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Orígen: Biblioteca Virtual Miguel Cervantes http://www.cervantesvirtual.com/ |
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Introducción del Símbolo de la Fe
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Capítulo I Del fruto que se saca de la consideración de las obras de naturaleza. Y de cómo los santos juntaron esta consideración con la de las obras de gracia |
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Capítulo I:2 |
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Y aunque Aristóteles no era persona espiritual, no dejó de entender el gran gusto y suavidad que había en esta manera de filosofar, subiendo por la escalera de las criaturas a la contemplación de la sabiduría, y hermosura del Hacedor. Y así dice él en el libro de sus Éticas que son muy grandes los deleites que se gozan en la obra de la Sapiencia, que es en el ejercicio de esta contemplación. Por lo cual me maravillo mucho así de Plinio como de tantos hombres que se dan a su lección, los cuales ningún otro fruto sacan de tantas maravillas como este autor escribe, sino sólo cebar el apetito natural de la curiosidad que los hombres tienen de saber cosas extraordinarias y admirables, que sería mejor mortificarlo que cebarlo, pudiendo a un solo lance llegar por este medio al conocimiento de aquella infinita bondad y sabiduría del obrador de tantas maravillas, en lo cual hallarían no sólo muy gran fruto, sino también muy gran deleite, que es lo que los hombres comúnmente buscan. De este linaje de filósofos dice el Apóstol que, habiendo conocido a Dios por las obras de naturaleza, no lo honraron como a Dios, porque contentos con entender el artificio de las cosas que veían, no pasaron adelante a ver y honrar el autor que las hiciera. Por tanto, el cristiano sírvase de las criaturas como de unos espejos para ver en ellas la gloria de su Hacedor, pues, como ya dijimos, para esto fueron ellas criadas. Y por esto, cuando aquí, o fuera de aquí, leyere tantas maneras de habilidades como el Criador dio a todos los animales para mantenerse, y para curarse, y para defenderse, y para criar sus hijos, no pare en sólo esto, sino suba por aquí al conocimiento del Hacedor, y de ahí descienda a sí mismo. Lo cual brevemente nos enseñó el Apóstol cuando dijo: «¿Por ventura tiene Dios cuidado de los bueyes?». Bien conocía el Apóstol las habilidades que Dios había dado así a este animal como a todos los demás, para las cosas sobredichas, mas enseñado por el Espíritu Santo entendía que no paraba Dios allí, sino que tiraba principalmente al hombre, para cuyo servicio fueron ellos criados. Porque por este medio pretendía mostrarle la grandeza de su bondad, la cual tan copiosamente provee a sus criaturas de todo lo que es necesario para su conservación, y la alteza de su sabiduría, que tantas y tan admirables habilidades para esto inventó, y la grandeza de su omnipotencia, pues todo lo que quiso e inventó, con sola su palabra perfectísimamente acabó, y junto con esto su perfectísima providencia, la cual comprende e incluye estas tres altísimas perfecciones divinas en sí. Mas esto, ¿para qué fin? Para que considerando esto los hombres, amasen aquella infinita bondad, y se maravillasen de aquélla tan gran sabiduría, y obedeciesen y reverenciasen aquella suma omnipotencia, y pusiesen la esperanza del remedio de todas sus necesidades en aquella perfectísima providencia, porque a esto nos provoca él cuando nos propone el ejemplo de las aves, que sin sembrar, ni coger, ni guardar, son por su eterno Padre mantenidas. Y cuanto las cosas son más viles y despreciadas, tanto más eficazmente esfuerzan nuestra confianza. Porque quien considerare las extrañas habilidades que el Criador dio a una hormiga para mantenerse, de las cuales adelante trataremos, ¿cómo no avivará con este ejemplo su esperanza? ¿Cómo no dirá de todo corazón: Señor, si tantas habilidades diste a este animalillo para mantenerse, que de ninguna cosa sirve en este mundo sino de robar los trabajos del labrador, qué cuidado tendréis del hombre, que criaste a vuestra imagen y semejanza, e hiciste capaz de vuestra gloria, y redimiste con la sangre de vuestro Hijo, si él no hiciere por donde desmerezca vuestro favor y amparo? No sé qué corazón haya tan flaco que no se esfuerce y cobre ánimo con este ejemplo. Pues a este blanco tiran todas estas providencias y maravillas del Criador, el cual en todas sus obras tiene por fin gloria suya y provecho del hombre. De esta manera consideraban los Santos estas obras de Dios, porque, como tenían ojos para saber mirar sus obras, así en ellas lo hallaban, alababan y reconocían. Y a este propósito declara San Agustín aquel verso del Salmo 62, donde el Profeta dice: «Anduve rodeando y mirando las obras de Dios, y ofrecile en su tabernáculo sacrificio de alabanza», o de jubilación, como lee este santo. Sobre lo cual dice él así: «Si anduvo tu ánimo rodeando este mundo, y mirando las obras de Dios, hallarás que todas ellas, con el artificio maravilloso con que son fabricadas, están diciendo: Dios me hizo. Todo lo que te deleita en el arte, predica el alabanza del artífice. ¿Ves los cielos? Mira cuán grande sea esta obra de Dios. ¿Ves la tierra, y en ella tanta diversidad de simientes, tanta variedad de plantas, tanta muchedumbre de animales? Rodea cuantas cosas hay desde el cielo hasta la tierra, y verás que todas cantan y predican a su Criador, porque todas las especies de las criaturas voces son que cantan sus alabanzas. Mas, ¿quién explicará todo lo que se ve en ellas? ¿Quién alabará dignamente el cielo, y la tierra, y la mar, y todo lo que en ellos hay? Mas éstas son cosas visibles. ¿Quién dignamente alabará los ángeles, los tronos, las dominaciones, los principados y potestades? ¿Quién dignamente alabará esto que dentro de nosotros vive, que mueve los miembros del cuerpo, que tantas cosas conoce por los sentidos, que de tantas se acuerda con la memoria, que tantas cosas alcanza con el entendimiento? Pues si tan bajas quedan las palabras humanas para alabar las criaturas, ¿cuánto más lo quedarán para alabar al Criador? Pues luego, ¿qué resta aquí sino que desfalleciendo las palabras, y rodeando con el Profeta por todas las criaturas, ofrezcamos en su templo sacrificio de jubilación?» Hasta aquí son palabras de San Agustín. Por las cuales y por todo lo demás que hasta aquí hemos dicho, se podrá entender el fruto que se saca de la consideración de las criaturas, así para el conocimiento como para el amor y reverencia del Criador. Por lo cual muchos de los Santos se dieron mucho a este género de contemplación, entre los cuales San Ambrosio y San Basilio, ambos pontífices santísimos, doctísimos y elocuentísimos, enamorados de la hermosura y sabiduría de Dios, que resplandecía en las criaturas, escribió cada uno su Hexaemerón, que quiere decir la obra de los seis días en que Dios crió todas las cosas. Y comenzando por los cielos, descendieron a tratar de todas las cosas, hasta la más pequeña, mostrando en ellas el artificio y sabiduría con que fueron criadas, y la bondad y providencia con que son mantenidas y gobernadas. Después de los cuales Teodoreto, también autor griego no menos docto y elocuente, trató buena parte de este argumento en los Sermones que escribió De la Divina Providencia, de los cuales tomé los mejores bocados que hallé para presentar en este convite espiritual al piadoso lector. Y porque esto lea con mayor devoción, quise poner al principio la meditación siguiente. |
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