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ENTREVISTA A JUAN CALZADILLA

Luis Benítez

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LB -¿Qué papel juega el humor, la ironía, en su poética?

JC - En general lo que me ha parecido importante desarrollar en poesía es una cierta conciencia del proceso de escribirla. Del proceso para llegar al poema. Una inteligencia del acto creador que no lleva implícita un juicio de valor ni tampoco atribuye seguridad a la cuestión de escribir, y que por el contrario, genera desconfianza frente al valor del resultado. Una desconfianza crítica, digámoslo así, que consiste en el deseo de desmontar el proceso mientras éste se cumple. Tomo esto con bastante humor, como si no le diera importancia, dado que pienso que la forma poética no es en sí misma poesía. Se escribe en el momento y para el momento. Nunca sabemos para quién y para cuándo. Nada garantiza que lo hecho, en cuanto queda escrito, sea poesía. Digamos que lo que se escribe continúa siendo un texto mientras no se produzca una decisión. Yo puedo decidir que es poesía (Duchamp). Pero tal opinión es discutible, apenas transable. El verdadero juicio de valor corresponde al tiempo, a instancias ulteriores, cuando no a la posteridad, o a sucesivas espesores de lecturas, incluidas las que uno hace, todo lo cual obra como un tribunal respecto a lo que es o no es. Y si es cierto que esta comprobación frente a la operación de escribir me da libertad para actuar con desenfado, por otro lado me produce, paradójicamente, una gran incertidumbre, un freno, una paralización del habla que se traduce en afán de síntesis, en conciencia de la menosterosidad del lenguaje y en tensión verbal, afán que normalmente busca satisfacerse a través de la ironía o, si prefiere, del humor. Y esto es seguramente lo que algunos entienden como "manía de jugar", que es placer de armar y desmontar el texto, de verlo a contraluz y decidir, después que en él ha intervenido una porción grande de azar, guardarlo, amontonarlo, confrontarlo, rehacerlo o destruirlo. El humor y la ironía de ningún modo son deliberados, nacen a a través del proceso natural de aprehensión del pensamiento poético, integrado a éste.

LB -¿Qué elementos determinan la corrección de un poema de su autoría, hacia el logro de su forma final?

JC - En mi caso, la forma final no depende de las correcciones que haga en el texto, sino del momento en el cual encuentro que lo expresado está dicho de la mejor forma. La corrección es, sí, un elemento importante en la construcción del poema. Pero yo trato de restarle importancia y de disminuir su función cuando trabajo el texto de manera que de la impresión de que ha sido escrito de un solo tirón. De esta forma, cada vez que creo necesaria una corrección, procedo a rehacer toda la frase en la mente antes de escribirla. Se siente así que las palabras eran justamente las necesarias y que lo que dice el texto no hubiera podido decirse de otra manera. Esto no impide pensar que no hay poemas perfectos. La perfección no es sino el punto donde hemos parado de escribir, donde hemos abandonado la cosa (No hay poemas frustrados, sino poemas abandonados, Valery)). Un poema puede continuar diciéndose infinitamente, pero lo que hace de él una forma acabada no es la perfección, sino la decisión de darlo por terminado. Vea Ud. allí la provisionalidad de todo.

Considero el poema como una elaboración orgánica. Casi como lo que pensaba Frank Lloyd Wright de una casa.

LB -¿Cómo es el poema que, hasta ahora, nunca ha logrado escribir?

JC - En general es un poema dramático en verso o en prosa, o de forma teatral, un texto siempre recomenzado. Algo así como la síntesis de todo lo que uno ha llegado a sentir y a pensar sobre la realidad. Comprendo que esto, en cuanto trato de abordarlo, es un imposible, dominado como estoy por la discontinuidad y lo fragmentario, frente a los cuales la tentativa de unidad se reduce cada vez más a la paradoja. La paradoja, dice Kierkegaard, es un pensamiento grandioso, pero incompleto. Por mi parte, a este respecto, tengo dicho que los fragmentos son segmentos de la unidad, siempre que consideremos la unidad como un fragmento.

LB -¿Cómo se siente ubicado en el conjunto de la poesía latinoamericana?

JC - Es difícil explicarlo. Una cosa es sentirse formando parte biológicamente de una generación - como es mi caso respecto a los poetas que comienzan a publicar libros en los sesenta - y otra ensayar alinearse atendiendo a afinidades, lenguajes y propuestas. Esto último es imposible hoy.

