Hace algunos días platicaba con Jesús Mejía, mi hermano, sobre una persona a quien se considera, en base a rigurosas pruebas científicas, el hombre “más feliz del mundo”. Se trata de un científico francés, quien se formó académicamente en una de las principales universidades de París, convirtiéndose desde muy joven en un especialista en el área de la Genética Celular, al lado de varios premios Nóbel. Su destino como eminencia científica parecía trazado e inalterable. Mas de pronto, abandonó la vida académica de la capital francesa y se fue a vivir a un lejano monasterio enclavado en las montañas del Tíbet, donde se convirtió a lo largo de los años en un monje dedicado a la oración y a la meditación. Es decir, pasó de la experimentación científica moderna a su propio laboratorio espiritual.
Pues bien, según estudios de la Universidad de Wisconsin, este hombre que dio un vuelco radical para transformarse en monje budista tiene un elevado desarrollo de ciertas regiones de su cerebro relacionadas con el gozo existencial, la paz interior y la plenitud espiritual, es decir la gama de sensaciones más próximas a una “felicidad”. Y como lo saben los doctores aquí presentes, el cerebro de una persona –a menos que una enfermedad grave lo impida– continúa desarrollándose hasta su final, gracias a la neurogénesis –la generación de nuevas neuronas–, y a la plasticidad de la mente, es decir la capacidad de modificar físicamente nuestro cerebro y de continuar su evolución natural en base a una constante proyección de pensamientos elevados y de sentimientos de bienestar hacia el mundo y los seres que lo habitan.
Hago esta referencia porque pienso que un proceso semejante ha sucedido en Josefina Valdés (y etc., para abreviar). A pesar de una muy temprana orfandad materna (yo recuerdo que siendo un niño de unos siete años leí unos versos amorosos suyos dedicados a la madre ausente), y a una infancia llena de maltratos físicos y psicológicos (un infierno que compartió con sus hermanas Lourdes y Juanita), así como a una formación educativa frustrada por sus condiciones negativas de vida, Josefina no incubó ninguna malquerencia hacia los otros ni le declaró una guerra personal al mundo. Al contrario, no ha dejado de crecer espiritualmente a lo largo de ocho décadas rebosantes de luz. Su divisa podría ser aquella frase latina que expresa: Omnia Vincit Amor, el amor todo lo puede, todo lo vence.
Tal vez su secreto se sintetiza en una fórmula muy sencilla: la capacidad de entregarse totalmente en cada una de sus diarias acciones. Sabe cómo partir a su corazón en cien partes iguales y sabe cómo compartirlo simultáneamente con otros cien corazones, sin dejar de ser un todo. Y lo hace esencialmente en los detalles más nimios y cotidianos. Así puede marcar de memoria los veintisiete números telefónicos y los celulares de sus hijos, nueras y nietos (sólo le falta el de su primer bisnieto Ián), y si fueran cien los números, también los recordaría; así, refrigera durante setentaicinco días una bandeja de bacalao para el hijo que no pudo estar presente en la última Navidad o, así, puede anotar, también de memoria, en cada nuevo calendario todos los cumpleaños, santos y festejos familiares, desde el 7 de enero al 31 de diciembre, fecha de su matrimonio con José G. Mejía, su eterno compañero.
Lo pequeño es hermoso, escribió alguien. Y ese mismo alguien, u otro, dijo: En los detalles y en los matices de la vida, está Dios. Yo agrego: también está Josefina, la mujer más feliz del mundo porque ha tenido la sabiduría de darle vida y una felicidad, sin espejismos, a los demás. Ese amor que, debido a su orfandad, no pudo entregarle a su Madre lo atesoró para entregárselo a plenitud, a manos llenas, a todos sus hijos, derramándolo sobre cada uno de nosotros.
Desde las primeras partículas y los primitivos microorganismos, cada ser humano es el resultado de miles de millones de años de evolución. De años luz donde aún triunfa la vida, pese a los tsunamis financieros, la cultura avasallante de la muerte y la paulatina destrucción del planeta a manos del hombre. Y aunque la existencia de los seres humanos llegara a su fin, siempre habría una Célula Madre que daría vida a nuevas células, a formas primigenias de la vida. La fuente primordial que alimentaría otras fuentes. Las Madres son el origen del Origen.
Finalmente, en alguna película española escuché una frase que decía: Si existimos es porque alguien piensa en nosotros. Y de ser así, tal pensamiento que nos permite existir proviene de la Mente de Dios o del latido de un corazón materno. De nuestra Madre que sigue concibiéndonos con la misma entrega del primer día. Y cuando Ella tenga a bien despedirse de este mundo, cuando despliegue sus alas, continuará espiritual y amorosamente en cada uno de nosotros, con su luz eterna, resplandeciente.
Seguirás concibiéndonos.
(r.m.).
15 de marzo de 2009 |
Rubén Mejía nasceu na cidade do México, em 1956, e mora na cidade de Chihuahua, ao norte do México, fronteira com os Estados Unidos. Ao longo de 25 anos impulsionou, sempre contra a corrente, a criação de espaços e publicações culturais: a revista artesanal Palavras sem rugas (1981-1982); a coluna jornalística “Letras à margem” (1983-1987); o suplemento semanal “Pró-Logos” (1984-1988) e Azar Revista de literatura (1989-1998), uma das principais publicações culturais da década de 1990, no México. Atualmente é diretor da editora independente Edições do Azar A.C., que traduziu e dissemina no México obras de escritores brasileiros: João Guimarães Rosa, Clarice Lispector, Raimundo Gadelha e do poeta Lêdo Ivo, de quem publicou La tierra allende (2005), sua primeira antologia bilíngüe português-espanhol. Alguns dos livros de Rubén Mejía editados são: Segunda morte (poesia, Universidade Nacional Autônoma de México, 1987); A região romântica. Sete poetas do século XIX em Chihuahua (ensaio, Azar-Ayuntamiento de Chihuahua, 1996), um estudo sobre o extenso e arraigado romantismo regional do norte do México; os poemários Poesiglo e O poesible (Azar - Programa das Fronteiras, 1997), livros que significaram um preâmbulo, uma pré-escritura, da grande saga poética Expírito - multiversos (2000-2007), composta, até o momento, por quatro volumes. |