Les estoy muy agradecido por su invitación para ofrecer una
ponencia sobre la obra de José
Manuel Briceño Guerrero, en estricto
un opúsculo, ¿Qué es la filosofía?
(1962). Y ello no sólo porque pienso
que la obra de un filósofo, y por
tanto su pensamiento, son la
conciencia crítica para teorizar y
transformar los problemas que
acechan al hombre y la crisis de
espíritu de la civilización humana,
sino también por tener destinado un
camino que se hace residencia del
lenguaje, ir hasta el fondo, llegar
al límite. Asumir el riesgo de tomar
un camino poco transitado y
transitado a ciegas porque no nos
hemos detenido a pensar. Y llegar a
un punto donde el diálogo descubre
la fuente de los secretos, ser uno
mismo y otro. De la finitud queda
registrada la voluntad de apertura,
del encuentro, del oficio de
caminantes y del entendimiento que
no es simplemente una expansión de
la razón, sino que posee un estado
íntimo del alma. No creo que se
pueda leer a un filósofo sin
tropezarse con lo cotidiano, con la
expresión vital más auténtica del
hombre y de los otros: la viscosidad
cultural, la cual invita a pensar la
sociedad que no puede pensarse sin
el hombre y viceversa. Me arriesgo a
pensar en ese asunto que nos plantea
el profesor Briceño, por el hecho de
que el pensamiento tenga una manera
en la que ha sido pensado y nos
convoca a continuar el diálogo desde
la inquietante pregunta ¿Qué es la
filosofía? De este modo, el problema
parece simplificarse en una pregunta.
Esta yace delante ¿Qué es la
filosofía? Pero esta pregunta
conviene apropiársela desde un
sentido, desde un lugar en el tiempo
y bajo las condiciones que la
historia misma depara. Entonces
podemos decir que la filosofía no es
el producto de la historia sino el
mismo devenir histórico. Un devenir
histórico que remite a una cultura,
a un modo de ser en la diversa
actividad lingüística que une a los
hombres con el medio geográfico y
con sus instituciones. No creo en la
lectura cronológica de un filósofo
como Briceño para iniciar el camino
al pensar. De más está decir su
vasta obra incluye la ensayística,
la ficción, la filosofía, la
cultura, el estudio de las lenguas,
y dentro de esa monumental obra en
permanente construcción, las
reflexiones sobre artistas y poetas.
Cómo podemos separar una verdadera
joya del ensayo filosófico escrito
por el profesor Briceño “Los
inquietantes Cuadros de Geraldine
Saldate”, con su pensamiento,
cuando en aquél —traduzco yo— navega
una especie de nauta mitológico que
convive con agudas intuiciones sobre
el alma femenina, sus símbolos y el
devenir. Es una apuesta a los
procesos de evolución de su
pensamiento, de sus extravíos hacia
regiones inhóspitas que la filosofía
académica desdeña por considerarlas
de menor valía intelectual. He allí
el valor, la rebeldía y la
provocación que produce la obra de
Briceño Guerrero, que para mí, es un
filósofo creador con inquietudes
intelectuales que trascienden la
profesión del filósofo.
La pregunta ¿Qué es la filosofía? en
José Manuel Briceño Guerrero es un
camino, un lenguaje que dice. El
riesgo es aún mayor para quien
intenta con osadía más que con
oficio de filósofo dar cuenta de su
pensamiento y de esa inquietante
pregunta ¿Qué es la filosofía? Pero
la terquedad impetuosa que me anima
es más afortunada que el fracaso de
interpretar sólo a medias o
equívocamente. Mi elección no es
arbitraria ni responde a conjeturas
forzadas por la ilusión de hallar
verdades inamovibles ni retos
intelectuales complacientes, me guía
la fe y el amor al conocimiento. Lo
significativo es explorar la noción
de filosofía en Briceño Guerrero y
replantearse el asunto de la
pregunta, ¿Qué es filosofía? Seguro
estoy en las derivaciones
consustanciadas con nuestro actual
momento histórico y político. ¿Para
qué filosofía? ¿Estamos leyendo a
Briceño Guerrero los venezolanos?
