Mi chico azul surgió de un tren celeste.
Azul su discman y el CD de Los Planetas,
era tan frágil que sólo hablaba con monos ebrios
—colgados de farolas en medio del océano—
y acariciaba su codo con acento de verano en Irlanda.
En la arena, el hueco de su talón imitaba
al cortafuegos abierto por las mandíbulas de Hansel,
negándome la dulce perversión de sus paredes.
Diez minutos construyeron mi paraíso mirándole las uñas.
Sólo porque él fue mi fetiche —azul napoleónico de Elba—,
decidí cobijarle para siempre en mi mochila
—entre los libros de poemas y mis bragas—,
pero me rechazó con la distinción que le supuse.
Pez azul chocando contra mis tobillos,
el cielo de su boca se encapotó al querer cruzarlo:
demasiado azul, demasiado azul, demasiado azul.
(De Vacaciones)
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