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Llevo unos días en Polonia,
adonde he llegado, a través de una Alemania ya visitada desde París,
tras un largo viaje en tren muy provechoso. En los trayectos largos la
gente acaba por compartir viandas y sentimientos. Afloran entusiasmos y
pesadumbres con intensidad afín, y el alma colectiva de los pueblos se
abre como un libro que, orgulloso de su relato, quiere ser leído. Me
encuentro en una pequeña ciudad del Sur, de cuarenta mil habitantes,
tranquila y bella, edificada junto a la frontera checoslovaca; aspecto
favorable que me permitirá visitar a la vuelta Brno, Praga y Plzen.
Mi anfitrión es un hombre poco
corriente, se define así: “Católico, polaco, sesenta y dos años,
veterano de guerra, jubilado con anticipación por motivos de salud y ex
jefe de la parcela de planificación en una gran fábrica de maquinaria
para la industria química”. El orden que imprime a la relación es en
verdad intencionado, te advierto; habla, además de la suya, las lenguas
alemana, inglesa, francesa, italiana y rusa, defendiéndose muy bien en
la nuestra. La estudia a ratos en una vieja gramática dotada de un
apéndice de vocabulario con menos de mil palabras. Se trata de un gran
lector que ha terminado por contagiarse e intentar la escritura con
verdadero ahínco. Sólo la carencia de papel puede frenar su entusiasmo.
“Tenemos” –afirma Mroczkowski
Zygmunt, que así se llama el hombre- “un gran respeto a los poetas en
Polonia. Durante el largo siglo de la desmembración del país por Rusia,
Prusia y Austria, eran caudillos de la nación oprimida; la gente los
consideraba profetas pues aventuraban el momento y la manera en que se
daría la resurrección nacional. No hace tanto, en la contienda mundial,
estos aedos desempeñaron un papel importante, encauzando el ánimo
esperanzado del pueblo y manteniendo vivas las llamas de la religión y
de la patria. Y metidos ya en la travesía del último desierto, la pasada
posguerra, sus poemas indóciles, discrepantes con la doctrina del
régimen, se declamaban entre amigos envalentonados por la emoción,
alargando las cenas frugales y reduciendo las noches de invierno. Son
versos dotados de nervio e intención, bien concebidos, impresos de
manera clandestina y pasados de mano en mano como preciados productos de
contrabando”.
Con gesto titubeante y voz de
barítono, como homenaje intemporal a quienes practicaban esa forma de
lucha, recita unos versos aprendidos de memoria que al instante traduce.
Califica de soberbio un poema mío dedicado a la emancipación obrera,
escrito durante el viaje, que ha querido leer para saber a que atenerse
respecto a mí. Soberbio, dicho así, sin más, puede parecer un elogio. No
lo es; refiriéndose al tono empleado, proveniente de su castellano
estricto, aplica el calificativo en su acepción de altanero e iracundo.
Posee el hombre cierta conformidad con la circunstancias y un optimismo
radiante, extraños en alguien que ha pasado muchas penalidades y está
sumergido de lleno en las privaciones.
Vine a él, te expliqué,
recomendado por el grupo con quien yo colaboraba en Francia, personas
piadosas y serviciales, católicos comprometidos. Con cierta frecuencia
recibe víveres y ropas que distribuye entre los vecinos necesitados.
Rememora en la charla su vida más acuñada, “la atormentada época ceñida
de sangre fresca y cadáveres descompuestos, aportados por una pendencia
sin sentido y un pueblo múltiples veces desgarrado, mientras humeaban
las chimeneas de los crematorios vertiendo al aire denso los gases
resultantes de incineraciones humanas. Idos los soldados, ocuparon la
calle las pandillas rojas, propias y soviéticas, en algún sentido
cercanas a los alemanes. La religión, la lengua, la historia y el deseo
de mejora, nos permitieron seguir esperando la independencia verdadera y
la libertad auténtica”. En la foto estamos, Zygmunt, mi guía, y yo, ante
el curioso portal de la catedral de Sw. Jakuba (Santiago). Siento no
poder apreciar el antiguo campanario y la fachada completa, erigidos en
el siglo XV, destruidos en parte y vueltos a levantar en los siglos XVI
y XIX, testimonio vívido del azaroso camino recorrido por tan
sacrificado país.
