Un amor despreciable

 

FEDERICO RIVERO SCARANI


Federico Rivero Scarani, Montevideo 1974. Escritor, poeta, traductor y periodista cultural, ha publicado varios libros de cuentos y poesía. Colabora con diversas revistas de Latinoamérica y Europa. Su último libro, “Lesbianas”, se ha distribuido por Uruguay, Perú y Portugal.


Fue mucho el tiempo en el que Yeni y Daniel se mantuvieron en contacto, al principio por Messenger y luego por Whatsapp. De a poco se conocían: ella vivía en Venezuela y se sentía trastornada por el régimen chavista, el que la impulsaba a querer irse de su país. Había estudiado una carrera de Ingeniería Industrial en la Universidad, pero no pudo lograr su título debido a que un profesor del régimen le negó rendir el examen. Por lo que había escrito la tesis pero le faltaba su último examen. Eso le generó una rabia sin límites convenciéndola aun más que debía abandonar el país. Su familia poseía un buen pasar porque su padre era productor agrícola; plantaba todo tipo de legumbres y sobre todo de papas.  Vendía a muy buen precio lo cosechado; por lo que Yeni no pasaba penurias y menos hambre como la mayoría de sus coterráneos. Su padre le financió la carrera igual que a sus dos hermanos y hermana. Sin embargo para esta joven de veinte años el futuro en su tierra le resultaba siniestro.

Daniel era un hombre de cuarenta y seis años viviendo en Uruguay, sin trabajo estable porque lo habían destituido de su condición como profesor por un malentendido. Solicitó el reintegro argumentando, entre tantas cosas, que el proceso administrativo había sido irregular e ilícito. Fue asesorado por la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo cuyos abogados le afirmaron que su destitución no era una causal de acuerdo a una Ley que el Consejo de Secundaria y el CODICEN de la Administración Nacional de Educación Pública invocaron para dicha destitución. Además de esa ilicitud, también hubo una irregularidad en el proceso ya que lo hicieron firmar una renuncia, lo que resultaba contradictorio, porque Daniel tenía la oportunidad de reintegrarse, pero cuando se enteró había pasado el plazo de solicitud. Daniel padecía depresión mayor, la que lo llevaba a firmar su declaración de muerte; esta patología psiquiátrica no le permitía pensar con claridad y se tragó la mala fe de las autoridades.

Durante bastante tiempo se dedicó a impartir clases particulares en academias y en su apartamento, así iba sobreviviendo. Soledad mantenía un vínculo afectivo con él: vivían juntos y se querían mucho. Ella estaba al tanto de la comunicación con Yeni porque Daniel utilizaba el teléfono de Soledad. Con el transcurso de los meses la confianza entre Yeni y Daniel fue creciendo al extremo de invitarla por parte de él a venir a vivir a Uruguay. La joven se entusiasmó con la idea, y comenzó a preparar las cosas para el viaje. Sucedió que una fuerte discusión entre Daniel y Soledad llevó a que ella se fuera de la casa para ir a vivir con su padre. Dentro del corazón de Daniel había una mezcla de tristeza y libertad, es decir, esa libertad nacía de vivir solo lo que le permitiría recibir en su casa a Yeni.

De todas maneras Daniel mantenía comunicación con Soledad porque todavía había algo que los unía, no era la monotonía ni la rutina, sino un cariño que trascendía la ruptura. Mientras disfrutaba de su soltería, continuaba comunicándose con la joven venezolana quien había cruzado Colombia y había recalado en Ecuador en la casa de un amigo. Ella era una chica muy linda, le hizo creer a Daniel que sabía inglés y francés pero la realidad demostró que eran mentiras. Esto aconteció cuando ella ya se había instalado a vivir en el apartamento de Daniel. Él pecaba de una inocencia adolescente que no le permitió, hasta pasado unos meses, percatarse de la naturaleza de Yeni.

Ella viajaría en avión desde Ecuador, pasando por Lima y Santiago de Chile hasta llegar a Uruguay. Lo más extraño era saber cómo había conseguido cuatrocientos dólares para el caso. Yeni era un misterio. Cuando arribó al aeropuerto de Carrasco, Daniel fue a recibirla: pero su torpeza le había llevado a perder el dinero, por lo que debió caminar kilómetros hasta el aeropuerto; iba feliz, renovado, ilusionado. Cuando llegó y entró, una voz lo llamó: era ella. Se abrazaron y se miraron a los ojos. Yeni deseaba desde hacía rato fumar; Daniel sacó los Marlboros y fumaron con placidez y alegría. Él le confesó que había perdió dinero, sin embargo ella había cambiado dólares y tenía un buen monto en pesos. Se tomaron un ómnibus hasta la terminal y de ahí otro hasta el apartamento. Iban riéndose, haciendo chistes, brillaban como ángeles, el mundo les resultaba hermoso y el destino iluminado.

