A cierta hora, de tarde…
A Eduardo
Dalter
A cierta hora, de tarde, no dudo.
A cierta hora, la hierba es hierba
y llueve de arriba hacia abajo.
El inexplicable, inexplicado mundo
es una mesa breve, de madera de pino,
y sobre ella, un plato con una fruta cortada.
Me desvisto y estoy desnudo.
Y, desnudo, no tengo necesidad de espejo
para confirmar mi desnudez.
A cierta hora el milagro es un olor a madera.
Sólo un olor a madera en el aire.
No alguien caminando sobre el agua
o convirtiendo el agua en vino.
Soy, a esa hora, el que creo ser.
El que abre de par en par los postigos
y deja entrar la brisa, por entero perfumada.
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