Presentación de la poesía de Floriano Martins

 

FLORIANO MARTINS
Tributo


Presentación de la poesía de Floriano Martins
Por IGNACIO RAULD


Conocí a Floriano Martins (Fortaleza, Brasil, 1957) debido a ciertas preocupaciones que, en su momento, me diera la obra y la figura de Humberto Díaz-Casanueva. Persuadido por las reiteradas menciones que hiciera sobre el chileno en no pocas entrevistas en las que se hablaba de autores claves para Hispanoamérica decidí rastrear algún punto de contacto. Llegué, entonces, a dos de sus proyectos editoriales: Agulha Hispánica y Banda Hispánica. Un descubrimiento feliz porque es realmente difícil encontrar revistas que tengan una línea editorial tan ambiciosa y que, al mismo tiempo, la sigan a cabalidad; teniendo por fin la discusión del fenómeno poético en Latinoamérica (entiéndase, en los 19 países que la conforman) esta revista conjunta autores tan definitivos como Eunice Odio (Costa Rica), Manuel del Cabral (República Dominicana), Rosamel del Valle (Chile), Martín Adán (Perú), Aurelio Arturo y Jorge Gaitán Durán (Colombia) además de otros más oficialmente distribuidos, pensados y criticados. Ensayos, entrevistas, antologías, éstas revistas son un banco de datos sin ningún tipo de priorización o exclusión externa a la calidad poética de los textos revisados: una suerte de eje en cruz, un centro expansivo por definición encargado de recoger las diversas modulaciones que la poesía ha alcanzado no solo en lengua española sino también en portuguesa.

Aparte de sus labores de editor, traductor y difusor cultural, Floriano Martins cuenta con un par de libros de entrevista y crítica literaria. En uno de ellos llamado La escritura conquistada, suculento, Martins reúne entrevistas con más de 50 poetas latinoamericanos. Solamente el tipo de nombres aquí citados debieran atraer la atención de los lectores: Francisco Madariaga, Pedro Lastra, Eugenio Montejo, Javier Sologuren, Fernando Charry Lara se citan en un texto único y sorprendente. El libro no solo cuenta con la participación de estos autores, sino que, además, con el manejo y el conocimiento vastísimo del mismo entrevistador. Alejándose del simple catálogo y haciendo más de una llamada de atención sobre cuestiones que aún quedan pendientes dentro de los estudios relativos a la poesía latinoamericana, el también poeta brasileño no deja de suministrar datos, nombres y títulos de principal interés.

A raíz de estos elementos, decidí escribirle sobre el asunto que me conminaba. Aparte de su generoso y cálido recibimiento, tuve la suerte de que me compartiera algunos de sus poemas. La selección que pongo a disposición de los lectores se desprende de uno de esos intercambios. La traducción fue proporcionada por el mismo autor y realizada por Gladys Mendía.

En poesía el diálogo que mantienen fuego y noche suele ser ritmado por una intérprete que orquesta sus diferencias. Una mujer extática, frenética o simplemente danzante se incorpora en esos momentos arduos y, tomando el cerrojo más inverosímil, entorna tinieblas, llamas y sus empujes recíprocos para ofrecerse como una síntesis de inicio, como una palabra que introduce un aire de misterio respirable y devanable. Se brinda, por así decirlo, Ariadna en su hilo.

Tornasolada y refractante, oscura y fugitiva, amante y hermética son solo algunas de las tantas cualidades que suele asumir una figura que, si bien en principio se introduce como mediadora en la conversación, se transforma, mediante un vuelco sobrecogedor, en el prolegómeno de una reflexión más profunda. Es así que Ariadna se hace un laberinto: no solo recoge armónicamente el conflicto de luz y sombra, sino que, además, resalta como una metáfora que pone en movimiento a la imaginación vinculante de la palabra poética, desplegada en un tránsito hipnótico. En cierta forma podríamos decir bajo este contexto que buscando la elucidación se tropieza con el misterio de un mundo que se apresura a fundamentarse en su decirse, cuestión escandalosa cuando el poeta entiende que este es un destino que se ha ido lentamente cuajando en su entorno sin necesariamente haber sido entrevisto: el de la palabra como un pilar o como la excavación previa al trazo de los cimientos en la tierra. Cosa que, obviamente, abre puertas para un cuestionamiento más radical dentro de los ámbitos por los cuales el misterio instala su noche embriagadora en los ojos, esa su noche olvidada mediante una vicaria inesperada.

Afirmándose de estas líneas que dictan los códigos de la memoria humana, amén de un pathos propio y una singular aproximación, Floriano Martins inicia en Antes que el árbol se cierre (Antes que a árvore se feche, 2011) su persecución de esa primera abeja, de la mujer danzante y visionaria que reúne alternativamente las murmuraciones de la luz y la sombra.  De este libro quisiera comentar unas cuantas cosas antes de dar paso a los poemas.

