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LOS CAMINOS DE LA CREACIÓN | LA
POESÍA
FRENTE A LA GLOBALIZACIÓN
CARLOS FAJARDO FAJARDO
Página ilustrada con
obras de la artista Aline Daka
(Brasil)
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Los caminos de la
creación
“Los
caminos de la creación son
imprecisos, están llenos de pliegues,
de espejismos, de demoras” (Pitol).
Son palabras de Sergio Pitol en su
fascinante y seductor libro “El arte
de la fuga”.
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Sí, la creación no sólo
demanda rigor y paciencia sino aislamiento
sonoro, reflexión apasionada, equipajes con
los cuales el poeta emprende su marcha por
ese difícil oficio o arte endiablado como
llama a la poesía Dylan Thomas; alforjas con
las que llega a regiones inéditas,
imprevisibles, secretas. En su itinerario
quizá lo acompañen unas cuantas lecturas,
sus amores, ciertas músicas y ciudades, como
también su infancia, región que contiene los
ritmos primigenios de sus poemas.
“El
arte sucede cada vez que leemos un poema”
manifiesta Jorge Luis Borges. El arte es
cada vez una experiencia tan extraña, igual
a la transformación del agua en vino. La
poesía es metáfora sobre el tiempo, palabra
realizándose en el tiempo, finitud creándose.
El artista se sumerge en el agua de
Heráclito, está hecho de múltiples ríos que
brotan de una memoria inagotable, pues todo
en él es flujo creativo, fuente que bautiza
las cosas como por primera vez, palabra río,
humedad esencial acariciando los objetos,
imponiendo un nombre a cada ente, a cada
ser, imantando la realidad de ese líquido
germinal que son las palabras, signos
encantados.
En los caminos de la creación,
al poeta lo acompañan distintas propuestas
poéticas; de ellas aprende los secretos de
su oficio, pero contra éstas se rebela.
Dialéctica de estar adentro y afuera de su
tradición; exilio y casa materna, lejanía y
cercanía. Esto lo verifica cada vez que
emprende sus encuentros y sus búsquedas.
Escribir es un acto de extranjería, es
inventar a un otro, tan complejo y extraño
como su propio yo. Pero a la vez, escribir
es un acto de encuentro, de descubrimiento
de sí mismo, una justificación para seguir
vivo sobre esta pelota terrestre.
Extranjería y justificación son condiciones
que siempre lo acompañan incondicionalmente.
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De estas situaciones
parte uno de los traumas estéticos
que más han preocupado a los
artistas en la modernidad: el de
vivir para la obra rechazando la
vida, o el abrazar la vida
rechazando la obra; ideal estético
versus pasión ética. Dicha
conflictiva relación entre escritura
y vida fue superada en el siglo XX
por las Vanguardias, las cuales
liquidaron su dicotomía: tanto la
vida como la obra forman una
totalidad que se enriquece debido a
sus contradicciones. Asumir la
estética como una ética, y viceversa,
ayuda a superar la grieta entre la
pulsión creativa y la condición
vital.
Al respecto,
recordemos esta sugerente frase de
Jorge Gaitán Durán: “Todo edificio
estético descansa sobre un proyecto
ético. Las fallas en la conducta
vital corrompen las posibilidades de
la conducta creativa”.
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...Por
tanto, el poeta no concibe la creación de su
obra sin que ésta se vuelva un barómetro de
las sensibilidades de su tiempo y de las
presiones de su existencia; sin que se
transforme también en una veleta que
registra la dirección de los procesos intra
y extra estéticos de los cuales su proyecto
ético no es ajeno. El mundo personal y
social, las relaciones con el afuera
cotidiano y político - que son su adentro
pulsional -; los diálogos con las desgracias
de la realidad, si son tratadas con aguda
sensibilidad, conocimiento y rigor
escritural, pueden surgir con gracia en la
obra poética, construyendo un permanente y
fructífero diálogo creador. Sin embargo, “en
el instante de escribir, dice de nuevo
Sergio Pitol, lo único que ha de saber, lo
que cuenta de verdad, es que su patria es el
lenguaje”. Y yo aumentaría: su patria
también es el universo, la libertad es su
ley, la pasión su razón.
