Para muchos de los antropólogos más influyentes de fines de siglo XIX, agrupados en torno a una escuela de pensamiento antropológico conocida como el “poligenismo”, la teoría de la evolución permitía concebir una diferenciación evolutiva de las razas humanas como verdaderas especies diversas, surgidas de un antecesor común extremamente remoto. Las razas humanas podían proceder de un mismo ancestro homínido, su origen común, pero a lo largo del tiempo habían conseguido llegar a distinguirse como especies zoológicas perfectamente diferenciadas desde un punto de vista biológico, que a pesar de ello, podían cruzarse entre sí en muchos casos originando humanos “híbridos”, los mulatos. Especialmente en el último tercio del S. XIX, esta forma de racismo evolucionista se convirtió en la ideología científica mayoritaria en algunas de las Escuelas de Antropología más importantes de Europa y Norteamérica (1).
Para la corriente poligenista que dominaba en la antropología francesa en la época de Royer (entre cuyos miembros podríamos incluir a figuras de la talla de Paul Broca, Abel Hovbelacque, Topinard…), las diversas “razas” humanas eran auténticas especies, perfectamente diferenciables desde el punto de vista de una taxonomía biológica científica y rigurosa. El “hombre blanco” constituía, para estos científicos, una especie tan distinta del negro, del asiático, del australiano…, como el lobo era distinto al zorro, al chacal, o al perro. De hecho, a fin de siglo, la antropología francesa de vanguardia llegó a establecer toda una serie de características taxonómicas específicas por las que la aproximación evolutiva de las llamadas razas inferiores a los simios antropomorfos y al eslabón perdido podía establecerse de un modo exacto. Al menos, determinar tales criterios de una forma precisa era el cometido de numerosos trabajos técnicos realizados por los mejores especialistas del momento, entre quienes podemos contar a nuestra Clémence Royer.
A pesar de haber combatido duramente los dictámenes científicos que sancionaban una desigualdad jerárquica entre hombres y mujeres, Royer no supo o no pudo poner en cuestión el discurso racista que dominó la antropología decimonónica y que determinaba la superioridad de la “raza blanca” sobre todas las demás, desde un punto de vista estrictamente biológico (la etnología y la sociología comparadas se encargarían de defender esa misma desigualdad inalterable entre las “razas” desde un punto de vista cultural). Clémence Royer se adhirió a esta corriente antropológica racista al lado de los más prestigiosos antropólogos franceses de la época, como los ya mencionados Broca, Topinard, o Hobvelacque. Así se manifiesta en muchos de sus artículos y comunicaciones científicas al respecto de la cuestión racial y de la evolución de las distintas poblaciones humanas.
Si bien en términos de una antropología de los géneros masculino y femenino encontramos en Royer a una pensadora pionera y vanguardista, adelantada científicamente a su tiempo, no ocurre lo mismo cuando analizamos el discurso científico de Royer en cuanto a las desigualdades raciales y las implicaciones evolucionistas de tal desigualdad jerárquica. Antes bien, a este respecto, Royer es uno de los principales exponentes de los tópicos y prejuicios decimonónicos de una ciencia racial ya dejada atrás por los conocimientos de genética de poblaciones y evolución adquiridos en el siglo XX. Por ejemplo, Royer defendía que, dada la enorme superioridad evolutiva que separaba al blanco de las demás “razas”, era preciso hacer recular los orígenes de la hominización hasta periodos remotísimos, como el terciario, puesto que sólo así era posible concebir científicamente la diferenciación progresiva y gradual de la “raza blanca” hasta situarse tan por encima de todas las demás.
<<Esta diversidad étnológica, que ya está constatada desde una época tan lejana como el cuaternario, nos obliga a hacer recular más aún los orígenes humanos, puede que incluso hasta los comienzos del terciario>> (2).