En primer lugar, el poemario consta de una veintena de poemas en el que la nota particular es cierto tipo de sorpresa: en términos generales esa mujer danzante es una aparición intempestiva que surge entremedio de la evocación de unos cuantos íconos femeninos. Una presencia solapada que se revela, un hallazgo inesperado del cual se indican sus estandartes luminosos. Es así como encontramos títulos que conjugan tanto a la persona evocada como al asomo de una parte del cuerpo de la mujer: “Labios de Alejandra Pizarnik”, “Voz de Alberta Hunter”, “Talones de Bonnie Parker”; títulos que enuncian, en medio de la sorpresa lectiva por la renuencia al dato biográfico o a un decidido diálogo intertextual, el instante en que el misterio se instala en su noche. Aunque este es un recurso permanente y, quizá degradable al paso de las páginas, no es exclusivo. En efecto, Martins como cultor del fuego nocturno y de los andariveles y dédalos dibujados en las costillas de la figura femenina, inicia no pocos cuestionamientos en torno a la palabra poética que sustentan su deslumbramiento. A este respecto, versos como “Tu cuerpo recibe en su lecho un verbo distinto cada noche” (“Muñecas de Anja Lechner); “Tu nombre me confunde. // Yo simplemente barajo sus letras y no deletreo más donde todo / comenzó” (“Piernas de Anne Darwin”) o “Hay demasiadas palabras en el mundo. Podemos pasar una vida / entera sin reencontrarnos” (“Talones de Bonnie Parker”); llevan la meditación, minuciosa, en torno a la palabra poética hacia el ámbito en que esta se entrega a sus visiones imprevisibles. Desplegando estas indicaciones de ruta, el poeta acentúa la reverberación y la participación de la palabra en un horizonte de fundación y creación de su sola exclusividad. Se trata, obviamente, del reconocimiento del trance como una modalidad inherente a la creación poética, inabarcable, vetada, para cualquier otro tipo de enunciación u oficio. Horizonte exclusivo que equivale al adentramiento en una esfera propicia para el encuentro y el dilema en torno al conocimiento de un ser:

Me recuesto en la sombra gastada del abismo para contar tus besos.

El primero me enseña los secretos de la pólvora.

Otro me hace creer que puedo volar.

Son como desafíos silenciosos los pequeños rostros flotando en el

     espanto de cada mirada.

Señales del desorden que la vida elige en su tránsito fugaz por la

     prosperidad del tiempo.

Palabras con que excavo la invisibilidad de tu figura.

Silencio que abrigamos al lado de ellas para que preserven lo que

    saben de nosotros.

Pizarnik, Benevides, Lispector, son las causales más sensibles por los cuales se articula un saludo a la antesala del mito, en tanto que dejan entrever –parafraseando al poeta– la oración que sustenta la danza de la mujer vicaria.

En segundo lugar, y ya más ligado a la apreciación estética, es bueno decir que el lenguaje que emplea Martins en este libro, a pesar de la gran cantidad de afinidades, no se condice del todo con las maneras surrealistas. Sin dejar de dar marcas textuales al respecto –“azar”, “delirio”, “transcripción”, “manuscrito” – el poeta brasileño se separa bastante de las técnicas usualmente recopiladas bajo esta denominación. Si bien no busca ni el automatismo, ni se entrega a una pasión desbordante, ni menos aún se involucra en juegos verbales, mantiene como norte de su escritura el adentramiento en los signos que nutren el alfabeto más noble y primitivo del hombre mediante los cuales la noche inserta sus sumideros en la vigilia.  A este respecto el oficio de Martins tiene como nota propia la detención sobre lo que se transforma o, dicho de otra manera, la pausa lúcida sobre lo que madura. Con esto me refiero a que, si bien el libro está llevado por cierta urgencia, por una reflexión que no puede ser demorada –tal como sugiere el título–, la voz es calma, triste a ratos, pero sin duda atenta a aquello que la plantea y que va aclarándose conforme el cuerpo de esa mujer insondable se dibuja o, también, según ese árbol se cierra sobre sus ramificaciones densamente numeradas. En pocas palabras, el libro tiene una curva ascendente y continua, una forma de plantearse y encontrarse en la médula del enigma que lo vivifica. Presiente y escucha las dimensiones que le tocan a partir de los signos que descubre.

En el último de sus libros publicados, Vox tatuada, Humberto Díaz-Casanueva planteaba –recogiendo un decir de Jacques Derrida– la urgencia de “buscar pensamientos inauditos / que se buscan a través de la Memoria / de los viejos Signos”. Esta es una de esas buscas.


Floriano Martins (Brasil, 1957). Poeta, ensaísta, editor, tradutor. Dirige a Agulha Revista de Cultura e o selo ARC Edições. Colaborador das revistas Altazor (Chile), Matérika (Costa Rica), La Otra (México), Blanco Móvil (México), Triplov (Portugal) e Acrobata (Brasil). Estudioso da tradição lírica na América Hispânica e do Surrealismo.
Contato: floriano.agulha@gmail.com.
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