Los argentinos bien podríamos
preciarnos de haberlo “descubierto”. O, al menos, de haber sido de los
primeros en hacerlo. Mucho antes de que empezara su consagración, cuando
hasta en Portugal era casi desconocido, en 1961 Fabril Editora publica
en Buenos Aires la primera traducción de Fernando Pessoa (1888-1935) en
América Latina.
Que fue, al mismo tiempo, la
primera en castellano de todos sus heterónimos. El reconocimiento llegó
incluso a Portugal, donde esa edición argentina tuvo el honor de ser
celebrada en Lisboa por Maria Aliete Galhoz, que en 1963 dijo: “Rodolfo
Alonso nos restituye un poeta a través del amor de otro poeta.”
Cuando Aldo Pellegrini
(1903-1973) siendo yo tan joven me ofreció, a fines de 1959, seleccionar
y traducir una amplia antología de Fernando Pessoa, recuerdo que fue
arduo convencer a su cuñado, Francisco Caetano Dias. Como si su familia
se avergonzara de ese extraño pariente, de vida más que anónima, que
recluyó bajo la humilde apariencia de esporádico traductor de
correspondencia extranjera para casas comerciales la gestación de su
“drama en gente”, la múltiple obra de creación que lo poblaba.
Sólo se había vertido entonces
en castellano a un único heterónimo: Alberto Caeiro (Madrid, 1957), en
cuya introducción su traductor, Ángel Crespo, afirmaba claramente: “creo
que este es el primer libro de versos de Fernando Pessoa que ve la luz
en nuestro país”.
Pero
lo relevante de esa primicia argentina (primera en castellano con los
heterónimos, primera en América Latina) no se limita a su concreción, de
hecho pionera, sino también a la intensidad con que fue recibida en todo
el ámbito de nuestra lengua. La aceptación de los lectores fue tan
inmediata que en contado plazo, sin publicidad
alguna, exigió sucesivas reediciones,
anticipando lo ahora evidente: Pessoa conquista sus admiradores de a
uno, de persona a persona, por la propia
potencialidad de sus poemas, sin que se trate en absoluto de un éxito
programado, superficial, y de forma tan indeleble que todavía –me
consta-- aquella edición se conserva en bibliotecas privadas como un
acontecimiento, y en el corazón y en la memoria como un entrañable
compañero, de huella perdurable.
Ahora que una canonización
universal confirma la premonición de Adolfo Casais Monteiro, que ya en
1958 lo vio como “el más universal y el más portugués de los poetas de
este siglo”, me sigue sorprendiendo la exquisita avidez, la delicada
fidelidad con que tantos lectores, en esta era de banalidad globalizada,
viven como descubrimiento propio, trascendente y enriquecedor, a ese
gran poeta distante, multifacético, exigente y oculto.
Una de
las condiciones de cuyo encanto será siempre el carácter auténticamente
enigmático, la irónica altivez de quien supo desnudarse a fondo: “Try to
charm by what is in your silence” nos dejó dicho, en el inglés de su
infancia, “Trata de seducir con lo que hay en tu silencio”.
Poco
habría importado a Pessoa que sus inquietudes cambiaran de sentido en el
contexto de otras épocas. ¿Cómo iba a imaginarse lineal, definitivo,
quien vio hacerse en sí mismo a diversos creadores, de personalidades y
obras diferentes? ¿Cómo iba a resultar explícito el mosaico de una
personalidad celosamente oculta detrás de fantasmas fascinantes: “Eras
muchos, eras todos, / y nunca eras nadie”?
Pero aún
hoy, es del legendario baúl que en Lisboa conserva su disperso y al
parecer infinito legado, de donde se continúa dando a luz nuevos libros
de Pessoa. Y sus lectores, ya que se trata de obras exigentes, no son
los de tanto best seller predigerido sino aquellos que, como dijo
Ricardo Piglia, son los únicos para quienes vale la pena escribir: los
que siguen buscando el texto único en la maraña de las librerías
marginales.
Pessoa no
sólo concretó lo que el genial Rimbaud había intuido: “Car JE est un
autre” (“Porque YO es otro”). También nos dejó no pocos enigmas
contagiosos. El hecho sorprendente de que su apellido: “Pessoa”,
signifique al mismo tiempo “Persona” y “Nadie” en portugués, ya sería
suficientemente premonitorio pero, además, su etimología nace en
“Máscara”. De esas máscaras que son uno y muchos, de esas máscaras que
revelan y velan, que cubren y descubren, Pessoa hizo nacer espejos,
imborrables y hondos, que nos siguen hablando a la vez de él y de
nosotros.
Porque el
arte no puede ser ni juego, ni entretenimiento, ni espectáculo, sino
apuesta desmedida. Como él mismo afirmó: “la literatura es la prueba de
que la vida no alcanza”.
Mensaje (1934) fue el único libro en portugués que Pessoa editó en vida.
