Carlos Montemayor es un escritor de
amplio registro y de variadas vertientes
intelectuales, académicas, políticas,
escriturales. Algunas de sus distinciones
dan idea del lugar que ocupa en la escena
cultural mexicana:
Premio Xavier Villaurrutia 1971 por Las
llaves de Urgell; Premio de Letras
"Tomás Valles Vivar" del Estado de Chihuahua,
por el conjunto de su obra, 1985; Premio
Alfonso Décimo de Traducción Literaria, por
el conjunto de su obra como traductor, 1989;
Premio
de Ciencias y Artes 1993 del Estado de
Yucatán, por su apoyo a la literatura actual
en lengua maya, 1993; Premio Internacional
de Cuento Juan Rulfo 1993 por Operativo
en el Trópico o el Árbol de la vida de
Stephen Mariner, París, Radio Francia
Internacional, 1993; Premio Especial
Giuseppe Acerbi 2004, por La Danza del
Serpente (título en italiano de Los
Informes Secretos). Desde 1985 es
miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
Cuando uno piensa en esa frase de que México
es varios Méxicos puede sonar artificiosa y
de lugar común. Pero si uno ha nacido en el
norte o en el sur del país, en las costas o
en el altiplano y emigra a cualquiera de las
otras regiones del territorio nacional
comprenderá la validez de esa afirmación.
Incluso la populosa y cosmopolita Ciudad de
México es un punto y aparte en el mosaico
cultural, porque es, además de sus
particularidades de origen, el gran centro
receptor y emisor de señales de y hacia
todos los puntos cardinales de la República
mexicana. Carlos Montemayor nació en Parral,
Chihuahua, y como la mayoría de quienes
emigramos del norte del país hacia el
centro, se deslumbró con la diversidad, la
abundancia, la riqueza cultural y natural de
esas otras regiones del México moderno y
antiguo a la vez, pobre y dinámico, austero
y barroco, contradictorio y dual al mismo
tiempo. En Carlos Montemayor se conjugan
esos Méxicos y se expresan a través de su
pluma, se ensimisman y se abren sin
concesiones al mundo y a la historia para
reafirmar esa tradición polígrafa de
nuestros intelectuales, de avidez por lo
extraño y de introspección ante la raíz que
se nutre del subsuelo local.
La trayectoria de Carlos Montemayor está
señalizada no sólo por su catálogo de
premios, sino por su vasta y plural obra,
por su compleja formación intelectual y por
sus intereses políticos y literarios que nos
ofrecen perspectivas del pasado antiguo y
del inmediato desde una clara conciencia del
presente. Mundano y enciclopédico, lírico y
épico a la vez, racional y emotivo se enfoca
él mismo en el ámbito de figuras tutelares
como Alí Chumacero, Bonifaz Nuño, José
Revueltas o Alfonso Reyes. Los gustos y
aficiones de Montemayor condimentan esta
conversación que gira en torno a su poesía y
a los motivos de la palabra escrita. Pero
sobre todo, y con güisqui en mano, nos
sumergimos en las profundidades de una
realidad que no es lo que parece.
“¿Para qué decirlo?/ ¿para qué recordar?/ El
poema se pierde en el sabor del café,/ el
humo del cigarrillo y el ruido/ de
automóviles y mañanas/ en la calle de mi
casa.”
JAL
Escribes en De las armas del viento (1977),
libro que dedicas a la memoria de tu hijo
David y a tus amigos que te enseñaron a
trabajar la madera en el bosque. Lo
transitorio de la vida nos obliga a esas
preguntas ¿para qué recordar y decirlo?
CM A veces pienso que hay poetas muy optimistas que escriben
como si el mundo esperara un poema. Yo
pienso que el mundo no espera ningún poema,
que la poesía forma parte de un movimiento
natural de la vida diaria en el que, a
veces, la cresta de dicho movimiento
ondulatorio nos sitúa en una especie de
cúspide desde la que podemos ver mejor el
sol o descubrir con mayor claridad un
sonido. En ese punto milagroso o inesperado
las cosas vuelven a nacer y adquieren otro
sentido.