Elogiar al lenguaje como
patria, me hace acordar de estos versos
magníficos escritos por el poeta brasileño
Lêdo Ivo: “¡Cómo te soñé poesía! / no cómo
te soñaron… / Me escondo en el bosque del
lenguaje, corro por salas de espejos./ Estoy
siempre al alcance de todo. Lleno de orgullo/
porque el Ángel me sigue a cualquier parte”
(“La infancia redimida”).
Aquí el poeta, ha hecho del
lenguaje un bosque de asombros, un acto
iniciático, el origen de los orígenes.
Entonces se vuelve palabra, leve y grave,
mísera y humana palabra. Aquel Ángel que lo
sigue a cualquier parte, puede ser la
infancia, la imaginación, el sueño o la
realidad vueltos metáforas.
Frente al lenguaje, el poeta se impone la
necesidad profunda de transformarlo,
estremecerlo, subvertirlo. He aquí una
propuesta de crear nuevas formas de vivir y
pensar la palabra; una apuesta para cambiar
la sensibilidad. Estos son sus signos de
valentía creadora; signos de asumir con
lucidez las contradicciones personales y
colectivas, desde las cuales construye una
obra heterodoxa, rica en divergencias,
ambigua, compleja. Lucidez para desentrañar
el lado oculto de lo real y para fundar
otras realidades, posiblemente aún no
horadadas.
“Cambiar el lenguaje no es cambiar al mundo,
pero el mundo no cambia si antes no
cambiamos el lenguaje”, ha dicho Octavio Paz
pidiendo al artista y al poeta sostener una
actitud crítica y de reflexión sobre el
lenguaje; una urgencia que va más allá del
campo artístico y llega al económico y
político. De modo que el poeta no sólo
espera servirse del lenguaje, sino servir al
lenguaje para transformar su praxis estética
en una praxis social e histórica, en busca
de autonomía analítica tanto de sus medios
técnicos y formales, como de sus conceptos y
nociones artísticas.
A esto se arriesga el poeta,
por lo que se transforma en curador del
idioma, en un permanente y atento vigía,
pero también en su trasgresor más implacable,
en un gestor de nuevas tonalidades y giros
lingüísticos. Es una guerra de creación la
que se inicia entonces. El poeta pelea con
las palabras, suprime unas, impone otras,
las elimina o protege porque las desea, y
espera que ellas le cifren y descifren una
vida, lo justifiquen. Escribir se asume
entonces como una relación amorosa donde
respeto e irrespeto, atracción y rechazo,
conciliación y ruptura fluyen para
constituir un cuerpo vivo, el cual da sobre
qué pensar y sentir; un cuerpo-poema,
deseado-deseante, alimento diario del poeta.
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La
poesía: el peligro de los peligros
Servido como un fruto
sobre la mesa, el poema ahora está
listo para aquellos que lo quieran
saborear. Saldrá al mundo seguro o
temeroso, ocupará un lugar en la
memoria de algunos o morirá de
inmediato. El poema es como un niño
inventando el azar. Nadie, salvo él,
sabe de los maravillosos, extraños,
escalofriantes encuentros que sufre
y goza en su trayectoria. Es una
Ítaca en constante deambular por los
mares de la memoria. Ciudad lenguaje
que en nuestro divagar buscamos como
cómplices lectores; tren que
transporta el misterio por los
paisajes de los sueños. Esa es su
aventura y su contingencia. Franquea
las puertas de casa para inventar
sus propios caminos. Así, cada poema
construye sus lectores,
convirtiéndolos a veces en comités
permanentes de aplausos, en sus más
apasionados defensores.
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Pero puede también ocurrir lo
contrario: poemas que establecen lazos
insólitos con fervientes y tanáticos
enemigos, envidiosos de su divulgación, lo
que no niega la afirmación aquí propuesta:
cada poema, a pesar de él, se convierte en
texto, gracias a que inventa sus lectores.
