REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências


Nova Série | 2011 | Número 14

 

 

 

RESUMEN: En este artículo se estudia el ideario evolucionista lamarckiano desarrollando cuatro elementos analíticos. Primero, la elaboración de un arquetipo evolutivo fundacional. Segundo, la interpretación de la naturaleza como un sistema material donde el cambio orgánico da sentido a un proceso continuo dirigido a la conservación de la vida. Tercero, la definición de un principio genealógico sobre el origen de las especies que identifica el método natural. Cuarto, la reformulación del concepto de especie utilizando los argumentos de relatividad temporal e inestabilidad individual. 

ABSTRACT: This paper studies the Lamarck’s evolutionist thought developing four analysis lines. First, the lamarckian construction of a founding evolutionary archetype. Second, the interpretation of nature as a material system where the organic change represents a constant process for adaptative conservation of life. Third, give explanation of the origin of species and the natural method as a genealogical process. Quarter, the redefinition of species concept employed the arguments of temporary relativity and individual instability.

EDITOR | TRIPLOV

 
ISSN 2182-147X  
Dir. Maria Estela Guedes  
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ANDRÉS GALERA

Lamarck y la conservación

adaptativa de la vida

 (Lamarck and the adaptative conservation of live)

                                                                  
 

El año 1812 se publicó la obra Recherches sur les ossements fossiles de quadrupèdes[1], en total cuatro volúmenes dedicados al estudio de los vertebrados fósiles en cuyo Discurso preliminar Georges Cuvier hace preguntas y da respuesta a cuestiones como ¿porqué han desaparecido especies de la Tierra?, ¿qué relación mantiene la fauna actual con los organismos extinguidos?, rechazándose la hipótesis genealógica transformista ante la falta de restos paleontológicos que prueben la gradación orgánica necesaria para justificar dicha parentela modificada. La fauna actual no tendría correlación genésica con los desaparecidos animales vislumbrados en el registro fósil, descartados como antepasados[2]. La negativa de Cuvier a admitir el supuesto evolutivo le obliga a solventar el enigma de la extinción compaginando fijismo y sustitución cronológica, y hacerlo ciñéndose exclusivamente a fenómenos naturales no era un asunto baladí. Su teoría explica que periódicas inundaciones habrían despoblado ciertos territorios que, restablecido el nivel acuoso, serían colonizados por especies procedentes de regiones no afectadas por la catástrofe. El cambio tiene, pues, un significado meramente poblacional, es un acontecimiento distributivo sin repercusión sobre la variabilidad biológica[3]. El discurso preliminar tuvo éxito traduciéndose inmediatamente al inglés[4] alcanzando en 1817 una tercera edición cuyo prólogo, escrito por el geólogo escocés Robert Jameson, ofrece un análisis valorativo sobre el debate evolucionista circulante entre la comunidad de naturalistas durante la segunda década del siglo. El análisis sitúa a Cuvier como el referente antitransformista frente a Lamarck que lidera el movimiento evolucionista interpretando la vida como un proceso modificador de formas pretéritas adaptadas paulatinamente a los cambios medioambientales ocurridos durante la cronología terrestre[5]. Tiene razón el paleontólogo Geoge Gaylord Sympson, iniciado el siglo Lamarck recurrió <<de una manera valiente a la evolución como explicación general de la historia de la vida>>[6]. Tuvo éxito y su idea fue debatida, rechazada, compartida y modificada, por la comunidad científica[7] décadas antes de que Darwin lanzase su mensaje evolucionista encerrado en la poliédrica botella del Origen de las especies el año 1859. La futurista visión lamarckiana de una naturaleza cambiante fue para muchos, caso del filósofo Hegel -transcurría el año 1817- sólo una de esas representaciones nebulosas, sensibles, inefables, a rechazar por la contemplación pensante del hombre[8]. La ida no dejaba de ser una manifestación estrambótica a esconder tras un tupido velo. Otros pensadores se identificaron, sin embargo, con el modelo haciéndose cómplices de la idea. Alguno, como el botánico Frédéric Gérard, desarrolló su propia Théorie de l’evolution des formes organiques con la intención de explicar, a la luz de los conocimientos físico-químicos, cómo surgió la vida sobre la Tierra y desvelar cuál fue el posterior desarrollo de los seres vivos hasta alcanzar el grado actual[9]. Corría la década de los años cuarenta cuando ocurrió. Darwin no participaba de la polémica pero conoció pronto este ideario que, despectiva e interesadamente, calificó de panfleto[10].

