Enseñaba Descartes que el ser vivo es un mecano donde cada pieza se ajusta al todo dando sentido al individuo. Una interpretación mecanicista de la vida aparentemente obsoleta, sin embargo tal determinismo sigue presente en la escena moderna dado que la propuesta científica no ha variado: controlar la naturaleza. Alcanzar este objetivo requiere investigar los fenómenos naturales y descubrir las leyes que los regulan, normas inmutables que explican el presente y regirán el futuro. Así, conocido el mecanismo podemos manipularlo convenientemente sin posibilidad de error. Eufóricamente el proceso se denomina infalibilidad científica ; capacidad supuesta que, ocultando la incerteza del saber, muchos científicos se arrogan como tarjeta de presentación. Es una cuestión de clase. Uno de los capítulos de la manipulación inmanente a la ciencia es, fue y será, el control social. El inocuo saber muestra aquí una faz coercitiva fruto de la aplicación interesada que el hombre hace del conocimiento; y es en este contexto sociocognitivo , formando parte del entramado sociológico, donde se inscribe la formulación de un tipo biológico del delincuente que lo identifica y explica su comportamiento antisocial.
Trasladémonos a 1800, el siglo de la evolución. El año nueve el naturalista francés Jean Baptiste de Lamarck publica una filosofía zoológica (1) que sitúa en la materia inorgánica el origen de las primigenias especies de plantas y animales, organismos que durante la cronología terrestre se trasforman alcanzando la diversidad y perfección actuales. Los cambios se producen por la adaptación al medio que los individuos experimentan para sobrevivir adquiriendo nuevas características morfológicas trasmitidas a los hijos no sabe cómo (herencia de caracteres adquiridos). La idea evolutiva tuvo fortuna (2) y Charles Darwin reconstruye el origen de las especies mediado el siglo (3). Para él los cambios suceden, principalmente, por supuestas modificaciones de los gametos que alteran la conformación de los descendientes. Las poblaciones se caracterizarán por una variedad tipológica de individuos que compiten por el alimento sobreviviendo el más apto. Idearios al margen, la teoría de la evolución establecía un precepto general: las especies actuales descienden de antepasados primitivos. Gobernada por esta trasgresión ideológica en la década de los años setenta cristaliza la antropología criminal, disciplina que estudia la morfología del delincuente. El médico italiano César Lombroso parió la idea y en su obra L'uomo delinquente (4) nace la entelequia del delincuente nato: individuo identificable por poseer rasgos morfológicos y de comportamiento propios de nuestros ancestros. El delito habría sido un hecho natural en la vida del hombre primitivo, figura que el delincuente representa en la sociedad moderna como consecuencia de un proceso de regresión evolutiva; es un ser atávico (5). Bajo este principio, la delincuencia no es un mero altercado social pues el delincuente, como entidad biológica, presenta un potencial hereditario que pone en peligro el futuro de la sociedad por la reaparición, mediante la reproducción, de las formas arcaicas eliminadas durante la evolución. Solucionar el problema requiere tanto la represión física individual, vigilar y castigar, como el control biológico de la población evitando la contaminación reproductora. La consecuencia es una aberración social cuya lectura determinista se actualizará luego subrepticiamente aplicando el código genético: los caracteres morfológicos identifican al delincuente con independencia del delito. Una idea nueva sobre un viejo argumento, pues la relación entre morfología y comportamiento es un tema históricamente recurrente. Sobre él discurrieron Gian Battista Porta, Johann Kaspar Lavater, y Franz Joseph Gall (6), por ejemplo, pero fue Lombroso quien persiguió la quimera del delincuente nato empleando la antropología física. En otro siglo, el médico Nicola Pende (7) escribe un nuevo capítulo sobre la biologización del comportamiento humano, ahora al dictado de la endocrinología. Su propuesta explica el fenómeno de la delincuencia atendiendo a la función biológica en relación con la forma del cuerpo.
|
(1) J.-B. Lamarck, Philosophie zoologique , París, Dentu, 1809, 2 vols.
(2) La evolución fue un problema debatido ampliamente por la comunidad de naturalistas europeos desde Lamarck, antes y después de Darwin. La cuestión no se limitó a estos dos nombres como habitualmente recoge la historia de la biología. Cf . A. Galera, <<Modelos evolutivos predarwinistas>>, Arbor , nº 677, 2002, pp. 1-16.
(3) Ch. Darwin, On the origin of species , Londres, John Murray, 1859.
(4) César Lombroso, L'uomo delinquente , Milán, Ulrico Hoepli, 1876.
(5) Para el caso español cf . A. Galera, Ciencia y delincuencia. El determinismo antropológico en la España del siglo XIX , Madrid, CSIC, 1991.
(6) G.B. Porta, De humana physiognomonia, Vico Equense, 1586; Johann Caspar Lavater, Physiognomische fragmente, Leipzig-Winterthur, 1775-1778, 4 vols.; Franz Joseph Gall, Phrenology in connection with the study of physiognomy , Boston, 1833. Un enfoque histórico cf . Julio Caro Baroja, Historia de la fisiognómica. El rostro y el carácter , Madrid, Istmo, 1988.
(7) Nicola Pende (1880-1970). Nace el 21 de abril en Noicattaro, Bari. En 1903 obtuvo la laurea en medicina por la universidad de Roma con un estudio sobre la inervación de la glándula suprarenal. Organizó la Universidad Benito Mussolini de Bari, siendo el primer rector. Posteriormente, en la Universidad de Génova funda el Instituto Biotipológico Ortogenético. En diciembre de 1933 fue nombrado senador. La última etapa de su carrera científica la desarrolla en la Universidad de Roma donde dirigió el Instituto de Patología Médica y Metodología Clínica, y el Instituto de Bonificación Humana y Ortogénesis. Fallece el 9 de junio a la longeva edad de 90 años. Para su biografía cf . Noicattaro in memoria di Nicola Pende, Cosenza, Pellegrini, 1973; Enciclopedia Italiana, Roma, Instituto della Enciclopedia Italiana, 1949, vol. XXVI, p. 661. |