La escritura poética es como
la vida, pasa y se transforma; es humus y
aire, gravedad y levedad, tierra y nube.
Pero la poesía para las sociedades
mercantiles y pragmáticas de hoy, es quizás
el oficio más inútil de todo el andamiaje
cultural. No se le admite que el poeta sea
el antípoda de los cánones del capitalismo
transnacional globalitario; no se le acepta
que asuma una actitud altiva, valiente,
crítica, libertaria. Esa es su apuesta ética
de dignidad y autenticidad, una actitud de
confrontación, de repudio al servilismo
cultural. Pero algunos escritores de nuestro
tiempo desean ser útiles a los patrones del
gusto publicitario, y entienden por utilidad
el convertirse en instrumentos del mercado,
promotores de imagen, genios de los negocios.
Sufren el síndrome de famoso, de
“¡miedo a la libertad, necesidad de
servidumbre!” (George Bataille).
En esta sociedad de
totalitarismos plurales y pluralismos
totalitarios, se ha impuesto la idea del
fracaso de un arte de confrontación y de
ruptura, como también la derrota de todo
proyecto emancipatorio. El arte, entonces,
deja de ser una utopía de renovación y se le
promueve como un producto eficaz y
eficiente, junto a la retórica del
esparcimiento light.
Espectacularización de un arte que no
representa amenaza alguna para las
instituciones en la sociedad de los
espectáculos. Cómo van a aceptar la imagen
del poeta cuando éste es ante todo un hombre
que provoca preguntas e “introduce el
equívoco” (Bataille); un hombre que cuando
todos aplauden las falsas certezas, él se
desvía de la norma. ¿Cuándo van a permitir
los profesores que el poema entre a las
aulas de clase como un cómplice, un amigo
amoroso y sincero que trae consigo una
pedagogía del asombro? ¿Cuándo se dejará de
considerar al poeta como payaso de fiesta,
divertimento de última hora en actos
públicos y en homenajes a la patria,
declamador y bufón de la actual corte
mediática global?
Se olvida que el poema abre
ante todo las puertas del deseo; que es un
oscuro y radiante objeto de placer con el
cual entramos a lo conocido y desconocido
del mundo, y con el cual ciframos lo que no
nos han permitido nunca descifrar,
descubrimos lo que está vedado, mencionamos
lo que está prohibido. Como rito de
iniciación hacia un mundo utópico y
libertario, se transforma, al decir de
Hölderlin, en “el peligro de los peligros”.
Se olvida que, como se lee en este singular
poema del chileno Jorge Teillier:
La poesía debe ser usual
como el cielo que nos desborda,/ que no
significa nada si no permite a los hombres
acercarse y conocerse. /La poesía debe ser
una moneda cotidiana/ y debe estar sobre
todas las mesas/ como el canto de la jarra
de vino que ilumina los caminos del domingo
(…) La poesía no se pregona en las plazas ni
se va a vender a los mercados a la moda, (…)
La poesía es un respirar en paz/ para que
los demás respiren, / Un poema/ es un pan
fresco, /un cesto de mimbre. / Un poema/
debe ser leído por amigos desconocidos/en
trenes que siempre se atrasan/ o bajo los
castaños de las plazas aldeanas. (“El poeta
de este mundo”)
En estos tiempos de hombres
de negocios, tiempos de ecónomos y realistas
pragmáticos; tiempos de mentalidades
tecno-culturales globalizadas, donde a la
palabra se le asume sólo como herramienta de
información mercantil, hay que darle a la
poesía la posibilidad de ayudarnos a
despejar neblinas y vislumbrar horizontes;
hay que retornarle su potencia de agudizar
nuestra sensibilidad creativa, su actitud
analítica frente a las estéticas de la
estandarización y de la repetición
promovidas por los mass media.
Dignifiquemos aquí, entonces, el rito
poético que liquida las certidumbres
totalitarias, las verdades supremas
inamovibles; reivindiquemos a la poesía por
su propuesta de incomodar la iconografía
global de nuestra época; saludemos al poeta
auténtico por su actitud de trasgresor, pero
también de inventor de nuevas miradas; por
su profunda ambición de cambio, porque nos
obliga a ser nómadas cuando creemos que todo
está conquistado.