La atrevida teoría de Lamarck llegó a oídos del joven de Shrewsbury siendo estudiante en la universidad de Edimburgo. Será el profesor Robert Grant, experto en invertebrados, quien durante los paseos compartidos por el recinto académico anuncie a Charles Darwin las bondades de una (r)evolución lamarckiana que no comprendía: <<Le escuche con silencioso estupor, y, por lo que recuerdo, sin que produjera ningún efecto sobre mis ideas>>[11]. En verdad, Darwin todavía no era el más listo de la clase, pero tuvo ocasión de corregir su error al embarcarse en el Beagle y recibir, durante la escala de Montevideo, el segundo volumen de los Principles of geology de Charles Lyell, en cuyos primeros capítulos se analiza la doctrina lamarckiana. Hasta 1836, al regreso del viaje, Darwin era un convencido teísta fijista, aceptando el argumento del diseño propuesto por William Paley[12] como prueba concluyente de la creación y el determinismo de la naturaleza. Sólo en 1839 se convenció totalmente de la variabilidad de las especies[13]. El año 44 confiesa haber llegado a conclusiones similares a las de Lamarck, aunque las vías del cambio eran totalmente distintas[14]. Darwin reconoce haber leído la Filosofía zoológica escrita por Lamarck, libro que a su parecer era, en el mejor de los casos, extremadamente pobre, podía llegar a ser lamentable e, incluso, una verdadera porquería; del cual, por supuesto, tampoco sacó provecho alguno[15]. La porfía en desacreditar y renegar de Lamarck tiene tintes de maledicencia o se debe a una incapacidad intelectiva real -tampoco la suma de ambas es una opción desdeñable-, y ninguna de las circunstancias le favorece. Pudo emular a su correligionario Ernst Haeckel pero no lo hizo. El naturalista alemán fue respetuoso con Lamarck hasta el punto de calificar su obra de admirable y considerarla como la primera exposición de la teoría de la descendencia común, aplicada en toda su extensión con todas sus consecuencias[16]. En el otro bando, peca de chovinista Pierre Flourens al afirmar que Lamarck es el padre ideológico de Darwin, pero acierta al escribir que aquel había comenzado el sistema, que, en el fondo, las ideas de uno son también las del otro[17]. Arropado en la sensatez, Stephen Gould[18] reconoce la influencia de Lamarck sobre Darwin basándose en tres argumentos que suscribimos: 1º el contacto con la obra lamarckiana, 2º la actitud reflejada por la correspondencia, 3º el contenido mismo de su teoría. Podemos llamar exagerado y partidista a Armand de Quatrefages, acusarle de barrer para casa, incluso no siendo adepto a la doctrina, por definir el movimiento evolucionista afecto al último tercio del siglo XIX como una gran escuela de amplia distribución geográfica que había recuperado las ideas de Lamarck y Geoffroy Saint-Hilaire modificándolas parcialmente[19]. Pero es incuestionable que el pensamiento transformista lamarckiano fue conocido por los naturalistas de su tiempo[20] y supuso una renovación epistemológica sobre la manera de averiguar, percibir e interpretar la naturaleza; que su enfoque del problema sentó cátedra proliferando en múltiples corrientes de las cuales la variante darwiniana fluye como río independiente trazando su propio curso.   