Sin duda que yo pertenezco a la generación que se dio a conocer poco antes de l960. El crítico chileno Eduardo Llanos Lamussa piensa que se trata de una generación fundacional, con fuertes raíces y exponentes que presentan, aquí y allá, analogías en cuanto al compromiso político o al espiritu innovador enfrentado a las retóricas tradicionales. Yo soy un poco posterior a Lihn, Teillier, Giannuzzi, Vasco, Madariaga, Adoum y Blanca Varela, y contemporáneo de Gelman, los hermanos Campos, Ferreira Gullar, Sabines, Mario Rivero, Fayad Jamis, Rodolfo Alonso, Belli, Ulises Estrella, Bañuelos y Washington Benavides, para citar algunos nombres. Cronológicamente eso dice algo. No sé si lingüísticamente también, pero en todo caso, analizando los ejemplos uno por uno, se apreciarán diferencias de fondo que ya anuncian, pese a las afinidades, el pluralismo que se extendió por todo el hemisferio después de que desapareció el piso político - la lucha contra las dictaduras - que sirvió de rasgo común para gran numero de esos poetas.

Del estudio de esos hechos, atendiendo a identidades y pluralidades, debería ocuparse la crítica. En este sentido el proyecto de una gran antología con los nombres de los poetas que nacieron alrededor de l930, propuesta por Llanos Lamussa, ayudaría mucho a entender el fenómeno. A mí me interesa muy poco.

A fin de cuentas, descubrirme en esa perspectiva generacional que procede de los sesenta, no me halaga demasiado ni recompensa en mí un esfuerzo que siempre ha tenido como mira el presente, más cerca de la posmodernidad que de la vanguardia de ayer. Trato de que se me entienda como un poeta de hoy, no como el representante de una generación pasada, y eso no porque me lo proponga, sino por una consecuencia natural. Ud. habrá observado que mi poesía se adelgaza y casi se borra al extremo del movimiento con que intento sustraerla a todo exceso verbal. Y ese no es un registro que se corresponde con lo que ha terminando haciendo la mayoría de poetas de mi generación, por otra parte tan barrocos.

LB -¿Cuál es su relación con otros escritores y medios de comunicación de su país?

JC - Mis relaciones se han ido reduciendo a las que eventualmente surgen de lecturas en público y de talleres literarios con escritores jóvenes y especialmente poetas que buscan orientarse. Los grupos y movimientos de mi juventud desaparecieron junto con los ideales, y la mayoría de sus antiguos integrantes, como los que figuraban en El techo de la ballena, son hoy en día cadáveres. Entre nosotros el ímpetu de la búsqueda se apaga con la llama del primer libro. Para sobrvivir uno ha necesitado de nuevas alianzas, cambios de perspectiva y medios más acordes con la vertiginosa dinámica de estos tiempos. Los medios también han cambiado. Dejaron de ser la revista o el manifiesto programatico (con el que aun uno pudiera estar de acuerdo en ciertas cosas pensadas para minar el orden) y hoy día resultan demasiado generales y difusos para uno hacer causa con ellos. Los suplementos literarios de los diarios reinan con su estilo reporteril y las revistas institucionales, generosamente subsidiadas y por tanto asépticas, constituyen, fuera del libro, las alternativas para publicar. Y en estas circunstancias Ud. comprenderá que el poeta de hoy, llegado a cierto estado de conciencia, se encuentra bastante solo, por no no decir que incomunicado o de brazos atados, por lo menos en mi país.

LB -¿Qué proyectos literarios tiene para el futuro inmediato?

JC - Trabajo - o debería estar trabajando - en el proyecto de un compilación de mi propia obra poética. Ud. me preguntará por qué soy yo y no un crítico el que se ocupa de hacerla; sencillamente porque de esta manera puedo efectuar otra lectura de mi obra con el rigor propio que solicita una antología en la que trataría de presentarme, hecha esa lectura, lo más breve y despojadamente posible. Quiero decirle que aprecio más una antología que una obra completa. Un volumen de trescientas a trescientas cincuenta o más páginas me aterroriza. Estoy pensando en los tres mil poemas con que José Kozer nos amenaza y en los siete y tantos tomos de Poesía Vertical. Considerando que no escribimos más que un poema -el poema de toda la vida- y que el resto no son sino las versiones sucesivas que de libro en libro hacemos de él, una antología donde figuran sólo cien textos, más que todo breves, es un buen expediente para presentarse ante el juicio de la posteridad, si cabe este desacato. Lo ideal, por tanto, sería destruir lo que sobra de ese recuento estricto, trazar un borrón y cuenta nueva enmarcado en una zona perfectamente epitáfica. Pero fíjese en el reto que significa esa reducción para quien ha publicado más de quince opúsculos y unos 850 poemas en total. Una verdadera economía del espíritu o, si lo prefiere, una disección en vivo. Lo demás es silencio.

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[Entrevista realizada em Caracas, 21 de mayo de l997. Documento mantido inédito até hoje, e cedido pelo poeta à Banda Hispânica. Publicado no TriploV ao abrigo de protocolo de cooperação com a Banda Hispânica/Agulha: Revista de Cultura: http://www.revista.agulha.nom.br]