Diálogo con el espejo roto

BERTA LUCÍA ESTRADA ESTRADA

Escritora, poeta, crítica literaria y de arte


La noche en el espejo y otros poemas, una antología personal de la poeta Lucía Estrada, es un libro que he leído varias veces, como me pasa siempre que encuentro una obra de poesía que me toca fibras sensibles; en este caso ocultas en la memoria–bruma de Colombia, el país que nos vio nacer.

Sus poemas son de una gran riqueza polisémica, profundos, como el más ignoto de los océanos, filosóficos, y muy dolorosos. Vienen de otra parte, de un lugar sin nombre ni geografía; y sin  embargo, es allí adónde nos conducen nuestros pasos sin que podamos escapar a sus designios, ocultos en los arcanos de su universo poético.

Escuchar el eco lejano de su voz es adentrarse en un mundo desconocido e inquietante, exige mesura, tacto; por eso no me he precipitado para escribir sobre su libro. He tenido que beber de su fuente varias veces para no sucumbir ante el desafío de sus imágenes, del vacío y del abismo que se bordea cuando recorremos sus páginas. Aunque a veces, debo confesarlo, si he caído en la oquedad de sus palabras. No obstante, siempre hay una red que me atrapa y me catapulta nuevamente a la cresta de la montaña.

Con sus poemas he atravesado, una y mil veces, el desierto ; y aun así mi boca no está seca.

Sus palabras, miel que moja mis labios; la oscuridad que palpan sus manos dan sombra y la ceguera se transforma en un rayo de luz que penetra hasta el más recóndito rincón de la bóveda de la selva.

Sus poemas son como un antiguo cofre que guarda en sus profundidades arcanos  milenarios sobre la vida y la muerte.

Lucía Estrada nos incita a decodificarlos como se descifra un enigma tejido por Circe. No porque la poeta nos hechice y nos transforme en animales y nos deje errando en la intemperie; sino porque nos invita a un viaje a un más largo que el de Odiseo cuando emprende su regreso a Itaca.

Lucía Estrada es consciente de su poder como creadora, es consciente de ser elegida, por eso puede nombrarse tejedora de palabras,

cada cosa ocupó su lugar y su nombre.

La poeta, sentada en el telar, teje las imágenes que habrán de nombrarnos y en las que nos miraremos como si fuesen las aguas de un río que puede salirse de su cauce:

El estanque se cubrirá de agua 

Nos recuerda que ese elemento es el principio y el fin de la vida. Gracias al agua existimos –léase somos-, y gracias a ella nos difuminamos, nos convertimos en bruma, en vaho que se pierde en la lontananza y en los recuerdos del futuro.

Sus versos son la luz y la sombra, representan lo tangible y lo intangible, el todo y la nada, lo conocido y lo ignoto.

La fuente brilló en su penumbra

… Hundirnos en la transparencia

No hay que olvidar que el agua también es un espejo, y cuando es turbulenta la imagen reflejada puede verse infinitamente fragmentada. De ahí que ya los griegos veían la imagen del espejo roto como el anuncio inexorable de la muerte.

Los poemas de Lucía Estrada nos sumergen en otras aguas aun más insondables que el más insondable de los océanos : el silencio primigenio.

Aquí están todas las cosas recién descubiertas

Los elementos no nombrados; como si el tiempo fuese re-inventado una vez más, y todo fuera inédito. En cierta forma es la re-creación del mundo y la renovación del tiempo necesarias a las cosmogonías de todos los pueblos.

Lo que áun no existe porque el silencio aún no ha gestado la palabra:

Puedo escuchar el rumor de las puertas que se abren

para conducirnos a otro silencio, y cómo cavamos en él

aunque las cuerdas de la voz se hayan debilitado 

… cavamos en el silencio; en realidad agostamos nuestra propia tumba. Caemos al vacío, al abismo que nosotros mismos hemos horadado con la hoz; triste metáfora de la condición humana. Y cuando ilusos imaginamos que la palabra va a salvarnos, la poeta nos recuerda la finitud de la existencia; entonces, irremediablemente, contemplamos el vacío y nos dejamos atraer por la fuerza de su imán:

Será nuestra la vida en el temblor de una palabra

…la que avanzó en la noche contra todos los pronósticos sin volver la mirada

huyó de la memoria, borró sus propias huellas,

Ella,

La que arrojó el corazón a una jauría de perros hambrientos

la que ahora espera –sin tiempo– a que alguien diga su nombre

no recuerda

(que) las bocas han sido sepultadas

que las llenaron de tierra y de piedra, y que ahora yacen en túmulos desperdigados por el paisaje que alguna vez fue llano.

por eso dice

las voces están huérfanas de sí

Son pajáros en la soledad del aire

Únicos supervivientes

De la secreta suma de batallas y derrotas

No hay vencedores, solo derrotados, vencidos, existencias fracturadas que se contemplan como eternos Narcisos en el abismo, otra de las variantes del espejo:
… la vida es lo que siempre queda al final de la página:

ese temor de sabernos, de insistir en el vacío

Levantan su anular para señalar lo imposible

Porque no hay rutas conocidas, en realidad son inexistentes.