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  Diversificando la vida
 

Si tuviésemos la ocurrencia de leer las disquisiciones sobre el sexo de las plantas escritas por Linneo en 1760, comprobaríamos que la intención de diversificar cronológicamente la aparición terrenal de las especies por medios naturales atañe a la conciencia de ciertos naturalistas antes de manifestarse el episodio evolucionista decimonónico. Linneo no pone en duda la existencia de nuevas especies botánicas producto de la hibridación, ni la posibilidad de que este sea el mecanismo que con el transcurso del tiempo origine la multitud de especies que componen un mismo género a partir de una única planta[21]. El desarrollo de semejante planteamiento conduce a una aplicación restrictiva y regulada del modelo fijista, reduciendo el papel genésico de la creación a la fundación del taxón genérico. Luego, hija del tiempo, vendrá la diversidad específica que compone cada grupo caracterizada por su interrelación parental. Dios sigue siendo el artífice del programa creacionista pero el acto ha perdido su norma sobrenatural convertido en un fenómeno actualista resultado de la reproducción, diversificándose las formas por combinación de las ya existentes[22].

Con el título de Les époques de la nature[23], el conde de Buffon ofrece una versión más ambiciosa, compleja y refinada de la idea de naturaleza mudable[24]. En su mente la cosmogonía terrestre discurre por siete etapas hasta alcanzar el grado actual de diversificación orgánica e inorgánica. Primera y segunda son fases abióticas de conformación de la corteza terrestre. En la tercera irrumpe la vida al licuarse el vapor atmosférico, convirtiéndose la litosfera en un caluroso mar universal. Es la hora de los primeros animales acuáticos, y ellos serán también las primeras especies perdidas al renovarse las condiciones ambientales. La cuarta es la era de los vegetales colonizando, primero, las altas cumbres que el agua no alcanzó a anegar e invadiendo, después, la superficie liberada del mar por el hundimiento del fondo marino y la actuación volcánica modelando barreras orográficas. Sobre esta masa continental eclosiona una fauna terrestre caracterizada por los gigantescos animales que muestran los fósiles; es la quinta época, el momento de una especie humana aún incivilizada. La actual división continental acontecerá en la sexta etapa; y en la última el hombre toma posesión de la Tierra. La consecuencia lógica de construir este escenario materialista es la obligación de responder la pregunta ¿cómo se originan los seres vivos a partir de la materia inanimada? La solución se antoja temeraria, pura fantasía. Buffon aplica el concepto de molécula orgánica: indestructibles partículas vivas producidas por la acción del calor sobre la materia dúctil cuya agregación origina los organismos. Una vez constituidos, animales y plantas poseen un molde interior donde, ingeridas con la respiración y nutrición, se insertan las moléculas orgánicas sirviendo de copia reproductora. Inmersas en esta dinámica, fauna y flora consumen cotidianamente las moléculas orgánicas, sólo cuando acontecen las fases de extinción señaladas por el registro fósil los organismos desaparecen y el proceso se interrumpe quedando las moléculas circulando libremente por el medio con la posibilidad de organizarse en nuevas especies que reemplazarán a las desaparecidas. El modelo carece de nexo biológico, sólo es un referente mecánico acorde con la idea de sustitución orgánica deducida de los datos paleontológicos. La intuición de una descendencia común de los organismos debemos buscarla en otro apartado del pensamiento buffoniano, existe de forma explícita, sin equívocos, interpretando la vida como un factor conectivo entre las diferentes especies, siendo posible pensar que animales y vegetales han tenido un único origen multiplicándose a través del tiempo[25]. Sin lugar a dudas Buffon focaliza el problema del origen de las especies en clave trasformista, trazando un prometedor horizonte a beneficio de pensadores capaces de actuar sin prejuicios. El primer paso era sencillo, él mismo lo dio con disimulo, consistía en reemplazar al creador por una naturaleza reglada mediante las leyes físicas de la atracción y el impulso[26]. Lamarck comprendió la idea y avanzó en la solución del problema. Lo hizo sin tapujos, poniendo negro sobre blanco un planteamiento inusual, incierto y  atrevido, representativo de una manera distinta de ver la naturaleza, descatalogada como entidad superior y convertida en un conjunto de leyes físicas y objetos interrelacionados por un sinfín fenomenológico[27]. Lo hizo cambiando la escena analítica, penetrando en la forma para conocer, comprender y convertir la función en el genuino referente de la vida. Con él y desde entonces, el binomio constituido por la forma y la función diferencia una unidad vital directriz conforme al medio cuyo desarrollo temporal representa la historia orgánica terrestre, convertida en postulado fundamental de la biología.

