dentro de los
límites que nos estaban permitidos; nos relacionamos con
muchas personas importantes, y encontramos en ellas
tanta afabilidad que parecía que formaba parte de su
condición recibir a extranjeros. Y esto fue bastante para
hacernos olvidar cuanto nos era más querido en nuestros
propios países. Continuamente hallábamos cosas que valía
la pena observar o relacionarse un ellas. Sin duda alguna,
si existiera un espejo en el mundo merecedor de que el
hombre se fijara en él, éste sería aquel país. |