USASTE LA MÁSCARA SIN OJOS
PARA ASUSTAR AL VIENTO,
la fauce secreta y su espejo al final de la nube que cierra la puerta.
La máscara de contar y procrear, te pusiste los dedos
como un reloj que recuerda la tachadura exacta de tus manos.
Los cepos también se acuerdan de tus manos, la cruz en las muñecas,
la piedad del caballo que acorta el camino y se bebe los techos
y devora tus pasos que insisten en perforar la nieve
encerrada detrás de la lápida como humo en un cerco.
Si entras al armario nocturno y abres el portón
y caminas muy lento hasta el bosque y en un claro te pones a pensar
en tus hijos y en las altas paredes y entonas una canción misteriosa
el mar no tendrá tiempo para recordarte.
Podrá decir tu nombre y silbar todo el invierno como loco
pero no te tentará con la fruta aguda de los acantilados.
Anda tranquilo, hunde la mano a través de la ventana:
en la otra orilla hay unos árboles inmensos.
ante la tumba de Jorge Torres
|