Como te dije, deseaba asistir
a las sesiones preliminares del Primer Congreso de la Unión Autónoma
Independiente de Trabajadores, conocida por “Solidaridad”, que cuenta
con más de diez millones de afiliados; y así ha sido. Regresamos esta
mañana, Zygmunt y yo, de Oliwa, ciudad satélite de Gdansk, la antigua
Danzig, en la desembocadura del Vístula ¡Qué órgano el de su catedral!,
bellísimo. Vas a verlo, pues llevo fotos del conjunto y de las partes,
incluida la vidriera central; te harás una idea de su magnificencia si
te digo que tardaron en construirlo más de veinte años en el siglo XVIII.
Durante cinco días se han
celebrado allí, en Oliwa, las primeras reuniones del Congreso. Cabe
destacar en ellas la inusual demostración de fe y el admirable empeño
puesto en seguir un recorrido iniciado con dificultades que parecían
insalvables. Intuyo en el singular sindicato, el germen de una nueva
forma de estado que dará mucho juego político en el futuro. De hecho, ya
es el bastidor de una oposición bien estructurada que cuenta con
respaldo exterior; el propio Vaticano, con su Papa a la cabeza, apoya
tal iniciativa a las claras. Aquí, ahora, religión y política forman
tándem. Y no es un hablar gratuito o exagerado, el primer día precedió a
todos los actos una misa celebrada por el primado de Polonia, huésped e
invitado de honor; ¿ves lo que quiero decir? Las numerosas delegaciones
de sindicalistas extranjeros, presentes en los actos, se sorprenderían;
no te quepa duda.
Los japoneses, recibidos entre
atronadores aplausos, regalaron al presidente Waigsa una antigua
armadura provista de una espada de respetable presencia. Nada es
convencional aquí en estos días, puedes creerme; merece la pena
vivirlos. En la sala de deportes donde nos reuníamos para celebrar las
sesiones, la que abría la segunda jornada comenzó asimismo con ceremonia
religiosa. Oficiaba esta misa el propio capellán de Solidaridad y,
pásmate, el texto del sermón titulado “Alabanza del trabajo y del amor a
la Patria” -revelador enunciado- se aprobó como uno de los documentos
oficiales del Congreso, ¡inaudito!, ¿no crees? Nada menos que
novecientas personas asistíamos en calidad de invitados: observadores
extranjeros, diputados, periodistas, fotógrafos, operadores de
televisión, literatos, científicos, artistas, poetas.
La Organización había excluido
de manera expresa a la Radiotelevisión Polaca, debido a su manifiesta
parcialidad sectaria; no obstante, se presentó con setenta operarios y
diversos vehículos de retransmisión móvil, quedándose dos días en la
calle a la espera de una autorización que al fin y al cabo no se
produjo. Junto a sus equipos aparecieron, de pronto, pintados con tinta
negra y roja, improperios alusivos a su mendaz manera de informar;
parece ser que alguno de los congresistas burló la vigilancia
establecida alrededor de coches y camiones. Ninguna de las cadenas de
televisión extranjeras, presentes en el acontecimiento, les ha cedido
imágenes; llegando las noticias al resto de los ciudadanos a través de
Eurovisión y con un retraso considerable.
El país atraviesa un momento
de efervescencia cargado de interés: se conversa a media voz mirando de
reojo, tienen lugar maniobras militares en la frontera y los carteles de
avanzado diseño que cubren las desconchadas paredes, exhiben frases
conminatorias dirigidas al gobierno. Exigen un plebiscito nacional sobre
la autonomía de las empresas y nuevos comicios democráticos, originarios
de una Dieta y de unos Consejos del Pueblo elegidos, sin exclusión de
grados, con plena libertad. La situación abunda en paradojas; las
posiciones de los dirigentes y de los dirigidos se permutan. Un ejemplo
tan sólo: la frase de Lenin: “Todo el poder en manos de los consejos de
trabajadores,” trazada hace tiempo por miembros del partido sobre muros
bien conservados, se convierte en una irónica y actualizada petición a
los dirigentes comunistas, proferida ahora por una gran porción del
pueblo descontento. En suma, el país se mueve, una vez más, entre el
temor y la esperanza; demostrando que la irritación popular y las
demandas de los trabajadores se justifican, una y otra vez, con
independencia de quien detente el poder; y utilizo el verbo en su
acepción amarga. Tal efervescencia, y un entusiasmo colectivo similar,
se viven al inicio de todas las transiciones; aunque suele acontecer
que, poco tiempo más tarde, por desgracia, llega el desencanto con su
caldero de agua helada enfriando el fervor.