Los poemas de ese libro, además, están
situados en un momento en el que nuestro
país vivía convulso, una época en la que yo
era un testigo silencioso, pues no trabajaba
como articulista en una revista política;
sólo investigaba y recopilaba información
sobre los temas que años después he
desarrollado. Atisbos de tales asuntos sólo
aparecen en un conjunto de poemas que titulé
Las armas del viento, un poco
crípticos, con cierto contenido social, pero
que sin el contexto de mi obra posterior que
aborda esa temática no parecería tener una
intención política.
JAL
Pero la dedicatoria refiere dos hechos, uno
la memoria de tu hijo y otra el vínculo con
la madera, el bosque, la montaña.
Seguramente en esas señales del comienzo de
tu libro hay más significados de los que uno
como lector percibe a simple vista. ¿Podrías
referirte un poco más a ese punto?
CM El trabajo en el corte de madera en el bosque fue para mí
una experiencia aleccionadora, primero por
la presencia misma de la naturaleza, la
sabiduría y la dinámica autónoma del mundo
mismo; por la razón sensorial, no
intelectual con la madera viva; por la
fuerza combinada de los trabajadores para
poder aserrar los troncos. El instrumento
elemental con el que se cortan se llama
sardina. No es otra cosa que una sierra con
dos cabos que requiere de la coordinación y
sincronía de dos personas. El movimiento
rítmico del corte implica una relajación y
un esfuerzo; uno llega a sentir la fuerza
del compañero, el ritmo que demanda el
corte. De manera que fue una enseñanza
vital, al margen de todo ejercicio
intelectual o metafórico. Una especie de
ingreso al mundo sin palabras. La muerte de
mi hijo David también fue una experiencia
sin concesiones, intolerante, intransigente.
Para recibirla y asimilarla requería de una
integridad humana que poco tenía que ver con
metáforas. En el bosque también aprendí a
resistir y comprender el dolor.
JAL
Tu natal Parral, tan ligado a la última fase
de la vida y muerte de Pancho Villa, ¿cuánto
dio su historia y su geografía a tu visión
del mundo y a tu encuentro con la escritura,
a la idea de ti mismo?: “Y cuando el viento
pasa sobre las cosas/ (y también sobre las
que ya no están),/ abre un rumor de
invisibles ramas/ brotando de su árbol, de
su origen.” (“Parral”)
CM
Yo estudié primaria y secundaria en Parral,
la preparatoria en Chihuahua, y los estudios
universitarios y de posgrado los hice en la
ciudad de México. Los dos años en Chihuahua
y el primer año en la ciudad de México
sirvieron de paréntesis o de distanciamiento
del paisaje natural. Cuando yo regreso de
vacaciones, luego de cursar mi primer año de
estudios profesionales, me encuentro con un
paisaje invernal. En esa época, te hablo del
remoto 1965, las vacaciones principales en
México eran justamente en invierno, de
diciembre a febrero. El reencuentro con mis
cerros, con el ambiente minero, con el
paisaje semiárido, me empujó inesperadamente
hacia la escritura. Hasta ese momento no
existía en mí el menor atisbo de hacer
literatura. La necesidad de expresar la
emoción que me producía el paisaje me
condujo a la poesía. De manera que me asumo
como un escritor telúrico; siento que la
tierra es un ser que me mira, que me acepta,
que me toca. Por tanto el paisaje es una
forma de la conciencia y no sólo un
escenario.
JAL
Veo que en ese retorno se da una especie de
reconciliación y hallazgo de lo que no
percibiste en tu adolescencia y sobre todo
en tu infancia. Curiosamente tu niñez es un
tema recurrente en tu poesía, pero no como
el paraíso perdido sino como la referencia
de un pasado que no tiene cabida en el
presente del escritor ni de una época de
metamorfosis urbanas, a la manera del río de
Heráclito. Eso creo, mas cuando leo: “Dejo
abiertas las puertas de la casa para esperar
a mis padres/ en medio de mi infancia” (El
cuerpo que la tierra ha sido, 1989) ¿Qué te
enseña y nos enseña tu infancia?
