|
|||||||
Introducción del Símbolo de la Fe: |
|||||||
Capítulo III De los fundamentos que los filósofos tuvieron para alcanzar por lumbre natural que hay Dios |
|||||||
Cap. III: 5 | |||||||
VII.- Y demás de estos fundamentos susodichos, hay otro no menos eficaz para el conocimiento de esta verdad, y muy palpable y fácil de penetrar a cualquier entendimiento, por rudo que sea. El cual procede de ver las habilidades que todos los animales de la tierra, de la mar y del aire tienen para todo lo que se requiere para su mantenimiento, para su defensión, para la cura de sus enfermedades y para la creación de sus hijuelos. En todo lo cual ninguna cosa menos hacen de lo que harían si tuviesen perfectísima razón. Así temen la muerte, así se recatan de los peligros, así saben buscar lo que les cumple, así saben hacer sus nidos y criar sus hijos como lo hacen los hombres de razón. Y aun pasan más adelante, que entre mil diferencias de yerbas que hay en el campo de un mismo color, conocen la que es de comer y la que no lo es, la que es saludable y la que es ponzoñosa y, por mucha hambre que tengan, no comerán de ella. La oveja teme al lobo sin haberlo visto, y no teme al mastín, siendo tan semejante a él. La gallina no teme al pavo, siendo tan grande, y teme hasta la sombra de un gavilán, que es mucho menor. Los pollos temen al gato y no al perro, siendo mayor y esto antes aún que tengan experiencia del daño que de las cosas contrarias podrían recibir. De esta misma consideración se aprovechaba el mismo Tulio para mostrar la sabiduría y providencia de aquel artífice soberano que todo lo gobierna. Lo cual prueba declarando cómo todas las cosas que tienen vida están perfectísimamente fabricadas y proveídas de todas las habilidades necesarias para conservarla. Del cual referiré aquí algunas cosas, dejando otras para sus lugares. Y comenzando por las plantas, dice así: «Primeramente los árboles que nacen de la tierra están de tal manera fabricados, que puedan sostener la carga de las ramas que están en lo alto y asimismo con sus raíces afijadas en tierra para atraer el jugo de ella, con el cual viven y se mantienen, y los troncos de ellos están vestidos y abrigados con sus cortezas, para que estén más seguros así del frío como del calor. Mas las vides tienen sus ramales, que son como manos, con que se abrazan con los árboles, y suben a lo alto sobre hombros ajenos, y así también se apartan de algunas plantas que les son contrarias y dañosas, cuando están cerca de ellas, como de cosa pestífera, y por ninguna vía tocan en ellas. Mas, ¡cuán grande es la variedad de tantos animales, y cuán proveídos para todo lo que se requiere para su conservación! Entre los cuales unos están cubiertos de cueros, otros vestidos de vellos, otros erizados con espinas, unos cubiertos de plumas, y otros de escamas. Y entre ellos unos están armados con cuernos, y otros se defienden huyendo con la ligereza de sus alas. A los cuales todos proveyó la naturaleza abundantemente del pasto y mantenimiento que a cada uno en su especie era proporcionado. Y podría yo referir aquí las habilidades que ella les dio para buscar este pasto y digerirlo, y cuán ingeniosa fue en trazar la figura y fábrica de los miembros que para esto son necesarios. Porque todas las facultades interiores de sus cuerpos de tal manera están fabricadas y asentadas en sus lugares que ninguna haya superflua, y ninguna que no sea necesaria. Dio también ella a todas las bestias sentido y apetito, para que con lo uno se esforzasen a buscar su mantenimiento, y con lo otro supiesen hacer diferencia entre las cosas saludables y dañosas. Y entre ellas unas hay que buscan su mantenimiento andando, otras rastrando por tierra, otras volando, otras nadando; entre las cuales unas toman el manjar con los dientes y con la boca; otras lo despedazan con las uñas; otras con los picos revueltos; otras maman; otras