Soy un hombre
indefenso. Lleno de resonancias efímeras.
Mi luz decae.
Ruina sobre ruina.
Y un eco frío y tenaz
se hunde en mi voz
cuando siento que los vivos
son más remotos que los muertos.
El viento me asfixia.
La tierra me afloja.
Nada ya queda en pie: obediente al paisaje
dejé que la tormenta derribara los árboles
“cuando mi alma era un bosque”.
Y ahora, sin más que hacer,
después de forzar el blindaje del amor
en la tibia frazada de una piel que desgarra de la piel,
apenas
me sobrevivo a mí mismo
detrás de un viejo ventanal
agobiado
por la luz del día.
Soy un hombre
indefenso. Un gris desperdicio
que en vano busca adelantar la palabra fin
para perdurar en ella.
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