Siempre que pienso en esto,
me viene a la memoria un poema de Odiseas
Elitis donde, con tono irónico, describe las
burlas a las cuales se ve sometido el poeta
por asumir una actitud de extranjería:
De mí en la cara se mofaron
los jóvenes Alejandrinos./ Mirad, dijeron,
al iluso turista del siglo./ El insensible
que cuando todos los demás plañimos él está
jubiloso/ y en cambio cuando todos los demás
estamos jubilosos/ él frunce el ceño sin
motivo. /Ante nuestros gritos pasa
indiferente (…) ¡El anticristo y el
despiadado brujo del siglo! Que cuando todos
nos damos al sarcasmo/ él lleva ideas (…).
Sí, el poeta lleva ideas que
hacen sentir y mirar mejor. Tal vez de allí
provenga su condena por tener la vocación de
vivir pleno en medio de la polifonía caótica
de su tiempo.
Esta concepción dialoga muy
bien con un poema del colombiano Juan Manuel
Roca, el cual nos ayudará para aclarar lo
hasta ahora expuesto:
Algo así como entrar / en la
zona del peligro / con una vieja colt
inservible,/ Algo así como abrir un paraguas
/ para protegerse / en medio de espesos
abaleos / la poesía, /riesgosa y vagabunda,/
territorio libre del sueño,/ cultiva las
flores prohibidas. (La Poesía)
Algunos poetas tratan de
cultivar en sus textos aquellas flores
prohibidas, fuera de las exigencias de la
actualidad y de la moda. No escriben por el
encargo que las editoriales le imponen, ni
están preocupados por ser Top Models
poéticos. “El deseo de ocupar el estrado,
afirma el poeta Ezra Pound, el deseo de
aplausos nada tiene que ver con el arte
serio”. Y continúa: “¡Lo que cuenta es
‘escribir bien’!”.
En el concepto de Ezra Pound,
la buena escritura es aquella donde el
escritor dice justo lo que tiene que decir,
con la mayor claridad y control posibles.
Explosión emocional y control escritural.
Permítanme ampliar este tema. Dice el poeta
inglés Wordsworth que la poesía es “la
emoción recordada en tranquilidad”, es decir,
una emoción asimilada, comprendida,
organizada por el lenguaje. Esto exige un
trabajo de escritura que controle la
inmediatez de las emociones y que las
exprese con sosiego desde la distancia y el
recuerdo. “La poesía necesita hombres que
escriban intensamente con un control muy
grande”, sugiere el poeta Guam Palm.
Sin embargo, lo maravilloso
al escribir un poema, es que este trabajo de
composición casi apolíneo, hace, a veces,
vivir y sentir en el posible lector la
emoción inicial que motivó su escritura. El
poema, así logrado, conserva el recuerdo de
lo intensamente vivido por el poeta. Memoria
y palabra forman una complejidad indivisible.
Sé que no todos los poetas estarán de
acuerdo con este procedimiento escritural,
pues es tan peligroso y arriesgado afirmar
que en poesía existen fórmulas definitivas
para fundar un poema. Sin embargo, creo que
este puede ser uno de los tantos ejercicios
que nos ayudan en nuestro solitario taller
personal. |
El
poeta frente a la perversidad global
Lo que deseo
ejemplificar con todo esto, es que
en este tiempo de velocidades e
impaciencias, de aceleraciones
reales y virtuales, de redes
digitales, instantáneas y globales,
es muy difícil asumir la
recomendación que Rainer María Rilke
le hacía en sus cartas a un joven
poeta. “Paciencia es todo”, le
escribe el 15 de abril de 1903,
recordándole que para el artista “no
hay medida de tiempo; un año no
cuenta, y diez años nada son. Ser
artista es: no calcular y no contar;
madurar como el árbol, que no apura
sus savias y que está, confiado
entre las tormentas de primavera,
sin la angustia de que no pueda
llegar un verano más. Llega, sin
embargo. Pero solamente llega para
los que tienen paciencia y viven
despreocupados y tranquilos como si
ante ellos se extendiera la
eternidad” (Rainer María Rilke). |
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Pero, ¿cómo estar
despreocupados y tranquilos, si somos hijos
legítimos de una sociedad sacudida por la
desesperación y el estremecimiento? ¿Cómo
posibilitar que nuestras obras sean escritas
con serena lucidez, si vivimos acelerados
ante un presente inquisidor y un incierto
mañana? ¿Cómo no “calcular ni contar” en un
medio donde el hoy se ha vuelto casi
esquizofrénico, y el miedo nuestro enemigo
íntimo?
