En París, el 27 de mayo de 2004 falleció José Augusto Seabra (nacido en Vilarouco, 1937). No sólo un gran poeta portugués sino, también, un humanista cabal, un intelectual de primera, una figura clave de la vida cultural y política europea.
A quien muchos recordarán como uno de los más brillantes embajadores de Portugal. En poco más de un año (2001-2002), fue capaz de editar entre Argentina y Brasil tres libros absolutamente significativos. En dos de los cuales quiso involucrarme: una edición bilingüe y comentada de la conferencia que en 1972 Borges había ofrecido en Buenos Aires sobre Camoens, y la primera antología comparada, también bilingüe, de dos momentos clave de la poesía moderna de Brasil y Portugal: simbolismo y modernismo.
Los lectores sudamericanos pudieron calibrar su talento en diversos periódicos y revistas: desde una emocionada revisión de las coincidencias entre nuestra revista “Poesía Buenos Aires” y los jóvenes poetas portugueses de la resistencia antifascista, hasta una lucidísima indagación alrededor de los poemas de Mallarmé leídos por Pessoa, sin olvidar (entre muchos otros) un bello poema para Pushkin en Moldavia.
Exiliado político en su juventud, después de conocer cárcel y tortura bajo la dictadura salazarista, al recuperarse la democracia portuguesa con la luminosa “revolución de los claveles” Seabra volvió a su país, donde se reintegró a la vida pública como diputado de la Asamblea Constituyente y de la Asamblea de la República, llegando a ser Ministro de Educación.
Fue catedrático en Oporto y París, como profesor invitado en La Sorbona Nueva, y embajador en India, Rumania, Argentina y la Unesco (1986-1993), donde fundó la excelente colección “Archivos” y cuyo Consejo Ejecutivo integró, por expresa decisión de sus miembros.
A partir de 1961 dio a luz una obra lírica honda y contenida, nunca excesivamente prodigada. Donde me seducen los límpidos, precisos poemas de Desmemoria (1977), y los textos tan tocantes de ese entrañable “diario poético”: La luz de Creta (2000), la isla fundacional de la mitología y la razón mediterránea a la cual volvía ineludiblemente, verano tras verano.
En medio de un contexto tan rico como el de la dignísima poesía portuguesa, una de las muy pocas de Europa que no ha logrado ser disminuida por el posmodernismo global imperante, Seabra sostuvo el arduo pero fecundo camino de continuar los desafíos de Mallarmé. En lo cual, él mismo advirtió, no dejaba de coincidir Pessoa: “La poesía es una música que se hace con ideas, y por eso con palabras”.
Su obra incluye numerosos ensayos, especialmente alrededor de Pessoa (tema de su doctorado en La Sorbona, bajo la dirección de Roland Barthes): Fernando Pessoa o el poetodrama (1974), Poética de Barthes (1980) o su brillante edición crítica de Mensaje, el único libro que Pessoa publicó en vida (Madrid, col. Archivos Unesco, 1993).
Hombre de incansable actividad intelectual, dirigió la excelente revista “Nuevo Renacimiento”, que unió rigor intelectual al respeto por la diversidad, frutos sin duda de la personalidad radicalmente democrática de Seabra como intelectual, ciudadano y artista. Que, en los difíciles tiempos que corren, abrumados de banalidad y demagogia, se nos hacía fraternalmente necesaria. Y que hoy nos vuelve su ausencia irreparable. Por eso, quizás, vuelvo y vuelvo de nuevo, una y otra vez, a tratar de recuperarlo en mi memoria.
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No es en absoluto habitual, por lo menos en mi país, que diplomáticos extranjeros llamen personalmente a poetas locales. Por eso me sorprendió, allá a comienzos de 2001, que me telefonearan de la Embajada de Portugal y me dieran directamente con su titular. Era José Augusto Seabra, casi recién llegado a Buenos Aires, y su primera pregunta lo pinta por entero: “¿Usted es el autor de aquella primera traducción de Pessoa en América Latina?”.