¿Los filósofos pueden transformar la
sociedad? ¿Habremos contraído una
deuda con la obra del profesor
Briceño, que es la deuda con nuestro
ser venezolano y latinoamericano? La
verdad es que estas preguntas me
abruman. Me contenta, pues, estar
entre filósofos, los que me
acompañan en este encuentro Vida
y Obra de José Manuel Briceño
Guerrero, y el que desde ya, me
doy a la tarea de pensar con
ustedes.
¿Qué es filosofía? se publicó
en 1962, para ese entonces el
profesor Briceño tendría treinta y
tres años, “a mitad del camino de la
vida”, decimos con Dante. Se le da
una razón exacta para vivir, por lo
menos echar una mirada al estado
latente y potencial del mundo, donde
se dice hombre y condición humana.
Un tiempo de aperturas al menos
percibidas en el camino y el fin
cumplimiento de una búsqueda como
posibilidad. Parece ocultarse aún
algo más en este camino para
determinar una conciencia aún mayor
de los orígenes. Un alejamiento para
vernos con los mismos ojos que no se
han marchado y permanecen en fragua
atizada en nuestras estructuras
psíquicas y culturales. No hay nada
que podamos expresar en absoluto
fuera de nuestra condición humana y
de nuestra cultura, porque antes que
podamos pensar en ello, ya está en
nosotros. Esta especificidad que nos
da un puesto en el mundo nos obliga
a interrogar el ser, constantemente
olvidado, y no hay ser que se vaya a
mover si no lo empujamos, pero antes
hay que desocultarlo. Quien lo aviva
parece que se anula porque lo niega
y se rehúsa a aceptarse en su
indeterminación y en la fragilidad
de sus proyectos. Claro está, que es
singular el hecho de que la
condición humana puede considerarse
en estas circunstancias como un
signo de un diálogo entre lo que
somos, que obra desde la cultura y
hacia donde debemos mirar para
reconocernos como uno y diversos en
nuestra propia especificidad. Pero,
¿quiénes somos nosotros? Somos los
venezolanos, hijos bastardos de los
griegos que hemos dado por supuesto
que pudiéramos ser otros sin la
herencia de Europa, y que en nuestro
alejamiento y condición de
observadores puede preservar nuestra
inocencia indígena, y aliviarnos de
la responsabilidad de decir algo
contra lo que somos y no somos. Con
lo de nosotros quiero decir, la
filosofía y nosotros. Quiero decir
condición humana y especificidad.
Quiero decir reconocimiento y
diversidad. Quiero decir mestizaje
creador y resistencia. Quiero decir
idiosincrasia y herencia. Aquí
estamos de otro modo diversos,
marcados, bastante tercos en asumir
nuestra identidad variopinta. De tal
modo que no se puede concebir otra
cultura, otro ser latinoamericano
sin el diálogo con la cultura
occidental.
Trátese aquí efectivamente de unas
reflexiones producto de la lectura
de ¿Qué es la filosofía?
(1962) de José Manuel Briceño
Guerrero. Sólo he sido un
intérprete, un traductor según
testimonio del pensamiento del
filósofo. Reconozco que es un
intento por aclararme pues pudiera
haber incurrido en algún error. Por
pensar sobre un asunto que nos
regresa a la pregunta ¿Qué es
filosofía? o ¿acaso hemos salido de
su ámbito? Ya la pregunta nos pone
en camino, es el camino mismo. La
orientación que debemos seguir para
ahondar en la pregunta y así
continuar el diálogo pretende, por
así decirlo, que toda lectura (traducción)
en particular es esencialmente una
conjetura.
Pues entonces preguntemos en otra
entonación ¿Qué es la filosofía?
Esta vez resulta curiosísima la
pregunta. Es indiscutiblemente de
naturaleza antropológica, en un
primer momento, si pensamos que el
profesor Briceño la contextualiza en
el tiempo y en la cultura como
expresión del hombre; por eso se la
distingue con atributos de
especificidad y condición humana.