Con todo, debo afirmar que, a
pesar de los pesares, debemos rescatar la
paciencia al elaborar nuestras obras;
apresurarnos despacio como una actitud de ir
en contravía a esta sociedad de noticieros
inmediatistas y de escenografías del olvido.
Ante la estética del desecho, propongamos
una estética de la memoria creadora; frente
a la estética de efectos publicitarios,
impulsemos una estética de los afectos
comunitarios.
Por supuesto, ya pasó el
tiempo de Rilke, de su penetrante y
ensimismada actitud de poeta solitario y
silencioso. Ahora vivimos un drástico cambio
de roles: del artista situado en el filo de
las navajas, hemos pasado al artista cómodo,
tranquilo, flemático, condescendiente y
domesticado. Vaya época en la cual estamos
dando la bienvenida a un tipo de arte y de
artista entusiasmados por la coexistencia
sumisa con el totalitarismo del mercado y de
los medios; un arte que hace concesiones
extremas hasta ponerse en ridículo, tal como
se observa en la basuralización mediática de
los Realities teleglobalizados. Sin
embargo, y para bien, todavía existen poetas
que ponen patas arriba a dogmáticos
fundamentalismos, ya que asumen una actitud
contraria a la opinión imperante. Estos
poetas molestan a muchos y agradan a pocos.
Entre esos pocos encuentran su razón de ser
y de morir, pues más que públicos-masa,
dialogan con públicos-lectores críticos,
estableciendo con ellos una solitaria
complicidad.
Por otra parte, quiero
recordarles que el reconocimiento del
destino u oficio del poeta está por encima
de premios literarios, de agasajos, aplausos
y condecoraciones, lo cual, sin duda, es
algo muy grato, pero en sí no garantizan la
calidad y la trascendencia de una obra. El
reconocimiento del poeta está más bien unido
al goce que produce el sentir cómo nacen
ciertas criaturas al escribir un poema; en
la aventura de saber que a través del texto
se funda un acontecimiento para un lector
anónimo, y que entre ambos enriquecen al
idioma e inventan otra forma de sentir, de
pensar, viajar, de preguntarse y de crear
espacios para la magia de lo cotidiano.
Estos compromisos
existenciales se vuelven hoy por hoy
ejercicios heroicos en un mundo que propone
al escritor producir literaturas con
triviales clichés estéticos, masificados por
los medios de comunicación, y en un sistema
que invita a colaborar con el totalitarismo
de la idiocia o idiotez cultural de
la perversidad global. Dichos escritores no
contribuyen a cambiar nuestra mirada, ni
proponen establecer presencias distintas a
la ya existentes. Son escritores que, en
últimas, no representan peligro alguno al
establecimiento. A cambio reciben elogios y
abundante publicidad mediática. Como
respuesta ¿por qué no intentamos una
escritura rica en interrogantes
existenciales, que desafíe con libertad
creadora lo que nos acontece como seres
humanos, tanto en lo íntimo como en lo
público, en los escenarios del amor, en
nuestras rebeldías y angustias metafísicas,
en torno a una cotidianidad cada vez más
asaltada por el despotismo, el miedo, la
paranoia y el castigo? Esto ayudaría a
vislumbrar lo que se esconde detrás de la
industria cultural de fabulaciones
globalizadas; a descorrer el velo de
perversidades que los poderosos han elevado
como si fueran verdades inamovibles,
imperecederas.