Presentado al concurso de un movimiento nacionalista, le fue creado un
premio de “segunda categoría”, a cuya entrega no asistió. Pero así había
comenzando a convertirse en ese “super-Camoens” a cuya necesidad aludió
(aparentemente sin involucrarse) en una célebre carta.
Imbuido en el mito que auguraba
un mesiánico regreso del rey Don Sebastián para devolver a Portugal su
edad de oro, resultaría muy pobre considerar apenas como argumentación
patriótica (aunque no deja de serlo) a ese libro ejemplar, de
deslumbrante y precisa limpidez.
No
sólo porque dijo: “Soy, de hecho, un nacionalista
místico, un sebastianista racional. Pero soy, aparte de eso, y hasta en
contradicción con eso, muchas otras cosas”. Sino también porque añadió,
frenando ensoñaciones imperiales: ”Para el destino que presumo será el
de Portugal, las colonias no son necesarias”. Porque era portugués, sí,
pero también (“mi alma atlántica”) mediterráneo, europeo, universal.
Epopeya concisa, mito hecho lenguaje vivo, Pessoa auténtico, los
alcances de Mensaje nunca se agotan en una sola dirección. Las ilumina a
todas, y de todas hace una: gran poesía, alimento de hombres sedientos
de una grandeza que les dé sentido.
Cinco
años después de la Revolución Rusa, Pessoa publica en una revista de
Lisboa El banquero anarquista, el otro texto que, junto a Mensaje, fue
reconocido por él en vida.
Lo
que quizá se debe a su flagrante originalidad. Más diálogo platónico que
narración, los engañosamente impecables argumentos (“¿Cómo subyugar al
dinero, combatiéndolo? ¿Cómo hurtarme a su influencia y tiranía, no
evitando su encuentro?”) de este banquero corrupto y exitoso que insiste
en considerarse anarquista, concretan una cumbre de la ironía y del
humor negro. Pero permiten calibrar, además, la compleja personalidad de
su creador.
Porque, así como intenta revestir con reflexiones revolucionarias los
negociados del protagonista, tan similares al
desolador absolutismo de mercado imperante,
esos mismos argumentos bastan para justificar la rebelión. Y anticipan,
con lucidez, los dolorosos fracasos del llamado socialismo real.
Con
irreprochable dialéctica se manifiestan, y se ocultan, los rostros
cambiantes e hipnotizadores de la verdad. El banquero anarquista sigue
siendo una pieza clave en el inquietante tablero de Fernando Pessoa.
Relacionado por él mismo con el
Bernardo Soares autor del Libro del desasosiego, ese Barón de Teive
capaz de afirmar que “Más vale soñar que ser” y del cual se editó
post-mortem La educación del estoico, puede considerarse un
semi-heterónimo, o sea alguien muy ligado con la personalidad de
Pessoa. Quizá nunca como a través de esta máscara en gran medida
transparente, llega a percibirse tanto de él, y en entresijos tan
celosamente ocultos como los de su inexpugnable misoginia: “No serví
para ninguno de los dos modos de gozar – ni para el placer de lo real ni
para el placer de lo supuesto.”
Álvaro Coelho de Athayde,
vigésimo Barón de Teive, altivo, escéptico y distante como el dandy de
Baudelaire (“Tengo todas las condiciones para ser feliz, salvo la
felicidad”), que ya ha decidido fríamente suicidarse, a medida que las
relee por última vez va arrojando indiferente al fuego de su chimenea
las páginas de ese casi diario donde apuntó, en fragmentos imborrables,
su intensísima aventura espiritual. Cautivo de su razón y de su orgullo,
prefiere silenciarse para siempre, antes que renunciar a su ideal
inalcanzable: “El escrúpulo de la precisión, la intensidad del esfuerzo
de ser perfecto.”
“Me propongo examinar el problema de
la celebridad”. Esas palabras que abren su Eróstrato y la búsqueda de la
inmortalidad, podrían confundirse con la fugaz audiencia que concede la
sociedad del espectáculo, superficial y efímera. Pero pronto vemos que
era en realidad opuesto el criterio de Pessoa: “La celebridad es la
aceptación de que un hombre o un grupo de hombres son de alguna manera
valiosos para la humanidad”.
Y resulta llamativo que aluda a su
época con la misma lucidez con que predice genialmente la nuestra: “El
esfuerzo continuado que requiere producir incluso un pequeño poema bueno
excede la incapacidad constructiva, la mezquindad del entendimiento, la
futilidad de la sinceridad y la desordenada pobreza de imaginación que
caracterizan a nuestros tiempos”.
Anatema que se hace premonitorio en
palabras nada complacientes: “Por un lado hay demasiada gente que
escribe, que dibuja y que maltrata el arte de distintas maneras. Esto
genera confusión. Por el otro lado, esta verdadera multitud de artistas
hace de la publicidad y de la autoafirmación del más bajo nivel una
defensa contra la oscuridad”.