Cuando llegaron Daniel la llevó hasta el cuarto donde ella dormiría, ya era tarde, y se despidieron con un beso en la mejilla. A la mañana siguiente, él se levantó para prepararse un café, y fue cuando la vio en pijamas sentada y fumando en el líving. Hola, cariño – le dijo Yeni, – ¿cómo estás? Buen día – atinó a decir él, – ¿tomamos un café? Sí, te agradezco.        

Pasaron las semanas y pintaron las habitaciones y la cocina. Todo parecía un encanto. Para Daniel convivir con ella le resultaba un éxtasis. A la segunda semana de convivencia, él se fue a despedir de ella en su habitación, y cuando fue a besarla en la mejilla, Yeni puso su boca. De ahí en adelante hacían el amor día por medio. Pero Daniel comenzó a adelgazar y a tener un carácter irritable. Llamaba a Soledad para que viniera y de esa forma entablara una amistad con Yeni, lo que le permitiría dos cosas: tener a Soledad cerca de él como un refugio, y para que Yeni se entretuviera con asuntos mujeriles.

A todo esto, Daniel tenía un gran amigo llamado Mario que los visitaba de vez en cuando. Hablaba mucho y decía palabrotas, igual a Yeni no le afectaban porque por el contrario le gustaban esas expresiones rioplatenses, como asimismo la música. Daniel no encontraba trabajo, alguna clase de Literatura y nada más. Eso le preocupaba porque había que pagar las facturas de la luz y el agua, además de comprar alimentos. No obstante hubo un respiro cuando Daniel recibió una interesante suma de dólares como herencia de su madre que falleció meses antes de que ella viniera. Con ese dinero fueron llevando el verano tórrido; incluso la buena Fortuna quiso que ella consiguiera un trabajo en una firma importante de ropa. Debía desempeñarse en el depósito, y así lo hizo con alegría y constancia durante una semana, hasta que la despidieron aduciendo que no era el perfil que la empresa necesitaba. Esto provocó en Yeni una frustración mezclada con rabia e impotencia. Él trato de consolarla, y de a poco se calmó.

Pero las semanas pasaron y el dinero que cobró ella era el único recurso económico puesto que Daniel había gastado los dólares. Ella se mostraba muy celosa de su dinero, casi rozando la avaricia. Llegó un momento que no tuvieron ni para los cigarros ni para la comida. Ella se comunicó con un amigo venezolano, que se había quedado a vivir una semana en lo de Daniel hasta encontrar alojamiento, para que la ayudara con algo de plata. El joven así lo hizo, pero Daniel comenzaba a torturarse por la situación. Su flacura no era solo de poco comer sino que incidían los nervios y la ansiedad.

Su amigo Mario llegaba de tanto en tanto, muy seguido se diría, y les traía bizcochos y masitas. Yeni y Daniel se devoraban todo en un instante con café. A mediados de marzo el gobierno decretó la “Emergencia sanitaria” por casos de covid en el país. Lo que significó que mucha gente entrara en pánico y que muchas empresas cerraran dejando a los trabajadores en el seguro de paro. También para Daniel resultó una catástrofe porque no pudo dictar más clases en su domicilio lo que significaba la principal y menguada entrada de dinero.

Fue cuando una mañana en la que él se despertó con ansiedad y sin cigarros ni plata para comprarlos, y con una furia desmedida rompió de un golpe un cuadro y el vidrio del marco; además de ese acto violento le escribió una breve carta a Yeni diciéndole que le daba un mes para irse. Salió del apartamento y se dirigió a la casa de Mario. Este lo hizo entrar; había estado llamando al Ministerio de Desarrollo Social para conseguir una canasta con alimentos, pero no lo había logrado. Le dijo de llamar a Yeni para que viniera pero Daniel se negaba rotundamente. Al rato llegó ella con una bolsa con frutas. Daniel estaba alterado y tomó el teléfono para comunicarse con el Ministerio. Llamó varias veces y daba ocupado, mientras Mario le mostraba a la joven el recorrido de un paquete que él envío por DHL para Venezuela con medicamentos que Daniel consiguió para su familia y con artículos de tocador que Mario había comprado. Daniel insistía llamando hasta que pudo comunicarse. Se presentó ante el funcionario explicándole la situación paupérrima que estaba sufriendo. El funcionario le tomó los datos y le reservó día y hora para retirar una canasta con alimentos. Una vez tranquilizado Daniel le dijo a Yeni de volver al apartamento. Cuando llegaron los vidrios estaban esparcidos por el suelo y la carta levemente torcida. Daniel barrió y sospechó que ella ya había leído la condenada carta. Se lo preguntó, a lo que ella lo negó haciéndose la desentendida y preguntando qué decía.