CM
Fue una especie de fiesta y júbilo de la
libertad. Mi vida transcurría visitando
ranchos, cerros, pueblos, ríos. Me
maravillaba no dormir en casa, sino en una
huerta, en un camino vecinal, en una
ranchería, junto a un río, en cualquier
sitio donde la noche cayera. Recuerdo que a
veces los riachuelos eran tan caudalosos que
las camionetas se quedaban varadas y debían
ser sacados de la corrientes con bestias de
tiro. Me apasionaba vivir y formar parte de
esa poderosa presencia del mundo. Mi
infancia es la alegría del encuentro con la
libertad de movimiento, con la energía del
desplazamiento sin restricciones. De alguna
manera son los instantes en que yo entendí
que estaba relacionándome con algo más
eterno que el cambio previsible de la luz o
de las manecillas del reloj. Allí tomaba
conciencia de la relación con las cosas que
nos rodean; creo que la eternidad nos acecha
en ciertos momentos de nuestras vidas y que
gran parte de ellos los conocimos en la
infancia.
JAL
Tienes razón, cuando somos niños pensamos
poco o no reparamos a fondo en la presencia
de muerte. ¿Será eso la eternidad?. Quizás
por ello en tu obra en conjunto se advierte
un reconocimiento de lo universal e
histórico y un acercamiento al detalle de lo
cotidiano, a la sencillez de la naturaleza,
a la existencia de unas armas que sirven
para prolongar o capturar el instante, y
también para borrarlo de la memoria o para
envilecerla. ¿Cómo definirías en ti la
conciencia de las armas?
CM
Me refiero fundamentalmente al verso inicial
de la Eneida de Virgilio: “Arma
virumque cano...” “Canto las armas y el
hombre...”. Este verso sugiere gran parte de
la literatura griega y latina que yo he
estudiado y amado desde hace muchos años.
La Iliada contiene ejemplos
absolutamente deslumbrantes de ese encuentro
de las armas y los hombres. Mi infancia y
parte de la adolescencia estuvo muy marcada
por la presencia de las armas, y gran parte
de mi vida literaria y humana tiene como
punto de referencia su empleo. Mis amigos
normalistas, que formaron parte del
movimiento campesino en Chihuahua que se
inició fundamentalmente en 1959,
constituyeron más tarde el Grupo Popular
Guerrillero durante el año de 1964. Una de
sus acciones más relevantes fue el asalto al
cuartel militar de Ciudad Madera, ocurrido
el 23 de septiembre de 1965. Aunque no tuvo
ningún nexo con ellos, la “Liga Comunista 23
de septiembre” tomó la fecha como emblema y
homenaje a esa lucha campesina que
emprendieron mis amigos. Ellos son para mí
una referencia inevitable y a ello se debe
que haya escrito novelas como Guerra en
el Paraíso, Las armas del alba, Los
informes secretos y otras novelas en
cuyos manuscritos trabajo ahora. Pero como
te decía, Las armas del viento es la
expresión primera, cifrada, críptica, del
trabajo de análisis político que yo estaba
haciendo durante la época de la guerra sucia
y que no podía publicar abiertamente en los
medios periodísticos o universitarios.
Después publiqué Abril y otros poemas,
y en ese libro el verso de Virgilio “arma
virumque cano”, “canto las armas y el
hombre”, aparece como epígrafe de una
sección que se llama “Las armas y el polvo”.
En algún momento me propuse escribir Las
armas y el fuego, orientando aquí los
recursos emotivos, existenciales, físicos,
vivenciales, que los seres humanos tenemos
para luchar en el espacio de nuestras
propias vidas. Esto es resultado, pues, de
una mezcla, a muchos niveles, de la
presencia y de la conciencia que tengo de
las armas y de los seres humanos.
