Lo lamento por aquellos a quienes resultaba más cómodo
imaginarme casi apocalíptico. Pero se vieron confirmadas mis peores
sospechas. La joven filóloga española Inés Fernández Ordóñez, una de las
muy pocas mujeres admitidas por la Real Academia Española, lo ha
enunciado claramente: “el modelo lingüístico lo fijan los medios de
comunicación, no la literatura”. (Y, por si fuera poco, uno de esos
mismos medios se animó a destacar como título, tergiversándola fuera de
contexto, esta frase del gran pedagogo italiano Francesco Tonucci: “La
misión de la escuela ya no es enseñar cosas. Eso lo hacen mejor la TV o
Internet.”)
En el marco de las cada vez más patológicamente ansiosas
“felices fiestas” de fin de año, ya asimiladas en forma definitiva por
el hiper-consumismo globalizado, volvieron a florecer en los medios
encuestas a escritores sobre supuestos “balances culturales”. Como podía
preverse, no me sorprendió la aparente homologación de criterios y
gustos. Bajo la ley de hierro del mercado y la farándula, se hace arduo
encontrar voces disidentes. Pero me tocó vivir personalmente una
experiencia tal vez reveladora.
Una empeñosa y joven periodista argentina me propuso
participar de un balance literario alrededor del año pasado. Para ese
fin, me presentaba un cuestionario con una docena de preguntas. Pero
también me daba no sólo la libertad de escoger las que estuviera
dispuesto a contestar, sino que no me ponía límites de espacio. Entre
halagado e incrédulo, me dejé llevar. Sin demasiado éxito, es claro.
Pero surgieron opiniones que no me resigno a dejar de compartir con los
lectores.
1. El mejor volumen de poesía argentina que leí en 2008 todavía está
inédito: fueron los originales del excelente “El emperrado corazón
amora”, un libro de extremada madurez (estética y humana) que ya debe
haber concluido Juan Gelman. Y que constituirá, sin duda alguna, al
mismo tiempo una confirmación y un descubrimiento para sus merecidamente
numerosos lectores de todas partes. Una reafirmación. Una renovación. Y
un recomienzo. Puro, tremendo, conmovedor “lenguaje calcinado”. Una
lección de belleza. Y de moral.
2. Aún esforzándome no lograría reducir todos los acontecimientos
culturales del 2008 a uno solo. La presencia y continuidad en nuestra
ominosa TV basura de un canal cultural de tanta calidad, tan eficaz y
digno como el ejemplar Encuentro; la creación (finalmente) de un
Ministerio de Ciencia con sus deseables, reparadoras consecuencias; y el
hecho de que un autor tan exigente y de tan alto nivel literario como el
gran escritor húngaro Sándor Márai vea prácticamente todos sus libros
agotados en forma incesante, desmintiendo de forma categórica la
ramplonería y el desprecio por el lector de muchos seudo editores, me
han emocionado profundamente. De especial manera en medio de esta
pesadilla de asfixiante banalidad mundializada, tan desoladora y tan
deletérea.
3. El debate o polémica que me pareció más interesante en 2008 no puedo
evitar que sea la que acostumbro plantearme conmigo mismo, incluso
después de una respuesta como la anterior. Porque me resulta
extraordinariamente doloroso que el mismo país que está en condiciones
de exportar alimentos al mundo entero sin preocuparse más que por la
distribución de sus rentas, no se plante como sociedad y exija
terminantemente concluir ya mismo con la atronadora, lacerante infamia
de que estén muriendo por desnutrición al menos ocho niños argentinos
(menores de cinco años) cada día.
4. Me preguntan por la mejor novela publicada en 2008. Me ha conmovido y
he leído de un tirón (largo, por cierto) la enorme novela “Vida y
destino” de Vasili Grossman, un gran escritor soviético, que pudo ser al
mismo tiempo el corresponsal de guerra más leído por el Ejército Rojo
durante el heroico, legendario sitio de Stalingrado por las hordas
nazis; uno de los primeros en constatar la bárbara realidad de los
campos de concentración; y también uno de los últimos disidentes. Aquel
libro fue prohibido, incluso en el “deshielo” de Kruschev, y sólo
alcanzó a ser publicado varias décadas después de su muerte. Todo ese
halo, entonces, y su propia materia histórica, pero por supuesto en el
cuerpo de una enorme capacidad expresiva y estética, convierten a “Vida
y destino” en la gran novela del siglo XX.
5. Para evaluar el mejor libro de crónicas publicado en 2008 tendría que
volver a Vasili Grossman. No hay nada más tocante que leer esos
cuadernos de notas de aquel corresponsal de guerra del Ejército Rojo,
milagrosamente salvados de la censura stalinista y que el historiador
británico Anthony Beevor ha convertido en un libro medular: “Un escritor
en guerra: Vasili Grossman en el Ejército Rojo (1941-1945)”. Para mí,
que soy ineludiblemente un hijo del siglo pasado, ese libro de
Beevor-Grossman se constituye en el documento esencial de un momento
esencial: la lucha contra el fascismo durante la segunda guerra mundial.
Que contiene en su meollo otro largo texto no menos esencial (tanto, que
llegó a ser testimonio en el Juicio de Nuremberg): “Treblinka”,
demoledora evidencia sobre la primera mirada a un campo de concentración
nazi. Y que no por casualidad, se articula con otro libro exhaustivo y
actualizado del mismo autor británico, Anthony Beevor, alrededor de un
hito previo tan históricamente indeleble como legítimamente legendario:
“La guerra civil española”. Que si para mi historia personal se
constituyó desde niño en mi auténtica mitología: la heroica resistencia
de los humildes milicianos de la República contra el soberbio y falaz
golpe militar franquista, constituye también de hecho un auténtico hito
acaso para toda la humanidad. Porque entre 1936 y 1939 no se jugó en la
península tan sólo el destino de España sino también, al mismo tiempo,
el de muchas otras grandes ambiciones y sueños que allí dieron, por
legítima tragedia o malhadado destino, tal vez su canto del cisne.
6. Sin duda la mejor reedición del año pasado fue, para mí, la feliz
recuperación de “El río oscuro” (1943), gran novela del injustamente
silenciado escritor comunista Alfredo Varela, un hito fundamental en las
letras latinoamericanas y un auténtico caso. No sólo retoma con dignidad
el aire misionero de Horacio Quiroga y las valientes denuncias sociales
de Rafael Barrett, sino que (sin someterse al castrador “realismo
socialista” del stalinismo) su lenguaje es espléndidamente expresivo y
apela a recursos formales entonces de vanguardia, de algún modo en el
alto linaje de Faulkner. En 1953 ese sorprendente actor y director de
cine que resultó el buen cantor de tangos Hugo del Carril --de las más
dignas personalidades del peronismo en el poder-- eligió aquella novela
para su memorable filme “Las aguas bajan turbias”, enfrentando las
reprobaciones oficiales hasta el límite de visitar a Varela en la cárcel,
detenido por razones políticas, aunque debió cambiar el título y
eliminar a autor y obra de los créditos (como había decretado Mussolini
con “Obsesión”, de Lucchino Visconti, basado en el memorable “El cartero
llama dos veces”, del impar James Cain). Dos ejemplos de dignidad, no
sólo estética, concomitantes. |