toman el manjar con la mano; otras lo engullen así como está entero, y otras lo mascan con los dientes. Todas también tienen sus lugares naturales a donde corren. Y así, cuando a la gallina echan los huevos de los patos para que los saque, después de salidos a luz y criados, ellos mismos sin maestro se van derechos al agua, reconociendo ser éste su lugar natural: tan grande es la inclinación que la naturaleza dio a todas las cosas para procurar su conservación. Muchas otras cosas pudiera traer a este propósito, y muchas de ellas son muy notorias, como es ver con cuánta diligencia miran por sí los animales; cómo estando paciendo miran alrededor si hay algún peligro, y cómo se escondan y guarezcan en sus madrigueras, y con cuánta diligencia se defienden y arman contra el temor y fuerza de sus contrarios, unos con cuernos, como los toros, otros con dientes, como los jabalíes, otros mordiendo, como los leones, unos huyendo, y otros escondiéndose, y otros con un intolerable hedor que echan de sí para detener sus perseguidores». Estas y otras semejantes habilidades refiere Tulio de los animales, los cuales, careciendo de razón, hacen las cosas tan a propósito de lo que conviene para su conservación y defensión, como si realmente la tuvieran. Pues arguyen ahora los filósofos así. Todos estos animales carecen de razón (porque en sola ésta se diferencian ellos del hombre y el hombre de ellos), y con todo eso hacen todas las cosas que pertenecen a su conservación tan perfectamente como si la tuviesen, luego necesariamente hemos de confesar que hay una razón universal y una perfectísima sabiduría que de tal manera asiste a todos ellos, y de tal manera los rige y gobierna, que hagan lo mismo que harían si tuviesen razón. Porque por el mismo caso que el Criador los formó, y quiso que fuesen y viviesen, estaba claro que les había de dar todo lo necesario para conservar sus vidas, de otra manera, de balde y sin propósito las criara. Si viésemos un niño de edad de tres años que hablase con tanta discreción y elocuencia como un gran orador, luego diríamos: otro habla en este niño, porque esta edad no es capaz de tanta elocuencia y discreción. Pues como veamos que todas las criaturas que carecen de razón, hagan todas sus obras conforme a razón (que es todo lo que conviene para su conservación), necesariamente hemos de confesar que hay esta razón universal y esta suma sabiduría, la cual, sin darles razón, les dio inclinaciones e instintos naturales para que lo que en los hombres hace la razón, hiciese en ellas la inclinación. Y en esto advirtieron claramente los filósofos, los cuales dicen que las obras de naturaleza son obras de una inteligencia que no yerra, queriendo decir: son obras de una suma sabiduría que hace sus obras con tanta perfección, que ningún defecto se pueda hallar en ellas. Esta consideración que nace de las criaturas movió a San Agustín a decir que más fácilmente dudaría si tenía ánima en su cuerpo, que dudar si hay Dios en este mundo, por razón del testimonio que de esta primera verdad nos dan las cosas criadas. Estas tres postreras consideraciones que aquí hemos tocado, tienen necesidad de más larga declaración. Y aunque lo dicho bastara para lo que pide la resolución y brevedad de esta Introducción, mas porque mi intención es, como ya dije, dar materia de suavísima consideración a las personas virtuosas, volveremos a tratar estas tres consideraciones más copiosamente. En lo cual, imitando aquellos dos santos doctores que dijimos, San Ambrosio y San Basilio, trataremos de las obras de los seis días, en que Dios nuestro Señor crió todas las cosas, para que por ellas levantemos los corazones al conocimiento de la bondad, y sabiduría, y omnipotencia, y providencia del que las crió para la provisión de nuestro cuerpo y para el ejercicio y levantamiento de nuestro espíritu. Para lo cual antiguamente ordenó la guarda