JAL
Lo tuyo es más literal que literario.
Pensaba en Gabriel Celaya en ese poema en el
que menciona la poesía como un instrumento
de lucha, de compromiso, como un arma
cargado de futuro.
CM
También lo es. Llega a ser importante
esgrimir la palabra, el pensamiento, las
ideas, pero en realidad yo las he empleado
en el mismo sentido que Virgilio. Cuando él
habla de las armas y el hombre tiene muy
clara la idea que se trata del sobreviviente
de la destrucción de Troya y del edificador
de lo que sería la poderosa Roma. En mi
caso, tengo claro que se trata de
sobrevivientes de un orden social
empobrecido que se proponen crear un mundo
más poderoso y justo.
JAL
La alusión a Troya, a su final, nos conduce
al plano de tu formación intelectual que
responde a ese modelo del polígrafo en la
tradición mexicana que nos viene desde los
sabios novohispanos, como Carlos de Sigüenza
y Sor Juana, y de escritores más recientes
como Alfonso Reyes y Octavio Paz. No se diga
Rubén Bonifaz Nuño, con quien sé te une gran
empatía y amistad.
CM
Creo que a pesar de su atracción por tantas
culturas, Octavio Paz no sintió un interés
particular por los clásicos grecolatinos.
JAL
Pero sí es un ejemplo de erudición y de
versatilidad literaria, política,
intelectual. Debemos reconocerle ese valor
más allá de las simpatías o coincidencias
con su persona, ¿no es así? Es el caso de
Carlos Monsiváis, quien no ha escrito
especialmente sobre el mundo de la
antigüedad, pero es un intelectual versátil
y algunos le otorgan el don de la ubicuidad.
¿Cómo has ido forjando tu bagaje y tu perfil
intelectual para no caer en la dispersión?
CM
Todas mis tareas tienen el mismo hilo
conductor: lo clandestino, lo subterráneo,
el subsuelo. Desde la infancia mi formación
se asoció con la minería y esto se evidencia
en varios de mis poemas, cuentos y novelas.
Si lo piensas un poco, la cultura
grecolatina es el subsuelo de la cultura de
Occidente. Las culturas indígenas de
Mesoamérica son otra forma de subsuelo en la
cultura mexicana actual. Los movimientos
guerrilleros son el mundo clandestino de la
resistencia social. Te diré que la mayor
parte de la literatura griega y latina es
una literatura política, una literatura
realista, que no tiene el menor interés por
la fantasía, la ilusión o el lujo verbal. Es
una literatura muy directa que habla de las
luchas políticas de su tiempo. Cuando no la
hemos leído y no la conocemos nos parece a
lo lejos una literatura enrarecida,
distante, fuera de la realidad. Todo lo
contrario: es la gran literatura realista de
todos los tiempos. Por otro lado, antes y
después de mi generación, los chihuahuenses
no hemos tenido ninguna inercia cultural que
se nos imponga; no hay entre nosotros el
peso de una cultura teotihuacana, olmeca,
maya, ni asentamientos como los de Tula,
Uxmal, El Tajín o Palenque. Todo lo que
hallamos en ese inmenso desierto, si nos
atrae, lo tomamos, nos lo apropiamos. En la
Universidad de Chihuahua, con el maestro
Federico Ferro Gay, descubrí el griego y el
latín; me interesó profundamente la historia
antigua griega y romana. Si hubiese nacido
en Yucatán quizás hubiera tenido un grave
conflicto existencial por haber sido
latinista y helenista y no mayista, pero
siendo chihuahuense, no padecí ningún trauma
por haberme dedicado al mundo grecolatino y
después a la cultura maya misma. Jesús
Urueta, Julio Torri, Del Valle Arizpe,
Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes, José
Revueltas, Alfredo López Austin –todos
norteños-- han decidido a su manera qué
clasicismo les interesaba, si el español, el
maya, el náhuatl, el griego o el latino.