Pero este atributo es complejo en su
diversidad, en su relación con los
entes y con todo lo que el hombre ha
creado, que para Briceño Guerrero,
es definición de cultura, y lo
creado por el hombre es “cultura
culturante” y la actividad creadora
“cultura culturada”, en la cual “la
acción del individuo se mueve en un
horizonte cultural ya dado”. Lo que es reviste cierto carácter de
devenir, indeterminación y finitud.
Estas son las razones por las cuales
el hombre consciente de su
especificidad que no comparte con
los demás entes, crea a partir de
las contingencias, las condiciones
necesarias para cohesionar lo que la
naturaleza no le ha dado, la
formación de una estructura que le
permita relacionar todo el orden
creado y la convivencia con los
demás hombres y con las
instituciones. El hombre crea su
cultura, entonces reconoce el factor
de la técnica, de las creencias y
mitos, de las leyes y normas para
regular la vida en la comunidad. El
hombre reglamenta desde afuera
obligado por las contingencias y por
la naturaleza corruptible de las
cosas que ha creado, y porque
deviene, son transitorias como él.
En este sentido se hace imposible la
homogeneidad de la cultura que es
multiplicidad siempre cambiante,
aunque con ciertos grados de
estabilidad. Tanto la cultura como
el individuo cohabitan cada uno con
sus propios atributos. Lo que ya
está dado, lo que es. No se pueden
pensar aislados, un ente determina a
otro ente y cada ente posee su
propia especificidad, es ese el
carácter de cultura
“supraindividual”, como lo llama
nuestro filósofo. Dice Briceño
Guerrero, “la condición humana
conlleva, como estructura
específica, una comprensión del ser
y del no ser, del todo y de la nada,
del mundo y del hombre, del sentido
de la vida. Sobre esa comprensión
descansa la posibilidad misma de la
cultura”. Es la compresión que el
propio individuo habrá de hacer para
que la conciencia sea el puente que
lo comunique con lo que está afuera,
que en definitiva también está
adentro. Su representación del mundo
y sus expresiones inteligibles, el
lenguaje y las exigencias estéticas
que fundamentan una cultura que “da
un aire característico a su pensar”. |
La filosofía como dynamis
se expresa una vez adquiridos los
supuestos de la condición humana: la
indeterminación del individuo en
todos sus actos, la
Weltanschauung, las creencias,
los mitos y las ideas, el lugar que
le corresponde al individuo como
ente entre los demás entes y ante el
universo, sus creaciones culturales,
sobre todo considerando la
diversidad de sus formas y
modalidades. Pero estos supuestos no
siempre son la conciencia del
observador, su objeto de estudio
permanecen ocultos. Entonces, una
vez adquiridos estos supuestos,
signos que orientan la cultura en su
devenir, visión de la vida implicada
en la totalidad. La comprensión
desde donde surgen estos supuestos,
es la filosofía como dynamis. Dice
Briceño Guerrero “Todos los
supuestos de la cultura son
estructuraciones de la comprensión
primordial, pero no son permanentes
y declinan con mayor o menor rapidez
para dar paso a nuevas
estructuraciones, podríamos decir
nuevos mundos”. Esto nos lleva a
conjeturar que estos supuestos de la
cultura surgen de un estado
preconsciente, sin solaparse del
todo se vuelven espontáneos hasta
que se van sucediendo en el tiempo,
recobrados por la conciencia que se
ajusta a esta transitoriedad y que
fija una posición frente a lo
acontecido. Entonces la conciencia
“descubre su problematicidad”,
referencia concreta del hombre a su
total descubrimiento del mundo
exterior y todo el hacer como
práctica de la cultura. Sin duda, la
filosofía como dynamis se ve
desplazada por esta toma de
conciencia. Hay algo más interesante
y es que la conciencia opera en dos
dimensiones, la primera, acogiéndose
a su principio de orden conceptual,
de intérprete de los problemas y de
las soluciones a los mismos. La
segunda, es que la conciencia se
vuelve sobre sí misma,
problematizando su razón crítica,
estándar de racionalidad a partir de
los conceptos. Pero hay supuestos
“más profundos” que la conciencia no
puede aprehender o sistematizar en
su armazón conceptual; esa peculiar
condición de la conciencia le fija,
por supuesto, límites a su accionar.
