Sepultado está todo: Ello debía ser.
Se hizo así justicia. Los soles negros
ocupan sus lugares, y el viento ya
dispersa las cenizas que guardaban las Urnas
del recuerdo. Soy polvo ahora.
Disperso en los fragmentos de las horas,
en los ojos mirados, en el caudal de lágrimas,
en infinitas noches alumbradas por gélidas estrellas,
en crueles pesadillas que vuelven hasta mí.
Y aquel lobo afilando los dientes
del verano, en el que amores turbios
encendieron el alma
conterrada en lagunas, en imágenes bárbaras
y espejos de ilusiones que reflejan
las horas, siempre indigentes.
Sombras de tiempo sepultado:
así debía ser: ahora que solo; que solísimo
rimo con los espectros de la sangre
que adviene de subterráneas huellas,
con espectros y animas, pienso que las
preguntas no fueron contestadas,
y que en vano fue todo: ya ni el horror me espera.
Libre soy de abandonar el campus.
Y que el ángelus toque corazones amados.
Conterrado, enterrado entre vivos y muertos,
sombra entre sombras, humo del ser,
todavía me inquietan las indigentes
flechas del destino.
Oh yo, Oscar Ignacio Portela,
sucesión discontinua, vivac de guerras
inconclusas, llevo sólo conmigo
el hambre de infinito, la palabra absoluta,
y el abandono inerte de la suerte impetrada,
como debía ser. |