EL LIBRO DE MARAVILLAS
SEGÚN RAMON LLULL
Andrés Galera

CSIC, Madrid

Introdução 
EL LIBRO DE MARAVILLAS
Bibliografia
Notas

EL LIBRO DE MARAVILLAS
 

Se atribuyen a Raimundo Lulio -Ramon Llull si usamos el idioma catalán[1]-, ortodoxos testimonios alquímicos como <<Yo sería capaz de convertir en oro mares enteros si tuviera suficiente mercurio>>[2]. Recordamos esta apócrifa relación para reflexionar sobre dos argumentos: la actualidad de la alquimia, y la errónea filiación alquimista atribuida al ideario luliano.

Sobre el primer argumento sería suficiente decir que la física de partículas ha hecho realidad el quimérico objetivo perseguido por los alquimistas de convertir el mercurio en oro. La conversión no tiene el valor económico de antaño, los costes superan a los beneficios, pero el experimento demuestra la identidad atómica que subyace en la aparente diversidad material de la naturaleza, orgánica e inorgánica, de suerte que, teóricamente, es factible transformar un elemento en otro modificando su configuración atómica. Bajo otra fórmula, ésta era la hipótesis defendida por los alquimistas al realizar a sus fallidas transmutaciones. Hoy el proceso es viable experimentalmente también a nivel biológico, y seguimos planteamientos generales de intercambio de materia que rememoran las pretéritas combinaciones alquímicas aunque con resultados mucho más satisfactorios, pues sofisticadas técnicas de ingeniería genética permiten intercambiar las características anátómicas y fisiológicas que poseen los organismos. El planteamiento es simple, consiste en extraer del donante el correspondiente fragmento génico y unirlo al material genético del receptor, donde se expresará siguiendo la pauta química correspondiente. A nivel unicelular nos desenvolvemos con soltura, pero no ocurre lo mismo respecto al complejo entramado bioquímico pluricelular. Desconocemos aún numerosos aspectos del problema y, salvando todas las distancias ideológicas y tecnológicas, no estamos demasiado lejos de alguno de los enunciados formulados en el siglo XVI por Gian Battista della Porta bajo la denominación de magia natural. Compartimos con él ideales e intereses y nuestros experimentos son la versión moderna de algunas de sus imaginarias experiencias. Por ejemplo, Porta no duda en aceptar la posibilidad de obtener frutos compuestos mezclando semillas pertenecientes a diferentes especies vegetales[3]. La coincidencia ideológica no es casualidad. El sabio napolitano realiza un lectura animista del libro de la naturaleza estableciendo una relación causa /efecto entre la materia y la cualidad que supuestamente representa y manifiesta. En el reino vegetal la semilla es el recipiente que alberga las cualidades propias de la especie y su correspondiente representación morfológica, de donde se induce que la fusión material de estos elementos dé como resultado una nueva combinación cualitativa. Nuestra interpretación del problema se aproxima al de nuestros antepasados más de lo que estamos dispuestos a admitir. Ya no especulamos sobre cualidades, conocemos la base material de la reproducción, pero nos limitamos a recombinar estas porciones materiales para intercambiar los caracteres orgánicos que representan. En conclusión, nuestro desarrollo intelectual ha permitido sustituir la semilla por el gen. No hemos esbozado esta correlación histórica gratuitamente, la finalidad es exponer el referente filosófica representado por Tommaso Campanella y, siguiendo la doctrina expuesta en su libro El senso delle cose e la magia[4], afirmar que la interpretación mágica de la naturaleza es una etapa del saber caracterizada por el desconocimiento de las causas que originan los fenómenos observados. Paulatinamente la naturaleza pierde el alma, se materializa, la cantidad sustituye a la cualidad, se descubren leyes que presuntamente la gobiernan y la hacen predecible. El proceso se llama conocimiento científico. Aplicando esta línea argumental, la alquimia petenece a una etapa del saber condicionado por la ignorancia y el afan desmedido de manipular la naturaleza que el hombre manifiesta históricamente. Situación que hemos mejorado sólo parcialmente.

La segunda propuesta del enunciado nos conduce al objeto de nuestro análisis. Que el beato Raimundo Lulio no practicó la alquimia es un hecho demostrado por los estudiosos lulianos. Se ha comprobado la condición apócrifa de los textos alquímicos atribuidos, entre ellos un tratado De Alchemia arrojado en 1372 a la hoguera inquisitorial[5]. Probablemente, a fomentar la confusión contribuyeron las prácticas alquimistas y nigrománticas desarrolladas por su contemporáneo Raimundo de Tárrega, quien pudo vislumbrar en el prestigio del beato el recurso apropiado para salvaguardar sus actividades de la censura eclesial. Sea como fuese, el hecho es que durante siglos el nombre de Raimundo Lulio abanderó una disciplina que no profesó. El Libro de maravillas es inequívoco. La alquimia es un arte falso sustentado en la ambición y la codicia del hombre, pecados que le convierten en crédulo y mentiroso. Es falso que se puedan transmutar las sustancias, porque junto a la forma y accidentes que caracterizan la materia los objetos naturales manifiestan una intencionalidad de ser y existir resultado de una combinación adecuada de sus elementos constituyentes, facultad cuyo origen es divino[6]. El hombre debe honrar a Dios y no pretender emularle. ¿Qué es el Libro de maravillas?