Me emocionó, es claro, que recordara eso, tan invalorable para mí, cuarenta años después. Pero mucho más me emocionó su gentileza, su don de gentes, su falta de grandilocuencia y de pomposidad, su sensibilidad profunda y atinada, su modestia, que para mí era su grandeza. Pronto, gracias a él, nos hicimos muy asiduos, siempre con un delicadísimo respeto, y aprendí a conocerlo por lo que era. No sólo un luminoso y exigente poeta sino también un cabal ensayista y un dedicado, exigente traductor, pero también un auténtico humanista, un antifascista, un ciudadano, un demócrata cabal.
La dedicación, intensa, a tan nobles causas, no le impedía su obra personal, que fluía sin excesos, siempre de fondo. Que si en la reflexión y en el análisis se mostraba de una integrísima exigencia, de una seriedad que era al mismo tiempo clara conciencia del oficio y devoto respeto por la dignidad de los interlocutores, del lector, en su propia poesía, no menos exigente pero también límpida y discretamente caudalosa, nunca derrochada sino más bien de fondo, bien en la línea de sus maestros del alma Pessoa y Mallarmé, estaba más cerca del hombre secreto que del dignísimo hombre público que también era, al mismo tiempo, sin contradicción y sin conflicto, como si todas las fuentes de su espíritu brotaran de un mismo yacimiento de belleza y verdad.
Carente del más mínimo servilismo, entonces, sí, pero siempre dispuesto a dar, a darse. Por ejemplo, nunca entendió la diplomacia sino como un servicio, y en ella hizo confluir generosamente todos sus muchos intereses. Así, en poco más de un año que fue embajador de Portugal en la Argentina, no sólo consiguió desempolvar y abrir los salones a toda la colonia portuguesa, cualquiera fuese su nivel social, y en realidad prestando más atención a los humildes y a los desvalidos, sino también poner en práctica su luminosa idea de la diplomacia cultural, que imaginaba a Portugal cobrando presencia viva en todos los ámbitos de la latinidad, que Seabra tanto amaba. Y no limitándose al consabido, consanguíneo Brasil, sino pensando en una fraternidad más amplia y honda que, desde la misma península ibérica diversa y una confluyera en una integración, en una convivencia activa entre las dos grandes corrientes vivas de América Latina, la que habla portugués y la que habla castellano, después de todo lenguas no sólo afines sino directamente hermanas.
En su breve pero intensísima gestión en la Argentina hizo crear aquí entonces cátedras de portugués, auspició bibliotecas y polos culturales, habló y expuso sus ideas y su talento en todos los lugares que se lo solicitaron, y a mí mismo me tocó invitarlo a dar una muy concurrida conferencia sobre Camoens y Pessoa a través de Borges en el Centro Cultural Paseo Quinta Trabucco, de la provincia de Buenos Aires.
Pero donde su clara inteligencia y su incansable voluntad de trabajo se ponen muy concretamente de manifiesto, es en el hecho de que, dentro del cumplido lapso de dieciséis meses durante el cual tuvimos el honor y la alegría de tenerlo en la Argentina, fue capaz de preparar y hacer editar tres libros, casi siempre en edición bilingüe. Todos ellos significativos y que aún mantienen su memoria en la región. Por un lado, Destino y obra de Camoens, la magnífica conferencia que Borges (su admirado Borges, del cual siempre recordaba que su domicilio quedaba a pocos pasos de la Embajada de Portugal en Buenos Aires) había ofrecido en el Centro de Estudios Brasileños a pedido de María Julieta Drummond de Andrade, donde me hizo traducir al castellano algunos textos. Por el otro, la exhumación de la olvidada novela Amor Crioulo (Vida argentina), de quien también había sido embajador de Portugal entre nosotros, Abel Botelho.