Las cosechas de cereales,
patatas, legumbres, remolacha y colza, han sido abundantes; a pesar de
ello, el pan, la harina y sus derivados, de la noche a la mañana han
doblado su precio creando malestar entre la población; y un artículo tan
imprescindible como el carbón, del que los polacos hacen acopio en estas
fechas en prevención de un crudo invierno, también ha subido. Ante
condiciones tan dramáticas, los paquetes de víveres, ropas y medicinas
recibidos del exterior, enviados por parientes, amigos u organizaciones
caritativas, son apreciados porque palian en parte el problema de
abastecimiento y moderan las colas para conseguir los productos
esenciales. El gobierno, consciente de la precaria coyuntura, no se
opone a este socorro en forma de pequeños envíos; por el contrario,
facilita su recepción. Con este fin ha reducido al mínimo los controles,
excluye los paquetes del pago de tasas aduaneras y promete entregar con
celeridad suma todos los llegados.
Nysa, la ciudad en que me
hallo, ofrece un meritorio conjunto de edificios y algunos rincones de
interés: la plaza Mayor y, en ella, la Casa Vieja de la Báscula; la
fontana de Neptuno, las antiguas casas de la calle Hermandad, las torres
de la iglesia de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y el Torreón de
Wrociano, por destacar los de mayor relieve. Zygmunt me va mostrando
cuanto según su entender puede impresionar a un extranjero, desgranando
explicaciones tan precisas, que por fuerza ha de haberlas preparado poco
antes de mi llegada. Ya privado de su grata compañía visitaré el
santuario de Czestochowa, verdadero corazón del país; y las cinco
grandes ciudades: Varsovia, más que nada la ciudad vieja y los museos
Chopin y Nacional, rico éste último en pinturas polacas; Cracovia, y
allí, con preferencia, el barrio del mercado central, las pinturas y
esculturas del Museo, la catedral y el castillo de Wawel, elevado sobre
el Vístula; en Lodz coincidiré con las jornadas folklóricas, cuando
danzas y trajes regionales antiguos se complementan en la expresión
plástica del gusto popular; dedicando, por último, una jornada a Poznan
y otra a Wroclau. No sé aún si podré añadir Torun, en Pomerania, que al
parecer posee un magnífico casco antiguo y un espléndido ayuntamiento
gótico de ladrillo rojizo. Si tengo tiempo -desde Cracovia hay tan sólo
setenta kilómetros- iré a Auschwitz, uno de los campos de exterminio
humano concebido por el terror nazi; y a las minas de sal de Wieliczka,
bajando los cien metros de profundidad existentes hasta alcanzar la cota
de la capilla de Santa Kinga, perforada y tallada en la propia materia
salífera.
Me hablan del frío invernal,
con temperaturas de dieciocho grados bajo cero y copiosas nevadas.
Imagínate: pasajes abiertos en la nieve que cubre las calles, cuyos
muros sobrepasan los dos metros de altura; y trineos usados en las
estaciones a modo de taxis: y así tiempo y tiempo, ¡con lo frioleros que
somos! Me tranquiliza pensar que he llegado en vísperas de un suave
otoño bullente de actividad.
Espero acopiar documentos,
apuntes y memoria, suficientes en calidad y cantidad para elaborar una
teoría del país que, en la próxima reedición, uniré a los otros escritos
sobre esta Europa que va tomando nueva hechura. Artesanía y cocina,
elementos populares reveladores del carácter, me salen al paso. Al final
del recorrido que rematará mi gira, tras un corto paseo por
Checoslovaquia llegaré a Madrid. Puedo anunciarte la inmediata salida a
la luz de dos de mis libros; sucederá en cuanto corrija, a la vuelta,
las galeradas. Te expondré mis nuevas ideas de palabra, en nuestro ya
cercano encuentro.
Ansío verte. Estarás morena,
¡qué digo!, mucho más que morena; nueva Nefertiti, traerás la piel
curtida por un sol adorado durante toda la antigüedad. El duro trabajo
físico de las excavaciones, saludable no obstante, habrá fortalecido tu
cuerpo. Deseo fundirme contigo en un abrazo interminable, y escuchar,
sin otras pausas que las debidas a los besos, el recuento de los últimos
trabajos de la expedición; relatándote, luego, mis andanzas de nómada.
Por encima de todo lo visible
e invisible, te ama,
Cesáreo
PSdeJ |