  Hacia una filosofía de la evolución
 

En la Conferencia Huxley dictada el 29 de mayo de 1911 en la Universidad de Birmingham, el filósofo Henri Bergson expresaba su adhesión a la idea de una evolución de las especies, entendida como la generación sucesiva de formas orgánicas a partir de otras más simples. Hipótesis que, según el filósofo, desde Lamarck se había confirmado progresivamente por observaciones provenientes de la anatomía comparada, de la embriología y la paleontología[28]. Rescatando el testimonio de Bergson queremos reconocer dos propiedades estructurales que identifican el fenómeno de la evolución. Primera, su definición general como un proceso biológico común responsable del origen cronológico de las especies por modificación de las precedentes; argumento descriptivo –lo que ocurre- a partir del cual las distintas teorías ejecutan su opción particular justificando cómo, por qué, y para qué sucede. Segunda, la condición empírica del supuesto, inducido de datos obtenidos en diferentes áreas de conocimiento. Este armazón ideológico fue trazado por Lamarck y fundamentará el principio intelectivo de los demás modelos evolutivos. En opinión de su contemporáneo Yves Delaye, antes de Lamarck era impensable atribuir una causa natural al origen de las especies[29]. Hablando con precisión afirmaremos que la imposibilidad no era de pensar en términos naturales –físicos, químicos y biológicos- como fuente material de aquellas especies bajo cuya apariencia se manifiesta la vida, el imposible radicaba en cerrar el círculo ampliando la idea y explicando la génesis de los organismos mediante una genealogía que relacionase a todos entre sí y con el medio, estableciendo un canal de información biológica desde el pasado hasta el presente a través de la reproducción. Epistemológicamente, el acierto de Lamarck consiste en definir un nuevo estatus natural remodelando libremente, ad libitum, un concepto clásico, recurrente, eterno, del pensar naturalista; representación de una naturaleza invariante determinada hasta sus nimios detalles: la escala natural o cadena de los seres, que desde Platón y Aristóteles relaciona y ordena morfológicamente las formas orgánicas por su proximidad anatómica componiendo una secuencia rectilínea de complejidad y perfección crecientes hasta el hombre, definiéndose un grupo natural único, unilateral, unidimensional y unidireccional. Para Lamarck el término naturaleza obtiene su valor del orden de las cosas que la constituyen[30], pero la ordenación no responde al estándar de la escala natural. En 1800 rechazó públicamente el esquema abandonando el planteamiento uniformista. En su mente dejó de existir la rectilínea serie morfológica que daba continuidad a las diferentes especies[31]. Su interpretación de la naturaleza cambió reduciéndose la conexión orgánica a una gradación matizada, nuancée, circunscrita al sistema de organización identificado en las clases y grandes familias taxonómicas. El resto, géneros y especies, forman ramificaciones laterales que separan, aíslan, unos organismos de otros conformando el arborescente simbolismo que identificará el nuevo orden natural evolutivo, representando una secuencia genealógica de la vida donde los seres vivos provienen y se suceden unos a otros formando especies que tienen una constancia relativa, son temporalmente invariables[32]; porque sólo el individuo es la esencia natural. Hay un orden perfilado como una serie ramosa, irregularmente graduada e ininterrumpida[33], bifurcada en sendos reinos –animal y vegetal- compuestos por series filéticas sinfín. Relación de parentesco constitutiva del verdadero método natural en detrimento de las artificiosas distribuciones sistemáticas vigentes[34].