Pienso que es muy saludable tener abierta
esta posibilidad de elegir sin reservas.
JAL
Tu poesía también posee esa misma intención
política, aunque como tú mismo lo aclaras,
pueda no ser (y la agradecemos) explícita ni
obvia, al tiempo que la conduces por
senderos líricos y amorosos muy intensos.
Allí, en esas dos vertientes hallo a veces
resonancias nerudianas, sobre todo cuando
aludes al paisaje de tu infancia; por otro
lado no dejo de pensar en Bonifaz Nuño
cuando tu palabra alude a la carencia
amorosa, a su evocación.
CM
Bonifaz Nuño ha sido un maestro literario,
un guía en mis conocimientos de latín y en
mis lecturas de los escritores franceses,
pero también ha sido un compañero y un
amigo, un lector de mis trabajos. Nuestras
coincidencias en las investigaciones en el
mundo indígena no son resultado de esta
relación intelectual, cada quien llegó por
su lado, él al mundo prehispánico azteca y
maya, es decir, al clasicismo mesoamericano,
y yo al mundo indígena actual. Hay una clara
diferencia en nuestro campo de estudio. Otro
poeta que sigue siendo mi maestro y un gran
amigo es Alí Chumacero.
JAL
“Soy la hoja que empapa la escritura./ Una
memoria excitada que llueve./ Soy este rumor
de la piel/ que siente el vacío de otra
piel.” La noción de la historia, de la
brevedad de la belleza juvenil, de la
permanencia de las cosas, de lo
intrascendente, tiene a menudo en tu poesía
no sólo lo sensorial del paisaje sino la
sensualidad de la atmósfera carnal y
amorosa, la precariedad del ser y su
lascivia. ¿Cómo vive el poeta Montemayor ese
trinomio: amor, vida, muerte?
CM
No suelo unir el amor con la muerte. No
entiendo esa relación de Eros con Tanatos.
Mi temática erótica no proviene de ninguna
influencia literaria, sino de mi propia
pasión por la mujer.
JAL
¿Y la precariedad?
CM
El amor para mí no tiene esa connotación.
Tampoco el erotismo. Para mí son caminos
plenos hacia el aquí y ahora y hacia lo
eterno. Si a veces he tenido un acercamiento
a esta idea de vacío no se debió a que el
amor y el erotismo conlleven una oquedad; es
sólo porque la pasión amorosa nos hace tan
voraces, tan ávidos, que es poco lo que nos
queda entre las manos de toda esa agua
luminosa que hemos recibido. En el poema XIX
de El cuerpo que la tierra ha sido,
de 1989, escribí: “Que aquellos que se
acercaron a los cuerpos desnudos/ como si
sumergieran sus manos en las aguas más
puras,/ en las aguas más eternas,/ y amaron,
lloraron, poseyeron a alguien/ como eterna,
intensa, irreparablemente suya,/ puedan ser
bendecidos, /oh vida, oh sangre./” En el
poema XV afirmé: “Y a través de tu cuerpo
crece/ nuestro encuentro luminoso como la
tierra o las estaciones;/ un grito
silencioso insistiendo/ en que no volverá a
entristecernos la muerte,/ que eleva en
nosotros su ternura/ como hasta la parte más
alta de un monte, un alto lugar donde nos
sentamos a contemplar desde tus ojos/ el
paisaje de lo que no muere,/ el paisaje de
lo que no desaparece./” En Finisterra,
al finalizar, en el canto del orgasmo, los
tres versos finales dicen: “déjame decir que
este grito espumante es para siempre,/ que
será mi voz para siempre,/ oh que será mi
voz para siempre”./ Insisto, mis poemas
amatorios y eróticos no tienen nada que ver
con una visión de muerte o de insuficiencia.
