Este es el punto cero de la escritura del Mito y del mito de la escritura,
donde se instaura el cuerpo de la metafísica, se catextizan las pulsiones y
las alianzas de los simulacros que vuelven a ser posibles. Felicita - María
Felipa - María Soledad, sola mujer herética en lucha contra las pulsiones
del umbral, extrayendo de sí al ser indiviso que Artaud buscaba en México,
como signo de la archiescritura de la divinidad, que ellas sienten que son y
significan.
Mientras la escritura sea el espacio donde presencia y ausencia, castración
y deseo, plenitud y carencia se remiten a mutua relaciones, el texto será el ámbito donde la alquimia de los cuerpos las relaciones de poder y de fuerza,
permitirá reconstruir los ambiguos del sentido junto al vértigo de su
ausencia, ejecutando las más extraña alianzas. Monista por su incansable
búsqueda de los originales, Luisa Mercedes Levinson descubre desde el
momento del sueño, la otra escena, el sentido de la sustitución y el
simulacro y más aún, la delegación de un tercero que será siempre el asesino
del doble.
Se trata de la producción en serie de sujetos de deseos, donde mediante una
metafísica de los cuerpos plurales, se descubre el abismo de la superficies
y superficies del abismo. En este sentido si Borges inspiró a Foucault,
Luisa Mercedes Levinson podría inspirar a Deleuze. En su universo donde se
vomita la sandalia de Empedocles, se pueden entrever todas las posibilidades
de disyunción y conjunción del deseo. En "El último Zelofonte" atisba zonas
desconocidas para aquel que no haya sido tentado por los simulacros: "Y
decir vida, en este caso era limitado.
Hubiera sido más exacto hablar de una escala hacia una voluptuosa eternidad
imitación" dice Levinson. Para quienes puedan creer que retorcemos el texto
hasta una retórica interpretativa desaforada, sirva esta frase donde la
escritora va más allá de la fábula, transgredida ella misma por el texto. El
problema que Luisa Mercedes Levinson se plantea, y que ella llama la "unidad
de la división", es presentada por ella misma en esta forma: "Empezó la
danza alucinante y exótica de esas parcelas del átomo independizado, de los
núcleos en un millonésimos de instante... Los núcleos de los ácidos, del
esplendor, el incendio... "Nada puede someterse a una hipotética unidad. Ni
bien se sella el pacto comienzan las nuevas alianzas del poder divino por la
fuerza". "Había que someterse a muchas experiencias humillantes, había que
llegar hasta lo hondo del precipicio, hasta el caos, y corporizar ceremonias
lucifeniana, antes de ser capaz de suprimir de los cuerpos la instalación
cloacal". El hombre no es sino aquel que se cuenta una historia y da
comienzo a un mundo y a la apropiación de ese mundo por el nombre.
Corresponde así al habla, porque es capaz de entregarse a la espontaneidad
de ser. Y la existencia para el hombre el nombre-solo un grado en la
eventualidad del ser, es decir del habla poética que sigue siendo mítica. Al
fin: "Los dos Zelofonte y viejo, se miraron de esta nueva manera. ¡Quiénes serán?
Se reconocieron, se aceptaron, se amaban. ¡Cuál de los dos era el doble del
otro? "El último Zelofonte" reduplica la intensidad de los mitos, los
acelera a fin de descubrir bajo la máscara, la diafanidad de un sistema que
se deshace y rehace tras la pluralidad de nombre, que no remite sino a
sombras de pulsiones de vida-muerte de muerte-vida. Nikos - Teseo -
Rosacrucita - Rosita - Rosri - Sri - Rodacrucita, son las innumerables
funciones de los nombres sagrados. Este libro es apologética herética del
mito, deconstrucción en el sentido derridiano del mito: tal cual lo dice
Jonathan Culler: "Operando y en alrededor de un marco discursivo más que construyendo sobre
nueva bases, busca sin embargo, elaborar inversiones y sustituciones". Como
dice un personaje de "El último Zelofonte": "Me llaman Miko Vira, que es
aire, o nada, o nadie". Aunque todavía se hable de la rosa única, "ya no
puede saber (se) - el paréntesis es nuestro - si se trata de un flujo
alimentario o verbal, hasta tal punto la anorexia es un régimen de signos, y
los signos un régimen de calorías... el régimen alimentario de Nietzsche,
de Proust, de Kafka, también, es una escritura y así lo entendían ellos.
Comer - hablar - escribir - amar, jamás captaréis un flujo aisladamente",
escribe Deleuze y la obra de Luisa Mercedes Levinson es este sistema
alimentario de signos y símbolo que son intensidades, flujos que reacciona y
se fusionan sin que se puedan captarlos aisladamente. La repetición del mito
constituye la caloría que mantiene el flujo de la escritura en movimiento
transgresor, porque solo de este modo puede fijarse un sistema de fuerza en
precario equilibrio, entre simulacro de los nombres y la perversa
impenetrabilidad de los cuerpos. Repetición del mito, resurrección del mito,
sin arriba ni abajo, infierno o cielo. Sin arquetipos ni número sagrados,
salvo la ley del camino ("Avanzar, siempre") -sin movimiento- dice Levinson,
porque el hombre pertenece a la impensada esencia del camino, antes que el
camino a la esencia calculadora de la técnica del representar humano.