¿Cuándo se camina sobre las huellas del otro ? Nunca, sería la respuesta.

La poeta sabe que sólo existe el desierto, y que el Siroco, o tormentas de arena, borra ciudades enteras:

Voy por la ciudad desierta

… no hay movimiento que recuerde

la dilatada respiración de otros días

Gretel dejó tantas piedras diseminadas en el sendero, que simplemente se mulitplicaron y borraron lo que hubiese podido ser una señal.

Es por ello que hasta los cuervos abandonaron la soledad del aire

Ni siquiera el aire trae noticias de sus muertos

Lo que me lleva a pensar en Jorge Semprún:

¿Es el silencio del bosque lo que tanto os extraña ?

-Se acabaron los pájaros… El humo del crematorio los ha ahuyentado. Nunca hay pájaros en este bosque. (Jorge Semprún, La escritura o la vida, Tusquets Editores, 6a edición en Fábula, 2013 – Pág. 17)

El intento de la poeta de entablar un diálogo es fallido, porque ¿cómo hablar con los muertos?

Un diálogo fantasma reflejado en la piedra,

en la vigilia de los desheredados

Las calles no tienen memoria, o al menos borran los rastros de las carretas, que con el peso de la ignominia, socavaron tantas veces su empedrado. Sólo quedan sus vestigios barridos cada cierto tiempo por el viento.

Por eso las imágenes ya no se contemplan a sí mismas; los espejos de agua desaparecieron en la última tormenta; cuando Eolo se disfrazó de arena del desierto; por eso ya no cantan los presagios, su don de la catoptromancia desapareció cuando ya no pudo dibujar una imagen.

Ninguna imagen tiembla en el espejo

… Todo está vuelto sobre sí mismo

y nada consigue reflejarte. Una pausa, y el tiempo detenido

cae sobre tu silencio.

Otra vez el silencio, visto y sentido como una extensión del desierto; léase la nada, le néant.

Y la música, y el pájaro del vacío,

… y el amor, y el silencio, y la pequeña muerte que una noche

supo reunirlos en el fuego y la ceniza.

El silencio devorador del paisaje niega incluso la máscara de la muerte tan cara a los griegos :

No hay una máscara para el miedo,

tampoco para la muerte.

No en vano para los griegos la máscara (prósopon) era indispensable para que el actor de la tragedia pudiese transformarse en personaje; e incluso le servía como una especie de micrófono para la amplificación del sonido de la voz. Luego prósopon pasó a ser el nombre con el que posteriormente conoceríamos como personaje. En Roma se le llamó personae, de la palabra latina per sonare : para que resuene; y luego se convirtió en personaje y persona; o sea, individuos resonantes, amplificadores del sonido; todo lo contrario al silencio.

Al no haber máscara no hay amplificación del sonido, solo un silencio sepulcral:

Pregunto entonces con la boca de los muertos.

Pero ¿acaso la boca de los muertes emiten sonidos? ¿acaso tienen voz?

Conocemos la respuesta : No.

Por ello más adelante leemos :

Abro la noche para recibirte. En cada palabra

mis manos inician un largo recorrido hacia la sombra

Ψ

Nombrarte es el comienzo del exilio

La poeta es consciente que el exilio y la sombra son las otras variantes de la muerte.

Todos los viajes nos llevan de regreso al silencio :

Nuestro diálogo es el inicio del viaje, su silencio el camino de retorno

Por eso

Es necesario permanecer en la intemperie.

Y sobre todo no mirar hacia atrás, la framentación del espejo ya no nos permite contemplar nuestro reflejo sino el rostro carcomido por la sal del desierto.

Quien vuelve la mirada, reconoce su rostro de sal

Como la mujer de Lot, de la que ni siquiera sabemos su nombre.

El olvido y el desierto se instalan como único paisaje, paisaje perenne, eterno.

Todo lo demás lo barrió el viento.

 

Epílogo :

Debo confesar que no me gusta la poesía fácil, ni anecdótica, ni la poesía que la gente llama bonita, un adjetivo al que suelo huirle cuando lo escucho. Me atrae la poesía que hurga en los temas que hacen estremecer al hombre; me refiero a la metafísica. Prefiero al poeta que inunda la senda de desafíos, de espinas que laceran mis pies a medida que la recorren. Por eso leo una y otra vez a Lucía Estrada, porque ella habla sobre las catástrofes que azotan al hombre desde la noche de los tiempos.

Sus versos son hilos que nos unen con las mujeres que evoca en el eco del tiempo primigenio y en el tiempo que muere en los acantilados.

Los poemas de Lucía Estrada invitan a varias lecturas, sé que siempre volveré a ellos, sé que beberé de su fuente oculta para que mis huellas no se varen en medio de la arena del desierto.

HOMENAGEM A VICENTE HUIDOBRO
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