Este es nuestro tiempo,
nuestro presente instantáneo, con un futuro
imprevisible. Rápido, más rápido, eficaz,
eficiente. Tiempo de un arte realizado para
un ahora inmediato y novedoso. Ello nos está
exigiendo reflexionar sobre los impactos de
la era de la comunicación y de la
información en nuestras sensibilidades e
imaginarios; nos obliga a considerar sus
ganancias y posibilidades, a ejercer una
mirada atenta hacia la heterogeneidad, la
pluralidad y multipolaridad cultural que
presenta el calidoscopio actual. Son
condiciones que invitan a establecer un
diálogo entre las esferas de lo nacional, lo
local y lo global, superando la tradicional
idea de superioridad de unas sobre otras, y
escuchando las voces que han sido excluidas
durante años por el totalitarismo
estético-poético y por un profundo
provincianismo mental que ha impedido
aceptar diferentes lenguajes en las
representaciones artísticas. Inclusión de la
multiplicidad dinámica de las diversas
apuestas poéticas; asimilación y no
yuxtaposición de las técnicas, voces,
tonalidades, atmósferas y experimentalismos
contemporáneos, como una manera de articular
la tradición con la ruptura realmente
innovadora. |
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¿Hacia
una ciber-poesía?
Así, por ejemplo, en
los últimos años, nos hemos
familiarizado con la cibercultura y
con una revolución microelectrónica
que está cambiando infinidad de
categorías estéticas. Interesante
observar cómo en los encuentros y
festivales de poesía se le está
dando especial participación y
escucha a estas nuevas formas de
exploración poéticas, las cuales más
que analizarlas con un moralismo
tecnofóbico, requieren acercarse a
ellas rescatando las posibilidades
de los diferentes lenguajes que en
el fondo proponen los ciberpoetas.
Ni apocalíptico ni integrado quiero
ser al realizar una aproximación a
estas tendencias tecno-imaginativas;
ni conciliador ni radicalmente
resistente, sólo expectante,
asumiendo la vigilancia con ojos
críticos, pues si algo poseen estas
iconosferas es su capacidad de
seducción y embrujo. |
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La poesía de la globalización forma parte de
toda esta gama de cultura audiovisual y se
integra a la fotografía, el cine, las
ilustraciones informáticas, a las páginas
web, a revistas digitales, hipertextos, etc.
Se ha desplazado de Guttemberg hacia la
galaxia digital. Los poetas actuales,
educados y casi alfabetizados por la cultura
mediática, se han nutrido de la exaltación
de la imagen; su modo de sentir y percibir
es audiovisual. Poesía y tecno-imaginación;
poesía de procesos multimediáticos (palabra,
sonido, expresión, movimiento, duración)
imponiéndose el zapping hipertextual
como medio para elaborar la obra de arte.
Los ciberpoetas actuales están captando una
telépolis transnacional y su percepción se
procesa en red, construyendo el sueño de
estar en todas partes y en ninguna. Poetas
de un mundo desgravitado y telepresencial.
La tecno-virtualidad y la tele-globalización
están produciendo unas poéticas que no
habíamos ni siquiera sospechado. Flujo,
aceleración, velocidad, posibilitan que
hablar desde la percepción del objeto real –
que tanto nos dijeron los antiguos y
modernos – se comience a escuchar como algo
extraño. ¿No se estará gestando una poética
con sensaciones virtuales y percepciones
telemáticas en red? La virtualización del
mundo, aceptada por el colectivo, hace parte
de la cotidianidad del ciberpoeta
contemporáneo. Poetas en línea construyendo
metáforas sobre el ciberespacio y los
ordenadores. Habrá que esperar algún tiempo
para que estos nuevos lenguajes y procesos
poéticos se afiancen y superen al actual
pragmatismo meramente instrumental y técnico
de Internet, y que se propongan poéticas
renovadoras.
Nuevos escenarios esperan a los poetas.
Escenarios de flujos y redes en las
telépolis desterritorializadas, descentradas
e híbridas. Sus imágenes, los códigos de
habla urbana, surgirán de la virtualización
de lo social. Los poetas actuales, y más en
el futuro, están generando un gran gusto por
lo ingrávido, lo leve, contra la
monumentalidad de la estética moderna.