<<Durante mucho tiempo pensé que había especies constantes en la naturaleza>>, explicaba Lamarck en el auditorio parisino del Museo de Historia Natural con ocasión de la apertura del curso zoológico el año 8 republicano[35]. Error que no se repetirá. Revisar el concepto de especie es la consecuencia inmediata de observar la naturaleza bajo el prisma transformista, episteme definible ahora como una secuencia bidimensional espacio-temporal. El grupo específico es una realidad transitoria constituida por individuos dependientes del medio, válidos sólo si se mantienen las circunstancias ambientales[36]. En román paladino, la especie es un colectivo de individuos que durante un periodo largo de tiempo se asemejan totalmente presentando pequeñas variaciones accidentales[37]. Después, transcurrido un tiempo inverosímil para la existencia humana, las condiciones del medio cambian gradualmente y los individuos acomodan su formato orgánico a las nuevas necesidades –funciones- adquiriendo otra conformación que heredan sus descendientes[38]. El conjunto constituye una especie diferente asimismo perecedera. También puede ocurrir que un subgrupo, accidentalmente separado del colectivo, experimente en otro espacio condiciones distintas adquiriendo hábitos diversos que determinan otra forma biológica. El grupo constituirá una nueva especie, teoriza Lamarck[39] incorporando al proceso de especiación una modalidad por separación geográfica grupal a partir de la población parental con futuro dentro de la biología evolutiva[40]. Las especies ya no son hijas del tiempo linneano, lo son de un medio cambiante en el ciclo temporal y, en distinta medida, por segregación poblacional. Hay, pues, dos vías de especiación  para un mismo mecanismo de transformación orgánica –modo- siendo la adaptación el motor de esta casuística evolutiva; lo es como condición sine qua non a cumplir por los seres vivos para sobrevivir. Nos enfrentamos a una naturaleza conservante de la vida individual, no de la especie, mediante la adecuada combinación adaptativa, suceso donde, racionalmente, el fenómeno de la extinción carece de fundamento al no producirse la interrupción existencial del objeto sino una continuada conversión adaptativa. En tal caso ¿cuál es la correspondencia biológica deducida de los datos paleontológicos? Los fósiles no identifican especies desaparecidas de la faz terrestre, constituyen estadios pasados y conexos de la misma materia testimoniando cómo fueron antes de convertirse en su manifestación presente[41] igualmente perecedera. Son las piezas caducadas de un proceso individualizado de sustitución no selectiva, no hay competencia ni intraespecífica ni interespecífica. El cambio lamarckiano es sólo acumulativo, la suma de partes convergentes en nuevas morfologías dentro de una naturaleza variante en sentido paulatino, moderado e incesante, nunca catastrófico. Cambiar requiere tiempo[42] y ocurre mediante los pasos sucesivos que muestran los fósiles.

