Revista TriploV de Artes, Religiões e Ciências

Direção|Maria Estela Guedes & Floriano Martins

PÁGINA INDEX NÚMERO 05|ABRIL DE 2010

NÚMERO 05

Abril 2010

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Agonía ante el ángel: sobre Cuaderno de los sueños, de Manuel Iris

 

Agustín Abreu Cornelio

 

Si acaso el ángel sigiloso
abriera la ventana de mi sangre,
te miraría salir interminablemente
como un tiempo cansado
hacia su sombra vuelto. 

Alí Chumacero

La huella de la danza sólo puede descubrirse en las palabras que conforman el poema; no en el espacio donde se posó la bailarina ni en el vestuario colgado en el camerino, sino en la memoria de quien sabe hacer el ritmo variando los acentos, limando consonantes, se encuentran vestigios suficientes para hacer el informe pormenorizado de la gracia. Y yo, como cualquier felino Artemidoro,  he visto a Manuel Iris caminar por las calles de Mérida con los versos resonando en su pensamiento.

Cuaderno de los sueños es el fruto del trabajo serio de su autor, de su compromiso con la lengua española y con la herencia poética. Para la fortuna de sus lectores, Manuel no se ha empeñado en negar los grandes poemas, por el contrario, los ha digerido tan minuciosamente que los frutos son de una genealogía diversa  amalgamada con el buen arte de la originalidad: Eduardo Lizalde, Bonifaz Nuño, Alí Chumacero, por los mexicanos, Rainer María Rilke, entre los universales. De Lizalde ha tomado el dúctil flujo de la voz que se decanta de un verso en otro, dispensando oralidad. De Bonifaz, el tono amatorio; de Chumacero, la construcción detallista del verso. De Rilke ha usurpado la figura del ángel, como una entidad atroz lo mismo que hermosa. Pero todo este corpus literario es reinventado por Iris, brindando un hálito de verdad a los versos: “Es la primera vez que alguien te dice / y yo soy el que ama por primera vez.”

El libro está compuesto por tres series poemáticas dispuestas en orden inverso a su fecha de composición. Es importante aclarar que, aunque integradas en un mismo conjunto, son series que se cumplen de manera independiente, es decir, son autónomas en lo semántico, aunque los vínculos estilísticos nos dejan apreciar la evolución que ha sobrellevado el autor en los últimos años y el salto de calidad que significó la serie que le hizo merecedor del premio Mérida de poesía del año pasado. A continuación haré algunos comentarios específicos sobre cada una de los capítulos, apelando a la cronología.

No es difícil establecer una analogía entre la versificación y la danza, en cambio, sí lo es la confusión ontológica de ambos actos que logra Manuel Iris en algunos momentos de la serie “Llegar a tu silencio”. “Voy a leer la danza / que dibujas” asegura el enunciante a Anémona, la danzarina que prefigura en estos poemas el enigma de lo femenino y, por tanto, del amor; cubierta de velos, oculta en la inmovilidad, la belleza se escurre ante la mirada atenta del poeta, pero habrá dejado impregnada su esencia, como he dicho en los primeros párrafos, en la memoria: “Cuando no estés quizá pueda sentirte, inmóvil / y perfecta”.

También permanecen los versos, como síntoma del tránsito que se ha realizado, como las cicatrices que contienen los traumas de un veterano de guerra, o a la manera de Iris (siguiendo a Lizalde): “El tigre es un incendio / contenido por sus rayas”. Este es un motivo constante en la breve trayectoria de este poeta, la necesidad de encontrar la forma que exprese de manera sucinta el sentimiento que ha de ser expresado, el cual es, en la segunda serie del libro, la “angustia”: “El poema tiene ombligo: / El centro / de su centro es una angustia.”

“Parado en el umbral” es el título de la segunda serie que lleva en el nombre su penitencia: “estás a punto de llegar”, se dice al enunciante en el canto 14. La “flor azul” que cantó Novalis es en Manuel Iris un círculo sin cuadratura posible, el que traza la voz del verdadero poema investido de belleza, aunque el enunciante esté convencido “que existes más allá de tu sonido / de su terrible y combo paladar / que te promete antílopes y monstruos delicados / que llegarán a ti / que parten de su ombligo / porque te estás muriendo y nada más tienes palabras”.