Multimedia de sentidos, poesía en
multimedia, creando imágenes blandas,
volátiles, veloces, donde el zapping
es un deber ser para su lecto-escritura.
Poeta collage, poesía en bricolage.
Poesía de lo inmediato, de la memoria
instantánea global; poesía del
acontecimiento telepresencial donde tal vez
no se desea permanecer en la memoria
histórica, sino en la memoria fugaz de
las redes blandas. Para el ciberpoeta,
la trascendencia de sus textos está marcada
por lo que puedan perdurar en la red. La
memoria aquí muta de significado: es una
memoria inmediata, heterodoxa, simultánea,
ubicua, contraria a la memoria grávida,
crítica, que construyó los conceptos de
“actor social”, “necesidad histórica” y
“heroísmo histórico”, tan caros a los siglos
XIX y XX.
Una memoria creadora
Claro que no es nada fácil reflexionar sobre
esto en un ambiente impregnado por la
envolvente ideología de la mediocridad, y
más difícil aún concebir una escritura de
ideas, o bien, citando a Milán Kundera, una
“metáfora que piense” (Milán Kundera).
Metáforas que piensen desde múltiples
técnicas escriturales y tópicos culturales;
que edifiquen proyectos estéticos con
autenticidad y pasión. La diversidad
cultural contemporánea nos ha obligado a
pensar en la complejidad del mundo como
pluralidad y unidad. Ante la explosión
masiva del arte efímero; frente a la
propagación en red del olvido de la
historia; en medio del show y el
shock de las guerras virtuales y reales
de un imperio que justifica los asesinatos,
la memoria creadora adquiere una importancia
como permanente crítica de las
manipulaciones ideológicas, ejercidas por
los poderes políticos y los intereses
financieros del capitalismo transnacional.
El artista está atado a su memoria creadora
pero jamás al olvido. “Los poetas no
olvidan”, dice alguno de mis versos. Más
allá de olvidar, transforman los recuerdos,
los vuelven presencia, murmullo donde antes
sólo había silencio. Memoria poética frente
a olvido histórico. De allí la importancia
que posee el artista para mantener presente
la edificación de una cultura y evitar que
sus recuerdos sean guillotinados.
Hablo aquí de la importancia de la memoria,
del derecho que tenemos todos a observarnos
en el pasado para aprender de él y
transformarnos; derecho que debemos exigir
sobre todo ahora cuando las ideas de
historia, de actor social y de memoria, son
convertidas en archivos museísticos y en
cuartos de San Alejo, contempladas como
objetos exóticos y lejanos, que se
reutilizan o reencauchan para la sociedad
del espectáculo. De esta manera, la memoria
ha perdido su fuerza innovadora, su
aventura.
De allí que la protección de la memoria tal
vez sea el sino del poeta. Su labor riega
los surcos de la cultura con vastas y agudas
obras que la prolongan, la transforman, la
conservan. Pero la memoria del poeta va más
allá de nostalgizar lo que fue o pudo
ser. Su pulsión está en eternizar el
instante inmediato, plenamente vivido como
un todo, sea pobre o exuberante. No busca
perpetuar tampoco la tradición ni repetir,
sin innovación poética, una realidad simple
e inmediata. Busca en cambio, superar lo que
estandariza la rica variedad de lo
existente.
“Y la muerte no tendrá poder”
“La poesía es como el sudor de la
perfección, pero debe parecer fresca como
las gotas de lluvia sobre la frente de una
estatua”. La frase del poeta de las Antillas
Derek Walcott, nos sitúa en el ritmo que
asumen en nuestra época los poetas. He aquí
la imagen del que indaga hondo en la
desesperación y el desastre, y, sin embargo,
grita que ha encontrado allí la veta del
milagro que justifica una vida; que ha
podido comprender las ruinas y despojos
históricos gracias a la osadía de su
consumación y a la superación de las mismas.
