Mínimamente
hasta que me quede sin aire,
y en un último suspiro
diga, o sólo lo piense,
valió la pena
fue una buena vida.
Quererte,
sin más motivo aparente
que el hecho de tenerte a mi lado
acompañando, transformando
mi presente.
Y si me imagino sin tiempo,
más allá de esta barrera
de cuerpo,
quererte después
del último latido
y mientras dure
el supuesto viaje por los cielos.
Y una vez
que se complete
el reencarne
o ya me sienta a mis anchas
en mi nuevo estrato celeste,
quererte
por la simple razón
de haberle dado
a mi corazón,
la oportunidad
de que junto al tuyo
se eleve.
Y una vez así,
sin cuerpo presente
ni residuos terrestres
amarnos
hasta que la tierra,
cansada de tantas vueltas,
a la fauces del sol
mansamente se entregue.
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