Susan Sontag afirmó que “El
gusto es el contexto, y el contexto ha cambiado.” Y Luis Cernuda señaló,
citando a Bécquer, que la obra de arte alcanza las dimensiones de la
imaginación que impresiona. Y se refería, sin duda, al legítimo alcance
que una gran obra podía lograr, al ser descubierta y valorada por una
cultura.
Pero hoy, emasculándola
al masificarla, oscureciéndola al exhibirla a plena luz, la sociedad de
consumo destruye con bárbara inocencia el sentido crítico, la
negatividad de una gran obra mediante el simple recurso de hacerla
triunfar en el mercado, sin volverla cultura,
No creo que sea posible con Pessoa.
Su renombre no deriva de la aprobación masiva, sino que sus lectores
siguen surgiendo espontáneamente, de uno en uno. A pesar de encontrarse
traducido casi en todo el mundo, a pesar de los incontables estudios
sobre su obra y su persona, algo lo mantiene fuera de la desoladora
tiranía del mercado.
Algo secreto seguirá siempre vigente
en el Pessoa público. Algo intransferible. ¿Qué puede hacer la sociedad
del espectáculo con alguien capaz de palabras tan ferozmente
irrecuperables como éstas? “Si escribir –en el sentido de escribir para
decir algo-- es un acto que tiene el cuño de la mentira y el vicio,
criticar cosas escritas no deja de tener su correspondiente aspecto de
curiosidad mórbida o de futilidad perversa. Y cuando la crítica es,
además, escrita, su inmoralidad esencial se refina hasta lo repugnante.
Se contagia de la enfermedad del criticado: el hecho de existir en lo
escrito.”
Fernando Pessoa es felizmente
irrecuperable. Como su gemelo no menos oscuro e indeleble, Franz Kafka,
en una carta a Franz Werfel de 1923, bien hubiera podido decirnos: “¿De
qué estás hablando? ¿Qué ocurre? Literatura, ¿qué es eso? ¿De dónde
viene? ¿Para qué sirve?”. Lo cual prueba que ambos fueron y son
auténticos escritores, escritores de raza, nunca apenas meros literatos. |
Poemas de Alberto Caeiro,
de Fernando Pessoa. Selección, versión, prólogo y notas de Ángel Crespo.
Ediciones Rialp, Madrid, 1957, 66 páginas.
Poemas, de Fernando
Pessoa. Selección y traducción de Rodolfo Alonso. Incluido en revista
“Poesía Buenos Aires”, nº 30, Buenos Aires, primavera de 1960, páginas
311 a 314.
Poemas, de Fernando
Pessoa. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso. Fabril
Editora, Buenos Aires, 1961, 213 páginas.
Lluvia oblicua y otros
poemas, de Fernando Pessoa, Mário de Sá Carneiro y otros. Estudio
preliminar, selección, traducción y notas de Rodolfo Alonso. Centro
Editor de América Latina, Buenos Aires, 1983, 155 páginas.
Cincuenta años después de
Pessoa. Incluido en La palabra insaciable, de Rodolfo Alonso. Torres
Agüero Editor, Buenos Aires, 1992, páginas 59 a 67.
La educación del estoico,
de Fernando Pessoa. Traducción de Rodolfo Alonso. Emecé Editores, Buenos
Aires, 2002, 111 páginas.
Poemas, de Fernando
Pessoa. Traducción de Rodolfo Alonso. Incluido en Poetas portugueses y
brasileños: de los simbolistas a los modernistas, de José Augusto Seabra.
Edición bilingüe. Thesaurus Editora, Brasilia, 2002, páginas 93 a 111.
El banquero anarquista, de
Fernando Pessoa. Traducción de Rodolfo Alonso. Emecé Editores, Buenos
Aires, 2003, 95 páginas.
Mensaje, de Fernando
Pessoa. Edición bilingüe. Traducción de Rodolfo Alonso. Emecé Editores,
Buenos Aires, 2004, 158 páginas.
Antología poética, de
Fernando Pessoa. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso.
Editorial Argonauta, Buenos Aires, 2005, 204 páginas.
Aforismos y afines, de
Fernando Pessoa. Traducción y prólogo de Rodolfo Alonso. Emecé Editores,
Buenos Aires, 2005, 102 páginas.
Escritos autobiográficos,
automáticos y de reflexión personal, de Fernando Pessoa. Traducción de
Rodolfo Alonso. Emecé Editores, Buenos Aires, 2005, 287 páginas.
Pessoa(s). Incluido en La
voz sin amo, de Rodolfo Alonso. Alción Editora, Córdoba, 2006, páginas
57 a 60.
Anónimo transparente. Una
interpretación gráfica de Fernando Pessoa, por Hermenegildo Sábat.
Prólogo de Rodolfo Alonso. Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 2007
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