FREI LUÍS DE GRANADA

INTRODUCCIÓN DEL SÍMBOLO DE LA FE
Extractos
 

Introducción del Símbolo de la Fe:
Fray Luis de Granada

Capítulo II
Síguese una devota meditación, en la cual se declara que, aunque Dios
sea incomprensible, todavía se conoce algo de él por la
consideración de las obras de sus manos, que son sus criaturas
 
¡Oh, altísimo y clementísimo Dios, Rey de los reyes y Señor de los señores! ¡Oh, eterna Sabiduría del Padre que, asentada sobre los serafines, penetráis con la claridad de vuestra vista los abismos, y no hay cosa que no esté abierta y desnuda ante vuestros ojos! Vos, Señor, tan sabio, tan poderoso, tan piadoso y tan gran amador de todo lo que criaste, y mucho más del hombre, que redimiste, al cual hiciste señor de todo, inclinad ahora esos clementísimos ojos, y abrid esos divinos oídos, para oír los clamores de este pobre y vilísimo pecador.

Señor Dios mío, ninguna cosa más desea mi ánima que amaros, porque ninguna cosa hay a vos más debida, ni a mí más necesaria, que este amor. Criásteme para que os amase, pusiste mi bienaventuranza en este amor, mandásteme que os amase, enseñásteme, que aquí estaba el merecimiento, y la honestidad, y la virtud, y la suavidad, y la libertad, y la paz, y la felicidad, y finalmente todos los bienes. Porque este amor es un breve sumario, en que se encierra todo lo bueno que hay en la tierra, y mucha parte de lo que se espera en el cielo. Enseñásteme, también, Salvador mío, que no os podía amar, si no os conocía. Amamos naturalmente la bondad y la hermosura, amamos a nuestros padres y bienhechores, amamos a nuestros amigos y a aquéllos con quien tenemos semejanza, y finalmente toda bondad y perfección es el blanco de nuestro amor. Este conocimiento se presupone para que de él nazca el amor. Pues, ¿quién me dará que yo así os conozca y entienda cómo en vos sólo están todas las razones y causas de amor? ¿Quién más bueno que vos? ¿Quién más hermoso? ¿Quién más perfecto? ¿Quién más padre, y más amigo, y más largo bienhechor? Finalmente, ¿quién es el esposo de nuestras ánimas, el puerto de nuestros deseos, el centro de nuestros corazones, el último fin de nuestra vida, y nuestra última felicidad sino vos?

Pues, ¿qué haré, Dios mío, para alcanzar este conocimiento? ¿Cómo os conoceré, pues no puedo veros? ¿Cómo os podré mirar con ojos tan flacos, siendo vos una luz inaccesible? Altísimo sois, Señor, y muy alto ha de ser el que os ha de alcanzar. ¿Quién me dará alas como de paloma, para que pueda volar a vos? Pues, ¿qué hará quien no puede vivir sin amaros, y no puede amaros sin conoceros, pues tan alto sois de conocer? Todo nuestro conocimiento nace de nuestros sentidos, que son las puertas por donde las imágenes de las cosas entran a nuestras ánimas, mediante las cuales las conocemos. Vos, Señor, sois infinito, no podéis entrar por estos postigos tan estrechos, ni yo puedo formar imagen que tan alta cosa represente. Pues, ¿cómo os conoceré? ¡Oh, altísima sustancia; oh, nobilísima esencia; oh, incomprensible majestad! ¿Quién os conocerá? Todas las criaturas tienen finitas y limitadas sus naturalezas y virtudes, porque todas las criaste en número, peso y medida, y les hiciste sus rayas, y señalaste los límites de su jurisdicción. Muy activo es el fuego en calentar, y el sol en alumbrar, y mucho se extiende su virtud, mas todavía reconocen estas criaturas sus fines, y tienen términos que no pueden pasar. Por esta causa puede la vista de nuestra ánima llegar de cabo a cabo y comprenderlas, porque todas ellas están encerradas, cada una dentro de su jurisdicción. Mas vos, Señor, sois infinito, no hay cerco que os comprenda, no hay entendimiento que pueda llegar hasta los últimos términos de vuestra sustancia, porque no los tenéis. Sois sobre todo género, y sobre toda especie, y sobre toda naturaleza criada, porque así como no reconocéis superior, así no tenéis jurisdicción determinada. A todo el mundo, que criaste en tanta grandeza, puede dar vuelta por el mar Océano un hombre mortal, porque aunque él sea muy grande, todavía es finita y limitada su grandeza. Mas a vos, gran mar Océano, ¿quién podrá rodear? Eterno sois en la duración, infinito en la virtud y supremo en la jurisdicción. Ni vuestro ser comenzó en tiempo, ni se acaba en el mundo. Sois ante todo tiempo, y mandáis en el mundo y fuera del mundo, porque llamáis las cosas que no son, como a las que son.

