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Oscar Portela
Luisa Mercedes Levinson o las Potencias del Mito
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LEVINSON EN PERSPECTIVA
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La obra de Luisa Mercedes Levinson es singular no sólo en el panorama de las letras americanas donde se la ha ignorado olímpicamente, sino también en el panorama de las letras del siglo XX. Un temperamento innato combina en ella de manera imperceptible, el dominio de la vigilia en sueños y el del sueño de la videncia poética en la vigilia. Mitos y logos se le ofrecen de este modo como la magnífica iconografía política y religiosa, a través de la cual se manifiesta lo "real". No se tratará pues para ella de teorizar una estética y menos una "política" como gran organón de la Etica, sino apenas de incubar el huevo de la serpiente", de una "deconstrucción" reificadora. Más allá de movimientos literarios, vanguardias o retaguardias - sin apelar a lo suprareal - o al realismo mágico, categorías ajenas a su temple, al mismo tiempo que los precursores del éxito latinoamericano rescataban mitos indigenistas o ancestrales (Asturias), o los metamorfoseaban hasta darles la forma arquetípica de la tragedia, subsumiéndolos en la  fantasmagoría de la singularidad de lo situado en regiones infrarreales (Rulfo), Luisa Mercedes Levinson, a fines de la década del 40, comienza a soñar con los ojos abiertos vagas historias a-situadas, pregnadas, de humor y de piedad. Historias en las cuales se dan cita todos los tiempos complicándose en la diacronía de un carnaval de características fantásticas. Los mitos son uno y el mismo, vueltos a repetir ahora y convertidos en obsesión a lo largo de casi cincuenta años de actividad creadora. A diferencia de Rulfo que metamorfosea, Levinson alude constantemente a los orígenes, aunque indirectamente, repita, re-encarne, confunda y vuelva a decirlos en el mito del andrógino, que es el mito primordial, el de la ausencia de principio: el de la imposible búsqueda de la totalidad en la historia y del absoluto (la huella de la diferencia borrada) fuera de la historia y también la virgen Sophia o el Jesús andrógino que pregona Nicolai Berdiaev.
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Contracapa del último libro de la gran autora Argentina, con un resumen de sus principales obras y una tipica pose de su sobevría personalidad, admirada por Perse, Caillois, Cassou, y tantas otras personalidades internacionales de la literatura mundial.
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UN COSMOS UNICO
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Su cosmos no admite parangón ni debe nada a nadie, aunque Hierónimus Bosch, Bruegel El Viejo o Richard Wagner dibujen sus perfiles por los entrecejos de la parodia. Su obra nace aislada y permanece aislada en medio del ir y venir de las modas y las necesidades que la pseudocrítica impone en el momento. En 1950, Luisa Mercedes Levinson asiste a la primera revelación de los espectros que la mantendrán desde entonces ya para siempre desvelada. Y la visión de la realidad resulta entonces absolutamente integradora. Su cosmos está definido para siempre. "La casa de los Felipes" es una novela que excede, como toda obra suya, la clasificación de géneros literarios. En primer lugar, décadas antes de que se discutiera acerca de las antinomias novela-rural, novela-urbana, novela-social, novela-metafísica, relato naturalista  o  supra-realista, subjetivismo o novela objetiva, Luisa Mercedes Levinson en un gesto de genio intempestivo, hace caer esas barreras y con alarde de creadora absoluta, abre las puertas de un universo en expansión, que vuelve eternamente sobre sí, para repetir hasta el paroxismo las huellas que la conducen hacia un desorden magníficamente armónico, en el cual se borran todos los recuerdos.

"Las casa de los Felipes" es mucho más que la crónica del derrumbe de una sociedad que no puede sobrevivir al poderoso cerco de la tradición. Están ya aquí los arquetipos que se repetirán obsesivamente en "La Isla de los Organilleros" (1964), "A la sombra del Búho" (1972) y "El último Zelofonte" (1984).

La vieja casa del Aromo - soñada pero real - es sólo el ámbito de encuentro de los contrarios que se repetirán hasta el infinito. Sus túneles - sus pasadizos subterráneos, sus ratoneras, sus iceberg - son los mismos pasadizos de Dedalus. Allí se librará la lucha eterna entre el mundo ctónico - el de la tierra sin origen - y el mundo saturniano: el de los arquetipos de la tradición y el padre que se devora a sus hijos. Ambos son uno y el mismo:

Uno representado por Dionisios, otro por Apolo, uno por Asterio (el Minotauro), el otro por Teseo (Walter); uno representado por José María del Villar y (Terrero), el otro, por la casta de los O'Reilly. Unos, repitiéndose ctónicamente a si mismos, y por eso siempre renovados en la "mismidad", los otros atados al deber que perpetua el poder omnisciente pero decadente del día y de la luz.

La novela excede la pequeña historia del "gotic", la cronología de la narración de situaciones y da paso a una visión más amplia y abarcadora de la historia como "mitema". Los del Villar y Villar, casta de Minos, son la entraña misma de la pampa argentina; símbolos de la feudalidad territorial y metafísica que quiere repetirse en el insensato juego de la aniquilación de los contrarios, o en el delirio supremo del incesto Son acaso América misma.

Los O`Reilly son de la casta de Teso y Albión, custodios del impenetrable laberinto de Minos. ¿No será L.M.L. La reencarnación de Ariadna quien llevaba en su sangre las encontradas pasiones de lo "ctónico" y "lo saturniano", de lo solar y lo lunar? "La Casa de los Felipes" pone en movimiento por primera vez ánimas. Estas ánimas son arquetipos de pasiones: espectros, no personajes. Esta es una novela de autor, no de creador omnisciente, sino de poeta en trance de alumbramiento. La pasión que mueve con una fuerza ciega, salvaje, elemental, el destino de estas almas muertas que pugnan por el grito, es el verdadero acontecimiento de la novela. La pasión es la fuerza objetiva que opera constantemente sobre seres y cosas: el "pathos" decía Nietzsche, es el ser del devenir. La subjetividad llevada a sus extremos es pasión de ver, de desocultar lo oculto, de poner en evidencia lo que existe de más evidente en la realidad. De ahí su surnaturalismo -expresión usada por la autora - sea quizá la más adecuada para definir los claroscuros de este relato, en el cual el incesto es el túnel subterráneo que conduce de la verdad de la apariencia y el simulacro, al simulacro de la apariencia en la verdad. Ya no hay una nada como verdad"del ser donador del sentido de la nada".