Tras las cámaras
en el luminoso pero frío pasillo de los extras cinematográficos
donde todos somos uno y uno, todos
– como un D’Artagnan con alzheimer
repitiendo insidioso la triste musiquilla –
nos pasamos la vida esperando la llamada del director de orquesta
para pasearnos por el plató como perros sin rostro
corriendo tras el hueso de plástico con “sabor a carne verdadera”
que nos permite vislumbrar de refilón
por cuatro pesos
desde nuestra incómoda pero verdadera posición
del ayudante del ayudante del ayudante del protagonista
el paraíso del éxito y la fama
y seguir soñando
aquí abajo
en la caverna
en el pasillo
con nuestros 5 minutos
esos que no existen
esos que siempre le tocan a otro
esos que todos los lunes nos repite nuestro jefe
serán nuestra salvación
nuestra recompensa
por haber representado nuestro papel sin chistar
e ir al sacrificio
con una sonrisa eterna en los labios.
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