Y finalmente, lo que considero su obra cumbre aquí, el gran volumen igualmente bilingüe de su antología Poetas Portugueses y Brasileños. De los Simbolistas a los Modernistas, editado en Brasilia por Thesaurus, donde me hizo traducir al castellano a los veintidós poetas de Portugal incluidos, y donde también figuran veintidós poetas brasileños, vertidos igualmente en castellano por diversos traductores. Se trata, por un lado, de una obra literariamente valiosísima, compendiada y prologada por Seabra, donde (que yo sepa por primera vez) se relacionan esos dos momentos clave de la poesía en Portugal y en Brasil. Pero, además, a la vez, por haber sido editada en Brasilia, reunir poetas de Brasil y Portugal, y haber sido traducida al castellano, incluso en gran medida por un poeta argentino, como es mi caso, dicha obra se constituye en un testimonio vivo y fecundo de aquella diplomacia cultural invocada y puesta en práctica por Seabra. Ya que, sin dejar de lado por supuesto a Brasil, todo lo contrario, incluye también en el ámbito de influjo cultural portugués a todos los países hispanoamericanos de habla castellana, con un proyecto que si es a la vez ibérico y latinoamericano no deja de presagiar, también, no deja de implicar al mundo grande, mayor, de la latinidad que a todos nos incluye.
En lo personal, ¿qué más puedo decir? Nuestros contactos de poco más de un año, siempre a iniciativa suya, ya que mi pudor probablemente orgánico me impedía entrometerme en su intimidad o en sus funciones, me llevaron a creer conocerlo bastante, de manera especial en aquellos largos almuerzos de los sábados, prácticamente los dos solos en la residencia, que se prolongaban siempre hasta ya empezada la noche. Allí me fue dado intuir, porque nuestra mutua y acaso congénita discreción nos impedía todo exceso digamos de sentimentalismo, que además de tantas coincidencias en lo estético y en lo ético, sin habernos conocido nunca antes ni contar con explícitos lazos en común, había entre nosotros misteriosos pero evidentes parentescos previos, no sólo de inteligencia sino también de índole. Primer hijo de inmigrantes gallegos nacido en Buenos Aires, mi infancia había sido vacunada contra el fascismo y el stalinismo por la guerra civil española y la segunda guerra mundial, y la poesía y la traducción de poesía habían nacido en mí sin premeditación alguna, acaso por mi niñez bilingüe o por los ancestros de cultura campesina de mi linaje. Nacido él en el norte portugués, bien cerca de Galicia, su propia adolescencia de estudiante comprometido en las luchas contra la dictadura de Salazar le había hecho conocer desde temprano la cárcel, la tortura y el exilio. Yo me vi convertido muy joven en el miembro más joven de una legendaria revista argentina de vanguardia, Poesía Buenos Aires (donde comencé a difundir a los jóvenes poetas portugueses también enfrentados con la dictadura), y en el primer traductor al castellano de todos los heterónimos de Pessoa (Buenos Aires, 1961). Él se graduó en París, en La Sorbona, con una de las primeras grandes tesis sobre Pessoa, bajo la dirección de su querido maestro, Roland Barthes, y en la cual, como él mismo me dijo, ya le había quedado grabado mi nombre entre los primeros traductores.
Pocas veces llegué a sentirme (en una vida que tuvo la suerte de contar desde temprano, aquí y allá, con espontáneas e imprevistas relaciones epistolares en otros países) tan hermanado por tantas cosas de fondo en común con una personalidad intelectual, artística y humana, como me ocurrió con José Augusto Seabra. Con el cual sin decírnoslo explícitamente, siento que nos íbamos descubriendo ligados por un sincero respeto y una temblorosa confluencia, como si desde siempre hubiera entre nosotros tantos dominios en común, tan poco presentidos como misteriosamente explícitos. Si su cambio de destino diplomático ya había constituido para mí una sensible interrupción, la pérdida de una presencia muy cercana, la incomprensible y severa noticia de su temprana muerte, que sólo poco a poco pude ir asimilando como evidencia insoslayable, se ha convertido en un corte tan doloroso que todavía no he conseguido --que quizás nunca consiga-- aceptar del todo. Pero, como dijo Borges de la voz de Macedonio Fernández (“¿Qué morirá conmigo?”), la cálida calidad estética, intelectual y humana de José Augusto Seabra se mantiene, entibiándome, viva y latente, contagiosa y cómplice, en mi memoria. |
Poemas, de Fernando Pessoa. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso. Fabril Editora, Buenos Aires, 1961.
