Es reconocido que el sabio francés George-Louis Leclerc, conde de Buffon, marcó un hito como estudioso de la naturaleza . Nació en Montbard el año 1707, en el seno de una noble y acaudalada familia cuya fortuna le permitió vivir de las rentas y dedicarse al, no tan, desinteresado oficio de científico. Destacó como matemático y aún más como naturalista. Influyentes protectores y una notoria preparación le catapultaron hasta la nómina de la Academia de Ciencias de París. En calidad de académico comenzó a cultivar la botánica, particularmente la silvicultura, obteniendo buenos resultados, económicos e intelectuales. Su interés por conocer la naturaleza venía de lejos, de su época de estudiante de medicina, y tomó forma definitiva en 1739 al ser nombrado intendente del parisino Jardín del Rey, representado hoy en el Museo Nacional de Historia Natural. Bajo tan privilegiado paraguas emprendió la tarea de redactar una Histoire naturelle, générale et particulére que reflejase los saberes del momento sobre el universo animal, vegetal, y mineral, explorado por el hombre; el empeño duró el resto de su vida. A su fallecimiento, ocurrido en 1788, la colección contaba con 35 volúmenes, y llegará a los 44 gracias al talento posterior de sus colaboradores. La Histoire alcanzó cotas insospechadas convirtiéndose en una obra de referencia, culto y polémica, cuya impronta llega hasta nuestros días. Con su enciclopedia Buffon fue más allá del extenso y profundo recopilatorio que anuncian las miles de páginas escritas, contribuyó a renovar la disciplina en su metodología y lenguaje. La obra incide en describir los objetos sin ambages estilistas, despojados de retórica, acudiendo a la observación directa. Antes la naturaleza era prioritariamente historia, su estudio se fundamentaba en noticias y relatos del pasado. Aquí ha dejado de serlo estableciéndose un nuevo orden donde los seres deben ser descritos huérfanos de las fábulas que les acompañaban; es la historia natural. Al lenguaje se le exige precisión y minuciosidad, cualidades necesarias para identificar los elementos con rigor. Más adelante, en el umbral del siglo XIX, la historia natural pasó a ser la historia de la naturaleza. La transformación conlleva un profundo cambio de mentalidad, necesario para convertir la ciencia de los seres vivos en la ciencia de la vida asociada al emergente concepto de biología; noción ajena al pensamiento buffoniano.
Formando parte del prolijo proyecto editorial, inserto en el tomo V de los Suplementos, el año 1778 se publica Les époques de la nature. Realmente, el libro constituye una reformulación de los principios desarrollados en la precedente Histoire et thèorie de la Terre, incluida en el primer volumen de la Histoire naturelle del año 1749. Durante casi tres décadas Buffon ajustó, engrasó, y perfeccionó convenientemente la maquinaria de su ideario cosmogónico, al objeto de ofrecer una teoría sobre el origen y la evolución del universo rigurosamente fiel a los datos y las leyes físicas conocidas, estableciendo una implícita distancia entre los hechos y la verdad revelada que constituye uno de los principales activos del texto. El truco es simple y repetido, consiste en aprovechar la ambigüedad del texto bíblico para alejar la actuación divina de la acción inmediata situándola en el remoto pasado, cuando se originó la materia, asimilado como el punto de salida para la historia científica. Partiendo de un sistema astronómico donde todos los astros eran originariamente pequeños soles, será en el curso de su enfriamiento como la Tierra tome su actual forma de naturaleza animada recorriendo siete épocas. La primera y segunda son etapas abióticas; cuando la materia en fusión adquiere la forma expandiéndose hacia el ecuador y achatándose por los polos, y el progresivo enfriamiento provoca la paulatina solidificación del globo. La vida irrumpe en la tercera. La temperatura disminuye hasta niveles que permiten la licuación del vapor atmosférico inundándose la corteza. La litosfera pasó a ser el fondo de un caluroso mar universal. Es la hora de los primeros animales acuáticos, conchíferos y peces, adaptados a las elevadas temperaturas reinantes. Ellos serán también las primeras víctimas, las primeras especies perdidas cuando las condiciones ambientales cambien. La cuarta es la era de los vegetales; antes colonizan las altas cumbres que el agua no alcanzó a anegar, después invaden la superficie liberada por el mar a causa del retroceso hídrico que ocasionan el hundimiento de fondo marino y la actuación volcánica -elevando los suelos y levantando barreras orográficas-. Sobre este continente único, ocurre la eclosión de la fauna terrestre caracterizada por los gigantescos animales que muestran los fósiles. Es la quinta época, el momento también de los primeros representantes de la especie humana, incivilizados durante mucho tiempo. En la sexta acontece la actual división continental, y en la última el hombre toma posesión de la Tierra, la sociedad humana se apodera de la naturaleza manipulándola a su antojo en función de su desarrollo tecnológico. En total 168.000 años de historia calculó Buffon en su libro (en alguno de sus manuscritos las anualidades alcanzan la cifra de 700.000). Dentro de este maremágnum histórico la cuestión peliaguda era explicar el origen de la vida manteniendo un exclusivo punto de vista materialista. Buffon salva el envite inventado el concepto de moléculas orgánicas: indestructibles partículas vivas producidas por la acción del calor sobre la materia dúctil. La vida surge espontáneamente del sustrato inerte, y la agregación de dichas moléculas origina los seres vivos. Una vez constituidos, animales y plantas poseen un molde interior donde se aglutinan las moléculas orgánicas, ingeridas con la respiración y nutrición, que sirve de copia individual para la reproducción. Fauna y flora consumen casi en su totalidad dichas moléculas completando el puzzle de sus moldes, pero al ocurrir las extinciones que muestra el registro fósil el consumo desaparece provocando un stock molecular que circula libremente por el medio con la posibilidad de organizarse en otros seres y formar nuevas especies. Así, con imaginación, Buffon propone un modelo sustitutivo de la vida terrestre ajeno a nexos filogenéticos pero consecuente con la idea de cambio inducida de los fósiles. La fórmula sustitutoria implica la combinación de fases de estabilidad, caracterizadas por la constancia de las especies adaptadas al medio, con episodios de variación tipológica habilitados por la extinción y conducentes a la aparición independiente de otras especies. La historia de la vida ocurre por eliminación y generación cronológica de nuevas individuos definiendo sucesivos estadios de equilibrio y perturbación que, salvando todas las distancias y sin pretensión de atribuir ni correspondencia ni valor evolutivo alguno, nos atrevemos a sintonizar con el esquema de actuación propuesto por S.J. Gould y Niles Eldredge en su teoría evolutiva del equilibrio puntuado. Poca o nula es, sin embargo, la osadía al vincular las moléculas orgánicas con la teoría de la pangénesis esgrimida por Darwin para explicar la transmisión del patrimonio hereditario, pues él mismo lo reconoció.
Los procesos descritos por Buffon en su historia de la Tierra están lejos de la actual razón científica, pero no debemos silenciar lo adecuado del planteamiento general, el acierto al enunciar los problemas; se falla en los pormenores, se sucumbe en los desarrollos, consecuencia de las limitaciones cognoscitivas del momento. Poco importa, porque el mérito del autor no consiste en establecer verdades irrefutables sino en abrir nuevos horizontes para pensar la naturaleza de manera diferente. |