(CÁRMIDES)
(A Estela Guedes)

I

¿En sueños? Lenta lluvia de hojas
secas, que aún no concluye. Por el aire,
lo que sin dar sombra se difunde,
lo que sin luz aparente deslumbra.
Huye de si el pájaro. Queda
un vacío que nada ni nadie ocupa.
Es niebla cuanto cabe. Es papel,
reflejo, eco.
......................Una figura
en lo remoto se desdibuja.
Inútil esbozo, grito de animal
entre las llamas. ¿Hubo
cortina sin rasgadura,
mirada sin velo y, adelante,
agua con su cauce y desembocadura?


II

En silencio, con los ojos abiertos,
se sumerge. Sin testigos.
Lejos de los barcos pintados,
de los remos, del Pez
y los peces. Ahora
todo es tiempo, muerde los muros,
los hijos, arroja ceniza
sobre las ciudades.
En el fondo apenas una chispa.
Apenas algunas hojas secas,
un fruto que nadie come
en el aire se pudre.


III

Un árbol desatado, suspendido sobre la corriente.
Las preguntas de los tallos, en la savia la respuesta.
¿Quién se desnuda, se pinta el vientre,
se ofrece a la casi luz, casi penumbra?
El Eje del Mundo, el punto exacto, el centro.
Pero el deseo falla, la razón falla.
Y la casa está vacía.


IV

¿Es la vigilia ahora? Relámpagos.
Lejanos, detrás de los últimos árboles.
Tiene que haber un hombre allá,
con él una mujer. Huesos,
nervios, desdichas, palabras,
líquidos, hambre y sed.
Con ellos ni mi sombra estuvo.
Aquí sólo ras de tierra, breve océano mudo,
papeles esparcidos.
.......................................¿Es la vigilia
torpe calotipo que se consume?


V

En el sitio de las olas, pozo.
Barco de frágiles vértebras, donde existo.
Se hiela la memoria al borde
de un seno oscuro, ciego. Exilio.
Quien come siente culpa.
Quien ayuna ve caer sobre si
el cielo de a pedazos.
Entonces, ¿ya se dijo todo,
historia, menos que bestia, espantajo?


VI

Enfrente, figuras puestas en hilera,
desnudas o apenas vestidas
con retazos de lo que
pudo ser
y no fue
. Ligera niebla
entre ellas y yo,
pero de todos modos
ligera materia de extranjería,
de casi muerte.
Viven en casa hueca, sin gracia.
Vivo en casa llena, igual de descolorida.


VII

En este suelo, diseminados. Arriba,
cuanto hiela. Abajo, cuanto arde y crepita.
Sopla un juicio confuso,
que no distingue culpables
de inocentes.
...........................Un insecto
empuja una bola de barro;
un niño delira por la fiebre
y ve lo que mañana
será su demencia o su arte.
Agua viscosa dentro de un cráneo.
Y en alguna parte,
lo obviado, escarnecido,
para tantos, sucio, impío,
incapaz de dormir, de despertar,
vientre que ningún animal husmea,
espalda que se apoya contra muros
que apenas dan reparo
a hierbas duras, sin flores ni perfumes.
Adonde desde siempre me dirijo.

(22 al 25 de noviembre de 2002)


(A Federico Klemm, en memoria)

Desde siempre, doble: torbellino,
movimiento espiral, helicoide,
dinámica del espacio; peregrino,
partida y regreso al origen,
al centro.
......................¿Por qué entonces,
e
sta tarde o noche,
un palo quemado,
alas negras y una red,
hija de lo oscuro y hermana del sueño,
negro que se vuelve verde,
manos que emergen de la tierra?

(26 de noviembre, 2002)


(Hummingird)

Forma que adopta un pensamiento,
madera de sueño, vida ingrávida;
al alcance de la mano, siempre lejos,
entre las ramas del árbol plantado
y, en el aire blanco y denso, una mancha.
Señal de que el mundo aún es próspero,
húmedo, mágico, que en la grave música
se cuela un tono menor, infancia
en cuanto se repliega y mengua:
nunca inmóvil, ágil, tras el perfume,
metáfora que cambia y permanece.
¿Quién muere ahora y quién llora?
¿Quién sabe de lo que se hunde en la tierra
o asciende al cielo sino ése?
Ése que, sin artificio, todo vértebras y plumas,
hace del eterno adiós su viento y una casa.



(Grosmont Castle: The Great Chimney)

Otros son los muertos. Flotan
en el aire del mediodía, nostálgicos
de la saciedad y la sed. Se alejan,
no se alejan. Tienen ojos que no usan,
manos que no acarician, por gusto
o temor, la pétrea materia verdinegra.
Otros llevan lámparas apagadas,
visten raídos capotes, esgrimen escudos rotos.
Nos abrazamos y es luz, retamas hasta el horizonte,
poderoso presente. Entonces,
es la respiración de cada hierba,
apretada contra otra hierba
o solitaria, lo que se manifiesta,
nos alcanza y atraviesa, es aserrín
que un súbito soplo devuelve
a las aserradas resignadas maderas.


(María Gracia Subercaseaux, Espejo)

Los ojos abiertos, cuando está oscuro.
los ojos cerrados, cuando estalla
el relámpago. ¿Qué
falla en el instante puro,
en la instancia más abierta y destilada?
No somos polvo ni hierba.
Y lo somos, aunque entremos al mar
y, entre olas, sepamos
que allá abajo hay plantas y peces.
¿Quién instaló muerte,
azar? ¿Quién puso llama
en el extremo de la vela,
bestias cabeza abajo,
dolor en el dolor?
¿Es todo cuanto puedo decir?
¿Y esa que, desnuda,
al pie de una cama
con sábanas revueltas,
a sí misma se contempla?
¿Dónde de sí hacia el mundo
la roca viva,
la indócil materia en bruto?


I

Pensar el mar, ante paredes de piedra,
el mar inundando las esquinas,
las casas, los cuartos donde se ama o mata.
Bajo el agua, una luz.
Iluminado, alguien flota entre papeles y tintas negras, rojas.
El mar es cuanto se sabe y no,
inteligencia y catástrofe, aislamiento y cortejo;
una respiración antigua, una cópula sin medida,
lo ancho, lo balsámico y lo cruel,
lo que muere y se convierte en sólo fondo,
allí van a dar los restos de algún dios, de la lluvia.
No hay otro modo de llegar a Jerusalén
..........................................................................- dijeron -
pero, ¿quién es capaz de tal cansancio?


II


¿Y por qué llorar a los muertos?
¿Por qué soñar y despertar y volver a soñar?
¿Cómo obtener abrigo
mientras el día queda siempre del otro lado,
las ramas se amontonan en un rincón del patio?
Enciende un fuego bajo un cielo que huye.
Arma una pasión con hojas, cáscaras, palos.
Solo, entre pequeñas bestias que amamantan
y maduran para la gravedad y no para el vuelo.
¿Una piedra puede florecer? ¿Qué espera,
entonces, qué hace allí, sucio, desnudo?
De lado a lado, ventanas apenas iluminadas,
detrás, una marca, la vejez, la costumbre.