En el memorable capítulo sexto del Quijote donde se trata del meticuloso escrutinio de la biblioteca, sin duda un límpido ejemplo de la más acerada, ingeniosa y poco complaciente crítica literaria, Cervantes pone en boca del cura entre inquisidor y adicto estas agudas conclusiones: “y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua: que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento”.
Sentí que esa luminosa conciencia del valor de la gran poesía como encarnada en su lengua, de tal modo convertida en su ser vivo que impediría colmar siempre del todo la tentación de traducirla, que tanto nos ilumina a quien lo dijo, vendría muy a cuento al intentar satisfacer la invitación de estas queridas páginas para añadir algo, presumiblemente nuevo, a la bienvenida catarata de opiniones con que el no menos bienvenido Premio Cervantes otorgado, con tanta justicia y oportunidad, a nuestro Juan Gelman, como era presumible se ha visto rodeado.
Porque nunca ha dejado de resultarme ejemplar la devoción con que Juan Gelman ha sabido mantener siempre, en toda circunstancia, la dignidad de su poesía, de mantenerla fecunda, actuante y hondamente viva en su lenguaje. Fue él mismo, al prologar uno de sus libros de más cabal evidencia en estos asuntos, Dibaxu, quien supo rozar el tema con emocionada precisión: “Quizás este libro apenas sea una reflexión sobre el lenguaje desde su lugar más calcinado, la poesía.” Y es él mismo también quien, hace bien pocos días, y antes de saber nada del premio, vino espontáneamente a reiterármelo al enviarme Exaltaciones, un poema inédito escrito el cercano 16 de noviembre, que se me hace (¿no es evidente?) una auténtica arte poética: ”Esta manía de tocar tus puertas y la ilusión de que se abren. Palabra encerrada en tu cosa, ¿de qué vivís, cómo vivís? ¿Estás conforme con tu perro que nombra al perro? ¿Nunca te desvelás pensando en otra música? ¿Con qué soñás, entonces? Estoy al pie de lo que nunca vas a contestar.”
Con la modestia que lo caracteriza, nunca del todo explícitamente pero por claras alusiones, el mismo autor reivindica con rigor no exento de ternura la vida casi orgánica del lenguaje que es la poesía, vivo en la historia y desde la historia de los hombres que lo hablaron y lo hablan, pero capaz también de la más temblorosa intimidad. La poesía que no es quizá otra cosa que lengua soberana y actuante pero, a la vez, indisolublemente, también lengua que otros hablaron e hicieron, al hablar, con su vivir. Y que debería hoy, también, volverse legítimamente lengua viva, individual y general, de uno y de la especie. Acaso los premios puedan ayudar de alguna manera para eso. Pero sólo lograrían hacerlo si hay antes una gran poesía encarnada, hecha de lenguaje autónomo y vivo. Como sin duda es la de Juan Gelman. |