MANSION ARTAUD / TATUAJE EN FUGA DE LOS CUERPOS TEXTOS E IMAGENS DE MANUEL LOZANO 30-08-2003 www.triplov.com |
Canta, lastimada mía A Olga Orozco ¿Cómo era tu casa antes de la restauración? Barro sobre barro y esa debilísima lluvia que caía en las persianas, tan esponjosa lluvia en la madera del viento, cóncava, supliciada de la hoguera anterior al diluvio, escurriéndose en la amarga envoltura que la lleva a ser visión de polvo prometido en las cenizas: caldera del escalofrío al borde de los labios. Oscila este inmigrante sin poder atravesar siquiera, sin apartarse del suntuoso pantano. ¿Qué ropaje amedrentado entre la fiebre y la seda, pero más ajeno en el telar sonoro que devora la coraza del exilio y en que anudo de una vez por todas mis sudarios? Es inconsolable este doler, este doler a grito final de condenado. Son heladas las máquinas que ciegan, los hornos que estrangulan, Los alfileres que irumpen en tanta desesperación estremecida. ¿Qué escafandra necesito para probarme el castigo? ¿Y qué máscara que no se derrita? ¿Qué vértigo sufrido en este amargo trayecto hacia la noche? Me incuba el huevo de la alianza, la cáscara lila de un martirio donde no puedes saber quién fragua las respuestas, bajo qué hirviente superficie se sospecha el derrumbe y el brillo en la fisura. Este no es un muro que separe mis sueños del sueño del planeta, una cámara increíble para fundir la usura de los huesos, la fábula caníbal de la historia inocente. Corría yo por la herrumbre del palacio, sin darme cuenta apenas de esos alambrados ocultando a los tréboles. Líbrame de todo mal, de los guijarros malditos hasta el borde. Tú me conjuras de la muerte nauseabunda, de la muerte vibrátil, de la muerte que pudre. La última flor de la corona fue robada, de agobiadora vida husmeando en el residuo de dos manos que han sido, de las solas que en un lento infinito se abominan. Han crucificado el cadáver, el cadáver durmiente, raptado en ese espejo invulnerable que circunda tu infancia, por estos arrabales sin dios y sin testigos. ¿De qué inmundo misterio engendraste a tus padres, adónde las pupilas de inocente basilisco? ¿Son las mismas que escupían la cuna, que zumbaban de pavor en las orejas del monstruo? No hay peregrino tenaz ni cruel alabancioso que limpie mi cara de Van Eyck para la aurora. Canta, lastimada mía. De sangre, nada más que de elegida sangre te hiciste pedigüeña en esta hora de la sed en que me ahogas no pudiendo levantar a aquél que sufre. Será como una lámpara en el pequeño alféizar de una casa abandonada. No me recuerden el crimen. ¿Cómo me diste tanta soledad si estaba lleno? Las piedras urden lo que graba tu piel en los baldíos. ¿Cómo es entonces el camino? Estás a punto de trizar el bloque de hielo que te encierra en viejas, atroces migraciones al silencio revelando ciudades partidas por un ala. Canta, lastimada mía. En la negrura del mar rozo mi cuerpo, mi fardo de preguntas, esta fotografía salvada para siempre del naufragio. Canta, lastimada mía. La voluptuosa canta de blanco sobre un fondo rojo. Canta en las cuevas masticando ayeres desde su porvenir milenario, Canta, lastimada mía. Canta ahora. Y despréndete. ORIGENES, DE ALEJANDRIA vara de leche perturbada entre espinas, debe aferrarse a su historia. Abajo cantarían las grullas. Hazme mansión de lo que callas: Coróname de ardor por el regreso. ¿Por qué saliste, madrastra de los espejos estériles? ¿Por qué juntaste los dientes con la firme devoción del tembloroso? Abajo cantarían las grullas. Sangre hundida, hambre de la tribu. ¿Qué hebras para la exhalación? idolatra tu llanto. Son puertas asilándose en la sal de mi sombra. ¿Fue tan lejos caer? Abajo cantarían las grullas. Mastines dejan oír el rumor de la ciénaga. A imagen y semejanza de quien escarba y roba y me retiene en la escritura más ciega, te obstinas en la celebración. Abajo cantarían las grullas. ¡Desagües y dudas para el celo incrustado del fuego, para tu hocico! TATUAJE EN FUGA DE LOS CUERPOS