“El problematizador”, como lo llama
Briceño, le urge construir su
sistema de apropiación de la
totalidad en el cual pueda ejercer
el predominio de su “actividad
reflexiva”, para esta operación
conceptual se fundamenta, y lo dice
Briceño Guerrero en “razones
metodológicas”. Por tanto se
distinguen los siguientes aspectos:
“ a) reflexión sobre el ser, b)
reflexión sobre el conocimiento, c)
reflexión sobre el valor”. No vamos
a detenernos en la explicación de
las particularidades de los
aspectos, se trata en estas tres
dimensiones que estudia la
filosofía, de unificar un criterio
desde la razón para sistematizar sus
supuestos. Bajo este concepto
totalizador podemos estimar el modo
decisivo y deliberado de la
conciencia en hacer de sus
potencialidades conceptuales, la
reflexión del problematizador. Con
esto la razón crea otro supuesto,
otro principio estructurante
estructurado. A esta reflexión sobre
el ser, el conocimiento y el valor,
Briceño Guerrero lo llama
filosofía como enérgeia o filosofar.
Sobre esta reflexión conceptual el
individuo ha de entregarse
resueltamente a concebir un sistema
de pensamiento con todo el andamiaje
instrumental de que dispone. La
reflexión de los pensadores adopta
enseguida una expresión concreta en
la producción de “obras filosóficas”
como un hecho absolutamente trabado
en el quehacer cultural. A este modo
de filosofía que obra como un
sistema que privilegia los
contrastes, las divisiones, lo
fragmentado, las dualidades, se
suman los modelos del filosofar, la
conciencia de la condición humana
sujeta a la indeterminación y
fragilidades de la vida, “a las
gradaciones progresivas”. A este
sistema de pensamiento estructurado
en sus aposentos racionales en tanto
producción de obras filosóficas que
dan cuenta de su actividad teórica,
el profesor Briceño las denomina
filosofía como ergon o filosofías.
Un rasgo distintivo, por demás
utilísimo para comprender la
valoración de la filosofía como
enérgeia y la filosofía como
ergon, es que la primera
mantiene su anclatura en la segunda
en tanto tradición. Estando ya en
diálogo la filosofía como ergon
es reconducida a su origen,
“repensada”. Pero al ser repensada
en su origen producto del diálogo,
“conduce” a aquella filosofía “que
lo produjo”, a la enérgeia. Esta
filosofía como enérgeia dice Briceño
Guerrero “es la misma del
filosofante, del nuevo interlocutor
en el siempre renovado
decir-contradecir-condecir actual y
lúcido”.
Llegamos a un punto en el cual la
pregunta hablada ya familiarmente
entre nosotros, ¿Qué es la
Filosofía? entra en el cauce de la
expresión adecuada: el concepto.
Filosofía como dynamis,
filosofía como enérgeia o
filosofar y filosofía como
ergon o filosofías. Ahora bien,
estos conceptos no son válidos
universalmente para todas las
culturas. Revelan, no obstante, un
origen desde donde se han producido
de una manera compleja, con la
peculiar formación intelectual que
las sustenta. Una cultura. Una forma
de decir. Dice el profesor Briceño:
“Se trata de posibilidades humanas
realizadas sólo en el ámbito de una
cultura: la occidental. En efecto,
el filosofar es una creación de los
griegos, la tradición filosófica
comenzó en Grecia; luego se extendió
por toda la Europa occidental, cuya
cultura está marcada indeleblemente
por el espíritu griego”. (…) “Si nos
viéramos obligados a resumir en una
sola palabra el destino de
Occidente, diríamos ‘Filosofía’ ”.
En este sentido, Briceño Guerrero
afirma por un lado, el valor
incuestionable de la ciencia y de la
filosofía, —con preeminencia de esta
última con relación a la ciencia—,
en la historia de las ideas en sus
orígenes griegos, y por el otro,
cuestiona el dominio de la cultura
griega sobre otras culturas que no
han construido su cosmovisión con la
racionalidad y sistemas filosóficos,
es decir, con filosofía como
enérgeia o filosofar y
filosofía como ergon o filosofías.
