No quiero terminar estos apuntes sin hacer mención del carácter transdisciplinario de la poesía. Como lo habrán entendido los que me han seguido en mi modesta obra poética, últimamente me he esforzado en conciliar la reflexión y la metáfora en un discurso simple y sintético que combina en su tono directo el buen uso de las reglas gramaticales y la precisión en la escogencia de vocablos con la ausencia de adjetivación e impostación. Muchos poetas son renuentes al empleo de la síntaxis propia de la prosa cuando escriben textos poéticos e incluso son resistentes al poema en prosa o a la utilización de ésta cuando en un mismo texto se intercalan partes en verso y partes en prosa, como lo hiciera Rimbaud en varios poemas de sus libros Una temporada en el infierno y Las iluminaciones . Hay poetas que desconfían de las frases largas y del habla realista de la conversación cotidiana, y mucho más de las escatologías, como si desearan que la poesía continuara en un dominio reservado y que no se hiciera de ella, como muchos pretendemos, un medio de comunicación y ni siquiera un objeto en sí mismo. La falta de una norma, estatuto o canon que nos diga cuándo se debe emplear el verso y cuándo la prosa y que sirva también como principio para definir el poema, revela que cada estructura verbal es variable y se hace autónoma cuando es consistente con lo que se dice en ella. Y esto fue lo que quiso afirmar Rimbaud cuando en la Carta del vidente atacó a los poetas de su tiempo acusándolos de que hacían "prosa rimada". El utilizó la prosa justamente con otra intención. Todo lo cual debe llevar al poeta actual a anteponer el sentido a la forma, pues ésta debe surgir de aquél durante el proceso mismo de escribir, conforme a este enunciado:
La forma es la estructura que el sentido se da a sí mismo.
O también, para decirlo con palabras de William Carlos Williams: "Las ideas están en las cosas".
Considerando que la transdisciplinaridad de la poesía tiene en la relación genérica con la prosa su principal compromiso, me permitiré afirmar que la prosa continúa siendo un instrumento fundamental e ineludible para el oficio de poeta, y casi habría que concluir diciendo que sin un entrenamiento cabal en ella, como pensaba Eliot, como experiencia y como modo de reflexión, se hace cuesta arriba, por no decir que imposible, escribir buena poesía en nuestros tiempos.
Concluiré leyendo un texto poético en el cual de una manera metafórica expongo la idea expresada en torno a la relación transgenérica de poesía y prosa:
VIVA EL BORRON Yo tengo en la prosa, en el hecho de adobar la prosa,
una tentación estética. Procuro verme en ella
como en un espejo. Y créanme que a veces logro verme. imperfectamente, claro, pero de cuerpo entero.
Y ¿qué les parece si dijera que experimento por la poesía
una tentación mítica parecida a la que nos lleva a creer
en el poder de un embrujo sin pararse a razonarlo?
Pero no. Yo tomo mi texto en juego o, si prefieren,
en broma. No me solazo en él, no me detengo a analizarlo.
Por qué tendría que hacerlo, si sé que la explicación
del poema acaba con el poema.
Lo unico que está a mi alcance es presentarlo del mejor modo, desbrozarlo, enmendarlo aquí, remendarlo allá.
Tacharlo más adelante.
Cuando más, soplar sus páginas, por si vuelan.
Lo máximo a que me atrevo es a examinar si vale la pena
el esfuerzo de escribirlo y de qué manera, con qué herramientas,
y por qué medios,
sin entrar en generalizaciones
y con todos los inconvenientes del cómo.
Y sin hacerme otras preguntas, más allá de este corolario:
No busco encontrar en lo que escribo
otra cosa que la facilidad para decirlo.
Que sea oscuro o profundo, es secundario.
Eso puedo imaginarlo. |