Pues siendo como sois, tan grande, ¿quién os conocerá? ¿Quién conocerá la alteza de vuestra naturaleza, pues no puede conocer la bajeza de la suya? Esta misma ánima con que vivimos, cuyos oficios y virtud cada hora experimentamos, no ha habido filósofo hasta hoy que haya podido conocer la manera de su esencia, por ser ella hecha a vuestra imagen y semejanza. Siendo, pues, tal nuestra rudeza, ¿cómo podrá llegar a conocer aquella soberana e incomprensible sustancia?

Mas con todo esto, Salvador mío, no puedo ni debo desistir de esta empresa, aunque sea tan alta, porque no puedo ni quiero vivir sin este conocimiento, que es principio de nuestro amor. Ciego soy, y muy corto de vista, para conoceros, mas por eso ayudará la gracia donde falta la naturaleza. No hay otra sabiduría sino saber a vos, no hay otro descanso sino en vos, no hay otros deleites sino los que se reciben en mirar vuestra hermosura, aunque sea por el viril de vuestras criaturas.

Y aunque sea poquito lo que de vos conoceremos, pero mucho más vale conocer un poquito de las cosas altísimas, aunque sea con oscuridad, que mucho de las bajas, aunque sea con mucha claridad. Si no os conociéremos todo, conoceremos todo lo que pudiéremos, y amaremos todo lo que conociéremos, y con esto sólo quedará nuestra ánima contenta, pues el pajarico queda contento con lo que lleva en el pico, aunque no pueda agotar toda el agua de la fuente.

Cuanto más, Señor, que vuestra gracia ayudará a nuestra flaqueza, y si os comenzáremos a amar un poco, darnos habéis por este amor pequeño otro más grande, con mayor conocimiento de vuestra gloria, así como nos lo tenéis prometido por vuestro Evangelista, diciendo: «Si alguno me amare, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré, y me descubriré a él», que es darle un más perfecto conocimiento, para que así crezca más en ese amor.

Ayúdanos también para esto la santa fe católica, y las Escrituras sagradas, en las cuales tuviste, Señor, por bien daros a conocer, y revelarnos las maravillas de vuestra grandeza, porque este tan alto conocimiento causase en nuestra voluntad amor y reverencia de vuestro santo nombre. Ayúdanos también la universidad de las criaturas, las cuales nos dan voces que os amemos, y nos enseñan por qué os hemos de amar. Ca en la perfección de ellas resplandece vuestra hermosura, y en el uso y servicio de ellas el amor que nos tenéis. Y así por todas partes nos incitan a que os amemos, así por lo que vos sois en vos, como por lo que sois para nosotros. ¿Qué es, Señor, todo este mundo visible sino un espejo que pusiste delante de nuestros ojos para que en él contemplásemos vuestra hermosura? Porque es cierto que, así como en el cielo vos seréis espejo en que veamos las criaturas, así en este destierro ellas nos son espejo para que conozcamos a vos. Pues, según esto, ¿qué es todo este mundo visible sino un gran y maravilloso libro que vos, Señor, escribiste y ofreciste a los ojos de todas las naciones del mundo, así de griegos como de bárbaros, así de sabios como de ignorantes, para que en él estudiasen todos, y conociesen quién vos erais? ¿Qué serán luego todas las criaturas de este mundo, tan hermosas y tan acabadas sino unas como letras quebradas e iluminadas, que declaran bien el primor y la sabiduría de su autor? ¿Qué serán todas esas criaturas sino predicadoras de su Hacedor, testigos de su nobleza, espejos de su hermosura, anunciadoras de su gloria, despertadoras de nuestra pereza, estímulos de nuestro amor, y condenadoras de nuestra ingratitud? Y porque vuestras perfecciones, Señor, eran infinitas, y no podía haber una sola criatura que las representase todas, fue necesario criarse muchas, para que así a pedazos, cada una por su parte, nos declarase algo de ellas. De esta manera las criaturas hermosas predican vuestra hermosura; las fuertes, vuestra fortaleza; las grandes, vuestra grandeza; las artificiosas, vuestra sabiduría; las resplandecientes, vuestra claridad; las dulces, vuestra suavidad; las bien ordenadas y proveídas, vuestra maravillosa providencia. ¡Oh, testificado con tantos y tan fieles testigos! ¡Oh, abonado con tantos abonadores! ¡Oh, aprobado por la Universidad, no de París ni de Atenas, sino de todas las criaturas! ¿Quién, Señor, no se fiará de vos con tantos abonos? ¿Quién no creerá a tantos testigos? ¿Quién no se deleitará de la música tan acordada de tantas y tan dulces voces, que por tantas diferencias de tonos nos predican la grandeza de vuestra gloria?

