Monólogo en una tarde de lluvia

BERTA LUCÍA ESTRADA ESTRADA


Mention littéraire dans le cadre du XIII CONCURSO LITERARIO BONAVENTURIANO DE POESÍA Y CUENTO 2017, de  l’Université San Buenaventura de Cali (Colombia).


I PARTE

 

I

Mi padre,

eterno cazador de crepúsculos

eterno cazador de auroras

 

En sus manos nacía el arco iris

las tempestades no lo doblegaban

 

II

Su voz

tenía la suavidad del cincel,

fue esculpida con el ojo de la paciencia

limada con escofina,

cortada con una daga,

con un buril encontrado en las cuevas

del hombre de Cro-Magnon

 

III

Mi padre,

barquero que bogaba lejos del río Estigia,

huía de Caronte;

en sus bolsillos no habían óbolos

en sus ojos brillaban estrellas fugaces,

-y de cuando en cuando se veía saltar a Voltaire-

 

IV

Mi padre,

el que se llamaba a sí mismo

El último ciudadano de la República de Platón,

contemplaba los amaneceres

a la sombra tutelar de Pessoa,

reía con un jaque mate

dado a algún adversario invisible;

y en sus oídos atentos

resonaban los acordes

de La novena Sinfonía de Beethoven

 

V

Poco antes del último respiro

se transformó en Úrsula Iguarán,

tan seco y diminuto

que podía esconderlo

en los cajones de la cómoda,

en mi bolso,

o simplemente ponerlo a dormir en mi cabellera

 

VI

Mi padre,

tallado en un legendario tronco de teca,

creció en una larga noche constelada,

viajaba en la cola de un cometa,

e hizo de la luna su espejo

 

A veces se detenía en la tierra,

entonces, cual duende travieso,

saltaba de montaña en montaña

 

A la hora del reposo

se acostaba en la línea del horizonte

y desde allí,

como El Principito,

asistía a otro atardecer

 

VIII

No conocía fronteras

ni murallas

 

No había muros

suficientemente altos

para sus saltos

de adolescente sempiterno

 

IX

En el aula,

como en el hogar,

ejercía su oficio favorito,

no dejaba preguntas en el aire,

respondía a todo,

con esa sapiencia de hombre antiguo,

de caminante milenario,

con su rostro tallado por la historia,

y por las noches pasadas en blanco

en los anaqueles de su biblioteca

 

X

El hombre probo que era mi padre

no conocía la cólera

 

Las lianas de la paciencia

acunaron su infancia

 

Por ellas trepó hasta las estrellas,

y cuando debía descender

lo hacía lentamente

con los movimientos

de hombre sabio

 

Tenía la certeza

que un minuto

alberga la eternidad

 

XI

El hombre al que llamaba Padre,

arrellanado en su biblioteca,

viajaba en la luz,

penetraba en cada uno de sus rayos

 

No conocía las sombras,

la oscuridad le temía

 

La ignorancia

pasaba lejos de la esquina

de su casa

 

El fanatismo

no pudo horadar

refugio alguno

 

Y la libertad

se sentó a su lado.

 

XII

Mi padre, el del lento caminar,

-como si lo hiciese en puntillas para no despertar a nadie-

era consciente que el mundo gira en silencio

-que no perturba-

 

Mi padre huía de los gritos,

sabía que los mejores amigos

cavilaban detrás de sus libros

 

Aún lo siguen haciendo

aunque él ya se ha ido

 

A lo mejor es su fiel amanuense

a lo mejor repite ad infinitum

los versos que le dictan.