JAL
No obstante tu aclaración, leemos en tu
poesía la presencia de un tiempo histórico
como algo pasajero, efímero, que relacionas
con elementos recurrentes como lluvia,
viento, polvo, árboles, calles. Es decir, un
conglomerado de elementos isotópicos,
poseedores de diversos significados y campos
semánticos donde caben el tiempo, la
memoria, la civilización, la palabra. El
amor y la muerte van juntos en el tiempo, en
la caducidad. ¿En qué piensas cuando
escuchas a tu propia poesía recurrir a
menudo a tales términos?
CM
Insisto en que para mí el amor y la muerte
no se unen, se excluyen. El amor es la ruta
y el ascenso hacia lo eterno. El amor y el
erotismo es lo que más nos acerca a la
condición eterna. Por otra parte, yo ordeno
o trato de darle claridad a lo que siento.
Muy rara vez escribo un poema en función de
una sucesión de ideas; por lo regular es una
sucesión de emociones que están atentas a la
sensualidad de las cosas. Desde este punto
de vista, el de la relación con las
emociones, puedo decir que no me pongo a
pensar si los tópicos se acercan, se alejan,
se asemejan o discrepan.
JAL
“¿Para qué fundar nuevas ciudades?/ En
nuestro retraso ha de nacer algo valioso/
.../ Carga ahora tus dioses en la espalda;/
carga ya los escombros de los padres.” (Las
armas y el polvo) Te refieres a Eneas
llevando a la espalda a su padre y
alejándose de Troya en llamas. ¿Para qué
fundar nuevas ciudades?
CM
Pienso en el norte de México durante la
Colonia y el siglo XIX. Literalmente había
que fundar ciudades, villas, y esto
implicaba descendencia, longevidad, fuerza,
luchas, o por lo menos esforzarse por la
defensa permanente de las ciudades. Los
Montemayor forman parte de núcleos
fundadores de ciudades como Monterrey,
Saltillo y otros asentamientos norteños. Mi
padre fue el primero que pone nomenclaturas
y ordena calles en lugares como Poanas,
Durango. De manera que la idea de fundar
ciudades, de construir centros de población,
no era una idea descabellada. Pero también
la historia específica de Eneas de fundar
nuevas ciudades puede aparecer como un
símbolo de la escritura de nuevos libros o
de buscar nuevas expresiones. De manera que
se trata de una reflexión muy personal a
distintos niveles: una circunstancia
personal en la que yo sentía que mi padre me
interrogaba por qué estaba retrasando la
fundación de familia, casas, ciudades.
JAL
Hablas de la mutación y del cambio de
geografía, del destierro: “Déjame salvar
nuestros cuerpos de sus raíces,/ abatir los
árboles que no soportan ya el peso del alma/
y buscan su polvo, su semen de tiempo y su
metamorfosis.” Aquí hay una consideración
cultural en el abandono del origen, al
tiempo que su revaloración. ¿Cómo concibes
la tradición, el sentido de pertenencia, la
identidad, ante una transformación profunda
e inevitable de las culturas, lenguas,
creencias, rituales, mitos, etcétera?
CM
Como te dije, no atiendo a un proyecto
intelectual, sino a una vivencia, a una
necesidad de expresar emociones o
sensaciones. El tema de Troya lo retomo 20 o
30 años después en el poema undécimo de
Apuntes, de 1994, donde vuelvo a decir
“Algo nos llama a grandes voces en el camino
que dejamos./ No queremos volver la vista
hacia lo que hemos amado/ cuando lo consumen
las llamas, el saqueo, el asalto./ Mejor
salir con nuestro padre a cuestas y llevar
de la mano al hijo/ que llora atravesando el
incendio y el despojo/” Es el mismo tema y
la misma referencia virgiliana. Es muy
posible que en el futuro vuelva a ese
motivo. En la poesía que estoy escribiendo
ahora hay un intento de descubrir lo
universal que había en la casa de mi
infancia. No es que esté escribiendo en un
círculo constante, en una especie de
laberinto, sino que mi forma de recibir cada
instante es tan semejante que me conduce a
una conciencia que descubre más elementos
del mismo árbol, de la misma luz.