Hay que decirlo de una vez: una
cultura que se pretende hegemónica y
excluyente con el firme propósito de
expandir su poderío tecnológico para
llevar a su máxima realización el
proyecto de conquista de la
naturaleza. Creo que, cuando Briceño
nombra la idiosincrasia como una
forma de representación de estas
otras culturas, de esas culturas que
poseen una interpretación del ser,
caben los supuestos que no están
expuestos al mundo exterior, y que
operan de una particular manera. Son
aquellos supuestos más profundos,
la filosofía como dynamis. Dice
Briceño: “Porque la filosofía como dynamis no conduce
necesariamente a la filosofía como enérgeia. La filosofía como dynamis es también arte como dynamis, religión como
dynamis, mito como dynamis
y puede conducir a formas no
filosóficas de enérgeia en la
reflexión sobre la totalidad”.
Briceño Guerrero al plantear la
pregunta, ¿Qué es la filosofía?
desde los supuestos de la cultura
occidental y de sus expresiones que
sustentan la Weltanschauung,
principia un diálogo en el cual la
pregunta misma no encontrará fácil
respuesta, si es que llegamos a
encontrarla. Sin embargo, pensar la
pregunta ¿Qué es la filosofía? es,
en lo sucesivo pensar, en la cultura
occidental y en la procedencia que
nos involucra con “los griegos por
línea bastarda”, como dice Briceño
Guerrero. Nuestras manifestaciones
culturales indias y negras
perdieron; se impuso el fragor de la
cultura occidental. Nosotros somos
un pueblo mestizo con una forma
cultural sincrética, compuesta “por
tres tradiciones: la occidental, la
india y la negra.” Esta extraña
viscosidad de nuestro ser, nos
advierte que no se trata de una mera
influencia intracultural, sino que
nuestra abigarrada constitución
álmica como venezolanos y
latinoamericanos, debe reconocer y
aceptar, primero esa realidad
histórica del mestizaje como
producto de las mezclas, con la
particularidad que está estructurada
por fragmentos de culturas no
europeas, que se expresan
negativamente con un rostro y un
lenguaje poco amenos. Un sentido
propio, rebelde, viscoso,
iconoclasta, el vacilón criollo. Y
lo otro que debemos comprender es
que si no entendemos de dónde
venimos, cómo emprender nuestra
tarea irremplazable de encontrar
sentido a nuestras vidas, a nuestra
realización plena de ser. Briceño
Guerrero nos habla de la
idiosincrasia mestiza, de la fusión
de la arquitectura colonial y la
mano de obra del indio, del valor
simbólico de la lengua. Y donde
predomina la herencia de la cultura
occidental que es el pensamiento
nosotros respondemos con emoción,
donde ella nos asalta con los
conceptos, nosotros le destapamos el
velo a María Lionza, mientras ella
nos deslumbra con Herodoto, nosotros
buscamos el “Uriaparia, Wirinoco”,
al cálculo frío de sus opiniones
nosotros dudamos con el corazón.
Nuestra idiosincrasia se escapa,
convive soterradamente con lo otro
que está en el mundo exterior, y eso
se esconde de lo otro, y sin
embargo, convive porque eso somos,
producto del mestizaje. A esas
manifestaciones las llama Briceño
Guerrero “esas oscuras fuerzas
creadoras, que constituyen lo más
auténtico de nuestro ser y que no
han podido manifestarse sino
negativamente”. Aquí es importante
señalar, al contrario, que la vida
política, cultural, social está
sustentada por “las actividades
conscientes” que emanan de la
cultura occidental. Es decir
nosotros mismos nos hemos negado a
reconocernos como lo otro que somos
y seguimos siendo, pero que no hemos
descubierto porque estamos
enceguecidos, alienados,
desorientados en nuestro propio ser,
a causa, entre otra razones, por las
inmaculadas propuestas culturales
que no descienden de línea mortal o
divina. Briceño Guerrero ha llevado
sus reflexiones en torno al
Mestizaje a una comprensión mayor
como fenómeno cultural. En este
sentido, Su Discurso Salvaje
es la expresión más extendida de su
pensamiento, más profunda y rica en
viscosidades.
