COMPADRE.- Luego lo vi yo que nos había de faltar la rueda; no hay cochero que no sea temático; si él rodeara un poco y salvara aquel barranco, ya estuviéramos dos leguas de aquí.
PANCRACIO.- A mí no se me da nada; que antes gusto de volverme y pasar esta noche con mi esposa Leonarda, que en la venta; porque la dejé esta tarde casi para espirar, del sentimiento de mi partida.
COMPADRE.- ¡Gran mujer! ¡De buena os ha dado el cielo, señor compadre! Dadle gracias por ello.
PANCRACIO.- Yo se las doy como puedo, y no como debo; no hay Lucrecia que se [le] llegue, ni Porcia que se le iguale; la honestidad y el recogimiento han hecho en ella su morada.
COMPADRE.- Si la mía no fuera celosa, no tenía yo más que desear. Por esta calle está más cerca mi casa; tomad, compadre, por éstas, y estaréis presto en la vuestra; y veámonos mañana, que [no] me faltará coche para la jornada. Adiós.
PANCRACIO.- Adiós.
(Éntranse los dos.)
(Vuelven a salir el SACRISTÁN [y] el BARBERO, con sus guitarras; LEONARDA, CRISTINA y el ESTUDIANTE. Sale el SACRISTÁN con la sotana alzada y ceñida al cuerpo, danzando al son de su misma guitarra; y, a cada cabriola, vaya diciendo estas palabras:)
SACRISTÁN.- ¡Linda noche, lindo rato, linda cena y lindo amor!
CRISTINA.- Señor sacristán Reponce, no es éste tiempo de danzar; dése -fol. 250v- orden en cenar y en las demás cosas, y quédense las danzas para mejor coyuntura.
SACRISTÁN.- ¡Linda noche, lindo rato, linda cena y lindo amor!
LEONARDA.- Déjale, Cristina; que en estremo gusto de ver su agilidad.
(Llama PANCRACIO a la puerta, y dice:)
PANCRACIO.- Gente dormida, ¿no oís? ¿Cómo, y tan temprano tenéis atrancada la puerta? Los recatos de mi Leonarda deben de andar por aquí.
LEONARDA.- ¡Ay, desdichada! A la voz y a los golpes, mi marido Pancracio es éste; algo le debe de haber sucedido, pues él se vuelve. Señores, a recogerse a la carbonera: digo al desván, donde está el carbón.
Corre, Cristina, y llévalos; que yo entretendré a Pancracio de modo que tengas lugar para todo.
ESTUDIANTE.- ¡Fea noche, amargo rato, mala cena y peor amor!
CRISTINA.- ¡Gentil relente, por cierto! ¡Ea, vengan todos!
PANCRACIO.- ¿Qué diablos es esto? ¿Cómo no me abrís, lirones?
ESTUDIANTE.- Es el toque, que yo no quiero correr la suerte destos señores. Escóndanse ellos donde quisieren, y llévenme a mí al pajar, que, si allí me hallan, antes pareceré pobre que adúltero.
CRISTINA.- Caminen, que se hunde la casa a golpes.
SACRISTÁN.- El alma llevo en los dientes.
BARBERO.- Y yo en los carcañares.
(Éntranse todos y asómase LEONARDA a la ventana.)
LEONARDA.- ¿Quién está ahí? ¿Quién llama?
PANCRACIO.- Tu marido soy, Leonarda mía; ábreme, que ha media hora que estoy rompiendo a golpes estas puertas.
LEONARDA.- En la voz, bien me parece a mí que oigo a mi cepo Pancracio; pero la voz de un gallo se parece a la de otro gallo, y no me aseguro.
PANCRACIO.- ¡Oh recato inaudito de mujer prudente! Que yo soy, vida mía, tu marido Pancracio: ábreme con toda seguridad.
LEONARDA.- Venga acá, yo lo veré agora. ¿Qué hice yo cuando él se partió esta tarde?
PANCRACIO.- Suspiraste, lloraste y al cabo te desmayaste.
LEONARDA.- Verdad; pero, con todo esto, dígame: ¿qué señales tengo yo en uno de mis hombros?
PANCRACIO.- En el izquierdo tienes un lunar del grandor de medio real, con tres cabellos como tres mil hebras de oro.
LEONARDA.- Verdad; pero, ¿cómo se llama la doncella de casa?
PANCRACIO.- ¡Ea, boba, no seas enfadosa, Cristinica se llama! ¿Qué más quieres?
[LEONARDA].- ¡Cristinica, Cristinica, tu señor es; ábrele, niña!
CRISTINA.- Ya voy, señora; que él sea muy bien venido. ¿Qué es esto, señor de mi alma? ¿Qué acelerada vuelta es ésta?
LEONARDA.- ¡Ay, bien mío! Decídnoslo presto, que el temor de algún mal suceso me tiene ya sin pulsos.
PANCRACIO.- No ha sido otra cosa sino que en un barranco se quebró la rueda del coche, y mi compadre y yo determinamos volvernos, y no pasar la noche en el campo; y mañana buscaremos en qué ir, pues hay tiempo. Pero ¿qué voces hay?
(Dentro, y como de muy lejos, diga el ESTUDIANTE:)
ESTUDIANTE.- ¡Ábranme aquí, señores; que me ahogo!
PANCRACIO.- ¿Es en casa o en la calle?
CRISTINA.- Que me maten si no es el pobre estudiante que encerré en el pajar, para que durmiese esta noche.
PANCRACIO.- ¿Estudiante encerrado en mi casa, y en mi ausencia? ¡Malo! En verdad, señora, que si no me tuviera asegurado vuestra mucha bondad, que me causara algún recelo este encerramiento; pero ve, Cristina, y ábrele, que se le debe de haber caído toda la paja a cuestas.
CRISTINA.- Ya voy.
LEONARDA.- Señor, que es un pobre salamanqueso, que pidió que le acogiésemos esta noche, por amor de Dios, aunque fuese en el pajar; y ya sabes mi condición, que no puedo negar nada de lo que se me pide, y encerrámosle; pero veisle aquí, y mirad cuál sale.
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