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RODOLFO ALONSO PRESENTA HOY SU NUEVO LIBRO,
POEMAS PENDIENTES“La poesía simplemente me ocurre”
Por Silvina Friera |
Em:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-18771-2010-07-30.html |
En la Biblioteca Nacional y junto a Noé Jitrik, Jorge
Monteleone y Pedro Aznar, el poeta revelará las piezas de un libro que
conjuga poemas recientes y material escrito entre 1957 y 1993, que en su
momento no publicó, pero superó la prueba del tiempo. |
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Una voz nítida e inconfundible. Una voz
compañera que avanza con hambre de frescura y curiosidad. La
cabeza de Rodolfo Alonso –como su voz– no se queda quieta ni un
momento. No descansa. Nunca deja de pensar, siempre tiene algo
que decir, “siempre una última palabra”. Lo admite este poeta
“fabricante de encantos” en su libro Poemas pendientes (Alción),
que se presenta hoy a las 19 en la Biblioteca Nacional (Agüero
2502), con el “trío dinámico” de Noé Jitrik, Jorge Monteleone y
Pedro Aznar. Los poemas de Alonso producen escalofríos en los
huesos. Sus versos luminosos y elípticos hacen vibrar el
instante. Y tanto pasado, tanta palabra, tanto escombro. “Un día,
mirando sin haberlo visto el hueco entre el pulgar y el índice
de mi mano derecha, yo me visto latir”, se lee en “Consecuencias”.
“Es decir, me he sorprendido vivo, he visto la vida haciendo su
trabajo, a mi cuerpo haciendo su trabajo, por su cuenta, sin que
yo tuviera nada que ver en todo eso.” Hay zarpazos epifánicos–“Como
luz en la luz/ suena el invierno, al sol”–; hay historia
quebrada –“Ni aquellos sueños que nos soñaban/ hoy se dejan
soñar”–; hay muertos que arden en la memoria, como Azucena
Villaflor y Haroldo Conti.
Los poemas están agrupados en dos secciones. En
“Aparecidos” se anima por primera vez a reunir los textos escritos
entre 1957 y 1993, pero que por una u otra razón no le parecieron
del todo publicables, aunque, al mismo tiempo, tampoco se dejaban
eliminar, se resistían al silencio. “Algo en ellos se mantenía vivo
y, a la vez, acaso no fraguaba del todo”, dice el poeta. La segunda
sección, “Apariciones”, recoge poemas escritos después de su último
libro editado, El arte de callar (2003), hasta el año pasado.
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“Desde siempre le
huyo, le temo, desconfío de las grandes palabras”, señala Alonso. |
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–El gran poeta brasileño Lêdo Ivo señala
en el prólogo que “hay una especie de despojamiento” en su poesía,
“un lirismo de palabras desnudas”. ¿Cómo llegó a ese despojamiento?
–Nunca me “propuse” escribir un poema. La poesía
simplemente me ocurre. Y me ocurrió siendo todavía casi un niño,
alrededor de los catorce años. Recuerdo que era un día de lluvia –la
lluvia siempre fue trascendente para mí– y hasta recuerdo incluso
cuáles eran esas primeras líneas, tan sólo tres ya, ya breves y que
decían, más o menos, así: “Largos cuchillos de acero / rasgan un
paño ceniza. / Lejos, el horizonte agoniza.” La propensión a
concentrar las palabras, la intuición de que eso incrementa su
capacidad de irradiar, al parecer no eran fruto de ningún proyecto
previo sino, por el contrario, algo ya congénito en mí. Dentro de mi
trabajo eso puede comprobarse desde mi primer libro: Salud o nada
(1954), avanzando hasta alcanzar su culminación probablemente con
Entre dientes (1963). Pero también después, manteniendo su
presencia, en forma intermitente pero sostenida, hasta hoy mismo.
–¿A qué atribuye que los poemas de la
primera parte hayan quedado “como suspendidos en el tiempo y en el
espacio”? ¿Por qué no los publicó hasta ahora, por qué antes no
podía “escucharlos y escucharte” y ahora sí?
–La única respuesta son algunas de las breves
palabras de introducción: “Hay verdades de poemas, y hasta hay
poemas de verdad, para los cuales tenemos que madurar, hasta que
seamos capaces de que ellos maduren a su vez en nosotros. Son
inseguros, y también persistentes, como nosotros mismos”. ¿Por qué
ahora sí? La poesía me ocurre, insisto. Me encuentra. No responde a
plan, proyecto o pretensión. Por eso ambas secciones están cobijadas
bajo el título Poemas pendientes. Que en la misma ineludible
ambigüedad, en la rica polisemia de toda palabra humana, logra hacer
resonar en mi ánimo tanto aquel lúcido aserto de Paul Valéry de que
un poema se abandona, no se concluye, como la idea de cuentas que
saldar.
–Pensando en el poema “Aparte”, sobre
todo en los versos “cuánto para aprender (si hubiera tiempo)”, ¿a
qué alude ese aprender? ¿Tiene que ver con el despojamiento, las
formas, la voz?