Raimundo Lulio nace en Palma de Mallorca hacia la mitad de la década de los años treinta del siglo xiii y muere en su ciudad natal trascurrido el año 1315[7]. La licenciosa vida juvenil dio paso a una existencia mística que le llevó a predicar la palabra de Dios por Tierra Santa. En consonancia con este extremo compromiso religioso el Libro de maravillas, escrito alrededor del año 1286[8], es un manual teológico sobre el conocimiento que el hombre tiene de Dios. <<Ve por el mundo, y maravíllate de los hombres, porque cesan de amar y conocer a Dios. Que el conocimiento y amor de Dios sean tu vida toda; llora la flaqueza de los hombres que a Dios ignoran y desaman>>[9] es el argumento ideológico que gobierna la obra con espíritu ejemplarizante. También sobre su contenido el título es equívoco. Confusión que aumenta si utilizamos una versión posterior: Llibre de les meravelles del món[10]. Maravillas no significa belleza, explendor, admiración de la naturaleza y sus habitantes, equivale a sorpresa, estupor, ante el desconocimiento y desamor que la humanidad dispensa a Dios, quien ha creado y entregado el mundo a los hombres para que le conozcan, amen y respeten. Maravillarse significa descubrir a Dios, y consiste en amarle y honrarle.

Bajo un enfoque puramente literario el texto manifiesta la condición heroica de la novela medieval europea, pero su protagonista, Félix, no se escuda en la religión buscando aventuras ni recorre el mundo tras los pasos del santo Grial, como hicieran sus coetáneos Tristan y Parsifal en sus respectivas leyendas[11]. Compuesta en modo alegórico-didáctico, la obra es un relato sencillamente apologético. Félix busca y encuentra a Dios en la vida cotidiana teñida de privaciones y desdichas, porque es en el sufrimiento donde el componente divino da sentido a nuestra existencia. Junto al tema literario el texto muestra una corriente científica propia, contexto donde nos interesa evaluar cuál fue la lectura que Lulio hace de ese libro universal que es la naturaleza. Su interpretación no sigue la doctrina de la doble verdad, no distingue entre verdad racional y verdad revelada, hace de ambas en un único pricipio unívoco. Así, al sermón religioso une la filosofía trazando un esquema cosmogónico que comienza en la materia y termina en Dios. Es la escala del entendimiento del mundo, tal y como narra en una obra posterior: Del ascenso y descenso del entendimiento[12]. La secuencia se inicia en la piedra, prosigue con la llama, planta, bruto, hombre, cielo, y ángel, hasta Dios. En el origen existió el caos[13], compuesto por los cuatro elementos que enseñan clásicos como Ovidio, Empédocles, Platón, y Aristóteles[14], sometidos ahora al dogma católico. Fuego, aire, agua y tierra, son las cuatro esencias creadas por Dios[15] y materializadas en elementos simples de homóloga denominación. Los elementos se relacionan formando una secuencia característica del cosmos: <<el fuego entra en el aire, el aire en el agua, el agua en la tierra y la tierra en el fuego>>[16]. A esta estructura sistémica se debe tanto la disposición, suspensión, de la Tierra en el firmamento, como las propiedades de los cuerpos naturales. El fuego es el componente energético del sistema y su propiedad calorífica se trasmite cíclicamente a los demás elementos. Calor y frío, sequedad y humedad, son consecuencia de esta interacción, determinando las cualidades de los cuerpos elementados. La materia inerte, los metales, se caracterizan por el equilibrio, por la estabilidad de los elementos simples que la componen, constituyendo un sistema cerrado e invariable frente al medio. Los seres vivos, plantas y animales, tienen análoga composición, el círculo fuego-aire-agua-tierra-fuego es también el círculo de la vida, y se caracterizan por el intercambio que realiza el sistema con el exterior para obtener los cuatro elementos simples que consume en su metabolismo, representado genéricamente por dos conceptos antagónicos: génesis y corrupción, formación y descomposición de la materia viva[17]. A nivel sistémico el ser vivo se distingue de la materia inerte por su inestabilidad. Como cuerpo elementado que es el hombre opera con idénticos principios[18], fruto de esta elementaridad es su capacidad vegetativa, sensitiva, imaginativa, racional y motora. La vegetación es responsable de la morfología; la sensibilidad de los sentidos; la imaginación modela la percepción sensorial; por la razón alcanzamos el conocimiento a través de la memoria, el entendimiento y la volutad, y el movimiento es responsable de la actividad conjunta del organismo y sus facultades[19].

La conclusión tiene una moraleja teológica. Así conformada, la naturaleza no es un concepto antropocéntrico no ha sido creada para uso y disfrute del hombre sino para que, con su intelecto, descubra a Dios. El hombre es un privilegiado pero aún pertenece a la categoría de siervo, y tardará varios siglos en liberarse de esta servidumbre para convertirse en rey. Por ahora se contenta con ser la forma mas noble.

 
II Colóquio Internacional Discursos e Práticas Alquímicas (1999)

IN: Discursos e Práticas Alquímicas. Volume II (2002) - Org. de José Manuel Anes, Maria Estela Guedes & Nuno Marques Peiriço. Hugin Editores, Lisboa, 330 pp. hugin@esoterica.pt

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