JAL
La guerrilla en México, el episodio genocida
de Tlatelolco, el levantamiento indígena en
Chiapas a partir de 1994, son hechos que
transmiten una sola idea: el tamaño de
injusticia y la desigualdad en nuestro país.
Tu prosa aborda dicha problemática, pero no
tu poesía, no por lo menos de manera
evidente. ¿Hay razones y reflexiones al
respecto?
CM
En mi poesía sí hay un tratamiento político
de estos temas, claro. Elegía de
Tlatelolco, por ejemplo, que es un
conjunto de seis poemas, trata la masacre de
Tlatelolco. Es un ejercicio político, pero
sobre todo es un poema. No es un panfleto.
JAL
Pero te sientes más cómodo, con mayor
libertad en la prosa para tratar lo
político.
CM Sucede que la prosa tiene un ordenamiento analítico y
sintético que se presta a la descripción y
sobre todo a la narración. En mi caso la
poesía está más cerca de la invocación que
de la narración o de la descripción. Gran
parte de los poemas clásicos que me han
formado son poemas narrativos: La Eneida, la
Metamorfosis, La Iliada, La Odisea, La
Divina Comedia. Pero con la evolución de
la novela la poesía se ha concentrado en el
conjuro, en la invocación, en la tensión de
la conciencia interior, o incluso en la
experimentación verbal. De manera que no
confundo mis análisis políticos con mi
poesía, ni mi necesidad de narrar con la
intensidad y la emoción del poema.
JAL
“Déjame por un momento más cantar,
Finisterra,/ ahora que mi cuerpo oye, y
siente, y ama./ Cantar que este aire sobre
el mar es como un cuerpo” En “Finisterra”
vuelves otra vez al paisaje y al impulso
amoroso, erótico. ¿Qué es Finisterra en un
sentido literal y poético?
CM Es un himno a Finisterra, en Baja California Sur.
Curiosamente ningún bajacaliforniano ha
hecho alusión a este poema. Para mí
“Finisterra” es importante no sólo como
poema erótico, sino como un encuentro con el
mar. Así, nuevamente el cuerpo de la mujer
es el camino hacia la luz, hacia el océano,
la espuma, el canto. Este poema no tiene
nada de vacío, nada de temor a la muerte. Es
una exaltación del movimiento, de la
vitalidad, de la inmensidad, del amor, del
tiempo, de lo que es posible a través del
cuerpo.
JAL
En los poemas que agrupas bajo el título de
Memoria no haces alusión a la memoria de la
civilización, de la historia, sino a tu
propia vivencia en tu hogar, en tu origen
¿Parral vuelve a revelársete como Ítaca?
CM
Creo que lo que predomina en esos poemas es
el sentido de la eternidad. Hay un
reconocimiento de nuestro origen en
cualquier cosa que surja al alcance de
nuestro cuerpo: el sol, la luz, un aroma,
un río. Escribí estos poemas cuando falleció
mi madre. La tierra y la casa natal se
funden en estos poemas. En Memoria
dedico dos poemas al arte de escribir
poesía: “Arte poética 1” y “Arte poética 2”.
En la primera comienzo diciendo: “Cuando mi
hijo come fruta o bebe agua o se baña en un
río,/ sólo dice que come/ o bebe agua o que
se baña en el río./ Por eso ríe cuando leo
mis poemas.” Y en el segundo: “Quizás sólo
el sol mantiene suavemente su voz,/ con una
palabra que no se propone asombrar,/
permanente, sin prisa, que es la misma/ en
las piedras, los árboles o las colinas.”
JAL
Tu poesía en general tiene una musicalidad
natural, es rítmica y melodiosa, pero no
pierde de vista un especial cuidado en el
trabajo de las imágenes. ¿Piensas que tenga
algo que ver con tu afición por el canto?