del sábado (en el cual se escribe haber Dios descansado de la obra de Creación) para que empleasen los hombres este día en la consideración de las obras que en los primeros seis días había obrado, y le diesen gracias por ellas, pues todas eran beneficios suyos. Pues, conforme a esto, trataremos primero del mundo y de las principales partes de él, que son cielos y elementos, y después descenderemos a tratar en particular de todos los cuerpos que tienen vida, como son las plantas y los animales, y al cabo trataremos del hombre, que en el sexto y postrero día fue criado. Y porque el cristiano lector se aproveche mejor de esta doctrina conociendo el blanco a que toda ella tira, sepa que mi intento no es solamente declarar cómo hay un Dios criador y señor de todas las cosas (conforme a lo que al principio propuse), sino mucho más declarar la providencia divina que resplandece en todas sus criaturas, y las perfecciones que andan juntas con ella. Para lo cual es de saber que, entre estas perfecciones, tres son las más celebradas, que son la bondad, la sabiduría y la omnipotencia, que son los tres dedos de que Isaías dice que está colgada la redondez de la tierra. De estas tres perfecciones, que en él son una misma cosa, la bondad es la que quiere hacer bien a sus criaturas, y la sabiduría ordena y traza cómo se haya esto de hacer, y la omnipotencia ejecuta y pone por obra lo que la bondad quiere y la sabiduría ordena. Pues estas tres cosas incluye la divina providencia, la cual con un piadoso y paternal cuidado y sumo artificio provee a todas las cosas de lo que les es necesario. Es, pues, ahora mi intento mostrar cómo en todas partes, así mayores como menores de este mundo, hasta en el mosquito y la hormiga, resplandecen estas cuatro perfecciones divinas, y otras muchas con ellas. Mas cuán grande sea el fruto de esta consideración, por esta razón se podrá en alguna manera entender. David llama «bienaventurados a los que escudriñan las palabras de Dios». Pues no menos lo serán los que escudriñan sus obras, cuales son no sólo las de gracia, sino también las de naturaleza, pues todas manan de una misma fuente. Y si la Sabiduría increada promete la vida eterna a los que la esclarecieren, ¿qué otra cosa tentamos hacer aquí, sino mostrar el artificio de esta suma sabiduría, que en todas las cosas criadas resplandece? Gran parte de la facultad oratoria es saber notar el artificio de que usa un gran orador en sus oraciones, y no se precia poco San Agustín de haber sabido hacer esto en algunos lugares de San Pablo. Pues, ¿cuánto mejor estudio será inquirir y notar el artificio admirable de la divina Sabiduría en la fábrica y gobierno de todas las cosas criadas? Y si de la reina Saba se escribe que desfallecía su espíritu considerando la sabiduría de Salomón y las obras que con ella había fabricado, ¿cuánto más desfallecerá el espíritu devoto considerando el artificio de las obras de aquella incomprensible Sabiduría, si supiere penetrar el arte y el consejo con que son hechas? Pues esto es lo que con el favor divino pretendemos hacer en este libro. Mas, ¿para qué efecto? Para que conociendo en las obras criadas aquellas cuatro perfecciones divinas que dijimos, se mueva nuestro espíritu al amor de tan gran bondad, y al temor y obediencia de tan gran majestad, y a la esperanza en tan paternal cuidado y providencia, y a la admiración de tan gran poder y sabiduría como en todas estas obras resplandece. Éste es, pues, el fin a donde tira toda esta doctrina, y a donde ha de enderezar su intención el piadoso lector, para que así pueda alcanzar estas virtudes susodichas, en las cuales consiste todo nuestro bien. Presupuesto, pues, ahora este principio, comenzaremos a tratar de las principales partes del mundo. |
|||||||
ISTA
CONVENTO E CENTRO CULTURAL DOMINICANO
R. JOÃO DE FREITAS BRANCO, 12
1500-359 LISBOA
CONTACTOS:
GERAL: ista@triplov.com