Destino y obra de Camoens, de Jorge Luis Borges. Edición bilingüe. Introducción de José Augusto Seabra. Prólogo de Joaquim de Montezuma de Carvalho. Traducciones de Rodolfo Alonso y Miguel Viqueira. Embajada de Portugal, Buenos Aires, 2001, 120 pg.
Amor crioulo. Vida argentina, de Abel Botelho. Prólogo de José Augusto Seabra. Embajada de Portugal en Buenos Aires, Thesaurus Editora, Brasilia, 2001.
Antologia pessoal, de José Augusto Seabra. Thesaurus, Brasilia, 2001.
La educación del estoico, de Fernando Pessoa. Traducción de Rodolfo Alonso, Emecé, Buenos Aires, 2002.
Poetas portugueses y brasileños. De los simbolistas a los modernistas. Edición bilingüe. Coordinación y prólogo de José Augusto Seabra. Traducciones de Rodolfo Alonso, Anderson Braga Horta, José Jerónimo Rivera, Ángel Crespo y otros. Notas de José Santiago Naud. Embajada de Portugal en Buenos Aires, Thesaurus Editora, Brasilia, 2002, 472 pg.
El banquero anarquista, de Fernando Pessoa. Traducción de Rodolfo Alonso. Emecé, Buenos Aires, 2003.
Antologia pessoal, de Rodolfo Alonso. Traducciones de José Augusto Seabra, Anderson Braga Horta y José Jerónimo Rivera. Thesaurus, Brasilia, 2003.
Mensaje, de Fernando Pessoa. Traducción de Rodolfo Alonso. Emecé, Buenos Aires, 2004.
Aforismos y afines, de Fernando Pessoa. Traducción y prólogo de Rodolfo Alonso. Emecé, Buenos Aires, 2005.
Antología poética, de Fernando Pessoa. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso. Argonauta, Buenos Aires, 2005.
Escritos autobiográficos, automáticos y de reflexión personal, de Fernando Pessoa. Edición local, traducción y notas de Rodolfo Alonso. Emecé, Buenos Aires, 2005. |
Rodolfo Alonso. Poeta, traductor y ensayista argentino, nacido en Buenos Aires. Es una de las voces más reconocidas de la poesía latinoamericana contemporánea. Fue el más joven de la legendaria revista de vanguardia “Poesía Buenos Aires”. Publicó más de 25 libros. Fue el primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina. Tradujo también a muchos autores de diversos idiomas, entre ellos Giuseppe Ungaretti, Marguerite Duras, Cesare Pavese, Paul Éluard, Carlos Drummond de Andrade, Eugenio Montale, Jacques Prévert, Guillaume Apollinaire, Murilo Mendes, Pier Paolo Pasolini, Rosalía de Castro, Manuel Bandeira, Charles Baudelaire, Paul Valéry, Stéphane Mallarmé, Olavo Bilac, André Breton. Antologías de su obra poética fueron publicadas en Bélgica, España, México, Colombia, Francia, Brasil, Venezuela, Italia y Cuba. Premiado en Argentina, España, Venezuela, Brasil, Colombia, EEUU. En México se han publicado sus libros: “Lengua viva” (La Hoja Murmurante, Toluca, 1994); “Poesía junta (1952-2005)”, con prólogo de Juan Gelman (Alforja, México, 2006); “Antología esencial”, de Paul Éluard (Alas Vivas, Morelia, 2006); “La voz sin amo” (Ediciones de Medianoche, Zacatecas, 2008); “Poesía en general”, antología de Lêdo Ivo (Alforja, México, 2008). Suele colaborar habitualmente en “La Jornada Semanal”, “La Cabeza del Moro”, “Alforja”, “Archipiélago”, “Posdata”, “La Otra” y varias publicaciones mexicanas. |