TODO el invierno, toda la batalla,
todos los nidos del mojado hierro,
en tu firmeza atravesada de aire,
en tu ciudad silvestre se levantan.
La cárcel renegada de las piedras,
los hilos sumergidos de la espina,
hacen de tu alambrada cabellera
un pabellón de sombras minerales.
Llanto erizado, eternidad del agua,
monte de escamas, rayo de herraduras,
tu atormentada casa se construye
con pétalos de pura geología.
El alto invierno besa tu armadura
y te cubre de labios destruidos:
la primavera de violento aroma
rompe su sed en tu implacable estatua:
y el grave otoño espera inútilmente
derramar oro en tu estatura verde. |