El estatuto herético del fragmento - no hay pecado decían los adamitas - que
no se deje allanar por ningún tipo de sistema verbal o linguístico,
metafísico, - o místico-mítico - porque el fragmento es anterior al todo:
simplemente está fuera de él, como quería Blanchot. Y es en este sentido en
el cual descubre el sentido de la parodia, tal cual la reconoce Klossowski.
Pero para ello primero el mundo debe volverse fábula. ¿A qué acudir entonces
a lo irracional - sombra fantasmática de la razón - miembro fantasma del
sistema, o a la pretensión de que el lenguaje revele zonas de lo real
fantástico, si todo, el mismo mundo, no es sino una de las infinitas
posibilidades de la fábula?.
Con Nietzsche, tanto el mundo de la realidad como el de la apariencias han
desaparecido: de este modo deviene el mundo fábula, tal cual lo explica
Klossowski: "el mundo deviene fábula, el mundo tal cual es sólo fábula:
"fábula significa algo que se cuenta y que solo existe en el relato; el
mundo es algo que se cuenta, un suceso contado y, por lo tanto una
interpretación: la religión, el arte, la ciencia, la historia, otras tantas
interpretaciones diversas del mundo, o mejor otras tantas variantes de la
fábula".
Detrás de la fábula, de ese suceso sin antes ni después que
Heidegger llama "ereignis", en el cual se pone en movimiento algo, se halla
el verdadero significado mítico de la fábula que procede, como decía
Klossowski "del verbo latino "faris", a la vez predecir y divagar, predecir
el destino y divagar, porque "fatúm", el destino es también el participio
pasado de "fari". La refabulización del mundo significa asimismo que el
mundo sale del tiempo histórico de una cierta épocalidad para entrar en el
tiempo del mito, es decir en la eternidad.
El modo en que Luisa Mercedes Levinson ha trabajado con los mitos, la
repetición a que los ha cometido a través de la parodia del lenguaje, hasta
confundir lo episódico mundial mismo, multiplicando y acelerando los tiempo
mundanales hasta pulverizarlos en máscaras detrás de las que no existe sino
la materia heteróclita donde se refabuliza el mundo, hacen de esta autora
pluralista moderna y revolucionaria, prima hermana, quizá, de la
revalorización de nuevas formas del empirismo estructuralista. En "El último
Zelofonte" termina abandonando el andamiaje de la narración y se entrega
plenamente a la farsa. Luego de un impromptus fellinesco, remendando sin
querer el lenguaje nietzscheano de lo estructuralista, escribe, imitando al
chetaje:
"¡Que la humanidad ha muerto! ¡No me hagan reír, che? (Se dirige al
de Bogotá). Mire, mire, son dos ejércitos. Ya empieza la batalla. La
humanidad, mire che, tal vez estará algo misturada ahora, pero más vivita y
coleando que nunca ... ¡y por mucho años! Ya empieza la guerra. ¿Se da
cuenta? ¡La guerra! ¡Viva la humanidad!".
El tono jocoso de cachondeo, culmina en un fragmento regocijante, siempre
más allá de optimismo y pesimismo, apuntando hacia el movimiento
multidireccional de la historia: "Por los mares sigue el barco náufrago con
su pasaje. Son fantasma, pero todavía no se han dado cuenta. Uno de esto
fantasma, a lo mejor soy yo". Simulacro, insistimos, no significa
apariencia, "fantasma", no es imitación. Cuando Foucault reconocía frente a
Paolo Caruso la necesidad del mito para el funcionamiento de un cuerpo
social, semántico, erótico, productivo, incluía seguramente entre ellos, la
utopía de una culminación celeste de lo histórico La historia es solo
necesario devenir sin la cual no habría nave simbólica, ni pasajero, ni
deriva, ni punta de iceberg. Caruso se preguntaba entonces si existían mito
más poderoso que la de una humanidad sin mitos.
Sin un mundo que nos dirija el habla, sin una profecía del futuro en manos
de quienes son los oficiantes y median entre la fábula (el mito de los
dioses y el deseo y la necesidad de crear), la humanidad fantasma de Lilith
Iridicent, es la imagen de la sombra más corta, donde se degradan los mitos,
y se adultera la forma del Titán llevándola hacia la del héroe de historieta
y de "comics", símbolos de un mundo que ha perdido el camino, sucumbiendo a
la subjetividad absoluta de la impensada esencia de la técnica.