Por cierto, Señor, el que tales voces no oye, sordo es, y el que con tan maravillosos resplandores no os ve, ciego es, y el que vistas todas estas cosas no os alaba, mudo es, y el que con tantos argumentos y testimonios de todas las criaturas no conoce la nobleza de su Criador, loco es. Paréceme, Señor, que todas estas faltas caben en nosotros, pues entre tantos testimonios de vuestra grandeza no os conocemos. ¿Qué hoja de árbol, qué flor del campo, qué gusanico hay tan pequeño, que si bien considerásemos la fábrica de su cuerpezuelo, no viésemos en él grandes maravillas? ¿Qué criatura hay en este mundo, por muy baja que sea, que no sea una gran maravilla? Pues, ¿cómo andando por todas partes rodeados de tantas maravillas no os conocemos? ¿Cómo no os alabamos y predicamos? ¿Cómo no tenemos corazón entendido para conocer al maestro por sus obras, ni ojos claros para ver su perfección en sus hechuras, ni orejas abiertas para oír lo que nos dice por ellas? Hiere nuestros ojos el resplandor de vuestras criaturas, deleita nuestros entendimientos el artificio y hermosura de ellas, y es tan corto nuestro entendimiento que no sube un grado más arriba, para ver allí al Hacedor de aquella hermosura y al dador de aquel deleite.

Somos como los niños, que cuando les ponen un libro delante con algunas letras iluminadas y doradas, huélganse de estar mirándolas y jugando con ellas, y no leen lo que dicen, ni tienen cuenta con lo que significan. Así nosotros, muy más aniñados que los niños, habiéndonos puesto vos delante este tan maravilloso libro de todo el universo para que por las criaturas de él, como por unas letras vivas, leyésemos y conociésemos la excelencia del Criador que tales cosas hizo, y el amor que nos tiene quien para nosotros las hizo; y nosotros, como niños, no hacemos más que deleitarnos en la vista de cosas tan hermosas, sin querer advertir qué es lo que el Señor nos quiere significar por ellas. ¡Oh, pervertidores de las obras divinas! ¡Oh, niños y más que niños en los sentidos! ¡Oh, prevaricadores y trastornadores de todos los propósitos y consejos de Dios! ¡Ay de aquéllos (dice San Agustín) que se deleitan, Señor, en mirar vuestras señales, y se olvidan de mirar lo que por ellas les queréis señalar y enseñar, que es el conocimiento de su Criador!

Pues no permitáis vos, clementísimo Salvador, tal ingratitud y ceguera por vuestra infinita bondad, sino alumbrad mis ojos para que yo os vea, abrid mi boca para que yo os alabe, despertad mi corazón para que en todas las criaturas os conozca, y os ame, y os adore, y os dé las gracias que por el beneficio de todas ellas os debo, porque no caiga en la culpa de ingrato y desconocido, porque contra los tales se escribe en el Libro de la Sabiduría que el día del juicio «pelearán todas las criaturas del mundo contra los que no tuvieron sentido». Porque justo es que las mismas criaturas, que fueron dadas para nuestro servicio, vengan a ser nuestro castigo, pues no quisimos conocer a Dios por ellas, ni tomar su aviso. Vos, Señor, que sois «camino, verdad y vida», guiadme en este camino con vuestra providencia, enseñad mi entendimiento con vuestra verdad, y dad vida a mi ánima con vuestro amor. Gran jornada es subir por las criaturas al Criador, y gran negocio es saber mirar las obras de tan gran maestro, y entender el artificio con que están hechas, y conocer por ellas el consejo y sabiduría del Hacedor. Quien no sabe notar el artificio de un pequeño dibujo hecho por mano de algún gran oficial, ¿cómo sabrá notar el artificio de una tan gran pintura como es todo este mundo visible?

A todos, Señor, nos acaece, cuando nos ponemos a considerar las maravillas de esta obra, como a un rústico aldeano que entra de nuevo en alguna gran ciudad, o en alguna casa real que tiene muchos y diversos aposentos, y embebecido en mirar la hermosura del edificio, olvídase de la puerta por donde entró, y viene a perderse en medio de la casa, y ni sabe por dónde ir, ni por dónde volverse, si no hay quien lo adiestre y encamine. Pues, ¿qué son, Señor, todas las ciudades y todos los palacios reales sino unos nidos de golondrinas, si los comparamos con esta casa real que vos criaste? Pues si en aquel tan pequeño agujero se pierde una criatura de razón, ¿qué hará en casa de tanta variedad y grandeza de cosas? ¿Cómo nadará en un tan profundo piélago de maravillas quien se ahoga en un tan pequeño arroyuelo? Pues guiadme vos, Señor, en esta jornada, guiad a este rústico aldeano por la mano, y mostradle con el dedo de vuestro espíritu las maravillas y misterios de vuestras obras, para que en ellas adore y reconozca vuestra sabiduría, vuestra omnipotencia, vuestra hermosura, vuestra bondad, vuestra providencia, para que así os bendiga y alabe y glorifique en los siglos de los siglos. Amén.

 
 
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