Señalaremos que la existencia de seres humanoides en el terciario fue uno de los errores comúnmente asumidos en el pensamiento antropológico ortodoxo de fines del siglo XIX. Como vemos, si el feminismo de Royer le llevó a combatir y a adelantarse a los prejuicios ideológicos de la ciencia de su tiempo, su incapacidad para rechazar el racismo imperante en la antropología decimonónica la llevará, por el contrario, a aferrarse a muchos de los prejuicios y supersticiones antropológicas científicamente infundadas (aún defendidas por la mayoría de evolucionistas contemporáneos), como la existencia del supuesto “hombre terciario” .
Un perfecto ejemplo del extremismo racista de Royer, eso sí, expresado como siempre en el lenguaje más avanzado de la biología evolutiva de su época puede encontrarse en su breve ensayo de 1872, <<Sur les populations européennes>> (3), que fue aceptado con entusiasmo por la comunidad científica reunida en Bruselas en el sexto congreso antropógico internacional. También en su ya mencionado estudio Sobre las relaciones de las proporciones del cráneo con las del cuerpo, y sobre los caracteres correlativos y evolutivos en taxonomía humana -aquel texto vanguardista y adelantado a su tiempo en cuestiones de antropología de la diversidad sexual-, Royer daba muestras de unos prejuicios raciales anclados plenamente en el clima cultural propio de la fase álgida del imperialismo occidental decimonónico. Todas las características que aportaban al discurso de Clémence un tono libertario y emancipador, avanzado científicamente a su tiempo en lo concerniente a la desigualdad de sexos, se esfuman y son substituidas por las ideas comunes y los prejuicios raciales característicos de una ciencia llena de elementos mitológicos que, como la antropología física decimonónica, funcionó en general al servicio de las estructuras de dominación racial propias del imperialismo.
Finalizaremos este apartado con una cita de ese mismo texto en el que Royer defendió la igualdad biológica de hombres y mujeres, esta vez para hablar de la indiscutible superioridad biológica “occidental” en términos darvinistas y justificar las desigualdades raciales implícitas en el colonialismo contemporáneo:
<<En resumidas cuentas, la máquina física de las razas superiores está mejor constituida que la de las razas inferiores, y las diferencias… se explican perfectamente por un progreso continuado hacia lo más alto, ocasionado por la competencia vital>>(4).
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(1) Sobre Este asunto cf. SÁNCHEZ ARTEAGA, JUANMA (2007), La Razón salvaje. La lógica del dominio: tecnociencia, racismo y racionalidad. Madrid, ed. Lengua de Trapo.
(2) ROYER, C (1872), <<Sur les populations européennes>>, en Congrés internacional d’Anthropologie et d’Archeologie préhistoriques, Compte Rendu, 6e. Session, Bruxelles, C. Muquard, ed, 1873; pp.574-579.
(3) Congrés internacional d’Anthropologie et d’Archeologie préhistoriques, Compte Rend., 6eme. Session, Bruxelles, C. Muquard, 1873, pp.574-579.
(4) ROYER, C (1878), <<Des rapports des proportions du crâne avec celles du corps, et des caractères correlatifs et evolutifs en taxonomie humaine>>, Congrès internationale des sciences anthropologiques, pp. 105-119, Paris, 1878, Imprimerie nationale. |
Juan Manuel Sánchez Arteaga es doctor en Biología por la Universidad
Autónoma de Madrid. Durante los últimos años ha colaborado en el
departamento de Historia de la Ciencia del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas. A su vez, ha realizado estancias de
investigación en numerosas instituciones extranjeras - Centre
Alexandre Koyré, CNRS (París); Museu Nacional de Historia Natural
(Lisboa), Universitá degli Studi di Firenze, Istituto di Antropologia
(Florencia), Skidmore College (Saratoga, N.Y., U.S.A.) - desarrollando
investigaciones relativas tanto a la Bio-medicina como a estudios
Sociales/Filosóficos sobre Ciencia, Tecnología y Cultura. Es autor de
varios artículos publicados en diferentes revistas especializadas, así
como del libro <<La Razón Salvaje. Tecnociencia, Racismo y
Racionalidad>> (ed. Lengua de Trapo, 2007), obra que obtuvo el V
Premio Nacional de Ensayo Caja Madrid. |