–A mí también me gustaría saberlo. Y quizá por
eso escribo. Porque no tengo una respuesta. Lo que dice el poema no
es siempre lo que originó el poema. Lo que dice el poema no es solo
lo que dice el poema.
–En un poema corrige una elección del
poeta que fue; cambia “heces de la literatura” por “mierda de la
literatura” en “Al pie de la letra”. ¿El poeta que fue tenía pudor
de la palabra “mierda”?
–Algo de eso hubo. Y me causó mucha gracia
sospechar que quizás había algo más –incluso de humor negro– en la
mera enumeración de una aparente fe de erratas. También el pudor es
histórico, me temo. Es decir, tiene sus épocas. Como todo.
–¿A quién interpela en “Ocúpense de
Arlt”?
–Creo que a todo el mundo. A cualquiera que haya
vivido o viva en esta ciudad. Me avergonzaría imaginarme escribiendo
sólo para colegas, exclusivamente para supuestos “profesionales”. El
lenguaje nunca tiene un único destinatario. Tiene todos los que
decidan serlo. Y tampoco tiene un único emisor. El lenguaje tira de
uno, como bien dijo el buen Pedro Salinas. Uno escribe y también es
escrito, al mismo tiempo.
–Hay varios poemas que celebran la
amistad como “A un resplandor”. ¿Qué recuerda de Francisco
Madariaga?
–Apenas unos años mayor, nos mantuvimos siempre
juntos desde mi adolescencia, en aquellos años fecundos y veloces de
las vanguardias del ’50. Como bien dijo, al dedicarme un libro:
“Aquel que un día fuimos los delfines”. El fue el más joven de los
surrealistas y yo lo fui de Poesía Buenos Aires. Aunque de Coco
Madariaga llevo recuerdos imborrables, que me alumbran por dentro,
no creo que ninguno de nosotros se sintiera profesor de nada. Y sí
en cambio “pulpero anárquico y arcaico, a la vez”, como se me
definió en otra entrañable dedicatoria.
–A propósito de “Si, pero”, ¿qué hace
Alonso con una cabeza que nunca deja de pensar? ¿Es una ventaja al
escribir o se vuelve en contra?
– A mí me gustaría saberlo. Y me temo que no
consigo ni creo que se pueda tomar las palabras sólo literalmente.
Así hable de corazón, o de cabeza. De mente o sentimiento.
–¿“Auschwitz, aún” se podría leer como
una alternativa al planteo de Adorno? Si no se puede escribir
poesía, se puede aullar, como lo hace usted en ese poema.
–La ineludible entidad de los campos de
concentración nazis, la aterradora evidencia del Mal, fue para mi
infancia una herida indeleble e incesante. Estimo que sea seguro
que, al menos a ese grado, es verdad imbatible lo que sentenció
cabalmente Theodor W. Adorno en la posguerra: “Después de Auschwitz,
es cosa bárbara intentar la poesía”. Y también es verdad que fue un
sobreviviente, Paul Celan, quien pudo escribir años después un poema
tan tocante y estremecedor como su “Fuga en muerte”. Pero es verdad,
asimismo, que acabó suicidándose. ¿Aullar no sería, entonces, lo de
menos? El silencio no prevalecerá.
– Parafraseando un verso de “Dones para
donar”, “la lluvia es nuestro templo”, ¿se podría decir que el
instante es el templo de Alonso?
– Desde siempre le huyo, le temo, desconfío de
las grandes palabras. Como dijo Heráclito, la retórica es el “arte
de conducir a la matanza”. Creo que fue Octavio Paz quien supo
aludir al poema como “consagración del instante”. Algo de eso ha de
haber, pero no sólo eso. Esta sociedad de consumo que desde hace
tanto nos consume, esta sociedad del espectáculo, del show, este
apabullante alud de banalidad globalizada que quisiera acabar
convirtiéndolo todo en mercancía, comenzó hace ya siglos. Y acaso
con algunas pocas palabras: “Time is gold, el tiempo es oro”. Pero
los seres humanos no usamos el tiempo, somos tiempo. El tiempo es
nuestra materia. Estamos hechos de tiempo, y por lo tanto de
memoria. Memoria individual y memoria colectiva. Memoria del
detalle, de los pormenores y de la especie, general, atávica.
Entonces, como dijo Charles Baudelaire, la poesía –a mi modesto
entender experiencia de vida y de lenguaje – se hace “negación de la
iniquidad”. Nada más. Pero tampoco nada menos.
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Rodolfo Alonso. Poeta, traductor y ensayista argentino. Fue el primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina. Premio Nacional de Poesía (1997). Orden “Alejo Zuloaga” de la Universidad de Carabobo (Venezuela, 2002). Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2004). Palmas Académicas de la Academia Brasileña de Letras (2005). Premio Único de Ensayo Inédito de la Ciudad de Buenos Aires (2005). Premio Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia, 2006). |
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