Publiqué mis primeros poemas en el Suplemento “México y la Cultura” y en las revistas “América”, “Metáfora” y “Nivel”, así como en algunas otras de la época.. Mi relación con Jesús Arellano, editor de “Metáfora”, se dio a través de Efraín Huerta. Eran famosas esas tertulias irreverentes, que se realizaban en lo que llamábamos la cueva, una habitación en la que las reuniones eran presididas por un altar a don Alfonso Reyes, a quien todo el mundo le llevaba “milagritos” para que lo volviera escritor o bien para agradecerle “los favores concedidos”. Allí conocimos a Jaime Sabines, quien acababa de llegar a la ciudad de México, así como a muchos otros escritores y pintores, entre los que recuerdo a Juan Rulfo, Rubén Salazar Mallén, Amparo Dávila y las hermanas Olga e Irene Arias. La revista era muy polémica por sus comentados colofones, redactados por Jesús Arellano y A. Silva Villalobos. Por esa razón era la única revista que se comenzaba a leer por el final. Era la voz disidente de la época por sus venenosas críticas a escritores famosos. Para mí, que me iniciaba en las letras, esas reuniones me permitían conocer a personalidades del mundo de la cultura y eran, además, muy divertidas.
No existían entonces los talleres literarios, salvo el de Juan José Arreola, por el que pasé de manera fugaz. Mi formación literaria se dio inicialmente en la Casa del Lago de la UNAM, a la que era asidua. Allí tomé cursos de preceptiva literaria con ese escritor extraordinario que es Tomás Segovia y conocí a Juan Vicente Melo, Isabel Fraire y Rita Murúa. A la fecha sigo manteniendo la amistad con Isabel Fraire, que se ha afirmado a través de los años como una destacada poeta. Posteriormente asistí al Centro Mexicano de Escritores, donde tomé algunos cursos con Juan Rulfo, quien nos dio una formidable visión de la literatura norteamericana a partir de Dreisser. Tuve allí compañeros que fueron posteriormente mis grandes amigos: Tomás Mojarro, Vicente Leñero, Carmen Rosenzweig y Manuel Echeverría (el benjamín del grupo), que luego llegarían a ser famosos. También tomé cursos con Ramón Xirau, quien además de ser un gran escritor y con una profunda calidad humana, fue asimismo un extraordinario maestro. Más adelante me inscribí en la Facultad de Filosofía y Letras, pero por diversas circunstancias no pude terminar la carrera.
Las influencias determinantes en mi vida fueron inicialmente, entre otras, las de Vallejo, Rilke y Milosz. Cuando uno empieza a descubrir el mundo de un poeta, el hallazgo es de tal magnitud que uno se ve arrastrado vertiginosamente; en tanto no logre ordenar en su interior esas sensaciones y asimilarlas. Son esos autores quienes estarán presentes en la creación literaria e incluso en la vida cotidiana. Después uno llegará a encontrar su propia expresión, esa voz a la que con los años uno le va dando diferentes registros. Como he sido una lectora voraz, me ha sido siempre muy difícil ordenar mis lecturas. Siempre leo dos o tres libros simultáneamente y de diversos géneros: novela, ensayo, poesía.
La cuestión de las influencias es un asunto de empatía, algo así como sintonizarse en una misma frecuencia. Es como la química en el amor. Y habrá siempre poetas, por extraordinarios que sean, con los que uno nunca se va a identificar, que no le tocan a uno el corazón aunque pueda admirárseles como personas.
Nunca he sido muy disciplinada para escribir y quizá esa sea la razón de que mi obra no haya sido hasta el momento muy prolífica. Sin embargo, todos mis quehaceres se han relacionado siempre con la literatura, ya sea a través de mi participación en congresos o festivales de poesía nacionales e internacionales (Cuba, Nicaragua, Argentina, Panamá, Perú y Puerto Rico), de mi trabajo permanente como jurado de poesía o de otras disciplinas. Durante la década de los 60 ejercí el periodismo cultural en el periódico “El Día” durante casi tres años. Gozaba allí de una gran libertad para escribir sobre el tema que quisiera. Comencé haciendo reseñas de libros y de revistas culturales y paulatinamente mi inquietud me llevó a escribir comentarios sobre obras teatrales y actividades de todos aquellos acontecimientos que capturaban mi atención. Publicaba también selecciones de poesía de varios países de América Latina en particular, y realicé entrevistas a grandes poetas de nuestro tiempo. Por aquel entonces realicé un viaje a América del sur y conocí a escritores extraordinarios como Raúl González Tuñón, a quien lamentablemente no tuve la oportunidad de entrevistar. Atesoro en mi memoria particularmente la que le hice por vía telefónica a Juana de Ibarbourou en Montevideo. Yo estaba de paso por allí y el día que le llamé ella salía de viaje con su hijo a una granja en la cercana ciudad de Colonia, en busca del sol y el calor del mar para sus huesos adoloridos. Decía que “Montevideo sin sol no es Montevideo”. De todo cuanto conversamos se me quedó muy presente que cuando le hablé de mi incipiente labor literaria me señaló que “la autocrítica es criminal para lo propio”.
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