¿Porqué acudir a Lilith, el mito pre-adánico, herético, cuando Luisa
Mercedes Levinson ha sido tentada siempre por el mito del Andrógino, es
decir de Adán conteniendo en sí a Eva, borrando la escritura de la
diferencia en una archiescritura de huella que son a su vez intensidades,
jugando, atrayéndose y dispersándose, en el espacio desde siempre abierto de
la "lichtung".
¿Hubo humanidad anterior a lo humano en sí, en la que el fragmento no se
dejaba suturar por las esencias y los números sagrados? El tema es su querer
obscuro y no se deja reducir a las hermeneúticas simplificadoras. Luisa
Mercedes Levinson ha insistido hasta el extremo en la importancia de una
sensualidad solar y masculina y una sexualidad lunar y femenina. La primera
donadora y saturniana, la segunda tejedora, ligadora, hyménica, y "ctónica".
Aquí luchan en ella nuevamente sus ansias de encontrar en la posible unidad,
la buena del monismo y el descubrimiento de la sexualidad, como un mundo de
fábula que permite la constante transmutación de los símbolos y simulacros
del deseo.
Al respecto dice Klossowski: "no hay aquí lo que hemos convenido en llamar
transposición pura de la experiencia humana - se refiere a la sexualidad
divina - sino un proceso que pertenece a la manifestaciones mismas del ser,
por ser el comercio de los sexos bajos las especies de las divinidades nada
más que una explicitación del ser en sus modo de aparecer, y desaparecer,
mientras que ese mismo intercambio en su forma humana no es más que una
experiencia de vivir y de morir. Lo que así se denomina entre nosotros no es
más que una participación necesaria para las explicitaciones del ser en la
fisonomía divinas".
Lilith y Adán por lo tanto subvierten la idea de una sexualidad binaria y en
esa mezcla se produce lo que Derridá llamará la "diseminación", al mismo
tiempo que abren caminos hacia el pensar como primigenio donar, con-donar y
estar reunidos en torno al lugar donde se crea. El ser mujer, el devenir
sexualidad femenina de la mujer, ha sido más bien un largo proceso de la
metafísica constituida como ontoteología, en la gramática del signo y
mistificación de la fábula de la sexualidad , como juego, fijada en las
ideas de lo femenino y de los masculino. Lilith es el símbolo herético,
porque nos remite en primer término al fetiche de la castración simbólica y
porque no ha lugar a una verdad-mujer, a la mujer devenida esencialidad,
velo que oculta la verdad. Aquí dice Derridá: "es el "hombre" el que cree en
la verdad de la mujer, en la mujer verdad". Y para desalojar definitivamente
de la esencialización de las formas en que "eros" produce verdad, es decir, "corpus" de verdad, Derridá escribe sobre Nietzsche:
"El era, el temía cual mujer castrada (El era, él temía cual mujer
castradora). El era, él amaba, cual mujer afirmativa. Todo a la vez o
simultáneamente según las zonas de su cuerpo y las posiciones de su
historia. ¡En él y fuera de él, estaban implicadas tantas mujeres?".
Y
termina de este modo su cadenciosa elipsis: "No hay esencia de la mujer
porque la mujer es separada y se separa de ella misma: engulle, vela por el
fondo, sin fin, sin fondo, toda esencialidad, toda identidad, toda
propiedad. No hay verdad de la mujer porque esta separación abismal de la
verdad, esta no-verdad, es la verdad".
Con este concepto, Derridá instaura un nuevo concepto de la verdad como
propiación de la escritura, como abandono del camino y cristalización de la
verdad, forma de producción y olvido de las huellas de la "differance", como
el diferir-de-si-de-la verdad del ser. Pero Lilith es aún anterior al
devenir mujer de la mujer, al devenir verdad de lo femenino, al devenir idea
de la verdad. Lilith no es aún "la mujer" donde se inscribe la diferencia y
en ella se borra automáticamente la caída en la escritura de la diferencia.
Lilith es también Adán: es la no- verdad de la verdad, la no propiación, el
abismo primero y último, la costilla del no-saber y de la no-muerte.