Versos de madre
1 (no tuvo amor)
“Pobre mi madre
querida”:
no tuvo amor.
El alma se le fue
haciendo en los patios de una clase media de veras pobre;
el pensar, en los libros
de unos socialistas realmente idénticos a su padre;
la mano, en la ciencia
que se estudiaba en la Facultad de Odontología.
¿Todo salió al revés? El
alma
se le pegó a la de un
poeta de infancia soleada, oh, en luz de provincia;
el pensar
le indicó que no había
saber seguro, o que era un invento de los Enemigos;
la mano fue hábil, sólo
la artrosis y el fracaso
la apartaron de un
trabajo leal y escrupuloso.
Releo la última palabra
y leo: escrofuloso. No puedo
escribir sobre mi madre;
no puedo amar, tampoco
yo.
Estoy seguro
de que mi madre fue una
de las personas que menos hicieron para que fuera así.
2 (murió en Buenos
Aires)
“Un día, nosotros vamos
a ir a Norteamérica”.
Creo que había terminado
la Guerra no más de tres o cuatro años antes,
y que éramos muy pobres
en todo.
Mi padre había muerto
dejando sus ilusiones intactas ante nosotros;
mi madre murió
llevándolas, con cuidado y locura, de un lado a otro:
todo lo hacía por sus
hijos:
pasó por el socialismo
de Juan B. Justo,
el liberalismo del
Reader’s Digest,
el peronismo,
otra vez el socialismo,
otra vez el peronismo,
y finalmente el
ocultismo y la meditación trascendental.
Fue meritorio:
después de todo, ese
periplo
lo hicimos todos
nosotros. Y ella, jóvenes, era una mujer.
3 (no hubo en ella
saber)
Una foto espléndida la
muestra con su pequeña hija en la Plaza de Mayo,
o en la del Congreso,
sentada en el césped
bajo su sombrero o capelina.
Amigos, rodeada de
palomas. Todo el sol, allí;
pero una sonrisa que no
sabe ponerse lejos.
El saber es cosa de
gente educada.
Y hay gente que no se
puede educar. Todo está armado
—al Este y al Oeste—
para que la culpa se
cierna sobre ellos:
peste de D’Amicis:
los cómicos sin humor
seguirán hablando eternamente de las madres judías
y no de los capítulos de
Corazón, por los que todas las madres
terminan siendo la madre
de Franti: un sabandija, ella una santa estragada.
Medio siglo después, el
payador hubiera podido ubicar junto al D’Amicis,
en la biblioteca
encortinada de todo payador,
un Barthes,
por el que todas las
Madres de Escritor son siempre unas Pequeñas Niñas.
4 (No hubo piedad)
Mi madre creía en los
Enemigos.
Era una creencia
paranoica.
La noche en que la
velaron,
sólo se habló mal de
ella. La fama bien merecida, etc.
Ahora estoy tratando de
saber si éste es un poema pietista.
En estos barrios, otro
despenado escribió:
“Pobre mi madre
querida...”
¡Hombre valiente! Contó
que las penas de su
madre habían sido causadas por él,
Alma Perdida.
Y que ella fue
“la que lo amó desde
niño,
hasta llegar a ser
hombre”.
¡En él
se hizo hombre!
¡Dulcissima Mater!
(de “Posible
Patria y otros versos”, El Suri Porfiado, 2007)
|