Subrayando la inestabilidad orgánica como una cualidad inaparente de la naturaleza, Lamarck enuncia su teoría biológica sobre el origen material de la vida y el común desarrollo multiforme de los seres vivos interconectados con la historia geológica del planeta. Si a título general la hipótesis culmina la idea de una naturaleza independiente, capaz por sí misma de alcanzar tales logros[43], el mensaje subyacente es un mar de dudas respecto a la letra pequeña del proceso natural. El antídoto contra tal ignorancia es un innovador programa de investigación. El naturalista debe ser ambicioso, no puede ser timorato y limitarse a consumir tiempo y esfuerzo describiendo y clasificando la serie infinita de especies, géneros, órdenes y clases de ambos reinos habitantes del globo[44]. Identificar el objeto vivo no basta para reconstruir adecuadamente el sistema biológico natural. Completar la tarea requiere descubrir cómo la naturaleza dio existencia a los objetos vivos que la componen renovándolos incesantemente[45]. Consecuentemente, la prioridad será analizar el conjunto de relaciones que condicionan al sujeto para expresarse en un modelo anatómico-funcional. Metodológicamente, el objetivo se traduce en conocer la organización de los seres vivos estudiando los fenómenos que acontecen durante la reproducción y el desarrollo, y relacionando los efectos que las condiciones del medio y la manera de vivir ejercen sobre los cuerpos[46]. Este es el significado particular de la biología lamarckiana impresa en 1809 con el título de Philosophie zoologique, un corpus de principios sobre la vida animal redactado a fin de dilucidar en qué consiste y a desvelar cuáles son las condiciones que el fenómeno natural precisa para manifestarse corpóreamente[47], concluyéndose que para conservar la vida los individuos experimentan un proceso continuado de transformaciones adaptativas relacionadas con las condiciones ambientales de cada momento. Adaptación, continuidad filética y variación cronológica de las especies, son los pilares del arquetipo evolutivo fundacional lamarckiano. Desde entonces la fórmula ha viajado en el tiempo generando un intenso, polémico e incesante debate sobre el origen y la temporalidad de las especies, dejando claro que una cosa es afirmar el fenómeno de la evolución y otra conocer cómo y por qué tiene lugar; tal y como reflexiona el paleontólogo George Simpson en la década de los años cincuenta[48]. Así las cosas, hoy el pensamiento lamarckiano, lejos de caer en el olvido, es un activo del ser y sentir evolucionista porque, impregnado del saber biológico actual, su visión transformista de la naturaleza ofrece un ramillete de posibilidades originalmente insospechadas. Con ecológicas razones Ramón Margalef escribe que el <<fantasma de Lamarck es difícil de exorcizar en las discusiones sobre evolución, porque la idea fundamental, o por lo menos la idea aprovechable de Lamarck no es la herencia de los caracteres adquiridos, sino que los hábitos y las apetencias pueden guiar la evolución futura, por configurar, de una otra manera, la constelación de las características que se eligen para basar en ellas el proceso de decisión, o de selección>>[49].  El debate continúa.

  Notas
 

[1] CUVIER, G. (1812), Recherches sur les ossements fossiles de quadrupèdes, París, 4 vols.

[2] Ibídem, Discours préliminaire; citamos por la reimpresión de 1992, París, Flammarion, p. 111.

[3] Analizamos el tema en GALERA, A. (2002a), Modelos evolutivos predarwinistas, Arbor, 172 (677),  pp. 1-16. GALERA, A. (2007a), El significado religioso de la teoría de la evolución. En POLO USAOLA, M. (coord.), Religión y ciencia, Cuenca, Universidad Castilla-La Mancha, pp. 111-126.

[4] CUVIER, G. (1813), Essay on the theory of the earth, Edimburgo.

[5] Ibídem; citamos por la 5ª edición (1827) que reproduce el prólogo de la 3ª (1817), pp. VI-VII.

[6] SIMPSON, G. G. (1967), La vida en el pasado, Madrid, Alianza,  p. 186 (Life of the past. An introduction to paleontology).

[7] Cf. GALERA, A.  (2002a); GALERA, A. (2006), La alquimia de la vida. Etienne Geoffroy Saint-Hilaire y el evolucionismo experimental. En GUEDES, E. (ed.), Numeros e outras coisas da vida, Lisboa, Apenas livros, pp. 3-18.

[8] HEGEL, G. W. F. (1997), Enciclopedia de las ciencias filosóficas, Madrid, Alianza, pp. 308-309 (ed. original 1817).

[9] Cf. GÉRARD, F., Dictionnaire Universel d’Histoire Naturelle: <<Géographie zoologique>>, 1845, t.6, pp. 112-192; <<Generation spontaneée ou primitive>>, 1845, t. 6, pp. 53-71;  <<Dégénérescence>>, 1844, t.4, pp. 647-655; <<Espèce>>, 1844, t.5, pp. 428-452. Cf. GALERA, A.  (2002a).