Ella había llegado a lo de Mario con una bolsa de frutas, pero Daniel descubrió que había más frutas en la cocina y sopas brasileras instantáneas. Eso quería decir que ella había llegado al apartamento antes, y había tenido tiempo para leer la carta, dejar la comida e ir a la casa de Mario. ¿Por qué no le dijo la verdad a Daniel de que había leído la carta? Simplemente porque ella era un monstruo que vivía de los demás; que vendía la imagen de una joven intelectual; que se había aprovechado de un desgraciado al que le mintió diciéndole que viviría con él para sacarle cuatrocientos dólares; que el amigo de Ecuador resultó ser uno de los tantos amantes que coleccionaba mientras la dejaba vivir en su casa; que vivió un tiempo teniendo dieciocho años con un judío viejo al que le sacaba plata y lo obligaba a llevarla a viajar por toda Venezuela, y que aun en el colmo de su maldad, lo observaba como si fuese una bacteria, así lo confesó; que borró toda la memoria del  celular de Daniel y rayándole la cámara de fotos. Y en el absurdo en que consistía su vida, con su pelo corto a lo varón y sus lentes grandes, parecía un andrógino que embaucaba a hombres y mujeres.

Daniel se acercó a ella mientras cocinaba y la apretó contra sí dándole un beso, pero ella ni se inmutó, en otras ocasiones ella largaba una risita y lo besaba, pero esta vez no. Él deseaba saber su nobleza cuando le preguntó si había leído esa carta, necesitaba de su verdad, casi la imploraba; ella fríamente le preguntó qué decía la carta a lo que él le respondió “una estupidez’. Daniel ni se imaginó el desenlace de la relación cuando habían pasado ya seis meses. Se mantenía frío igual que ella. Tomaron café escuchando música en la terraza y él comenzó a hablarle de una forma dura como si intuyese lo que pasaría.

Al otro día, sin penas ni gloria, transcurrió el día hasta que llegó el atardecer con su crepúsculo rojizo otoñal. Miraban la puesta de sol fumando; ella le confesó que era el crepúsculo más hermoso que había presenciado junto a otro en la isla Margarita en compañía del judío viejo. La joven se excusó y fue para su cuarto. Al instante vino y le tomó las manos a Daniel diciéndole que lo amaba; él la miró con algo de desprecio y le preguntó ¿amor?, sabiendo que ella era incapaz de darlo. Yeni le comentó que se iba, pero Daniel no se inquietó, le aseguró que la puerta era para entrar o salir, y se sacó las ganas de decirle que era la mujer más indiferente y fría que había conocido. Ella se quitó los lentes y se secó unas supuestas lágrimas. Ambos se levantaron, Daniel abrió la puerta y la acompañó hasta abajo para abrir también el portón con rejas. Ella se había llevado una maleta dejando todo. Se despidieron. Él nunca se imaginó que su amigo Mario estaba confabulado con ella porque la recibió en su casa y le pagó el taxi para que se fuera a vivir en una residencial de estudiantes donde también vivía el amigo de ella.

A los días Daniel encontró un cuaderno con una carta de ella dirigida a él; no se imaginó que la encontraría justo en el momento en el que el amigo de Yeni llegaba al apartamento a buscar más pertenencias. La carta era una blasfemia, una burla para Daniel, con fría sutileza contaba lo ingenuo que él había sido; con helada mano discurría sobre su manera de ser: indiferente, calculadora, observadora sin sentimientos, que no sentía amor ni placer sexual porque todo pasaba por el tamiz de su razón enferma. Incluso escribió “hebefrénica”, y a Daniel le resultó ajustado para ella ese término psiquiátrico de “esquizofrenia desorganizada”.

Mientras hablaba por teléfono con el amigo de ella que estaba en camino, Daniel le mandaba audios con la lectura de algunos pasajes. Y el joven se los pasaba a ella, y al llegar el muchacho, su teléfono comenzó a sonar: era ella que se encontraría desquiciada por haber descubierto su cuaderno de engendros antes de lo previsto.

Su amigo Mario no volvió a hablarle más a Daniel quien sospechó que se habría acostado con ella, pero no le interesó, como esos folletos que dejan en el buzón. Hay aun más para contar porque la historia no termina aquí. Que este relato sirva para hombres y mujeres que valoran conocer su amor por internet.