El enunciante, sin embargo, entrará, bajo el carácter de maldito, por ese umbral que es su propia voz: “Vista de frente / mi boca es amplia y alta, / es una puerta roja y murmurante.” Descubrir la belleza, entonces, ¿pasará por el autodescubrimiento? Se trata de un poemario en el que los plurales pierden vigencia: es del hombre solo de quien se da noticia, y también de las improbables compañías que por amor se buscan, que se encuentran mediante el sueño o la poesía. Alí Chumacero, en un poema que Manuel Iris parafrasea, se preguntaba con un dejo de amargura “¿en qué lugar está mi soledad?”

Quizá en respuesta a la cuestión anterior, en la primera parte del libro hay una disolución de las identidades: lo que ocurre fuera del libro tiene correspondencia con lo que ocurre dentro; así, el gato de Inés, Artemidoro, es también el manuscrito del poemario y el libro que el lector posee; Inés, se confunde con Mía, y Manuel con el hablante. Además, no hay una preexistencia de la realidad de Manuel e Inés sobre el libro que se escribe y se discute, sino al revés.

Mía (nombre que “alude a una relación en lugar de una persona”) usurpa de Manuel su existencia: “Voy a tomar tu aliento / a construirme. (…) Voy a escribir mi libro”; y de Inés su nombre y su descripción: “Me pertenezco / de maneras menos obvias / y mi nombre es Inés. Me llamo Inés / y tengo voz en este asunto.” Como el personaje de Niebla, de Miguel de Unamuno, Mía se rebela contra su creador y hace públicos las juicios y los momentos dubitativos, descubre las costuras del libro que es ella misma: “Qué sueño y qué terrible / es que te leas / cuando vas naciendo”. Mía se hace carne, fuego y ángel a instancias de la belleza que pretende alcanzar el hablante cantando su amor por la Inés verdadera: “Su cuerpo está en el cuarto. Yo sigo caminando, en el silencio, este pasillo que une y que separa su carne de su nombre. / Atrás, Inés me sueña algo que ignoro. Adelante, Mía escribe esta página”.

Y también como ocurre en Niebla, Mía escapa de la forma que se le tenía destinada; no hay un círculo que la contenga plenamente, no hay endecasílabo capaz de tolerar sus flamas de ángel despiadado; la piel hecha de letras que Manuel le ha formado, con tanto amor, se desborda y algo de Mía llega hasta nosotros, los lectores, indomable. Claro, esto también es una victoria del poeta que da rienda a las sonoridades, que ha sabido dar aliento auténtico a las distintas voces del poema, que permite que el verso surja cuando la prosa del parque de los adolescentes no es suficiente, y viceversa. La búsqueda formal, constante del libro, como se ha dicho, y que podríamos considerar arte poética de Iris, se resume en tres versos: “Tocar al Ángel / y que siga siendo Ángel / será el poema”. Iris ya no está parado en el umbral, como en la segunda serie, ya no puede más que poseer las páginas que se abren como muslos, de las que salta la palabra “más” y algunos besos.

–“Hay un olor de carne”, Manuel, parece que ya lo has hecho germinar y no es posible el paso atrás: llevas en la espalda un filo de lectores, y aún queda poesía por delante.

El libro Cuaderno de los sueños es una invitación a descubrir las posibilidades interiores del ser humano, para después poder alcanzar una realidad plena “afuera”, reivindicando los placeres en sus múltiples sensualidades e intelectualidades. Un libro que nos hace esperar el cumplimiento de la poesía en una suerte de conjuro para comprender una realidad tumultuosa, que se agolpa en nuestros sentidos con las intenciones pálidas de un siglo que se empeña en ser publicitariamente apocalíptico.

Agustín Abreu Cornelio (México, Distrito Federal, 1980). Es egresado de la Licenciatura en Letras Hispánicas por la Universidad Modelo. Autor de “El impuro descanso”, incluido en el poemario colectivo El éter de las esferas (Ayuntamiento de Mérida, Yucatán, 2006),  la plaquette de poesía Caramelo de muerta (Universidad Regiomontana, 2002), y el libro de poesía Los reflejos (ICY 2009). Email: lodoenlabanqueta@hotmail.com

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