[10] Cf. las cartas de Darwin a J. D. Hooker, de fechas 19 marzo y [15 ó 22 de agosto] de [1845] (reproducidas en wwww.darwinproject.ac.uk/darwinletters).

[11]  DARWIN, Ch. (1997), Autobiografía y cartas escogidas, Madrid, Alianza, p.64.

[12] PALEY, W. (1802), Natural Theology; or, Evidences of the Existence and Atributes of the Deity collected from the Appearances of Nature.

[13] Cf. DARWIN, F. (ed.) (1958), The autobiography of Charles Darwin and selected letters, Dover, Nueva York, pp. 19, 63,  66, 175 y 184.  Sobre el tema cf. GALERA, A. (2002b), Creating evolution. En  PUIG-SAMPER, M. A.; RUIZ, R.; GALERA, A. (eds.), Evolución y cultura, Madrid, Junta de Extremadura-UNAM-Doce Calles, pp. 13-20. GALERA, A. (2001), Crear la evolución. El fundamento religioso del origen de las especies, Atalaia-Intermundos, Lisboa, 8-9, pp. 141-147 (también www.triplov.com/creatio/galera.htm).

[14] Carta de Darwin a Joseph Hooker, 11 enero de 1844; en  DARWIN, F. (ed.) (1958), p. 183-4.

[15] Carta de  Darwin a Charles Lyell, 11 de octubre de [1859], reproducida en www.darwinproject.ac.uk/darwinletters (también DARWIN, F. (ed.) (1887), The autobiography of Charles Darwin and selected letters, Londres, John Murray, v. 2, p. 215.

[16] HAECKEL, E. (1914), The history of creation: or the development of the earth and its inhabitans by the action of natural causes, Nueva York, Appelton, 2 vols., 6ª edición, vol. I, p. 114.

[17] FLOURENS, P. (1864), Examen du livre de M. Darwin sur l’origine des espèces, París, Garnier, p. 15.

[18] GOULD, S. J. (2004), La estructura de la teoría de la evolución, Barcelona, Tusquets, p. 220.

[19] QUATREFAGES, A. de (1896), L’espèce humaine, París, Alcan, p.27. La referencia apunta hacia Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, seguidor de Lamarck y artífice, en las décadas de los años 20 y 30, del evolucionismo experimental teratológico; cf. GALERA, A. (2006).

[20] Cf. el análisis expuesto en LAURENT, G. (2001), La naissance du transformismo. Lamarck entre Linné et Darwin, París, Vuibert, pp. 123-128.

[21] LINNEO, C. (1760), Disquisitio de sexu plantarum, Vidovonae, pp. 127-8;  en. VERGATA, A. La (ed.), L'evoluzione biologica: da Linneo a Darwin 1735-1871, Turín, Loescher, 1979, p 109.

[22] Cf. GALERA, A. (2001), pp. 141-143.

[23] BUFFON, (1778), Les époques de la nature, París, Imprimerie Royale.

[24] Analizamos el tema en GALERA, A. (2007b), Una historia de la Tierra. En CERVANTES, E. (coor.), Veintisiete libros y un prólogo abierto para una nueva biología, La Rioja, ADEBIR-Ed. Crimentales, pp. 49-53. Cf. también GALERA, A. (1994), Reflexiones sobre el modelo sistemático, el concepto de especie y el mecanismo de la reproducción en el siglo XVIII, Nouveau monde et renouveau de l’histoire naturelle, París, vol. III, pp. 97-130.

[25] Buffon, Histoire naturelle. «L'ane», París, Gallimard, 1984, pp. 193-4; cf. GALERA, A. (1994).