 

XIII

Para mi padre

todos los caminos eran un laberinto

 

Para no perderse en ellos

seguía las sendas

trazadas en las estanterías

donde atesoraba páginas y páginas

de todos los tiempos

papiros, pergaminos,

códices aztecas o quipus

 

Tal vez por ello,

como su amado Homero, o como Milton,

los ojos le jugaron una mala pasada

 

Aprendió a ver con el oído

con el tacto, con el olfato

hasta con el aliento,

para no sucumbir

y seguir entusiasta el recorrido de las hojas,

para poder escuchar la caída de una de ellas

o el lejano ladrido de un perro

en una noche de novilunio

 

XIV

Mi padre no medía el tiempo,

creía en la eternidad

-o la anhelaba-

huía a la hoz

que le seguía los pasos

 

Él le ponías trampas,

los libros le servían de zancadillas,

la evitaba,

jugaba con ella cuclí-cuclí

 

Luego se escondía

detrás del aroma de una taza de café,

una forma de ganarle una vez más la partida

 

En realidad jugaba al gato y al ratón,

él lo sabía,

aún así movía las fichas del ajedrez,

consciente que el jaque mate le daría alcance

y que no volvería al cuadrado en el que soñaba

-o creía soñar-

 

Otras veces era consciente

que un segundo es la eternidad

y que antes de dar un respiro,

-o pasar una página-

rodaría en el abismo del olvido,

o como Lin Yutang

sólo sería una hoja más en la tormenta

 


II PARTE

I

¿Qué somos sino olvido perenne?

¿Gritos ahogados en un silencio sideral carente de eco?

 

II

En las tardes de lluvia

la conversación se vestía de arco iris,

sus colores viajaban de palma en palma

 

Era la hora

en la que mi padre

buceaba en las profundidades

de un poema azul

 

III

Escucho risas

niños se cruzan en mi camino

gritan: ¡papá!

 

Yo miro para todos los lados

busco el mío

 

No está,

se ha ido detrás de la hora

que marcan las tinieblas

 

Me miro

Me falta un ojo

me falta un brazo

me falta una pierna

 

Estoy escindida

 

Emprendo su búsqueda

 

IV

Como eterna errante

exploro nuevas sendas

 

Descubro

que todas conducen a mi padre

 

V

Su presencia

habita

en mi memoria

 

Su sombra,

lienzo que dará cobijo

a mis despojos

 

VI

Subo y bajo montañas

atravieso lagos, mares, océanos

me interno en ellos

 

Voy tras las ballenas

con las que mi padre

juega ajedrez

a la hora del crepúsculo

 

VII

Envuelta en el quitón de Eurídice

descendí al Hades

en busca de mi padre

 

Recorrí sus laberintos de sombras

cada una de ellas lo ocultaba

debajo de su croquis

 

En un grito,

-gestado en la noche de los tiempos-

sin voz y sin ruido,

me escuché a mí misma diciendo

– Padre, te busco…

No hubo respuesta

Trato de recordar el sonido de su voz

¡Ilusa!

 

Entablo un diálogo

con las sombras mudas

-resbalo en un monólogo sordo-

 

VIII

Indago al silencio

hurgo en los misterios

que lo habitan

 

No hay respuestas a los enigmas que lo pueblan

 

Disfrazada de guerrera

me enfrento a sus desafíos

al vacío

 

Sé que he perdido la guerra

sin haber tenido ni una sola victoria

 

La brújula que guiaba mis pasos

quedó extraviada para siempre

 

IX

El desamparo,

grillete que me ata los tobillos

 

X

Con la punta de mi roída lanza

descubro un silencio horadado,

 

Armo y desarmo las habitaciones

donde se oculta

 

El silencio,

enorme tortuga con su casa a cuestas

 

Serpiente que se muerde la cola

 

Veneno dispuesto a inocular su veneno

 

Me rindo

 

Poseo una sola certeza:

El silencio secuestró la voz amada de mi padre

 

X

Desde entonces,

como si fuese la punta de un lápiz,

le saco herrumbre al tiempo

 

Lo deshojo

 

Le arranco sus pétalos

difumino su polen

 

Sigo su huella,

guía que me conduce

al túmulo donde él reposa para siempre


© Revista Triplov  .  Série Gótica .  Inverno 2017