Ahora que con alguna fortuna hemos
dialogado con la pregunta: ¿Qué es
la filosofía?, contemplemos
serenamente lo pensado hasta acá, y
en el caso particular de Venezuela,
que es la última reflexión del
profesor Briceño Guerrero: cómo se
concibe una filosofía en Venezuela.
No deja de asombrarme el compromiso
intelectual que empeña Briceño
Guerrero en plantear un asunto tan
universal como la Filosofía en el
cotidiano hacer del ser venezolano.
Con ¿Qué es la filosofía? se
publica más que un libro, una
reflexión vital sobre el destino de
la filosofía en este país y en
perspectiva en Latinoamérica. Este
opúsculo se publica en el año 1962,
inicio de una de las décadas con
profundas resonancias ecuménicas en
la cultura, lo económico, la
política y lo social. Década de los
hippies, de la minifalda, de las
Panteras Negras, del LSD, de los
Beatles, del Mayo Francés, de Pink
Floyd, de nuestros xipitecas allá
arriba en México, del júbilo de la
Revolución Cubana. Toda
Latinoamérica con mayor o menor
intensidad vibró al sonido de esos
vientos de cambio. Aquí en
Venezuela, las guerrillas urbanas, y
más tarde, guerrillas de monte
adentro, los poetas de Sabana
Grande, los Grupos Literarios, la
efervescencia de los estudiantes
universitarios. En Mérida,
Venezuela, un joven de treinta y
tres años, se pregunta ¿Qué es la
filosofía? y desde aquí, desde
nuestra cultura mestiza propone un
diálogo con la cultura occidental
para desentrañar nuestro verdadero
ser, con nuestra idiosincrasia y
supuestos culturales amalgamados con
Occidente. Para Venezuela, el joven
profesor Briceño, concibe la
filosofía, a mi manera de ver, como
un apostolado, con una confianza que
se sitúa en las antípodas de los
discursos apocalípticos. Es el
llamado a reabsorber toda la
herencia de Occidente, sin negar sus
principios racionales, entonces,
sólo así, entenderemos nuestro
puesto en el universo. De Occidente,
todos los modelos de filosofía
practicarlos como enérgeia, como
reflexión crítica de esos supuestos
griegos. Dice Briceño, “porque de lo
contrario nos moveríamos en un
diletantismo intelectual vergonzoso
que no nos dejaría ocupar puesto
alguno en la mesa donde dialogan los
grandes pensadores de la cultura”.
De la filosofía como ergon,
cuyo designio es conducir en los
términos propios de una paideia
para la liberación, para la fuerte
honestidad de los valores que se
comparten en un mismo tiempo
histórico y de la vital necesidad de
construir nuestra mirada, estar
atento al devenir. De la
filosofía como ergon la
posibilidad de enseñarla con
esperanza, en el sentido de que el
hombre se prepare para la muerte: Es
la preeminencia del alma sobre la
finitud de la condición humana. En
esta misma filosofía como ergon no debemos negar la racionalidad
que la asiste, como lo dice Briceño,
sea el amor quien la trascienda y no
la violencia. Filosofía para
“remediar lo que es remediable, la
injusticia social, la miseria; pero
no por la violencia, sino por la
comprensión y el amor”. La filosofía
auténtica es el diálogo con los
problemas que los pensadores de la
tradición occidental se han
planteado.
Es cuestión de aceptar nuestro
sincretismo cultural sin negar lo
que somos. Nuestra mezcla india y
negra convive con occidente. Es esa
una realidad histórica innegable. De
ese sincretismo validar una cultura
auténtica en la medida en que es
invención permanente de nuestra
idiosincrasia: Mestizos somos. Pero
también pensar nuestros asuntos, la
libertad que nos hace distintos pero
herederos de una tradición cultural,
de nuestra expresión negativa, que
necesariamente debe liberarse para
que los supuestos más profundos
florezcan en toda su luminosidad.
Briceño Guerrero nos dice que para
concebir una filosofía en Venezuela
debemos hacer un viaje hacia
nosotros mismos. El mismo que él
inició con la pregunta ¿Qué es la
filosofía? en el año 1962, el mismo
viaje que yo hago con ustedes, más
acá, desde mi finitud en pleno siglo
XXI. |