El pintor
Luis Felipe Noé y el escritor Noé Jitrik decidieron publicar un libro
juntos: “En el nombre de Noé” (Universidad Nacional de Quilmes, 2009).
Para la presentación, que se realizó el 20 de marzo en el Centro
Cultural Recoleta, de la ciudad de Buenos Aires, ambos eligieron a dos
amigos: el pintor Eduardo Stupía y el escritor Rodolfo Alonso. |
Mi primera
sensación fue el regocijo. Aunque los conozco desde mi primera juventud,
y sé que ambos se han mantenido fieles a sus sueños iniciales, supongo
que aún en estos tiempos de risotada fácil ha de seguir siendo llamativo
que hombres curtidos en su oficio, cargados de experiencia y maestría,
se hayan reunido a estas alturas para lo que en principio es un sano
rasgo de humor: burlarse de sus nombres. O mejor del nombre de uno y el
apellido del otro, que coinciden con un legendario personaje bíblico,
Noé.
Pero eso
fue sólo el despegue. Que un pintor de tan incontenible y desbordada
expresividad como Luis Felipe Noé, lograra congeniar con la aguda y
contenida discreción de un escritor como Noé Jitrik, y viceversa, le
añadían sal al asunto. Y no olvidemos que sobre ambos sobrevolaba, desde
niños, la imagen a la vez asombrosa y cotidiana de quien, como un nuevo
Adán, dicen que con su Arca previsora salvó del diluvio a nuestro
género. Lo cual no era poco lastre.
Porque
¿qué le debemos en realidad a Noé? Por supuesto que siga habiendo
humanidad, y también tanta maravillosa variedad de otras especies. Pero
sobre todo ese gran invento, el vino, sin el cual no hubiera existido
Omar Kkayam ni poesía en la tierra. Le debemos la feliz fantasía de que
alguien varias veces centenario pueda procrear. Aunque no todo es miel y
rosas. Del vino y sus excesos le debemos también el incesto y, en
consecuencia, tanto los fantasmas de Freud como de Sade. Y, junto con la
ebriedad, la infame justificación de la trata de negros, esa increíble
maldición (metáfora letal, maligna aún) lanzada sobre su propio hijo Cam,
de bella piel oscura.
La cosa no
era fácil, como ven. Pero creo que la felicidad del resultado se refleja
cabalmente en la imagen final. Entresacando sus brazadas desde el nombre
mismo de Noé, ambos tocayos se deslizan alegremente sobre el diluvio
eterno de la banalidad y del mal gusto. Como prueba evidente de su
fecunda madurez, de su madura juventud. |
Rodolfo Alonso. Poeta, traductor y ensayista argentino. Fue el primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina. Premio Nacional de Poesía (1997). Orden “Alejo Zuloaga” de la Universidad de Carabobo (Venezuela, 2002). Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2004). Palmas Académicas de la Academia Brasileña de Letras (2005). Premio Único de Ensayo Inédito de la Ciudad de Buenos Aires (2005). Premio Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia, 2006). |