El complejo de los edificios religiosos, es decir, la trilogía de la iglesia, el colegio y el cementerio, constituían un bloque único que se separaba con gran resalto del cuerpo regular de la estructura interna urbana y próximos a ellas se disponían los edificios de utilidad social: cabildo, coty guazú, campos, hospital, cárcel, hornos y despensas de víveres.
Las casas, constituidas por estancias independientes alineadas, formaban "cuadras", separadas unas de otras por calles que desembocaban de forma paralela en la plaza.
Los edificios de la iglesia, el colegio y el recinto que delimitaba el cementerio y la huerta, y las casas rigurosamente ordenadas y alineadas constituían el núcleo de la plaza, que era el elemento central y el espacio sacro. En definitiva, la planta de las reducciones jesuíticas no se diferenciaba a primera vista del trazado de otras ciudades americanas.
La solución urbanística de la iglesia, colegio y cementerio hacían resaltar la interpretación de la existencia humana en términos de preparación, muerte y promesa de vida eterna; el cementerio, colocado solitariamente en el fondo de la plaza, constituía una solución para resaltar esa conciencia cristiana que los jesuitas habían infundido. Es decir, esta triada así dispuesta creaba un complejo escenográfico sobre el fondo de la plaza. Tal estructura única tenía otra función, la de limitar el desarrollo extensivo de los habitantes en sólo tres direcciones, factor del todo inusual en las demás instalaciones hispanoamericanas. |
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De hecho, las reducciones jesuíticas representaban el único ejemplo de pueblos adecuados a las planificaciones estables de las Ordenanzas de la Población de Felipe II, de 1573.
Posiblemente el trazado típico de las misiones no fue simplemente generado de un a priori, sino que fue también fruto de una gestación que duró casi un siglo, en la cual confluyó una multitud de factores, y en último caso el pragmatismo y la religiosidad que distinguió a la Compañía de Jesús.
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La selección del lugar donde debía de ubicarse cada reducción guaraní fue siempre de vital importancia; en este sentido tienen particular interés las indicaciones que el padre Diego de Torres dio a los primeros misioneros en torno a 1609: « El pueblo se traza al modo de los de Perú o como más gustare a los indios, con sus calles y cuadras, un solar a cada uno y cada casa tenga su huertezuela». Este concepto que el padre Torres expresaba, refiriéndose a la legislación india, no fue en realidad aplicado ya que dominó un modelo organizativo que se inspiraba en la casa comunal indígena. Todo esto constituyó la demostración más evidente del respeto que los religiosos sintieron por el estilo de vida de los indígenas. De igual modo, la disponibilidad de agua, pesca y buenas tierras de cultivo y de pasto fueron factores prioritarios y esenciales en la elección del lugar. |