El poeta es puente de puentes, canal de
canales, comunicador y fundador de espacios
y tiempos divergentes. Para no perecer de
tanta soledad, extiende su lenguaje hasta
tocar lejanos horizontes. Para no morir de
tanta compañía vacua, y a veces estúpida,
concentra sus palabras hasta llenarse de
solitarios matices. Privilegiado y huérfano,
rico y despojado, el poeta puebla y
despuebla aquellas cosas que forman este
mundo, las rebautiza, misión tan ardua como
peligrosa, pues no hay mayor dificultad que
la de dar un nuevo nombre a lo que ya para
todos es reverencia, aceptación y costumbre.
¡Ruptura!, ¡Ruptura!, es su grito milenario.
Ruptura y recomposición, destrucción y
creación son las palabras que se escuchan
desde antaño en sus íntimos recintos. Este
difícil dialogismo fue propuesto por los
poetas desde las noches y los días del
tiempo, desde la profundidad de la grave
historia. Sus resultados han dado multitud
de transformaciones estéticas, cambios de
actitudes, de lenguajes, de sensibilidades,
inmensidad de proclamas y manifiestos
artísticos, traición a las tradiciones,
deconstrucción y composición de la memoria,
síntesis y desgarramientos. En ello radica
la riqueza y angustia del arte: entre el
afuera y el adentro, el permanecer o
marcharse, entre el prescindir de sus
realidades o involucrarse en ellas.
Desde su convencimiento, el poeta actúa y
habla con gratitud por estar vivo, pero
también con cierta insatisfacción lúcida por
pertenecer a un tiempo de amenazas. Tiempo
paradójico, pues tal es la ambigüedad del
actual sistema que, en un momento globaliza
al mundo con hilos financieros, económicos,
políticos, y en otro lo divide en solitarias
regiones culturales. Homogeneización y
fragmentación; unión y desintegración,
multiplicación de las distancias y de las
desigualdades. En este juego fatal y
seductor, el poeta no se resigna a soportar
el totalitarismo de la muerte, la desbandada
sin límites de las persecuciones, la
esquizofrenia de las torturas. “La muerte no
tendrá poder” deberían ser las palabras
esperanzadoras que broten de los labios de
este artista. En las graderías de los
actuales escenarios, estos versos de Dylan
Thomas son más certeros para la condición
del poeta, y hoy por hoy se pueblan de mayor
sentido:
y la muerte no tendrá poder. / Aunque rueden
perdidos por los siglos / Bajo las
envolturas del mar, no morirán en vano; /
Retorcidos en el potro de tormento donde
saltan los tendones, / Amarrados a la rueda
del dolor, sin embargo no se romperán. (“Y
la muerte no tendrá poder”)
“El nacimiento de un poeta es siempre una
amenaza para el orden cultural existente”,
anunciaba en 1959 Salvatore Quasimodo en la
entrega de los Premios Nóbel, y continuaba,
“el poeta es un inconformista y no ingresa
en el cascarón de la civilización falsamente
literaria (…) Él pasa de la poesía lírica a
la épica para hablar sobre el mundo y su
tormento a través del hombre, racional y
emocionalmente. El poeta entonces se
convierte en un peligro”. Con Quasimodo
queremos afirmar la plenitud y osadía de
atrevernos a vivir como poetas frente a las
garras de los lobos, enfrentados a jueces y
verdugos, acorralados por críticos
sicariales, rodeados de guerras organizadas
por gobiernos autistas y autocráticos. Pero,
como lo afirma el Nóbel, “ni el miedo, ni la
ausencia, ni la indiferencia o la
impotencia, impedirán que el poeta comunique
un destino metafísico a otros”, aun cuando
sabe que su palabra debe resistir los
embates de las piedras lanzadas con odio y
envidia desde diferentes estrados. |
Carlos Fajardo
Fajardo (Colombia, 1957). Poeta y
ensayista. Ha publicado libros como
Serenidad Sitiada (1990),
Estética y sensibilidades
posmodernas (2005), y Navíos
de Caronte (2009). Contacto:
carfajardo@hotmail.com.
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