ESTUDIANTE.- Si yo no tuviera tanto miedo, y fuera menos escrupuloso, yo hubiera escusado el peligro de ahogarme en el pajar, y hubiera cenado mejor, y tenido más blanda y menos peligrosa cama.
PANCRACIO.- ¿Y quién os había de dar, amigo, mejor cena y mejor cama?
ESTUDIANTE.- ¿Quién? Mi habilidad, sino que el temor de la justicia me tiene atadas las manos.
PANCRACIO.- ¡Peligrosa habilidad debe de ser la vuestra, pues os teméis de la justicia!
ESTUDIANTE.- La ciencia que aprendí en la Cueva de Salamanca, de donde yo soy natural, si se dejara usar sin miedo de la Santa Inquisición, yo sé que cenara y recenara a costa de mis herederos; y aun quizá no estoy muy fuera de usalla, siquiera por esta vez, donde la necesidad me fuerza y me disculpa; pero no sé yo si estas señoras serán tan secretas como yo lo he sido.
PANCRACIO.- No se cure dellas, amigo, sino haga lo que quisiere, que yo les haré que callen; y ya deseo en todo estremo ver alguna destas cosas que dicen que se aprenden en la Cueva de Salamanca.
ESTUDIANTE.- ¿No se contentará vuesa merced con que le saque aquí dos demonios en figuras humanas, que traigan a cuestas una canasta llena de cosas fiambres y comederas?
LEONARDA.- ¿Demonios en mi casa y en mi presencia? ¡Jesús! Librada sea yo de lo que librarme no sé.
CRISTINA.- [Aparte.] El mismo diablo tiene el estudiante en el cuerpo: ¡plega a Dios que vaya a buen viento esta parva! Temblándome está el corazón en el pecho.
PANCRACIO.- Ahora bien; si ha de ser sin peligro y sin espantos, yo me holgaré de ver esos señores demonios y a la canasta de las fiambreras; y torno a advertir que las figuras no sean espantosas.
ESTUDIANTE.- Digo que saldrán en figura del sacristán de la parroquia, y en la de un barbero su amigo.
CRISTINA.- ¿Mas que lo dice por el sacristán Riponce y por maese Roque, el barbero de casa? ¡Desdichados dellos, que se han de ver convertidos en diablos! Y dígame, hermano, ¿y éstos han de ser diablos bautizados?
ESTUDIANTE.- ¡Gentil novedad! ¿Adónde diablos hay diablos bautizados, o para qué se han de bautizar los diablos? Aunque podrá ser que éstos lo fuesen, porque no hay regla sin excepción; y apártense, y verán maravillas.
LEONARDA.- [Aparte.] ¡Ay, sin ventura! Aquí se descose; aquí salen nuestras maldades a plaza; aquí soy muerta.
CRISTINA.- [Aparte.] ¡Ánimo, señora, que buen corazón quebranta mala ventura!
ESTUDIANTE
Vosotros, mezquinos, que en la carbonera
hallastes amparo a vuestra desgracia,
salid, y en los hombros, con priesa y con gracia,
sacad la canasta de la fïambrera;
no me incitéis a que de otra manera
más dura os conjure. Salid: ¿qué esperáis?
Mirad que si a dicha el salir rehusáis,
tendrá mal suceso mi nueva quimera.
Hora bien, yo sé cómo me tengo de haber con estos demonicos humanos; quiero entrar allá dentro, y a solas hacer un conjuro tan fuerte, que los haga salir más que de paso; aunque la calidad destos demonios más está en sabellos aconsejar, que en conjurallos.
(Éntrase el ESTUDIANTE.)
PANCRACIO.- Yo digo que si éste sale con lo que ha dicho, que será la cosa más nueva y más rara que se haya visto en el mundo.
LEONARDA.- Sí saldrá, ¿quién lo duda? Pues, ¿habíanos de engañar?
CRISTINA.- Ruido anda allá dentro; yo apostaré que los saca; pero vee aquí do vuelve con los demonios y el apatusco de la canasta.
LEONARDA.- ¡Jesús! ¡Qué parecidos son los de la carga al sacristán Reponce y al barbero de la plazuela!
CRISTINA.- Mira, señora, que donde hay demonios no se ha de decir Jesús.
SACRISTÁN.- Digan lo que quisieren; que nosotros somos como los perros del herrero, que dormimos al son de las martilladas; ninguna cosa nos espanta ni turba.
LEONARDA.- Lléguense a que yo coma de lo que viene de la canasta; no tomen menos.
ESTUDIANTE.- Yo haré la salva y comenzaré por el vino. (Bebe.)
Bueno es: ¿es de Esquivias, señor sacridiablo?
SACRISTÁN.- De Esquivias es, ¡juro a...!
ESTUDIANTE.- Téngase, por vida suya, y no pase adelante. ¡Amiguito soy yo de diablos juradores! Demonico, demonico, aquí no venimos a hacer pecados mortales, sino a pasar una hora de pasatiempo, y cenar, y irnos con Cristo.
CRISTINA.- ¿Y éstos han de cenar con nosotros?
PANCRACIO.- Sí, que los diablos no comen.
BARBERO.- Sí comen algunos, pero no todos; y nosotros somos de los que comen.
CRISTINA.- ¡Ay, señores! Quédense acá los pobres diablos, pues han traído la cena; que sería poca cortesía dejarlos ir muertos de hambre, y parecen diablos muy honrados y muy hombres de bien.
LEONARDA.- Como no nos espanten, y si mi marido gusta, quédense en buen hora.
PANCRACIO.- Queden; que quiero ver lo que nunca he visto.
BARBERO.- Nuestro Señor pague a vuesa[s] mercede[s] la buena obra, señores míos.
CRISTINA.- ¡Ay, qué bien criados, qué corteses! Nunca medre yo, si todos los diablos son como éstos, si no han de ser mis amigos de aquí adelante.
SACRISTÁN.- Oigan, pues, para que se enamoren de veras.
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