Habría que ver cómo descrucifican los cuerpos a la intemperie en que el amor se pregunta sobre hierbas todopoderosas, y el oro carnicero de los ángeles grita en la ceniza. El hambre hace ya un recuento de capitulaciones. Evaporas al traficante exacto de toda tu vergüenza. El sudario ofrece llagas para un dios que está ciego. ¿Cómo pronunciar frente a la piel su historia de tenues vejaciones a la luz? ¿Por qué no pronunciarme desnudez en este dilatado país de un ardor tan fulmíneo? De un zarpazo llegarás a la casa. ¿Cómo debo mirar ahora la devastación y las puertas? Tenebroso, imantado o quemante, el revés de tu sexo muerde piedad cuando me viertes. CUANDO A LA DERIVA A Marcel Heinart Una geometría de silencios incrusta la inocencia en su delirio. ¿A qué noche me trajiste revelando el costado de la perduración? ¿A qué inocencia, hijastra o grulla de mudable leyenda? Duermen en la frontera -borra de la luz- con sus coronas rotas. El sacrilegio es un perfume; toda fragua, nada más que un error deshecho entre las mordeduras del crimen. ¿De qué palabras derritirías la inocencia? ¿De qué yo sin el tú que fue nosotros? Casas desfondadas en el cielo, pantanos y niños de piel incandescente, el mismo hambre en la memoria de mis manos, y después aquella canción cuando a la deriva rebobino mi infancia hasta la muerte. ¿Acaso no era un rey el que esperabas? MEDITACION SOBRE UN PRELUDIO A SOLAS Y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima,
Todos los hombres pierden el camino de regreso. Sucede desde la primera sed de la criatura. La fulgurante procesión de escarchas fluye en las cortezas y no sabe morir. Nada revelaría el camino, ni la flor cenicienta, ni el alimento -a oscuras- en el umbral de esta salida. El ciervo vulnerado percibe los barrotes. Han bebido el ácido feroz sobre las cláusulas. ¿Hubo un sueño aquí llamado lluvia, una palabra que nombrara un sueño llamado lluvia? Muchedumbres son carcoma de la noche, derretida como un cóncavo incendio de mi transparencia. La memoria canta a traición. Rotan caretas simuladas vagamente hacia el bosque, el más duro abandono. Acumulas eternidad en tenues caligrafías sin navajas. ¡Que no surja el esplendor de tus sótanos! El ataúd de nuestra sangre ya fue abierto. Un salmo se entremezcla con murmullos. ¿No hubo acaso una brújula de hierro sapientísima que guiara tu orfandad como un latido? Es tan lejos la vigilia. A los costados, sólo verías fosas e inscripciones: ¿quién será ungido, desnudez, pero quién comerá su podredumbre? Olvidaste la Puerta, a imagen y semejanza de tus precoces, voraces nacimientos. Los carbones encendidos velarán hasta la muerte. No estaba allí la cuna poblada de alacranes, el trono enardecido para la demencia. (Al mirar fijamente, alcanzarás la pequeña cruz donde roen un corazón leproso. Hay huesecillos, también. Hay huesecillos.) Un niño vestido con espejos me lame ahora la raíz secreta de la herida. Si surjo entre dunas me redimes, como si fueras un colibrí volando desde las entretelas de la separación hasta mi boca. ¿Y fue con luz como vacié este cofre lleno de ojos, ojos como bordes de alarido, como semillas finales en la lengua del custodio? ¿Llora el heraldo que no he de nombrar? ¿Qué mundo no traiciona a la palabra? Altísimo este bosque y traslúcido el vértigo, ellos piden entrar por las murallas. Tal vez un temblor mojado acabe con la historia. Me adelanto al ascenso. Vas a ver las llagas y sus crías. Es necesario que así sea. |