[26] El testimonio de Buffon fue recogido por M. J. Hérault de Séchelles en su Voyage a Montbard; citamos por la edición de F. A. Aulard, París, Librairie des Bibliophiles, 1890, p. 39.

[27] Cf. LAMARCK  (1994), Philosophie zoologique, París, Flammarion, p. 307.

[28] BERGSON, H. (1982), La energía espiritual, Madrid, Espasa Calpe, p. 28 (L’Ènergie espirituelle (Essais et conférences), París, PUF, 1919).

[29] DELAYE, Y. (1895), La structure du protoplasme et les théories sur l’hérédité et les grands problemès de la biologie générale, París, Reinwald, p. 369.

[30] LAMARCK (1820), Système analytique des connaissances positives de l’homme, París, Belin, p. 20.

[31] LAMARCK (1801), Système des animaux sans vertèbres, <<Discours d’ouverture du cours de zoologie, donné dans le Muséum National D'Histoire Naturelle l’an 8 de la République [1800]>>, París, Deterville, p. 17.

[32] LAMARCK (1994), p. 113.

[33] Cf. LAMARCK (1994), p. 104.

[34] Cf. LAMARCK (1994), pp. 80-81.

[35] LAMARCK, <<Discours d’ouverture du cours de zoologie, donné dans le Muséum National d'Histoire Naturelle l’an 10 de la République [1802]>>, en LAMARCK (1907), <<Discours d’ouverture>>, Bulletin scientifique de la France et de la Belgique, París, t. XI, apéndice, p. 80 (el texto falta en la edición del discurso incluida en Recherches sur l’organisation des corps vivans, París, 1802).

[36] Cf. Philosophie Zoologique, 1ª parte, capítulo III, <<De l’espece parmi les corps vivants>>; LAMARCK  (1994), p. 100.

[37] LAMARCK (1907), <<Discours d’ouverture an X>> p. 83. Cf.  también <<Discours d’ouverture  an XI>>, p. 100.

[38] Ibídem, p. 81.

[39] Ibídem.

[40] Moritz Wagner, Die darwinsche theorie und das migrationsgesetz der organismen, Leipzig, 1868 (The Darwinian theory and the law of the migration of organisms, Londres, 1873), fue el primer planteamiento general sobre especiación geográfica. A esta línea pertenecen, por ejemplo, los trabajos de D. S. Jordan, <<The origin of species through isolation>>, Science new series, 22, 1905, pp. 545-562; y J. T. Gulick, <<Isolation and selection in the evolution of species. The need of clear definitions>>, American Naturalist, 42, 493, 1908, pp. 48-53; y ampliamente conocido es el modelo asimétrico de la población fundadora definido por Ernst Mayr (Populations, Species and Evolution, Harvard University Press, 1970).

[41] Cf. LAMARCK  (1994), pp. 115-116.

[42] Cf. LAMARCK  (1994), p. 117.

[43] LAMARCK (1907), <<Discours d’ouverture an XI>>, p. 101.

[44] Ibídem, <<Discours d’ouverture an VIII>>, p. 46.

[45] Ibídem, <<Discours d’ouverture an  1806>>, p. 123. Cf. también p. 47.

[46] Ibídem.

[47] Cf. LAMARCK (1994), <<Avertissement>>>, pp. 53-55, 61.

[48] SIMPSON,  G. G.,  El sentido de la evolución, Buenos Aires, Editorial Universitaria, 1961, p. 11 (The meaning of evolution, Yale University press, 1951).

[49] MARGALEF, R. (1996), <<Variaciones sobre el tema de la selección natural>>; en WAGENSBERG, J. (ed.), Proceso al azar, Barcelona, Tusquets, p. 135.

 

Proyecto de investigación HAR2009-12418. Una versión de este artículo ha sido publicada en la revista Asclepio, vol. LXI, fasc. 2, 2009, pp. 129-140.

 

 

Andrés Galera (Espanha)
Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC. andres.galera@cchs.csic.es

 

 

© Maria Estela Guedes
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