En ese entonces trabajaba yo en la industria del cine, en la que tuve grandes amigos como Simón Otaola, asiduo visitante de la librería de Polo Duarte, adonde llegaban las principales novedades literarias de diversas partes del mundo. Otaola fue para mí un mentor que me descubría a muchos nuevos autores. En mi trabajo realizaba diversas labores y entre ellas colaborada con Efraín Huerta en un boletín cinematográfico. Con él compartí inicialmente el asombro literario. Solía regalarme hermosos libros de poesía, empezando con la suya. Un día, sin saber cómo, Efraín y yo nos descubrimos amorosamente. Fue el nuestro un amor apasionado en verdad. A pesar de que nos veíamos frecuentemente nos escribíamos cartas casi todos los días. No las conservo todas, lamentablemente. Después de dos años de noviazgo nos casamos el 6 de septiembre de 1958 y compartimos más de 25 años de vida. El 21 de mayo de 1959 nació nuestra primera hija, Thelma, y cuatro años después, el 29 de junio de 1963, nació Raquel quien ha seguido el hermoso camino literario. Efraín fue siempre un excelente padre, amoroso y consentidor. Nuestras hijas siempre tuvieron la cercanía con la literatura y con el arte y crecieron en un ambiente muy sugestivo en cuanto a todo lo relacionado con la creación. Thelma se inclinó más por las artes plásticas y Raquel por el mundo de los libros. En cuanto a mi relación con Efraín, nunca hubo dificultades entre nosotros con respecto a nuestro quehacer literario. Aprendimos a manejar la situación de ser dos poetas con su mundo personal muy bien establecido y definido. Viajamos mucho por diversos países de América Latina y compartimos diversas tareas culturales y solidarias.
|