CM Esta musicalidad o ritmo puede, quizás, ser más notoria en
los poemas extensos, formados por
eneasílabos, endecasílabos y alejandrinos;
poseen un ritmo, una aspiración que trato de
recuperar de los versos latinos, sobre todos
virgilianos. Los hexámetros podían poseer el
mismo ritmo aunque los versos tuvieran 13,
14, 15, 16 o incluso 17 sílabas. Gran parte
de los versos del poema “Finisterra” están
integrados a partir de esta trasposición de
los hexámetros latinos. De manera que tanto
la llaneza como la expresión rítmica tienen
más una relación con mis tareas que desde
joven desarrollaba como traductor de
Virgilio y de Homero. No los traducía
necesariamente para publicarlos, sino para
entenderlos. No hay entre esta elaboración
poética latina o latinizante ningún vínculo
directo con la música contemporánea, ni con
la romanza ni la ópera italiana. El canto,
la guitarra y el piano derivan simple y
llanamente de mi formación musical, muy
estricta, que tuve desde la infancia:
estudié solfeo y guitarra durante muchos
años. Pero mi descubrimiento de la ópera
ocurrió simultáneamente con el de la
literatura. De cualquier modo, hay que
aclarar que fui primero músico y luego
escritor. Mi evolución como músico ha ido a
ratos más adelante que la literaria y en
ocasiones se ha dado el proceso inverso: la
música se rezaga y la poesía avanza. Pero,
en mi caso, la música le ha hecho más
aportes a la escritura que la literatura a
la música. |
Poesía:
Abril y otros poemas,
FCE, México, 1979; Finisterra, Premiá,
México, 1982; Abril y otras estaciones
(1977-1989), FCE, México, 1989;
Poesía (1977-1996), Editorial Aldus,
México, 1997; Antología personal,
Universidad Autónoma Metropolitana, México,
2001
Cuento
Las llaves de Urgell,
Siglo XXI, México, 1971 (Premiá, 1983, Ed.
Diana, 1990); El alba y otros cuentos,
Premiá, México, 1986 (Aldus/ CONACULTA,
2002); Operativo en el trópico, Ed.
Aldus, México, 1994; Cuentos gnósticos,
Premiá, México, 1985 (Seix Barral-Planeta,
México, 1997); La tormenta y otras
historias, Universidad Nacional Autónoma
de México, México, 1999.
Novela
Mal de Piedra,
Premiá, México, 1980 (Ed. Planeta-México,
1999); Minas del Retorno,
Argos-Vergara, Barcelona, 1982 (Premiá,
1985; Lecturas Mexicanas, SEP, 1986; Ed.
Planeta-México, 1999); Guerra en el
Paraíso, Ed. Diana, México, 1991 (Seix
Barral- Planeta-México, 1997); Los
informes secretos, Ed. Joaquín Mortiz (Planeta-México),
México, 1999; Las armas del alba, Ed.
Joaquín Mortiz (Planeta-México), México,
2003.
Crónica y Ensayo
Chiapas, la rebelión indígena de México,
Ed. Joaquín Mortiz (Planeta-México), México,
1998 (Madrid, Espasa Calpe, 1998); La
guerrilla recurrente, Universidad
Autónoma de Ciudad Juárez, México, 1999;
Rehacer la historia (sobre la masacre
del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco) Ed.
Planeta (Planeta-México), México, 2000.
Ensayo Literario
Los dioses perdidos y otros ensayos,
UNAM, México, 1979 (ensayos sobre A. Bioy
Casares, E. Pound, V.Huidobro, F. de Quevedo
y Trágicos griegos); Tres Contemporáneos:
Cuesta, Owen, Gorostiza, UNAM, México,
1981; Historia de un poema: La IV Égloga
de Virgilio, Premiá, México, 1984; El
oficio literario, Veracruzana, Xalapa,
1985 (ensayos sobre G. García Márquez, E.
Huerta, Lêdo Ivo, L. Camões, poesía
brasileña y literatura clásica). |